Nueva York en la edad del pavo
Un viaje inici¨¢tico de una madre y sus dos hijas, de 16 y 20 a?os, en el que las visitas imprescindibles incluyen templos de zapatillas y una tienda de Victoria¡¯s Secret en la Quinta Avenida. Y ¡®selfies¡¯ sin parar
Fue por marzo, el D¨ªa del Padre por m¨¢s se?as, cuando se concibi¨® mi planazo del a?o. El viaje de mi vida como cabeza de familia de tres mujeres en distintas fases de la edad del pavo: la madre y las hijas. Como buena indecisa y pusil¨¢nime, el plan no lo gest¨¦ yo, sino que me lo dieron parido otros. Hu¨¦rfana y divorciada en la vida, fui a comer con unos colegas y sus hijos en plan acoja a una single a su mesa y, a los postres, mi amiga me solt¨® la bomba: ¡°Nos vamos a Nueva York en octubre¡±. ¡°Qu¨¦ bien, qu¨¦ envidia, qu¨¦ morro¡±, dije. ¡°No, que nos vamos todos, tambi¨¦n t¨² y las ni?as, ya he reservado yo porque si no, no vas a ir nunca¡±, contest¨® mi prima. Y, como soy muy bien mandada, me puse a sus ¨®rdenes. Ir sola con dos pavas salvajes a la capital del mundo se me hac¨ªa un ¨ªdem, pero migrar en bandada con otros padres de adolescentes en plan socializaci¨®n del sufrimiento y del gozo sonaba irrenunciable. No reproduzco la interjecci¨®n de mis hijas al saber la buena nueva porque esto lo leen menores y no es plan de dar mal ejemplo.
La odisea empez¨® desde las maletas. Emperrada en epatar a los neoyorquinos con su depurado estilo de ni?ata europea, la peque?a, 16 abriles en flor carn¨ªvora, hizo acopio de los pingos m¨¢s indescriptibles de su armario ¡ªy del m¨ªo¡ª y ator¨® su trolley con sus zapatillas viejas en espera de comprarse all¨ª, in situ, el par definitivo. En su defensa hay que decir que las otras dos pavas de la casa, la pesada de su madre y su hermana mayor del alma, tambi¨¦n nos agenciamos sendas gorras de b¨¦isbol para mimetizarnos con lo que supon¨ªamos la fauna aut¨®ctona. Quiz¨¢ por eso, por dar tan fenomenalmente el pego, eligieron a mi dulce dieciseisa?era como la pasajera m¨¢s sospechosa del vuelo y le registraron hasta los empastes en Barajas. Hab¨ªa que ver a la ni?a de mis ojos en tal trance. ¡°Soy menor¡±, va y le suelta al segurata para que su peor enemiga, o sea, mi menda, la protegiera. ¡°Mam¨¢, mamita, mami¡±, le falt¨® llamarme. Ella, que me niega hasta el saludo en p¨²blico.
El puente de Queensboro
Del vuelo y los tr¨¢mites de inmigraci¨®n en el JFK mejor ni hablamos, salvo que las primeras 5.000 calor¨ªas del viaje las ingerimos sin levantar las nalgas de los asientos de Delta Airlines a costa de los hidratazos del catering y que casi nos hacemos ¨ªntimas de unos abueletes coreanos en la hora y media que pasamos juntos en la cola. La entrada a la ciudad por el puente de Queensboro, adivinando los rascacielos emblem¨¢ticos a trav¨¦s de las vigas, compens¨® con creces los engorros. El chutazo de energ¨ªa. Esa es la primera se?al de que est¨¢s en la Gran Manzana. Te poseen, no s¨¦, unas ganas de tomar Manhattan que no ves el momento de tirarte a la calle. As¨ª que, nada m¨¢s llegar al hotel, el Manhattan at Times Square, uno centriqu¨ªsimo muy mono por fuera y muy justito por dentro, lo que tiramos fue el equipaje, salimos al raso, nos hicimos en el delirio de luces, flora y fauna de Times Square propiamente dicho los primeros 200 selfies de los miles que perpetrar¨ªamos y empezamos a desnucarnos de tanto mirar alto.
