?Es la comida mejor que el sexo?
Se publica 'El arte de comer', un volumen que recopila los mejores textos gastron¨®micos de la escritora M. F. K. Fisher
"Record¨¦ lo que una vez me hab¨ªa dicho un endocrin¨®logo: que cuando los l¨®bulos se encienden despu¨¦s de una buena carne y un buen vino, era el momento de pedir favores o dar malas ?noticias¡±.
Esta frase, extra¨ªda de S¨ªrvase de inmediato (1937), uno de los cinco textos que conforman el volumen El arte de comer, da idea del refinamiento, la complejidad, y lo que ella misma definir¨ªa como ¡°pulsi¨®n gastron¨®mica¡±, que identifican el estilo de la escritora estadounidense M. F. K. Fis?her (Mary Frances Kennedy Fis?her, 1908-1992). Autora de culto, el rango de sus lectores incluye ¡°desde agentes de seguros hasta estudiosos de Proust¡±, como escribi¨® la poeta Patricia Storace en The New York Review of Books.
Hasta ahora se conoc¨ªa principalmente en espa?ol S¨ªrvase de inmediato, que public¨® Mario Muchnik en 1991 en el sello Anaya. Hoy es el editor Miguel Aguilar quien acaba de lanzar en Debate El arte de comer, en traducci¨®n de Marcelo Cohen y Carme Geron¨¨s. Un acontecimiento, si se tiene en cuenta el desconocimiento fuera de la ¨®rbita anglosajona de esta autora a la que en 1963 el poeta W. H. Auden calific¨® como la mejor prosista de Estados Unidos de su tiempo (recomendaba leer para confirmarlo las tres primeras p¨¢ginas del cap¨ªtulo ¡®I de Inocencia¡¯ en Un alfabeto para gourmets). Otro de los t¨ªtulos de M. F. K. Fisher, Two Towns in Provence (Dos ciudades en la Provenza, 1978), sobre Marsella y Aix-en-Provence, suele aparecer en las listas de los mejores libros de viajes jam¨¢s escritos.
En busca de los or¨ªgenes
La atm¨®sfera de su literatura est¨¢ impregnada del poder simb¨®lico de la comida, del hecho de que el hambre es un ansia, un deseo ¡°mucho m¨¢s viejo que el hombre como lo conocemos, y probablemente sin¨®nimo de los or¨ªgenes del sexo¡±. La escritura de Fisher busca ¡°el momento de la satisfacci¨®n gastron¨®mica completa¡± y destaca por su fina sensibilidad para los matices, el hedonismo y el humor. En su caso, como la magdalena mojada en t¨¦ para Proust, la epifan¨ªa se produce a los ocho a?os. A esa edad fue conquistada por vez primera por Red, el ni?o que en la escuela desliz¨® en su pupitre la primera chocolatina envuelta en papel de aluminio que ella hab¨ªa visto. Era una chocolatina con cereza. ¡°Creo que se llamaba Cherrisweet¡±.
¡°A menudo le agradezco que me haya ense?ado ¡ªaunque fuese por casualidad¡ª a conocer la conexi¨®n casi vascular entre el amor y el pat¨¦ de langosta, entre la comida y el enamoramiento¡±, escribe Fisher.
Su carrera literaria se desarrollar¨ªa durante 60 a?os, sobre todo en California y Francia, y el hecho de que escribiera sobre comida fue un lastre. ¡°Durante muchos, muchos a?os, escritores y cr¨ªticos me despreciaron. Aquello eran cosas de mujeres, bagatelas¡±, dijo en una entrevista en 1990. Curtida como periodista gracias a las sustituciones que hizo al principio en el peri¨®dico local que dirig¨ªa su padre, experta cocinera, autora de una veintena de libros y much¨ªsimos art¨ªculos para la revista The New Yorker, dijo con iron¨ªa en otra ocasi¨®n, en referencia a su f¨ªsico (su belleza atrajo a Man Ray, que la retrat¨®): ¡°No era lo suficientemente guapa como para no tener que dedicarme a otra cosa¡±.
