Turismo de la memoria
Desde Auschwitz, en Polonia, hasta Camboya o Vietnam, crece el inter¨¦s por visitar los enclaves del horror
El llamado turismo de la memoria, cada vez m¨¢s en auge, escoge los lugares del horror humano como destino tur¨ªstico para conocer y rendir homenaje a las v¨ªctimas. Desde la isla de Gor¨¦e, en Senegal, y la que fuera una de las principales lonjas del comercio de esclavos ¨Ccon su t¨¦trica Puerta sin retorno y sus zulos de un palmo, donde se hacinaban hasta 200 personas, cuerpo a tierra y encadenados¨C, hasta los cimientos sajados de las Torres Gemelas, en Manhattan; del campo de exterminio de Auschwitz, cerca de Cracovia (Polonia), al laber¨ªntico Monumento del Holocausto, en Berl¨ªn; o desde los t¨²neles de C¨´-Chi y el Museo de la Guerra, en Vietnam, hasta Museo del Genocidio, en Phnom Penh, la capital de Camboya.
El museo del genocidio
CAMBOYA
De entre todos los lugares que recuerdan el exterminio humano organizado, este museo de Camboya es uno de los que m¨¢s impresiona: por la virulencia absurda y fratricida que rememora, de tiempo tan reciente, y, sobre todo, porque anunci¨¢ndose como tal, ni siquiera es un museo. Lo que sobrecoge del S-21, como se designaba este recinto en el lenguaje en clave de los jemeres rojos del sanguinario mao¨ªsta Pol Pot, es que se trata en origen de un inofensivo instituto de ense?anza secundaria, donde, adem¨¢s, todo se muestra hoy tal cual fue en otros d¨ªas. Los mismos barracones para el hacinamiento ef¨ªmero y sin retorno; las mismas aulas con sus rudimentarios somieres e instrumental de tortura; todo sobre las mismas baldosas escolares y paredes carcomidas que, entre 1975 y 1979, sirvieron de antesala a la ejecuci¨®n de unos 20.000 camboyanos en ristras de familias completas y sin juicio alguno. "Olvidamos para no tener que olvidar", dice el gu¨ªa, mientras se?ala en uno de los sobrecogedores murales la foto de su t¨ªo carnal con visibles signos de tortura. Fue uno de los cientos de miles que, al socaire del triunfo de Vietnam, hab¨ªan recibido entre v¨ªtores la llegada de Pol Pot, antes de su enloquecido exterminio... De ah¨ª que todos llamen a este centro, ubicado en Phnom Penh, el "museo del auto-genocidio".
Museo de la Guerra
VIETNAM
En Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saig¨®n, se alza el Museo de la Guerra de Vietnam. Si a las afueras de la urbe los t¨²neles de C¨´-Chi permiten esbozar una sonrisa de complicidad por la sagacidad de los vietnamitas frente a los corpulentos invasores ¨Ctoda una ciudad subterr¨¢nea, bajo un bosque frondoso¨C, la visita al museo exige, cuando menos, el ce?o fruncido. Entre las muchas fotos espeluznantes, con legiones de vietnamitas lisiados a causa de las minas y los efectos del terror¨ªfico agente naranja, resulta inolvidable la que muestra a un ufano soldado estadounidense sosteniendo, como un trofeo de caza, una cabeza reci¨¦n arrancada al cuerpo de un vietnamita. En compensaci¨®n, resulta grato ver ahora hileras de vietnamitas ¨Calgunas de uniformados escolares¨C contemplando en silencio los testimonios de aquel horror, apurando, a toda costa, su lecci¨®n de madurez, de borr¨®n y cuenta nueva.
Auschwitz
POLONIA
El campo de concentraci¨®n nazi de Auschwitz, cuya visita -desde Cracovia- se puede hacer siguiendo el mismo trayecto ferroviario que en su d¨ªa hicieron las v¨ªctimas, se ha convertido en los ¨²ltimos tiempos en un concurrido destino tur¨ªstico. Tras las fachadas de sus sim¨¦tricos edificios, sobrecoge peculiarmente el interior del pabell¨®n 11. Se muestran monta?as de cabelleras de todas las edades, junto a fosilizados zapatos, indefectiblemente impares, con muchas tallas infantiles sin cordones. Tambi¨¦n viej¨ªsimas maletas para siempre en tr¨¢nsito... Fuera de los sombr¨ªos y densos interiores, lo que m¨¢s sorprende en la visita a Auschwitz es la armon¨ªa del espacio, la perfecta geometr¨ªa con que fue concebida aquella factor¨ªa de la muerte. Sus amplias calles de enladrilladas casas bajas podr¨ªan semejar los bloques de viviendas de un extrarradio londinense, de no ser por las dobles alambradas electrificadas. ¡°El trabajo nos hace libres¡±, se lee a la entrada del campo en grandes letras, habiendo de incluir en el mensaje la irreprochable hoja de servicio de los celadores.
A diferencia de las fotos en viva tortura o de vejaciones indecibles de Camboya y Vietnam, aqu¨ª el horror se neutraliza: una vez realiza su cometido, la muerte se aplica en el exterminio de s¨ª misma. De ah¨ª que uno de los espacios m¨¢s elocuentes sea el domicilio de su comandante, Rudolf H?ss, situado a un tiro de piedra del horno crematorio. Hombre de marcadas convicciones religiosas, es duro comprobar que en ese entorno pudiera ejercer sus dotes de oficinista aplicado y, adem¨¢s, convivir cada d¨ªa con sus cinco peque?os hijos. Esa exigua separaci¨®n entre el verdugo y las v¨ªctimas es la cabal met¨¢fora de aquella as¨¦ptica e implacable industria del horror. Ah¨ª la honorable familia H?ss y ah¨ª tambi¨¦n, tras la alambrada, la c¨¢mara de gas, en la que, seg¨²n el testimonio de los incineradores, cada cuerpo aparec¨ªa en su sitio: abajo, los cad¨¢veres infantiles y, sobre ellos, los de las mujeres, seguidos por los cad¨¢veres de los varones, seg¨²n una reiterada l¨®gica de resistencia pulmonar.
La sucesi¨®n de compartimentos del campo de exterminio de Auschwitz signific¨® el nacimiento de la invisibilidad de la muerte. En la actualidad, el turismo de la memoria hace visible lo nunca visto en estos enclaves del horror.
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