Ceuta: enso?aci¨®n al cruzar el Estrecho
El animado Mercado Central, la modernista casa de los Dragones, las impresionantes Murallas Reales y un cusc¨²s en el monte Hacho. Una ruta redonda
Ceuta, en la punta de ?frica, es una de las dos Columnas de H¨¦rcules que enmarcan el estrecho de Gibraltar. Ocupada en 1415 por Portugal, eligi¨® quedarse con Espa?a cuando los reinos ib¨¦ricos se separaron, en 1640. Sin espacio para un aeropuerto, desde la Pen¨ªnsula se llega en barco o en helic¨®ptero, saliendo de M¨¢laga.
Ir en helic¨®ptero tiene algo de modesta aventura: unas palmeras, las aspas girando, el sonido del motor, ?frica esperando. Le cuesta levantarse, como a un abejorro, pero pronto su vuelo se hace m¨¢s gr¨¢cil, de lib¨¦lula. A la derecha queda la costa malague?a, las playas y poblaciones, el mar gris y los barcos atravesando el Estrecho. Y el Pe?¨®n, cuya silueta recuerda el dibujo de la boa que se ha tragado un elefante en El principito. En media hora se sobrevuela Ceuta. En su extremo oriental, el monte Hacho, con el fuerte y el faro blanco. En la mitad, el istmo, limitado por las murallas. M¨¢s all¨¢, las nuevas construcciones y Marruecos.
Cuando era ni?o, la ciudad sonaba a relojes baratos. Hoy suele asociarse con problemas: el barrio de El Pr¨ªncipe, popularizado por la serie de televisi¨®n del mismo nombre, el contrabando (¡°comercio at¨ªpico¡±, en la neolengua), el narcotr¨¢fico, la inmigraci¨®n ilegal. Pero eso es como centrarnos en la Ca?ada Real al hablar de Madrid.
Como es habitual, lo m¨¢s recomendable para ver est¨¢ en la parte antigua, con las plazas de ?frica y la de la Constituci¨®n. En la primera est¨¢n el Monumento a los Ca¨ªdos en la Guerra de 1859-1860, el Palacio Municipal, el parador y el santuario de Nuestra Se?ora de ?frica, con una talla g¨®tica donada por Enrique el Navegante, ese rey portugu¨¦s que alent¨® las exploraciones sin apenas moverse de su palacio.
Pegado a la de la Constituci¨®n se halla el Mercado Central, un hervidero los s¨¢bados, lleno de puestos de pescado fresco y variad¨ªsimo. Como juzgu¨¦ arriesgado llevar pescado en helic¨®ptero y luego en tren, compr¨¦ fulful bhar, una mezcla de especias para los pinchos morunos. El vendedor da a oler el piment¨®n, la pimienta, el comino, la c¨²rcuma, otra especia que no recuerdo, y dos m¨¢s, ¡°los ingredientes secretos¡±. Los va echando en una bolsita, donde forman estratos que me recuerdan el Cerro de los Siete Colores, en la argentina Purmamarca. Despu¨¦s, la hace girar varias veces, hasta que el Cerro de los Siete Colores pasa a ser una mezcla uniforme, como arena del desierto.
Ratos de placer
De la plaza de la Constituci¨®n parte una calle peatonal (llamada sucesivamente Revell¨ªn, Camoens y Real), con sus comercios y casas nobles, como la de los Dragones, modernista, con cuatro de estos seres mitol¨®gicos de metal. Tomar un caf¨¦ en el Charlotte, mir¨¢ndola, proporciona un tranquilo rato de placer. Merece la pena asomarse al portal de la Casa Trujillo, frente al Zara, con una escalera de caracol cubierta por una c¨²pula de inspiraci¨®n califal. Como edificios modernos, destacan el auditorio de Siza, un conjunto de vol¨²menes blancos, y la biblioteca p¨²blica, de Paredes Pedrosa Arquitectos.
El Parque del Mediterr¨¢neo, de C¨¦sar Manrique, con su vegetaci¨®n y piscinas, invita a dejar que corra el tiempo
El Parque Mar¨ªtimo del Mediterr¨¢neo, de C¨¦sar Manrique, con su vegetaci¨®n, sus restaurantes y sus enormes piscinas de agua salada, invita a dejar que corra el tiempo sin correr nosotros tras ¨¦l. A su vera est¨¢ el Poblado Marinero, con locales vac¨ªos, prueba de que vive horas bajas, pero con restaurantes y multicines.
Aparte del cielo infinito y el mar inmenso, que imponen constantemente su presencia, el patrimonio principal de Ceuta son sus Murallas Reales, que resistieron asedios como el de Mulay Isma¨ªl, entre 1694 y 1727. Son un manual de historia. La primera l¨ªnea, la m¨¢s antigua, la constituyen las murallas portuguesas, sobre las bizantinas y las musulmanas (en su interior se halla la Puerta Califal, descubierta en 2002). El Foso Real, navegable y que comunica las bah¨ªas Norte y Sur, las separa de las otras dos l¨ªneas, construidas entre los siglos XVI y XVII. Junto al foso est¨¢ la estatua de Al Idrisi, el famoso ge¨®grafo ceut¨ª del siglo XII. En el Museo de las Murallas Reales hay una excelente exposici¨®n que permanecer¨¢ a¨²n dos a?os m¨¢s de Bertuchi, el pintor del Protectorado: acuarelas, carteles, cuadros, dibujos, de temas andaluces y marroqu¨ªes, y con una pincelada suelta, impresionista.
En Ceuta se puede comer muy bien. Por ejemplo, en el Oasis, en el monte Hacho, un marroqu¨ª donde tomar cusc¨²s, tall¨ªn, breua. La escapada se debe completar parando en el mirador de San Antonio para gozar de las vistas: la ciudad y su puerto, las costas marroqu¨ª y peninsular, Gibraltar y la Mujer Muerta, una monta?a ya en Marruecos cuya silueta recuerda a una mujer tumbada. Para un pescado a la brasa, nada como el Ribera Beach, con terraza en la playa de la Ribera. Otra opci¨®n es El Santuario, en las Murallas Reales, con una decoraci¨®n curiosa y barroca, llena de figuras religiosas, y una carta con tostas y platos sabrosos de nombres sugerentes, como Capricho de Dios o 12 Ap¨®stoles.
Regreso en helic¨®ptero. Desde arriba, veo el estrecho de Gibraltar, el abrazo entre el Mediterr¨¢neo y el Atl¨¢ntico, entre Europa y ?frica, iglesias y mezquitas. Empieza a emerger el sol, encendido, naranja. Imagino un mundo de paz y fraternidad. Una sacudida de la lib¨¦lula me devuelve a la realidad, pero no me averg¨¹enzo de haber ca¨ªdo por un instante en lo naif: Ceuta invita a so?ar con la concordia.
Mart¨ªn Casariego es autor de ¡®Con las suelas al viento¡¯ (La L¨ªnea del Horizonte).
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