Viaje a los or¨ªgenes de la Bauhaus
Las ciudades alemanas de Weimar, Dessau y Berl¨ªn en una estimulante ruta que celebra el centenario de la escuela que revolucion¨® el arte y la arquitectura, visitando casas originales, exposiciones y nuevos museos para 2019
En 1919 el mundo se par¨® en Weimar. O se aceler¨®. La Constituci¨®n alemana que dio paso a la Rep¨²blica se aprob¨® all¨ª y entr¨® en vigor el 11 de agosto de aquel a?o en la Asamblea que hoy es el teatro de la ciudad. Un sobrio reclamo, en letras de bronce, conmemora ese d¨ªa en el lado izquierdo de la fachada. Es un memorial muy moderno, es decir, muy contenido. Fue el primer dise?o que Walter Gropius hizo para la Bauhaus. El arquitecto hab¨ªa llegado a Weimar durante el invierno anterior para dirigir la revolucionaria escuela de arte, arquitectura, teatro y oficios art¨ªsticos que en 2019, resucitada, cumple 100 a?os.
¡°Si no te portas bien, te llevaremos a la Bauhaus¡±. El profesor Winfried Speitkam se quita las gafas y levanta las cejas antes de sonre¨ªr. Preside la universidad que lleva el nombre de la m¨ªtica escuela. Y con esa an¨¦cdota trata de resumir el ambiente en Weimar durante sus dif¨ªciles comienzos. El grupo de artistas encabezado por Gropius y Johannes Itten era tomado en la ¨¦poca como una banda de extravagantes. Sin embargo, a nadie se le escapaba que soplaban aires de cambio. La Rep¨²blica de Weimar acababa de estrenarse y, a pesar de la convulsi¨®n de haber perdido la Primera Guerra Mundial, se respiraba el entusiasmo que trae consigo cualquier novedad. As¨ª, aunque al meticuloso Gropius no tardaron en apodarlo The Silver Prince (el pr¨ªncipe de plata) ¡ªfue cosa del pintor Paul Klee¡ª, el futuro comenzaba a asociarse con un progreso revolucionario. Revoluci¨®n, he aqu¨ª la palabra que m¨¢s se repiti¨® en esta ambiciosa instituci¨®n que no distingu¨ªa entre la pintura, el teatro o la cer¨¢mica y que terminar¨ªa por identificar la arquitectura m¨¢s austera con la que han crecido las ciudades de medio mundo. Es curioso ese paso ¡ªde la ambici¨®n te¨®rica a la dura realidad¡ª, porque aunque el primero de los cuatro directores de la Bauhaus fue el arquitecto Walter Gropius (1883-1969), este defend¨ªa que los dise?adores deb¨ªan formarse en todos los campos: de los trabajos textiles al mobiliario, pasando por los metales, antes de atreverse con la arquitectura. Esos prop¨®sitos florecieron en propuestas de vanguardia y apenas tres lustros despu¨¦s fueron engullidos por una de las involuciones m¨¢s dolorosas de la historia: la llegada del nazismo.
Hoy, un siglo despu¨¦s de aquellos primeros pasos de una escuela pionera que parec¨ªa cosa de locos, sus profesores copan los manuales de historia del arte moderno. Las obras de exalumnos y exprofesores ¡ªde Kandinsky a Marcel Breuer, pasando por Anni Albers o Marianne Brandt¡ª alcanzan las cotizaciones m¨¢s disparadas en las subastas. Sus edificios c¨²bicos y sin ornamentos siguen pareciendo futuristas. El mobiliario de tubo met¨¢lico contin¨²a asoci¨¢ndose a la vanguardia, las coloristas escenograf¨ªas del ballet tri¨¢dico resultan tan rompedoras como hace 100 a?os y las tipograf¨ªas actuales beben todav¨ªa de la limpieza de las que empleaba esta legendaria escuela.
Puede que a¨²n no hayamos sabido digerir tanta modernidad. Pero est¨¢ claro que hemos perdido su optimismo: una mala interpretaci¨®n de su voluntad de desnudar los edificios para democratizar la vivienda ha colapsado las urbes con barrios que asocian mala construcci¨®n con arquitectura sencilla. Por eso es tan importante visitar los inmuebles originales. Entrar en las casas de los maestros o pasear por la escuela que explica, sin teor¨ªas, lo que puede llegar a ser la mejor arquitectura moderna: espacios funcionales donde moverse, instalarse, trabajar y vivir mejor. Mucho mejor.
