Australia, tierra ind¨®mita
Del litoral ¨ªndico a la Gran Barrera de Coral, un incre¨ªble viaje entre desiertos de pin¨¢culos, islas habitadas por quokkas, ciudades multiculturales y peces de colores
Carnarvon es el ¨²ltimo gran pueblo antes de las vastas playas del norte y uno de esos raros lugares donde la Australia blanca y la aborigen igualan su n¨²mero de habitantes, muchos de ellos empleados en las plantaciones de frutas y hortalizas que alimentan a la inmensa regi¨®n de Australia Occidental. A las afueras de Carnarvon, agricultores como el se?or Jean habilitan tiendecitas a la entrada de sus fincas ¡ª?la suya, de referencia, se llama Morel¡¯s¡ª para vender desde tomates a calabazas, fresas o zapote negro (esa baya dulce), adem¨¢s de los dos frutos estelares, el mango y la banana, que tambi¨¦n pueden comerse helados y recubiertos de chocolate.
Como en la mayor¨ªa de pueblos australianos, Carnarvon es dominio de casas unifamiliares con jard¨ªn y sof¨¢s en los porches, si bien en torno a la c¨¦ntrica Robinson Street se levantan edificios de dos o tres pisos que dan sombra a los acogedores caf¨¦s y restaurantes alineados a escasos metros de la desembocadura del r¨ªo Gascoyne y del hermoso puente que los vecinos pretenden restaurar con su propio dinero. Gente tambi¨¦n orgullosa de la estaci¨®n de seguimiento que en la d¨¦cada de 1960 convirti¨® al pueblo en la conexi¨®n ¨ªndica de la NASA, llegando a rastrear las misiones espaciales G¨¦minis y Apollo.
La pesca es el deporte m¨¢s popular y uno de los atractivos para los visitantes, que asimismo pueden navegar hasta las islas de Dorre y Bernier para ver ¡ªsin tocar tierra¡ª a los wallabies, bandicuts y otros peque?os marsupiales que campan por estas reservas ecol¨®gicas prohibidas a depredadores y humanos. Ambas islas aspiran a preservar 5 de las 26 especies de mam¨ªferos australianos en peligro de extinci¨®n.
En el ¨¢rea de Shark Bay viven serpientes como la pit¨®n woma y ara?as asombrosas
Dorre y Bernier est¨¢n incluidas en el ¨¢rea protegida de Shark Bay, 10.000 kil¨®metros cuadrados patrimonio mundial que re¨²nen a serpientes como la pit¨®n woma con el inveros¨ªmil equidna, ara?as asombrosas, el simp¨¢tico quokka o la zordala picocu?a, aparte de guarecer a esa fauna marina rica, como el nombre de la bah¨ªa advierte, en tiburones. Aunque la verdadera vedette de estas aguas es el dugongo, ya que aqu¨ª nada el 12% de su poblaci¨®n mundial, el ¨²nico herb¨ªvoro de alta mar, un sirenio con aspecto de entre foca e hipop¨®tamo que convive con delfines y tortugas.
Un bote peque?o o un kayak bastan para empaparse de esta biodiversidad protegida por el Proyecto Ed¨¦n que alcanza cotas bell¨ªsimas en Eagle Bluff o Skipjack Point. Otra opci¨®n es navegar en un barco algo m¨¢s s¨®lido zarpando de los embarcaderos de Denham o Monkey Mia.
Los amantes de la geolog¨ªa hallar¨¢n en la Hamelin Pool una insuperable concentraci¨®n de estromatolitos, estructuras minerales que han resistido millones de a?os y suponen el indicio m¨¢s antiguo de vida en la Tierra. Una posible celebraci¨®n de esta vida tan espl¨¦ndida ser¨ªa, durante el crep¨²sculo, cervecear en el Shark Bay, el hotel m¨¢s occidental de Australia, y luego cenar un combinado de delicias del mar locales (pargo, ostras, gambas, calamar). La parrilla gastron¨®mica a?ade la salsa de mango, la mermelada tahitiana de lima o de uva y esas calabazas cuyo peso reunido es el de ¡°900 elefantes macho africanos juntos¡±, seg¨²n dicen los campesinos.
