Taboga, isla de conquistadores y piratas
Refugio de Francisco Pizarro, Henry Morgan o Paul Gauguin, la diminuta isla paname?a es hoy un para¨ªso playero a media hora en ferri de la capital
La diminuta isla paname?a de Taboga no solo es c¨¦lebre por su belleza, sino por haber protagonizado algunos de los cap¨ªtulos m¨¢s importantes de la historia de Am¨¦rica. Debe su importancia a un accidente geol¨®gico: el litoral de Ciudad de Panam¨¢, primer asentamiento espa?ol en la orilla del oc¨¦ano Pac¨ªfico, fundado por Pedrarias D¨¢vila en 1519, tiene poca profundidad, por lo que los exploradores que quer¨ªan entrar o salir por mar deb¨ªan acudir a esta isla de unos 12 kil¨®metros cuadrados, a 20 kil¨®metros del continente, en cuya bah¨ªa s¨ª pod¨ªan atracar los barcos de mayor calado. Los conquistadores Francisco Pizarro y Diego de Almagro la convirtieron en su base de operaciones en la d¨¦cada de 1520. Desde aqu¨ª organizaron las primeras expediciones para explorar la costa de lo que luego se conocer¨ªa como Am¨¦rica del Sur en precarias embarcaciones de madera en las que apenas cab¨ªan 30 o 40 hombres.
El turista que hoy visite la isla, para lo que solo necesita unos 25 d¨®lares ¡ª5 para el Uber que lleva desde el centro hist¨®rico de Panam¨¢ hasta la isla Perico, y 20 para el ferri que cada hora hace el trayecto de ida y vuelta hasta Taboga en unos 30 minutos¡ª, todav¨ªa puede acercarse al lugar donde durmi¨® Pizarro la noche antes de iniciar la conquista de Per¨², ocupado actualmente por una fea casa de ladrillo de color amarillo. A menos de 300 metros se encuentra la iglesia de San Pedro, donde los conquistadores rezaron y comulgaron antes de embarcar. La primera casa se encuentra en la calle de Francisco Pizarro y la iglesia al final de la calle de Diego de Almagro, los dos ejes principales de esta isla donde no hay rastro de leyenda negra, algo bastante infrecuente en un pa¨ªs como Panam¨¢, que, a pesar de los excesos que cometieron sobre las poblaciones originarias conquistadores como Pedrarias D¨¢vila o Gonzalo de Badajoz, tiene como h¨¦roe nacional al descubridor en 1513 del oc¨¦ano Pac¨ªfico, Vasco N¨²?ez de Balboa. ?l da nombre a la moneda nacional, al puerto y a la principal avenida de la capital del pa¨ªs.
Precisamente entre las calles Almagro y Pizarro se encuentran la media docena de hoteles que permiten al turista hacer noche en Taboga. Se puede elegir entre el lujo de Villa Caprichosa, decorado como si fuese un palacete rococ¨® de la Francia del XVIII, que dispone de suites con piscina privada por 200 euros la noche, hasta los m¨¢s prosaicos hotel Mundi o Inn Cerrito Tropical, cuyas habitaciones rondan los 50 euros. En cualquiera de ellos lo m¨¢s importante es asegurarse una habitaci¨®n con vistas a la bah¨ªa de Taboga y recordar la ¨¦poca en que esta isla era parada obligatoria de la principal ruta que vertebraba el imperio espa?ol.
Objetivo de corsarios
Consolidada la expansi¨®n espa?ola en Am¨¦rica del Sur, esta isla pas¨® a ser una escala necesaria para los viajeros que atravesaban el Atl¨¢ntico desde Sevilla. Desembarcaban en el puerto caribe?o de Portobelo y atravesaban el istmo de Panam¨¢ por el camino de Cruces, a caballo, a pie o en barca, hasta llegar a Ciudad de Panam¨¢, donde unas canoas los conduc¨ªan hasta los galeones que los aguardaban en Taboga para iniciar el trayecto final del viaje hasta Per¨², el virreinato m¨¢s poderoso junto con M¨¦xico de los dominios espa?oles en Am¨¦rica. Precisamente, esta prosperidad convirti¨® Taboga en objetivo de los principales piratas de los siglos XVII y XVIII. El ingl¨¦s Henry Morgan atac¨® la isla despu¨¦s de destruir Ciudad de Panam¨¢ en 1671, mientras que Richard Hawkins o William Dampier aprovecharon sus manantiales para hacer aguada, al tiempo que acechaban a las flotas espa?olas. El ¨²ltimo de estos marinos ingleses que la asalt¨® fue el capit¨¢n ?John Illingworth, quien, en 1819, tras quedarse sin empleo en la Marina ?Real brit¨¢nica al finalizar las guerras napole¨®nicas, se puso al servicio de los insurgentes hispanoamericanos, por cuyo encargo destruy¨® gran parte de sus edificios originales, aunque tuvo que retirarse debido a la resistencia de la poblaci¨®n.
Tras la declaraci¨®n de independencia de Panam¨¢ en 1821, esta isleta qued¨® como uno de los escasos reductos espa?oles en el hemisferio. En 1824, 300 a?os despu¨¦s de la llegada de los primeros conquistadores, los ¨²ltimos soldados que la habitaron tuvieron que cruzar el oc¨¦ano Pac¨ªfico hasta las Filipinas, a bordo de la fragata Santander, ya que en todo el continente americano no quedaba ni un solo puerto en manos del ej¨¦rcito realista.
Un ilustre hu¨¦sped
Al desaparecer el imperio espa?ol, Taboga no recuperar¨ªa su esplendor hasta la d¨¦cada de 1850, durante la fiebre del oro en California, cuando fue visitada por el que unos a?os despu¨¦s ser¨ªa h¨¦roe de la guerra de Secesi¨®n y decimoctavo presidente de Estados Unidos, Ulysses S. Grant. Pero sobre todo fue a partir de 1880, cuando el ingeniero franc¨¦s Ferdinand de Lesseps la utiliz¨® como centro de descanso y recreo para los trabajadores del canal de Panam¨¢, una de las mayores obras de ingenier¨ªa de la historia. Esta situaci¨®n provoc¨® en el verano de 1886 la decepci¨®n de uno de sus m¨¢s ilustres hu¨¦spedes, el pintor Paul Gauguin, que esperaba llegar a una isla desierta en la que retratar sus para¨ªsos virginales ajenos a la civilizaci¨®n y la encontr¨® en cambio llena de empleados del canal, de turistas y con los precios por las nubes.
En la playa de la Restinga, cerca del muelle, se puede disfrutar de un arroz con marisco o un zumo de papaya
Hoy Taboga, tambi¨¦n llamada Isla de las Flores por su exuberante vegetaci¨®n tropical, es uno de los lugares de ocio favoritos de los paname?os, lejos del bullicio y del frenes¨ª de la capital. En su playa de la Restinga, cerca del muelle, es posible disfrutar de unos pinchos de carne, un arroz con marisco o un zumo de papaya mientras se admira la peque?a bah¨ªa por la que en el pasado transitaron conquistadores espa?oles y piratas ingleses. Los turistas que prefieran el ejercicio f¨ªsico pueden recorrer el sendero de tres kil¨®metros que asciende hasta el cerro de la Cruz, desde cuya cumbre se alcanza a ver no solo San Pedro y la bah¨ªa de Taboga, sino tambi¨¦n la propia Ciudad de Panam¨¢.
Enrique Bocanegra es escritor de ¡®Un esp¨ªa en la trinchera¡¯ (Tusquets Editores) y director de la Casa Natal de Vel¨¢zquez.
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