¡°Mam¨¢, macho, aqu¨ª todo es a lo bestia¡±, dictaminaron mis v¨¢stagas como primera impresi¨®n del viaje, y es cierto. Todo es m¨¢s alto, m¨¢s grande, m¨¢s apabullante. Pero cuando te acostumbras y cierras la boca que se te abre un palmo seg¨²n llegas, te das cuenta de que Nueva York, como Madrid, en cuanto te adentras 10 metros del frontis de cualquier calle, no deja de ser un pueblo grande. Al segundo d¨ªa, casi salud¨¢bamos al vecindario: el poli de la esquina, el homeless del Starbucks, los voceadores de los buses tur¨ªsticos, el asi¨¢tico del deli y a las chicas del McDonald¡¯s de Broadway donde desayun¨¢bamos dado lo prohibitivo de los caf¨¦s en cualquier otro sitio. Eso s¨ª, pese a nuestro empe?o en no parecer guiris, nos ol¨ªan a la legua y nos hablaba en espa?ol quien sab¨ªa hablarlo, que eran legiones, demostrando que nuestro camuflaje era francamente mejorable. El primer d¨ªa, por cierto, se nos fue en un suspiro. Un paseo por la Quinta, una incursi¨®n en la estaci¨®n Gran Central, una visi¨®n prenavide?a de la pista de patinaje del Rockefeller Center y un encuentro con una fiesta callejera de nigerianos y nigerianas cerca de la sede de la ONU que nos confirm¨® en la idea de que, en cuesti¨®n de poder¨ªo f¨ªsico, hay razas superiores y no son la nuestra.
El siguiente paso fue bajar al Subway a comprar la Metrocard, un abono para viajar por las tripas de la ciudad una semana por 30 d¨®lares que exprimimos a conciencia una vez que las chicas desentra?aron el galimat¨ªas de cifras y letras de las l¨ªneas, que una ya est¨¢ mayor para eso teniendo el relevo generacional de neuronas en casa. As¨ª, en metro, nos propusimos cumplir el rito de ver una misa g¨®spel en el Abyssinian de Harlem, pero al llegar, una cola disuasoria ¡ªy una matrona de 130 kilos que pregonaba alternativas¡ª nos desvi¨® a otra iglesia con otra misa especial para turistas que, por 10 pavos del ala, nos permiti¨® hacernos una idea aproximada de lo que nos est¨¢bamos perdiendo. A cambio, nos tomamos un capuchino en un bar lleno de vecinos del barrio vestidos de domingo como sacado de una pel¨ªcula de los sesenta, y en el paseo por Harlem de regreso al metro vimos a un fen¨®meno de la naturaleza, perd¨®n, hombre negro, de dos metros c¨²bicos sin m¨¢s equipamiento textil que un slip ajustad¨ªsimo, haciendo estiramientos con una cinta amarrada a un sem¨¢foro en la mism¨ªsima mediana de la calle. Mereci¨® la pena.
La tarde la pasamos paciendo por las praderas de Central Park, atiz¨¢ndonos el primero de las decenas de grilled chicken s¨¢ndwiches que nos ¨ªbamos a meter entre pecho y espalda en la terraza del Loeb Boathouse, bailando con patinadores de todo pelaje al ritmo del Despacito y esquivando jud¨ªos ultraortodoxos convirtiendo a infieles por el parque. En el regreso andando al hotel, a las chicas les dio por entrar en el lobby del Hotel Plaza para ver al paisanaje de ricos vestidos como para recoger el Oscar, mientras una se quedaba fuera rumiando su envidia, perd¨®n, rencor de clase. En la en¨¦sima traves¨ªa de la Quinta, adem¨¢s de a la primera Trump Tower, las chicas le echaron el ojo a la primera Niketown, unos mamotretos de cuatro plantas a mayor gloria de las zapatillas hom¨®nimas que proliferan por la ciudad y donde, me inform¨® gentilmente la peque?a, estaban las deportivas de sus sue?os. Las Nike Vapor: 190 d¨®lares de vell¨®n ¡ª¡°al cambio son solo 150 euros, mam¨¢, chaval¡±, me matiz¨® la br¨®ker de la familia¡ª por un par de abarcas de telilla, ni de cuero ni de nada, y suela de blandiblub transparente. ¡°Ni de co?a¡±, fue mi cordial respuesta.
