Los consejos del se?or Dao
Visita a Taip¨¦i, su Museo del Palacio, sus mercados y sus templos de la mano de un gu¨ªa muy especial
Bienvenido a la isla de los tesoros, me dijo el se?or Dao cuando me recogi¨® en el aeropuerto de Taip¨¦i: aqu¨ª termina su viaje. Yo pens¨¦ que se trataba de un error de traducci¨®n, ya que mi viaje no hac¨ªa m¨¢s que comenzar. Tardar¨ªa 21 d¨ªas en comprender a qu¨¦ se refer¨ªa.
Poblada en sus or¨ªgenes por pueblos malayo-polinesios, la isla de Taiw¨¢n fue colonia portuguesa, espa?ola y holandesa antes de ser conquistada por China en el siglo XVII. Entre 1895 y 1945 fue ocupada por los japoneses. Cuatro a?os despu¨¦s, cuando en China continental la guerra civil se decant¨® hacia el bando comunista, los nacionalistas de Chiang Kai-chek la escogieron como refugio. As¨ª, los resabios de la China m¨¢s tradicional se funden en Taiw¨¢n con lo m¨¢s moderno de la industria tecnol¨®gica. Marcas como Acer, ASUS o HTC dan buena cuenta de ello. El rascacielos Taipei 101, s¨ªmbolo del despegue de su econom¨ªa, contrasta con las modestas viviendas que pueblan el centro de la ciudad.
Taip¨¦i es una ciudad de casas bajas. Los taiwaneses no gustan de trabajar para otros, por lo que cada familia aspira a tener su propio negocio. Las viviendas tienen cuatro pisos: los tres superiores para las tres generaciones que all¨ª conviven y la planta baja para el comercio familiar. A nivel de calle todo son locales que combinan sin ning¨²n orden los talleres de motos, los bazares m¨¢s diversos y los puestos de comida casera. En cualquier momento del d¨ªa uno puede detenerse a tomar un pan relleno de verduras o un t¨¦ con perlas de almid¨®n de tapioca. Los aromas orientales se funden en el aire con el griter¨ªo de los comerciantes y con el ca¨®tico tr¨¢nsito de la ciudad.
Todo lo que existe en el mundo se construye como relaci¨®n de opuestos, me dice el se?or Dao. Todo es un equilibrio entre el yin y el yang. El mundo de lo visible se afirma en el mundo de lo invisible, y son las leyes de lo invisible las que debemos acatar. Sus ojos ya habr¨¢n visto casi todo lo que puede verse. D¨¦jeme que le muestre lo que sus ojos no pueden mirar. Visitamos el Museo del Palacio, monumental edificio de cinco plantas construido en el m¨¢s puro estilo pequin¨¦s, en el que se conservan unas 650.000 obras de arte que re¨²nen m¨¢s de 5.000 a?os de historia china. Famosos son sus manuscritos antiguos, sus estatuillas de jade y sus budas de bronce. En el sal¨®n de la porcelana se exhiben algunas de las piezas m¨¢s exquisitas creadas por la mano del hombre, evacuadas del Museo del Palacio de Pek¨ªn durante la invasi¨®n japonesa para su protecci¨®n y cuidado. El se?or Dao me habla de la virtud de los artistas que las modelaron. No se trata de la forma que poseen, sino de la emoci¨®n que esos hombres virtuosos supieron plasmar en ellas. Lo que admiramos no son las piezas, sino el mundo de valores que descansa detr¨¢s.
Las deidades isle?as
En el interior de la isla, los poblados conservan la estructura de casas bajas. La presencia de coloridos templos con im¨¢genes de budas y dragones alados en los techos se vuelve aqu¨ª mucho m¨¢s densa. El se?or Dao me explica que no pertenecen a ninguna religi¨®n concreta, sino que se construyen con donaciones privadas en honor a las deidades del lugar. Cada uno de los habitantes tiene una estrecha relaci¨®n con ellas. La forma en que se vinculan con las leyes de lo invisible resulta mucho m¨¢s importante que cualquier logro material. ?Y qu¨¦ es lo que dictan esas leyes?, pregunto. Que todo lo que alguna vez existi¨® debe retornar a su origen. La semilla que cae en la tierra produce un ¨¢rbol cuyos frutos dar¨¢n semillas que volver¨¢n a la tierra. El agua que cae de las nubes baja al mar a trav¨¦s de las monta?as y all¨ª se evapora para volver a las nubes. Por eso el tiempo es redondo. Por eso el recorrido es siempre circular. Nosotros, los seres humanos, tenemos el mismo cometido: encontrar el camino que nos lleve de regreso al hogar.
Volvemos a Taip¨¦i a trav¨¦s de una carretera que bordea el parque nacional de Taroko. Todo el este de la isla es una cadena monta?osa en la que la selva cae directamente sobre el mar. El exuberante paisaje del tr¨®pico se mezcla con el gris de las nubes, que a veces vuelan tan bajo que parecen tocar el suelo. Los campos de arroz dejan paso a los cultivos de chirimoyas y a las piscinas dedicadas a la cr¨ªa de peces en las que unos peque?os molinos oxigenan el agua con sus aspas.
Gu¨ªa
C¨®mo ir
Informaci¨®n
? KLM, Emirates y Turkish Airlines son opciones para volar a Taip¨¦i desde Espa?a, siempre con una escala. Se encuentran billetes de ida y vuelta desde unos 580 euros.
Visitamos el mercado de jade, la zona comercial de la estaci¨®n central y el mercado de flores. Visitamos la biblioteca p¨²blica de Taip¨¦i, bellamente construida en madera en el distrito de Beitou, obra del arquitecto taiwan¨¦s Kuo Ying-chao, y el impactante memorial dedicado a Chiang Kai-chek, erigido en un hermoso parque en el centro de la ciudad. Ya en el aeropuerto, el se?or Dao me recuerda que estoy en el mundo para dar con el camino que me conduzca al origen. Y eso, ?d¨®nde queda?, le pregunto. En la pureza con la que fuimos creados. As¨ª como el agua que, para evaporarse, debe dejar atr¨¢s las motas de polvo que se le adhirieron, as¨ª nosotros debemos liberarnos de todas nuestras impurezas si nos queremos elevar. Obs¨¦rvelas d¨ªa a d¨ªa. Identif¨ªquelas y corr¨ªjalas. Y a medida que se vaya limpiando, ayude a que otros lo hagan. Sea como el ¨¢rbol que absorbe di¨®xido de carbono para liberar ox¨ªgeno. Absorba las tensiones y devu¨¦lvalas convertidas en amor. Solo as¨ª podr¨¢ regresar al hogar. Ha sido un gusto conocerlo, me dijo el se?or Dao. Aqu¨ª comienza su viaje.
Javier Arg¨¹ello es autor de la novela A prop¨®sito de Majorana (Random House).
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