El arte de comer se compone de las obras S¨ªrvase de inmediato, ?Ostras!, C¨®mo cocinar un lobo, Mi yo gastron¨®mico y Un alfabeto para gourmets. En todas ellas, Francia aparece como destino privilegiado de sus viajes y estancias (con Dijon, donde estudi¨® a principios de los a?os treinta, como eje). M. F. K. Fisher pertenece a esa primera generaci¨®n de americanos que se asentaron en Europa y se empaparon de su modo de vida hasta alcanzar una extraordinaria cultura. Patricia Storace escribe lo siguiente: ¡°George Balanchine dijo una vez que sacando a una ni?a a escena pod¨ªa ense?arle el mundo al p¨²blico. Fisher, a su modo, saca a escena un melocot¨®n o un par de codornices y nos ense?a historia, ciudades, fantas¨ªas, memorias, emociones¡±.
Diez perlas de ¡®El arte de comer¡¯
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Una escena con caracoles en Dijon: "Una vez vi a una mujer comerse siete docenas. Fue en chez Crespin, y antes hab¨ªa comido todav¨ªa m¨¢s ostras. Se puso roja como un tomate. Muchas veces me pregunto qu¨¦ habr¨¢ sido de ella".
Cita de Walter Savage Landor: "Comer¨¦ tarde, pero el comedor estar¨¢ bien iluminado, y los invitados ser¨¢n pocos y selectos". Arc¨¦strato, en su poema Gastronom¨ªa, sienta a la mesa en "selecta holganza" a tres o cuatro personas, cinco a lo sumo. M.F.K. Fisher escribe: "Yo a?adir¨ªa a lo recomendado una persona m¨¢s, pues creo que seis pueden cenar c¨®modamente en una buena mesa. Agregar uno o dos m¨¢s es peligroso, y reunir a m¨¢s de diez es letal".
Escuchado a un maitre de hotel mexicano: ¡°El c¨®ctel de ostras es un c¨®ctel, ?no? Como el Martini, ?no? Pues entonces en la carta van juntos¡ Y adem¨¢s ya est¨¢ impreso as¨ª. ?Qu¨¦ necesidad hay de cambiarlo?¡±
¡°Yo estoy sola cuando, en vez de elegir a alguna de las personas que conozco, me elijo a m¨ª misma. No me enorgullezco de la actitud misantr¨®pica, pero lo cierto es que ah¨ª est¨¢, basada en mi creciente convicci¨®n de que compartir la comida con otro ser humano es un acto ¨ªntimo que una no debe tomarse a la ligera¡±.
¡°De donde nunca saldr¨¢ buena comida es de una mala cocina. Y una mala cocina es mala por una de dos razones: porque a nadie le importa que produzca vituallas decentes, o porque es ro?osa. Y si es ro?osa, dice el diccionario, es que est¨¢ llena de ro?a; que es puerca, impura, sucia, s¨®rdida; y por encima de todo, asquerosa¡±.
¡°Si al tiempo, siempre tan premioso, le gusta que los seres humanos mueran, llen¨¦moslo con buena comida y buena charla, y unj¨¢moslo con los perfumes del convite. Mat¨¦moslo en charlas lentas, saboreando ociosamente tanto los platos sencillos como los elaborados, en el templado color de una sala suavemente iluminada, clara, junto al fuego titilante de las velas, el aceite o la madera, o bajo los m¨¢s h¨¢biles disfraces de la electricidad¡±.
"Sin tener en cuenta el g¨¦nero, la posici¨®n social y la edad, los compa?eros de cena deben ser elegidos por su capacidad para comer -?y beber!- con la adecuada mezcla de abandono y contenci¨®n. Tienen que disfrutar con la comida, y considerar que prepararla y saborearla es una de las artes del hombre (...) Y sobre todo, los amigos deben poseer el raro don de permanecer sentados. Tienen que ser capaces -m¨¢s a¨²n, estar deseosos- de pasarse tres, cuatro, seis horas sentados, tanto en torno a una cena de sopa y quesos como ante un banquete de veinte platos fabulosos".
Sobre la ostra, esa ¡°comida dilecta desde hace miles y miles de a?os¡±, dijo Jonathan Swift: ¡°Hombre osado fue el primero que comi¨® una ostra¡±.