Rumbo al sur, la soleada y playera Geraldton es el gran puerto del Medio Oeste, ruta de minerales, trigo, ganado, gasolina, fertilizantes. Este comercio y la pesca le permiten abstraerse de un turismo muy interesado por los vientos de la zona, favorables al surf. Al viento se le honra en Champion Beach con una escultura dise?ada para desencadenar sinfon¨ªas los d¨ªas de tormenta y dedicada a C¨¦firo, dios griego de los vientos. Griegos e italianos se han desplegado con alegr¨ªa por Australia, sum¨¢ndose a la mezcla racial de una Geraldton atestada de establecimientos regentados por orientales. Esta tierra, eso s¨ª, pertenece a los yamaji, como recuerdan unos grandes huevos de em¨² artificiales en el paseo mar¨ªtimo y las dependientas de The Marra, la galer¨ªa de arte donde cabe ilustrarse sobre c¨®mo los abor¨ªgenes impulsaron las minas de ocre.
The Rocks, el barrio de S¨ªdney, requiere buenas piernas para explorar sus empinadas calles
La cima del monte Scott conmemora el hundimiento en 1941 por un carguero alem¨¢n del HMAS Sydney II con una gran c¨²pula, entorchados, banderas¡ y la escultura de una mujer que escruta el mar esperando a los que nunca volver¨¢n. Desde ah¨ª, la panor¨¢mica de Geraldton es estupenda.
El viento y la vastedad oce¨¢nica inspiran un sinf¨ªn de monumentos conmemorativos en esta costa con debilidad por los naufragios, como varios kil¨®metros hacia el sur certifican los distintos miradores de Cervantes, cada uno advirtiendo sobre los barcos destrozados por el cintur¨®n de coral que espumea en el horizonte.
El lugar recibi¨® su nombre de un capit¨¢n ingl¨¦s que se supone ley¨® con pasi¨®n El Quijote y quiso rendir homenaje al manco, si bien la huella espa?ola fue anecd¨®tica hasta que en los sesenta se urdi¨® un callejero de espa?ola nomenclatura. C¨¢diz, Arag¨®n, Barcelona¡ conforman este pueblo impoluto que proh¨ªbe la entrada de perros en la playa vac¨ªa y basa buena parte de su salud financiera en el negocio de la langosta, que se captura por toneladas y se cocina virgueramente en la calle Madrid, satisfaciendo los paladares de viajeros que digieren el crust¨¢ceo durante la excursi¨®n a Los Pin¨¢culos, un desierto vecino saturado de fant¨¢sticas rocas como agujas.
Perth
A dos horas y media restallan las fachadas acristaladas de Perth, la ciudad del surf regada por el r¨ªo Swan. Ciclistas, pel¨ªcanos, lagunas, cormoranes o minibosques tambi¨¦n coinciden con ejecutivos, lanchas acu¨¢ticas y moteros, planteando una versi¨®n inusualmente eco de lo que puede ser una ciudad. Con sus 2.000 especies de plantas aut¨®ctonas, el Kings Park sublima el esp¨ªritu naturalista de una urbe que procura desde peque?os cruceros fluviales hasta visitas guiadas por la Perth de los wadjuk ¡ªlos ind¨ªgenas locales¡ª, adem¨¢s de veladas en las terrazas del barrio de Northbridge, reino del grafiti y el relax.
Melbourne
A tres horas de vuelo, Melbourne introduce a la Australia vanguardista con su cogollo de rascacielos alineados junto al r¨ªo Yarra. ¡°Diez a?os aqu¨ª son como cien en una ciudad europea¡±, afirman los que conocen ambos continentes y se asombran ante los vertiginosos cambios de la que, aseguran, es la sociedad multicultural m¨¢s exitosa del mundo. El callejeo por el ¨¢rea de South Bank corrobora la afirmaci¨®n, y tiene en Degraves Street y sus alrededores un n¨²cleo de memorables cruces gastron¨®micos.
Las numerosas terrazas y un horario comercial que a menudo se alarga hasta las nueve de la noche distinguen a Melbourne del resto de ciudades australianas, porque la influencia mediterr¨¢nea ha dinamizado la relaci¨®n de los anglosajones con la calle pese a la meteorolog¨ªa en extremo variable.