1 Weimar
M¨¢s all¨¢ de que hoy sea Tel Aviv y sus 4.000 edificios bauhasianos el lugar con m¨¢s herencia de esta escuela, los dos escenarios donde todo empez¨® est¨¢n en Alemania. Y el primero, Weimar, est¨¢ de aniversario. La ciudad de Goethe sigue siendo la hermosa y pulida urbe cl¨¢sica que fuera durante su esplendor, cuando se terminaba el siglo XVIII y amanec¨ªa el XIX.
A poco m¨¢s de dos horas en tren de Fr¨¢ncfort, Weimar est¨¢ viva aunque parezca congelada en su edad de oro. Su centro hist¨®rico fue declarado patrimonio mundial en 1998. Aunque, parad¨®jicamente, fueron las huellas modernas que la Bauhaus dej¨® en la ciudad las que primero reconoci¨® la Unesco, en 1996, junto a otros sitios bauhasianos en Dessau o Bernau.
La Universidad Bauhaus que preside hoy Winfried Speitkam ocupa algunos de esos edificios monumentales en los que, a pesar de estar protegidos, uno puede entrar libremente a observar los quehaceres de los estudiantes. Los conserjes son amables; les pides que te muestren el despacho del director y buscan la llave. Como cuando Gropius aterriz¨® por all¨ª, sigue siendo un lugar vivo. Hoy estudian aqu¨ª 4.100 alumnos de 71 pa¨ªses.
Demos dos zancadas atr¨¢s en el tiempo para poder alcanzar el origen de la modernidad bauhasiana. Durante la ¨¦poca dorada de la ciudad de Weimar ¡ªla de Goethe y Schiller¡ª reinaba la regente Anna Amalia (1739-1807), que hizo construir y dio nombre a la biblioteca rococ¨® m¨¢s famosa del mundo. Un retrato de su hijo, Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach, preside la sala de lectura. Ser¨ªa el nieto de este ¨²ltimo, Carlos Alejandro, quien creara en 1860 las Escuelas de Bellas Artes y Artes Aplicadas del Gran Ducado. Y ser¨ªan esos centros los que, medio siglo despu¨¦s, se transformar¨ªan en los edificios art nouveau que su entonces director, el belga Henry van de Velde, dise?¨® con grandes ventanales como escuela de escultura. Esa instituci¨®n terminar¨ªa por acoger el vanguardista despacho de direcci¨®n de Walter Gropius que todav¨ªa se visita.
Uno aprende en Weimar que la modernidad y el clasicismo est¨¢n m¨¢s cerca de lo que parece. Les une el orden que caracteriza cualquier movimiento que termina por convertirse en atemporal. Eso le ha pasado al despacho de Walter Gropius (quien acabar¨ªa sus d¨ªas dirigiendo la Escuela de Arquitectura de Harvard, en Estados Unidos). Parece mentira que sean de 1919 la silla amarilla de Gropius, su alfombra a cuadros y la l¨¢mpara de tubos fluorescentes que pende del techo y que ¨¦l mismo dise?¨®. Como sucede con casi todo lo que produjo esta escuela, tambi¨¦n el despacho del director contin¨²a siendo un espacio de vanguardia incluso en 2019.
Junto a los edificios que dise?ara Van de Velde, otros seis inmuebles de la Bauhaus han sido reconocidos como patrimonio mundial. Uno de ellos es la Haus Am Horn (Am Horn, 61), el primer ejemplo de estilo puramente Bauhaus; es decir, una casa funcionalista, blanca y libre de ornamentos. Su autor, Georg Muche, la levant¨® en 1923 para la primera exposici¨®n de la Bauhaus. Al viajero le servir¨¢ como anuncio de lo que le espera en un periplo por los escenarios de la escuela catalogada como la mejor del siglo XX.
La locura a la que alude el profesor Speitkam asociada a la vanguardia art¨ªstica se entiende de un plumazo contemplando los exc¨¦ntricos disfraces que el maestro de escenograf¨ªa Oskar Schlemmer (1888-1943) ide¨® para sus ballets tri¨¢dicos. Weimar inaugura en este centenario un nuevo Museo Bauhaus, cuya apertura est¨¢ prevista para el 6 de abril de 2019 y en el que podr¨¢n verse esos vestuarios, cer¨¢micas, maquetas y mobiliario ideado por profesores y alumnos de la escuela. El germen de la colecci¨®n son las piezas de un museo anterior ¡ªya cerrado¡ª que se mudan ahora a un edificio nuevo obra de Heike Hanada, un minimalista cubo de hormig¨®n.
