Seducci¨®n isle?a en ocho entregas
De Lanzarote a El Hierro, el archipi¨¦lago canario que fascin¨® a escritores y cient¨ªficos como Miguel de Unamuno, Ignacio Aldecoa y Alexander von Humboldt
Andr¨¦ Breton dijo en 1935 que Tenerife era una isla surrealista. Se fij¨® en el Teide. Luego dijo lo mismo en M¨¦xico. Pero el pope de la m¨¢s afortunada idea del arte en el siglo XX dej¨® en la isla ese adjetivo como un adhesivo que jam¨¢s nos hemos quitado. ?Surrealista Tenerife? Canarias en su totalidad, desde El Hierro a Lobos, pasando por la Lanzarote de C¨¦sar Manrique a La Gomera de Col¨®n, de la Fuerteventura de Unamuno a la Gran Canaria de Tom¨¢s Morales, de La Graciosa de Ignacio Aldecoa a La Palma de G¨¹nter Grass, tienen de todo, tambi¨¦n surrealismo.
No son siete, son nueve, o diez, u once, si se a?aden los islotes; todas, como dice un himno, ¡°sobre el mismo mar¡±. El mar, incluso, es una isla l¨ªquida, que se mezcla con el archipi¨¦lago que le dio a Crist¨®bal Col¨®n la gu¨ªa que lo llev¨® a Am¨¦rica. Es una frontera ins¨®lita, que desde Fuerteventura mira a ?frica y desde el faro de Orchilla, en El Hierro, contempla Am¨¦rica.
Es una tierra entera, repartida en islas grandes y chicas a las que juntan el acento y la leyenda. Abor¨ªgenes que vinieron del norte de ?frica, aterrados por los piratas, refugiados en el abrupto interior de cada una de estas plataformas de flores, lava y soledad, le dieron voz o grito, y paulatinamente se hicieron habitaci¨®n compartida por europeos que desde la conquista por los espa?oles es tierra espa?ola tambi¨¦n, qui¨¦n lo discute.
Canarias. Los conquistadores dejaron su impronta, no hubo remedio, a los guanches, los m¨¢s destacados de los abor¨ªgenes, los dispersaron por Europa; su exterminio fue lento y decisivo. No es leyenda, as¨ª pas¨®, y ahora, como ocurre en el M¨¦xico que se celebra en la plaza de Tlatelolco, los canarios somos descendientes de las mezclas sucesivas. Mi madre, que no era historiadora y que jam¨¢s sali¨® de Tenerife, aunque nunca subi¨® al Teide, dec¨ªa que nosotros mismos ¨¦ramos descendientes de gitanos y franceses que hab¨ªan desembocado por el llamado barranco de Ruiz, por San Juan de la Rambla, en Tenerife. [No se pierdan aqu¨ª el olor del mar, un espect¨¢culo de los sentidos en ese norte. Y no se vayan sin ir a comer pescado en El S¨®tano, que a pesar de su nombre es un restaurante lleno de luz y de buen servicio].
Los extranjeros, desde aquel Breton exagerado hasta el sobrio Bertrand Russell o al muy cient¨ªfico Alexander von Humboldt, pasando por el muy aguerrido Horacio Nelson y el padre de Oscar Wilde y Paul Bowles, dijeron algo del archipi¨¦lago, lo pusieron en el mapa del mundo, y nosotros, los canarios, que tenemos como cualquier isle?o el alma sensible para el halago, estamos orgullosos de que ellos pisaran por esta tierra. Un d¨ªa, en Fuerteventura, mirando un desierto de tierra y de lava sobre el que vagaban las nubes de la tarde, sent¨ª un ataque de amor por la tierra. Y no era casi nada, pero era el paisaje del alma de Canarias, esa soledad infinita que tiene al mar como caricia y herida: lo que nos desune del mundo nos une al mundo. Unamuno vio lo mismo, y lo cont¨® mejor, claro. Ese sentimiento de que hasta en el erial est¨¢ Canarias une a los isle?os en la admiraci¨®n por un paisaje que nos anima a mirar hasta aquello que parece nimio, como una esquina del mundo. [Para que no se pierdan buscando lo que yo encontr¨¦ al azar, v¨¢yanse a Cofete, vean el cementerio marino y las olas sin pausa. Y luego viajen a Puertito de la Cruz, a comer el mejor caldo de pescado del mundo].