De la Enciclopedia Brit¨¢nica: ¡°Las perlas son concreciones calc¨¢reas que producen ciertos moluscos; poseen un brillo peculiar y se las valora como objetos de adorno personal¡±.
De un poema de C.P.S. Gilman: ¡°Aullidos en el umbral, / ara?azos en el suelo. / ?Por Dios! ?El lobo en el portal!¡±
?Se podr¨ªan a?adir otras palabras, como placeres, texturas y, en general, todo lo concerniente a las pasiones humanas, empezando por el sexo y siguiendo por la violencia, la ira y el mal. Y el whisky. En la 'W de Whisky', en Un alfabeto para gourmets, hay unas deliciosas p¨¢ginas sobre la cuisine d¡¯amour (la cocina del amor) y el viejo rumor de que las grandes alcahuetas y madamas siempre han sido maestras en ella. ¡°Apoyan esta teor¨ªa alumnas tan aventajadas como la Du Barry y la condesa de Louveciennes¡±, con dudosas recetas, atribuidas a ellas, ¡°que se sustentan en la gastada creencia de que los platos con mucha mostaza, paprika y otras especias picantes, as¨ª como los basados en langostinos y otros mariscos ricos en f¨®sforo, suelen excitar a los dos sexos humanos, y sobre todo al masculino¡±.
La escritora, aunque descre¨ªda (el cr¨ªtico Lewis Gannett se refiri¨® ¡°a la perversidad tenuemente g¨®tica que hace de la literatura de la se?ora Fisher algo ¨²nico¡±), no es ajena a los poderes sensuales de la buena mesa, y por eso se atreve incluso a formular el men¨² que ella misma preparar¨ªa para conquistar a un hombre. Un men¨² que empieza: ¡°Buen whisky para ¨¦l, y un martini muy seco para m¨ª¡±. Y que termina: ¡°El caf¨¦ lo servir¨ªa con gran moderaci¨®n, por miedo a que la raz¨®n sofoque el fuego¡±.
Tambi¨¦n confecciona el men¨² opuesto, el ¡°antiseductor¡±, por si tal vez quisiera alejar al hombre de la cama en vez de conducirlo sabiamente a ella. Un men¨² que comienza as¨ª: ¡°Le servir¨ªa un martini de m¨¢s; es decir, tres¡±.
Pero su c¨®mica agudeza le hace reparar en el hecho de que ¡°la autosugesti¨®n es m¨¢s importante que las prote¨ªnas¡±, y que ¡°frente al tedio f¨ªsico¡± y el ¡°agotamiento mundano¡± tiene que entrar en juego ¡°algo que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de las fronteras gastron¨®micas: la farmacopea de la pasi¨®n¡±.
Su maestro en la farmacopea literaria fue ¡°el m¨¢s grande de todos¡±, Jean Anthelme Brillat-Savarin. Autora de la traducci¨®n can¨®nica al ingl¨¦s de la Fisiolog¨ªa del gusto, publicada en 1828 por el pol¨ªtico y escritor franc¨¦s, la cultura gastron¨®mica de M.F.K. Fisher abarca una asombrosa variedad de asuntos. Por ejemplo ?Ostras!, su tratado sobre el bivaldo hermafrodita de reputaci¨®n afrodisiaca que comienza as¨ª: ¡°La vida de la ostra es tan emocionante como terrible¡±. O C¨®mo cocinar un lobo, publicado en 1942, en plena II Guerra Mundial y en un mundo de hambre y restricciones (ah¨ª est¨¢ la receta de la Tarta de Guerra, sin huevos, leche ni mantequilla).
¡°Hay gente que solo disfruta la buena comida con m¨²sica suave de fondo, o en salones de paredes negras¡±, escribe en otra de sus exquisitas reflexiones. ¡°Mi madre es incapaz de tragar si tiene un gato cerca. De estas ecuaciones, he observado, no forma parte el hambre¡±.
¡®El arte de comer¡¯, de M. F. K. Fisher. Editorial Debate. 784 p¨¢ginas. 37,90 euros.
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