Los d¨ªas que siguieron fueron de v¨¦rtigo. Jornadas de 12 horas pate¨¢ndose la ciudad por arriba y por abajo para comprobar, entre otras cosas, que hay m¨¢s que altas torres bajo el skyline. Especialmente maravilladas quedaron las chicas con la visita a Washington Square, con sus ardillas por los parterres; el campus urbano de la Universidad de Nueva York, con sus estudiantes de todos los colores y tonelajes; Greenwich Village, con sus maravillosas casas de ladrillo y forjado, y Bleecker Street, con sus tiendas tan cuquis como prohibitivas. En cada esquina, las chicas cre¨ªan ver a los protagonistas de sus series favoritas, hasta que un d¨ªa, brujuleando por Madison Avenue, donde pasea la cotorra de Blake Lively en Gossip Girl, llena de opulentos portales con porteros de librea y tiendas de lujo que te hacen sentir un pordiosero, la peque?a solt¨®, sin saberlo, el resumen del viaje. ¡°Mam¨¢, t¨ªo, vale que los neoyorquinos te miren por encima del hombro, pero es que hasta los perros saben que son de Nueva York y nos perdonan la vida a las personas humanas¡±. A ver qui¨¦n le llevaba la contraria.
La obligada romer¨ªa por el puente de Brooklyn, en un d¨ªa espectacular en el que el skyline luc¨ªa tan real que parec¨ªa de atrezo, fue otro puntazo. Se podr¨ªa hacer una pel¨ªcula de dibujos animados con los cientos de selfies que nos hicimos cada 10 pasos. El garbeo por el Meatpacking District y el Highline, una pasarela que serpentea por Manhattan a la altura de un tercer piso y donde una hizo decenas de paradas no solo para admirar el paisaje, sino para descansar los pies que le ard¨ªan por mucha zapatilla que hubiera estrenado, completaron otro d¨ªa ¨¦pico. ?Las zapatillas! Las Vapor de los test¨ªculos. En busca de ellas, por si se obraba el milagro de hallarlas m¨¢s baratas, fuimos al Soho, a otra Niketown de marras, de donde salimos con dos palmos de narices y el morro de la peque?a cada vez m¨¢s prominente. Las novedades no se rebajan, catetas, nos informaron amablemente los de la tienda. El paseo por el cercano Chinatown no arregl¨® precisamente las cosas. Muy t¨ªpico, muy abigarrado, muy agobiante, el barrio. Y un gran sitio para descubrir el verdadero significado del latinajo horror vacui. La vuelta a nuestra zona de confort de la Quinta Avenida, con la correspondiente visita a un macro Victoria¡¯s Secret, ese templo de la lujuria choni, y el cargamento de decenas de botes de colonia a seis pavos para regalar a las amiguitas de las ni?as, templ¨® un poco los ¨¢nimos.