Adem¨¢s de la Facultad estilo jugendstil de la primera Bauhaus, Van de Velde proyect¨® su propia casa en las afueras de Weimar, en Gera. Llegar hasta all¨ª sirve para entender c¨®mo se allana el camino desde el clasicismo hasta alcanzar la desnudez bauhasiana. No en vano fue el propio Van de Velde quien consider¨® que Walter Gropius llevar¨ªa modernidad al empe?o revolucionario de la escuela y lo propuso como director. El entonces marido de la compositora Alma Mahler se instal¨® en la calle que hoy lleva su nombre, Gropius-Strasse. Corr¨ªa febrero de 1919. Seis meses m¨¢s tarde firmar¨ªa su sobrio monumento conmemorativo al nacimiento de la Alemania democr¨¢tica en la fachada de la asamblea. ¡°Eran tan liberales que no se opusieron a los nazis cuando estos se presentaron¡±, comenta el gu¨ªa. Efectivamente, la llegada del nacionalsocialismo forz¨® la salida de la escuela de la ciudad. Tambi¨¦n su refundaci¨®n en Dessau, a dos horas y media hacia el noreste, en un edificio ic¨®nico, ya completamente moderno.
2 Dessau
En Dessau, la escuela dise?ada por Gropius es un reclamo de la modernidad ¡ªse puede visitar¡ª. Tambi¨¦n fue una isla durante los a?os de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y marc¨® la paradoja de que los paup¨¦rrimos bloques de hormig¨®n del Este tuvieron muy poco que ver con la austeridad que defend¨ªa esta luminosa, ingeniosa y l¨²dica escuela. Las Laubengangh?user, las corralas dise?adas por Hannes Meyer ¡ªquien sustituir¨ªa a Gropius en la direcci¨®n de la escuela en 1928¡ª, tambi¨¦n se visitan. Su arquitecto defend¨ªa ¡°las necesidades de la gente por encima de las necesidades del lujo¡±. La Unesco premi¨® ese esfuerzo declar¨¢ndolas patrimonio mundial en 2017.
Lo mejor de la escuela levantada en 1925 es que todav¨ªa parece futurista. Y sin embargo funciona. Rojos, azules o amarillos subrayan las vigas, los cambios de rasante o las escaleras. Los radiadores pintados de negro est¨¢n colgados en alto, como si fueran esculturas abstractas. El auditorio tiene sillas fijas con lonas en lugar de tapicer¨ªas. El pav¨¦s deja pasar la luz a cada rinc¨®n de la cantina, las estancias y las clases. Un espacio que sorprende en cada esquina. ?La raz¨®n? Deja boquiabierto con una idea que mejora la vida en el interior, no con una ocurrencia. Hoy aqu¨ª hay una tienda de regalos que parece un museo con muchos de los dise?os ideados por los arquitectos y pintores de la escuela, ahora a la venta como el arte democr¨¢tico que buscaban hacer. Adem¨¢s, uno puede dormir (por 40 euros, reservando en la web de la Bauhaus Dessau Foundation) en una de las estancias con los altillos y los balcones a los que Marcel Breuer, Josef Albers, Margret Rey o Max Bill se asomaron en los populares retratos que los estudiantes se hac¨ªan fumando.
M¨¢s all¨¢ de revolucionar las artes, la Bauhaus tambi¨¦n anunci¨® la revoluci¨®n feminista. La anticip¨®, no la desarroll¨®, porque Anni Albers, Gunta St?lzl o, la m¨¢s conocida de todas, Marianne Brandt estaban entre el alumnado, no dando clase. Brandt representa adem¨¢s la alumna bauhasiana por excelencia. Con la posibilidad de probarlo todo, no quiso ser solo escultora, pintora, dise?adora o fot¨®grafa. Las artistas totales de la Bauhaus tambi¨¦n fueron mujeres.