El tranv¨ªa es gratuito en el centro urbano, facilitando desplazarse de la impresionante Biblioteca Municipal a la antigua Chinatown, de la Corte Suprema al Etihad Stadium, si bien para ver un partido de footy, ese popular¨ªsimo rugby aut¨®ctono con aires de f¨²tbol, vale la pena abandonar el ¨¢rea de tranv¨ªa gratuito y asomarse por las instalaciones del Melbourne Cricket Ground, estadio multiusos y santuario de los grandes deportes nacionales.
En Lakefield hay que acampar a prudente distancia del r¨ªo, por los cocodrilos
Canberra
Entre la industriosidad de Melbourne y el encanto de la tur¨ªstica S¨ªdney, la discreta Canberra fue salom¨®nicamente elegida capital del pa¨ªs. Los grandes espacios abiertos perfilan n¨ªtidamente una arquitectura gubernamental presidida por el Parlamento y un m¨¢stil de 81 metros en el que ondea una bandera nacional de 15 kilos frente a la que llevan meses acampando grupos de abor¨ªgenes que reclaman soberan¨ªa. En el otro extremo de una larga l¨ªnea recta que atraviesa el precioso lago artificial adornado por un g¨¦iser se yergue el War Memorial, la monumental construcci¨®n que rinde homenaje a los militares muertos.
La Universidad Australiana de Canberra (ANU), situada entre las 20 mejores del mundo, es el otro gancho urbano. Recorrer en bicicleta los campus da una idea del orden local y del poder de las universidades, que se han convertido en el segundo sector econ¨®mico del pa¨ªs a base, sobre todo, de matricular a un 70% de asi¨¢ticos.
S¨ªdney
Ya en la costa este, S¨ªdney, la ciudad m¨¢s grande de Australia, deslumbra con la espectacularidad de su bah¨ªa y con una oferta hist¨®rica, gastron¨®mica y cultural que la distingue entre las mecas de la buena vida. Si el Darling Harbour permite disfrutar de restaurantes y actuaciones a pie de puerto, pasear por un jard¨ªn chino o pasmarse con las criaturas de su fenomenal acuario, The Rocks, el barrio m¨¢s antiguo, es un chispazo de Europa que requiere buenas piernas para explorar sus empinadas callejuelas, versi¨®n de una Glasgow al sol. Abajo, a ras de agua, el que fuera puente de un solo arco m¨¢s grande del mundo y el espl¨¦ndido edificio de la ?pera, del arquitecto dan¨¦s Jorn Utzon, configuran la estampa emblem¨¢tica de una ciudad con una impresionante red de ferris que conecta los m¨¢s de 70 puertos y playas.
Brisbane
Brisbane propone un urbanismo m¨¢s sencillo. Tiene su r¨ªo surcado por las tur¨ªsticas embarcaciones City Cats, sus grullas y cacat¨²as pululando por las cuatro manzanas centrales que absorben el ajetreo cotidiano; tiene barbacoas gratuitas en el ¨¢rea de South Bank, donde miles de urbanitas descalzos se tumban de p¨ªcnic; tiene avenidas bien ventiladas y, coronando el parque King Edward, el Windmill, el edificio m¨¢s antiguo del Estado de Queensland, privilegiada atalaya de la ciudad. Aunque el gran quid de Brisbane es ejercer de trampol¨ªn hacia, como afirma el escritor Bill Bryson, ¡°el equivalente oce¨¢nico a la selva oce¨¢nica, el ser vivo m¨¢s grande de la Tierra¡±: la Gran Barrera de Coral.
Gran Barrera de Coral
Los 2.900 arrecifes a lo largo de m¨¢s de 2.000 kil¨®metros que incluyen 900 islas suponen uno de los grandes espect¨¢culos naturales de la Tierra. Remontando la costa de Queensland, la isla de Fraser aporta la primera maravilla: el coloola (un ins¨®lito bosque tropical de eucaliptos y acacias altos como secuoyas incrustados en la misma arena), que se tiende por playas interminables desde las que se avistan ballenas. Con permisos es posible acampar cerca del paradisiaco lago Mckenzie, respetando las reglas para evitar el ataque de dingos, los perros salvajes. Si se prefiere dormir en la seguridad continental, cabe la opci¨®n de volver en ferri a la pr¨®xima Harvey Bay y contemplar c¨®mo escuadrones de murci¨¦lagos atraviesan el pueblecito al caer el sol buscando fruta para cenar.
