Piedras sublimes en una refinada ruta soriana
Del arco romano de Medinaceli al bonito burgo de Soma¨¦n y el monasterio cisterciense de Santa Mar¨ªa la Real de Huerta, bosques, patrimonio y gastronom¨ªa en el Alto Jal¨®n
El fr¨ªo ya no es lo que era, ni siquiera en Soria. Incluso en pleno enero, esta provincia tan bonita como poco pateada se presta a estupendos paseos de invierno. Basta esperar un fin de semana soleado y tomar algunas precauciones que b¨¢sicamente consisten en asegurarse parada y fonda con buenos platos de cuchara y buenas chimeneas. Ambas cosas abundan a lo largo del curso del Alto Jal¨®n, en la esquina inferior soriana, muy a mano desde Madrid, Zaragoza y hasta Catalu?a. Por aqu¨ª la parca gram¨¢tica del paisaje castellano tiene tambi¨¦n algo ya de aragon¨¦s y un s¨ª es no es de manchego a ratos.
El Jal¨®n nace en la sierra Ministra, muy cerca de Medinaceli. Una ciudad tan antigua y monumental que merece cap¨ªtulo (y excursi¨®n) aparte: basta decir que su arco triunfal romano fue el edificio elegido como icono para se?alizar monumentos hist¨®ricos por las carreteras espa?olas. Aqu¨ª el dibujito/abstracci¨®n del arco es m¨¢s apropiado que en ning¨²n otro rinc¨®n ib¨¦rico: gu¨ªa los pasos hacia el arco de verdad, de s¨®lida piedra. A sus pies y los del cerro donde lleva plantado 2.000 a?os, el valle del Jal¨®n se encajona pronto en un tramo de gargantas y hoces excavadas en la roca caliza y anaranjada.
El paisaje se pone interesante: el coche corre por la antigua Nacional?II, junto a los frondosos bosques de ribera. Cuando se construy¨® la autopista paralela, un poco m¨¢s al norte, el tr¨¢fico entre Madrid y Barcelona dej¨® de recorrerla, y uno puede darse el lujo de ir despacio y hasta de orillarse un poco para ver a gusto los buitres que aprovechan las corrientes cercanas y planean sobre las buitreras encajadas en los farallones. Una carreterita a la derecha lleva a la aldea de Velilla de Medinaceli. Como tantas otras de Soria, duele verla tan despoblada. Aunque no, en absoluto, descuidada: el ¨¦xodo rural llev¨® a muchas familias a vivir a ciudades m¨¢s grandes, pero cada casa est¨¢ perfectamente retejada y revocada por vecinos que no renuncian a volver a la menor ocasi¨®n. El peque?o r¨ªo Blanco pasa a sus pies, y remontando su curso, tras un corto paseo entre campos arados y en barbecho, se llega al paraje de La Chorronera: el regato salva aqu¨ª un impresionante desnivel mediante una cascada que en invierno ruge ya desde lejos (ya nunca se congela como antes). Es un lugar que desmiente el aspecto ¨¢rido y polvoriento que atribuyen a Castilla quienes la cruzan sin mirar: hay huertos de camuesos (la dulce variedad de manzanitas locales), espinos albares, nogales antiguos, chopos de ribera, helechos y musgos, yo creo que hasta olmos viejos salvados de la grafiosis.
La torre-atalaya
Cerca, encajonado en un meandro del Jal¨®n y al pie de los farallones excavados por el r¨ªo, queda el bonito burgo de Soma¨¦n. Es un ejemplo de que los pueblos pueden nacer y morir y, a veces, resucitar. Manuel de la Torre, arquitecto especializado en restauraci¨®n de patrimonio, compr¨® y reconstruy¨® a partir de los a?os ochenta el castillo que en el siglo XIV construyeron los condes de Medinaceli sobre uno anterior, probablemente ¨¢rabe. Fue una empresa visionaria a la que se fueron sumando nuevas restauraciones con buen criterio para casas particu?lares, el rearbolado de las laderas peladas, el retejado de la iglesia y la ermita. El castillo y su torre-atalaya, junto a la antigua posada del pueblo, se han convertido en hotel, donde merece la pena hacer parada y fonda: se puede leer o vaguear al amor de las grandes lumbres de su sal¨®n principal, con su impresionante techumbre de madera rematada por un soberbio pendol¨®n. Es un buen punto de partida para pasear tranquilamente por las callejuelas del pueblo, recorrer su vega de huertas moriscas y caminar por el desfiladero que lleva a Avenales, un pueblo abandonado al fondo de los barrancos.
R¨ªo abajo, el valle se abre a la altura de Arcos de Jal¨®n, otra buena parada: la Fonda Numancia, con un siglo a las espaldas y rejuvenecida, est¨¢ siempre animada y sirve platos de enjundia, en la mejor tradici¨®n de las casas de comidas: sus menestras, torreznos y patatas a la importancia llevan siendo proto-comfort food desde mucho antes de que nacieran los abuelos de los hipsters de ¨²ltima generaci¨®n.
Gu¨ªa
- Hotel Castillo de Soma¨¦n, en Soma¨¦n (Soria).
- Hospeder¨ªa del Monasterio de Huerta, en Santa Mar¨ªa de Huerta.
- Restaurante Numacia Hostal, en Arcos de Jal¨®n.
- Sorianitelaimaginas.com
Estas son ya las tierras muy antiguas y muy guerreras de la vieja raya con Arag¨®n, lo m¨¢s parecido a un Salvaje Oeste castellano: podemos desviarnos del curso del Jal¨®n para visitar la alde¨ªta medieval de Chaorna, medio encaramada en un desfiladero y asomada a sus vegas y nozaledas; o subir a Monteagudo de las Vicar¨ªas, fortificada y casi tan bonita y sonora como su nombre; o acercarnos por tierras de color ¨®xido y siena al imponente y mellado castillo de Montuenga, que m¨¢s que elevarse sobre el teso ocre a sus pies parece tallado y medio fundido en ¨¦l; o perdernos buscando la laguna de Judes, casi siempre seca salvo que sea a?o de lluvias, pero buen motivo para pasear por los sabinares del Jal¨®n.
Para rematar, lo mejor es acercarse de nuevo al agua, como mandaban los preceptos del antiguo C¨ªster, y recalar en la f¨¢brica monumental del soberbio monasterio de Santa Mar¨ªa la Real de Huerta: su cilla, su cocina, el transepto de su iglesia y sobre todo el majestuoso refectorio del siglo XII, ¨²nico en Europa, lleno de luz y una de las cumbres del protog¨®tico europeo, son como la traducci¨®n y resumen en piedra del paisaje en torno: vasto, elegant¨ªsimo a fuerza de despojado, se?orial al ahorrarnos florituras y adornos y quedarse en las puras l¨ªneas maestras. Como si desnudarse no doliera ni costase esfuerzo, como si no fuera siempre, en arte, en arquitectura y en geograf¨ªa, lo m¨¢s duro y dif¨ªcil de todo.
Javier Montes es autor de Varados en R¨ªo (Anagrama).
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