El momento m¨¢s emocionante, sin embargo, fue la visita al nuevo World Trade Center, con la evocadora ausencia de las Torres Gemelas. Ni mi mayor ni mi peque?a tienen m¨¢s recuerdo del 11-S que las im¨¢genes de la tele. La primog¨¦nita ten¨ªa cuatro a?os y la benjamina era una reci¨¦n nacida. La visi¨®n del memorial a las v¨ªctimas, una especie de oda al vac¨ªo de las torres con sendos balcones corridos a sendas cortinas de agua desaguando al centro de la tierra y un rosario de rosas junto a algunos de los nombres de los muertos que cumpl¨ªan a?os ese d¨ªa, nos puso el coraz¨®n en un pu?o y un nudo en la garganta. Para deshacerlo, nos marcamos una razzia al Century 21, un centro comercial de rebajas en pleno WTC donde servidora trinc¨® al vuelo tres vestidazos de Calvin Klein ultrarrebajados y del que las chicas tuvieron que sacarme con f¨®rceps porque de las Nike Vapor, ni rastro.
Alcanzado el consenso de que era mejor ver la Estatua de la Libertad con perspectiva y no comernos la cola para sub¨ªrsele a la chepa, otra ma?ana cogimos el ferri a Staten Island, lo ¨²nico gratis del viaje adem¨¢s de los vasos de agua que te sirven en todas partes antes incluso de que pidas la comanda. En efecto, la estatua palidece al lado del encanto del viaje y de la acongojante presencia de la patrulla de guardacostas que escolta al barco con un tipo apunt¨¢ndote directamente con un fusil de caerte de espaldas: cero bromas. Tras comer en la encantadora terraza del muelle, se impuso un paseo por Wall Street, la Bolsa y la otra Trump Tower justo a la hora de salida de los curritos con sus trajes, sus corbatas y sus caras de cansancio de siglos, demostrando que en todos los sitios cuecen men¨²s del d¨ªa, aunque sean de cinco estrellas. Bueno, eso lo vi yo, que soy muy cotilla, en la hora y media que las chicas pasaron haciendo cola para tocarle las g¨®nadas al dichoso toro de la fortuna y hacerse el correspondiente selfie. ¡°Venga, mam¨¢, t¨ªo, pesada, qu¨¦ te cuesta¡±, me increpaba mi prole, pero servidora dijo que por ah¨ª s¨ª que no pasaba.
Algunas respuestas
Para el ¨²ltimo d¨ªa, s¨¢bado, optamos por un plan tranquilo, en parte porque a las seis de la tarde ten¨ªamos que salir pitando al aeropuerto, en parte porque entre el cansancio acumu?lado y la depresi¨®n prepartida ya no pod¨ªamos con nuestras almas. Como, por pura ley de Murphy, elegimos el ¨²nico d¨ªa nublado para subir al mirador del One World Trade Center y nos quedamos compuestas y sin vistas, lo compensamos con un paseo por el puerto. All¨ª, en Fulton Market nos llevamos la postal de los neoyorquinos de verdad nadando en su salsa con sus ni?os, sus monopatines, sus perros y sus litronas de Starbucks en ristre.
Total, que llegamos a NY con muchas preguntas y nos fuimos con algunas respuestas. ?bamos a ser las reinas de la noche y a las nueve est¨¢bamos tan reventadas que lo ¨²nico que quer¨ªamos era agenciarnos sendos yogures de medio kilo y rebozarnos en la cama del hotel viendo Sexo en Nueva York en Nueva York, como dijo mi bebota, hasta el d¨ªa siguiente. Las vistas son inmejorables, pero algunos olores a cloaca, a comida y a cuerpos te noquean viva. El desfile humano del metro y de la superficie, con seres bell¨ªsimos y despojos humanos tirados literalmente por los suelos, es fascinante. Y, s¨ª, confieso. El ¨²ltimo d¨ªa a ¨²ltima hora afloj¨¦ los pernos y los 190 pavos y, previa promesa de no pedir nada para Pap¨¢ Noel ni Reyes ni cumplea?os ni santos ni dem¨¢s fastos en lo que queda de a?o, le di el pl¨¢cet a la nena para comprarse las dichosas zapatillas. Mira, qu¨¦ drama. No las encontraba ni vivas ni muertas en su n¨²mero. Hasta que, cinco minutos de reloj antes de coger la furgoneta al aeropuerto, apareci¨® con ellas puestas. Es m¨¢s mona¡
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