Rumbo norte, combinando llanuras verde p¨¢lido con formaciones de eucaliptos y campos de ca?a de az¨²car, Lady Musgrave es la isla m¨¢s aconsejable para el primer contacto con el coral, porque si bien Lady Elliot se sit¨²a m¨¢s al sur, esta se ha convertido en un resort demasiado exclusivo, artificial. F¨®siles de conchas y corales alfombran la orilla blanca de Lady Musgrave, cuyo interior es selv¨¢tico. Bucear en estas aguas transparentes como el aire es una fiesta de budiones y labros, peces payaso o mariposa, y gobios que se deslizan entre algas y cuchillas de coral.
Vale la pena ver un partido de footy, ese popular rugby aut¨®ctono con aires de f¨²tbol
Las inmersiones son una constante de un litoral que tiene en las islas Whitsundays un punto de encuentro de mochileros juerguistas, si bien la hermosura del espacio encandila a cualquiera. Airlie Beach es la poblaci¨®n desde donde alcanzar la cumbre del monte Geoffrey¡¯s, en la isla de South Molle, para regalarse unas vistas asombrosas antes de descender hasta la ir¨®nica Sandy Beach, forrada de f¨®siles puntiagudos y crujientes.
Siempre hacia el norte, Hinchinbrook: la mayor isla catalogada como parque nacional del mundo y la m¨¢s larga del arrecife. Fascina su salvajismo. Solo se admiten 45 personas explorando a la vez en esta mole que perteneci¨® a los bandjin y los giramay y nunca fue conquistada por colonos. La sensaci¨®n de vivir en otra era geol¨®gica est¨¢ aqu¨ª garantizada.
Isla Magnetic y Cairns despuntan como agradables eslabones en esta ruta que tiene en Cooktown un destino necesario, porque fue donde James Cook desembarc¨®, inaugurando la colonizaci¨®n de Australia. Viento y belleza entre un pu?ado de avenidas con palmeras abocadas al mar. Adem¨¢s de la previsible estatua de James Cook, una roca se?ala el lugar donde el explorador puso pie en tierra.
La Gran Barrera afronta su ¨²ltimo trecho en Cabo York, ese cuerno del noreste australiano exclusivo para amantes de la aventura. El trayecto debe hacerse por tierra adentro y en todoterreno, porque la costa resulta impracticable.
En el parque nacional de Lakefield hay que acampar a prudente distancia del r¨ªo, por los cocodrilos. Al amanecer pueden verse canguros merodeando las tiendas.
Weipa ofrece la ¨²ltima cama m¨¢s o menos convencional antes del gran norte. Monta?as de neum¨¢ticos gigantes dan la bienvenida a este enclave con campin donde los obreros que abren carreteras y explotan minas conviven con los abor¨ªgenes, que de aqu¨ª en adelante se convierten en la poblaci¨®n casi exclusiva.
Enormes ruedas de madera y torres coronadas por veletas imprimen una est¨¦tica de western matizada por el bosque tropical, la galaxia de termiteros de hasta seis metros de altura y una mara?a de r¨ªos y riachuelos.
Hacia Batavia Downs, las termitas se reproducen hasta la intimidaci¨®n mientras en torno al r¨ªo Wenlock se acumulan nubes de mosquitos. En la antigua Moreton Telegraph Station, una pareja de rangers mantiene las instalaciones ¨²tiles para conectar el interior de esta regi¨®n con la Australia moderna. La laguna de Sheldon y sus plantas carn¨ªvoras preceden a las peque?as piscinas naturales escalonadas de Twin Falls. Hasta que Bamaga despide a la jungla. De esta discreta ciudad aborigen zarpan los ferris a Pap¨²a Nueva Guinea y sale la carretera que desemboca en la arista rocosa donde, seg¨²n una placa salpicada por aguas de dos oc¨¦anos, termina Australia. A la derecha, las olas del Pac¨ªfico. Al otro lado, murmullos del ?ndico.
Gabi Mart¨ªnez es autor de la novela Las defensas (Seix Barral).
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