Santander, arte y picoteo
La visita al Centro Bot¨ªn se completa con un recorrido culinario por la ciudad, de Casa Silvio a El Muelle, en el barrio pesquero
Santander con buen tiempo son muchas cosas, igual que lo es volver a los sitios. Probablemente en el viaje en el que m¨¢s libre me sent¨ª, en 2010, me aloj¨¦ con unos amigos en el hotel Bah¨ªa, que debe de ser el que m¨¢s lejos est¨¢ del Palacio de la Magdalena, donde cada ma?ana asist¨ªa a unos cursos de poes¨ªa a los que llegaba exhausto pero feliz despu¨¦s de un largo paseo pegado al mar. Pasadas las clases, me montaba en una pedre?era (los barcos de l¨ªnea que cruzan la bah¨ªa) e iba a la playa de El Puntal, una playa de norte, limpia y lejos de las motos de agua que van demasiado deprisa y hacia ninguna parte.
Volv¨ª este verano, ya no tan libre, y fue entonces cuando me di cuenta de que hab¨ªan pasado siete a?os y vi c¨®mo parece que se tira de cabeza al agua junto a los jardines de Pereda el cristalino Centro Bot¨ªn, y c¨®mo desde abajo est¨¢ lleno de chinchetas que imaginaba clavadas por los interminables dedos de Renzo Piano, el refinado arquitecto genov¨¦s que concibi¨® este territorio cultural, formado por varias piezas condenadas a encajar. Tambi¨¦n me acord¨¦ de La cometa, el poema del santanderino Gerardo Diego, y de aquellos amigos de siete veranos atr¨¢s que com¨ªan siempre rabas, porque llenaban y eran baratas, e invitaban por la noche a los bares de la plaza del Ca?ad¨ªo a las profesoras de pilates del hotel para hablarles de concursos de belleza y de detalles insignificantes y por eso important¨ªsimos.
Cena en el Riojano
Esta vez fui a Santander para un recital de poes¨ªa, y despu¨¦s del Ateneo nos llevaron a cenar a la Bodega del Riojano, con sus pinturas sobre los barriles y sus raciones grandes, y su cecina fant¨¢stica, y su ensaladilla, y su carne roja, y su servicio inquieto entre tanto inmenso brochazo.
A la ma?ana siguiente, y empezando la caminata desde el otro extremo de la ciudad, pues esta vez dorm¨ªamos en el Chiqui, un hotel de playa remozado, conseguimos dar con la calle de Tetu¨¢n, donde ca¨ªmos en el Marucho y casi al mismo tiempo en Casa Silvio, y nos apoyamos en las barras que dan a la calle, adornada con guirnaldas de San Ferm¨ªn, a beber vino blanco y comer mejillones y hablar con la gente de lo demasiado grande que parece Madrid desde aqu¨ª. Santander vive ahora un auge de locales para picar o para comer sentados, una larga lista de establecimientos que no defraudan: Catavinos, Las Hijas de Florencio, La Caseta de Bombas, La Mulata, El Machi, Magnolia, La Bombi, Arrabal 11, D¨ªas Desur, El Puerto¡ Nos recomiendan cenar en El Muelle, en el barrio pesquero; preguntad por Valent¨ªn.
El barrio pesquero brilla como un ne¨®n y por la noche huele a hielo y a sombra. En casi todas sus tascas hay peri¨®dicos en la barra, lo cual suele indicar que se va a comer mucho y bien. Deber¨ªan gobernar el mundo los quiosqueros. En El Muelle no encontramos a Valent¨ªn, que estaba en un karaoke cumpliendo 50 a?os, pero s¨ª un pescado fresco, y una terraza en las afueras, y un orujo blanco casero que casi te daba ganas de cenar otra vez y que a¨²n ol¨ªa en la piel de la ma?ana, cuando Valent¨ªn deb¨ªa de andar buscando las s¨¢banas.
Nos fuimos con pena y con un d¨ªa nublado, que es como hay que irse de los sitios. Sin abdominales, pero con imaginaci¨®n. Qu¨¦ ganas ya de volver a esta ciudad, que es una tierra en s¨ª misma, sin que tenga que pasar tanto tiempo y sin mayores objetivos, solo a un paso eterno del cielo.
Pedro Letai es poeta y autor de la novela Hace de polic¨ªa con distintas voces (Banda¨¤parte Editores).
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