Los profesores viv¨ªan a unos pasos de la escuela. Kandinsky conviv¨ªa con Klee. Por fuera las viviendas eran ¡ª?lo adivinan?¡ª blancas y c¨²bicas. Por dentro cada uno decid¨ªa su vida. Kandinsky ten¨ªa una casa muy oscura; Klee, poco amueblada. Oskar Schlemmer viv¨ªa pared con pared con el arquitecto Georg Muche. Gropius, que dise?¨® todas esas casas, ten¨ªa una para ¨¦l solo. Era el director. Las casas ¡ª?se visitan en versi¨®n original y reconstruida, reinterpretada m¨¢s bien, por Bruno Fioretti en 2014¡ª son el ejemplo perfecto de un estudio-vivienda en el que poder vivir y trabajar.
En el muro que bordea esas viviendas est¨¢ la ¨²nica obra de Mies van der Rohe que hay en Dessau. Mies (1886-1969), que ser¨ªa el director de la escuela cuando esta, en su segunda huida del nazismo, se instalara en Berl¨ªn, dise?¨® un quiosco que hoy funciona como bar con la barra abierta a la calle (Ebertallee, 59). Casi no se ve. Cerrado se confunde con el propio muro.
En septiembre de 2019 Dessau inau?gurar¨¢ tambi¨¦n su museo. Los muebles, carteles, escenograf¨ªas, tejidos o disfraces podr¨¢n verse en un nuevo edificio firmado por el estudio espa?ol Gonz¨¢lez Zabala, una prueba m¨¢s de la internacionalizaci¨®n de la escuela. Y de su puesta al d¨ªa. Es importante celebrar lo que dura. Eso es la Bauhaus.
Las propias fiestas de la escuela eran famosas. Estudiantes y profesores pasaban semanas cosiendo disfraces y construyendo escenograf¨ªas. Buscaban conocerse. Sab¨ªan que deb¨ªan anunciar a los habitantes de Weimar primero y Dessau despu¨¦s que, aunque parecieran raros, todo lo que aprend¨ªan en aquella escuela buscaba hacer la vida m¨¢s f¨¢cil, m¨¢s ingeniosa, m¨¢s imaginativa y m¨¢s democr¨¢tica. Puro idealismo. El nazismo puso fin a ese experimento en 1933 y, aunque hubo otros intentos de hacer renacer los ideales de la escuela, el entusiasmo se disolvi¨®. La obra de sus profesores y sus estudiantes pas¨® a escribir las p¨¢ginas m¨¢s rompedoras de la historia del arte moderno. Se cumplen 100 a?os del experimento. En ning¨²n momento han dejado de ser vanguardia.
3 Berl¨ªn
Walter Gropius culmin¨® su colaboraci¨®n con la escuela de manera p¨®stuma. Para cuando en 1979 el Archivo de la Bauhaus abri¨® sus puertas en la capital alemana ¡ªdonde ha estado durante d¨¦cadas¡ª, el autor del edificio llevaba una d¨¦cada muerto. Gropius no pudo ver su emblem¨¢tico dise?o levantado. Los singulares tragaluces que iluminan la mayor colecci¨®n del mundo de mobiliario bauhasiano confieren al edificio un aire fabril inesperado, pero muy acorde con los ideales de la escuela.
El inmueble, que atesora la documentaci¨®n de la instituci¨®n, tuvo que esperar tres lustros de permisos para poder construirse. Pero con el tiempo su fama se multiplic¨®. Y el Archivo, en medio de un parque de m¨¢s de 10 kil¨®metros de largo, fue qued¨¢ndose peque?o. Por eso, como traca final del centenario, el hoy llamado Museo de Dise?o y Archivo de la Bauhaus reabrir¨¢ sus puertas multiplicado por tres. El centro abandonar¨¢ la sede temporal en Charlottenburg que ha ocupado durante las obras y regresar¨¢ a la orilla del canal Landwehr. El estudio berlin¨¦s Staab firma una ampliaci¨®n muy respetuosa: una caja c¨²bica de vidrio que no rozar¨¢ la arquitectura de Gropius. En el interior, la muestra Original Bauhaus (desde el 6 de septiembre de 2020) recuperar¨¢ dise?os menos conocidos que las sillas de Breuer o las teteras de Marianne Brandt. Lo har¨¢ como los buenos profesores: contar¨¢ c¨®mo fueron ideados y permitir¨¢ que los visitantes participen en cursos como los que realizaban los alumnos de la Bauhaus para descubrir qu¨¦ les interesaba. As¨ª, rendir¨¢ homenaje a una escuela cuya existencia dur¨® 14 a?os y cuya vida, un siglo despu¨¦s de su fundaci¨®n, empieza a parecer infinita.
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