En Lanzarote hay que ir al Mirador del R¨ªo, a ver la maravilla que la naturaleza puso a disposici¨®n de Manrique
Esa fascinaci¨®n la sinti¨®, como una herida existencial, el m¨¢s destacado de los cuentistas de la posguerra, Ignacio Aldecoa, el autor de Parte de una historia, en el que cuenta la zozobra o el gozo de vivir en La Graciosa, la isla m¨¢s chica de las Canarias, que ahora por ella son ocho y no siete (Lobos es islote, todav¨ªa, y Roque del Este y Roque del Oeste no son sino roques, islotes). Aldecoa, acosado por la existencia que le calmaba el vino, se fue a refugiar a esa islita, entonces solitaria cama de las calmas y la soledad m¨¢s absoluta. Fascinado por ese impulso que tiene una isla as¨ª para colmar tu interior convulso, parti¨® de ella para ver las restantes, para caminar por ellas. El resultado fue un libro ins¨®lito, Cuaderno de godo, en el que las describe a todas con un pulso que conten¨ªa, a la vez, latidos de Scott Fitzgerald y Albert Camus. Descubr¨ª ese libro a comienzos de este milenio, cuarenta a?os despu¨¦s de su aparici¨®n. Fue en la librer¨ªa D¨¦dalus, en Madrid, y fue como si fuera con Aldecoa, al que no conoc¨ª, del que me hablaron sus amigos isle?os, por cada una de las islas del archipi¨¦lago. Tiempo despu¨¦s, un editor estadounidense ya en la leyenda, Peter Mayer, me pidi¨® que le contara la cultura de vivir de este archipi¨¦lago que fascin¨® a tantos extranjeros, tambi¨¦n a William Shakespeare, que supo de su malvas¨ªa. [En Lanzarote hay que ir al Mirador del R¨ªo, a ver la maravilla que la naturaleza puso a disposici¨®n de C¨¦sar Manrique: La Graciosa y los islotes desde un balc¨®n que parece un milagro. Y, para comer, ?rzola, orilla de pescadores].
Merkel, en Garajonay
Para ponerme a la tarea imit¨¦ a Aldecoa. Su Cuaderno de godo me llev¨® de la mano. Empec¨¦ por La Gomera, un d¨ªa despu¨¦s de que por all¨ª pasara, caminando por Garajonay, la entonces muy desconocida Angela Merkel, ya canciller de Alemania. El primer cap¨ªtulo de mi historia, la que me hab¨ªa encargado Mayer, comenzaba con ese paseo de la alemana. Me dijo Mayer: ¡°Cuando se publique el libro nadie sabr¨¢ de esa mujer¡±. Se equivoc¨® el amigo, infalible editor por lo dem¨¢s. Despu¨¦s de La Gomera estuve en el resto de las islas, como en un peregrinaje de amor por la tierra a la que el mar comunica, como la lava o los bosques, los destellos de su alma. [En La Gomera, Garajonay, lluvia y leyenda, el tiempo detenido antes de que llegaran los guanches. Y, para comer, Casa Juana, donde estuvo la Merkel]. Estuve tambi¨¦n en El Hierro, donde, por lo impetuoso del mar, no pudo desembarcar el autor de Parte de una historia.
El resultado de todo ese trayecto al que impulsaron Mayer y Aldecoa fue un libro al que le puse un t¨ªtulo igual al que result¨® del legendario viaje de Humboldt por las islas, Viaje a las islas Canarias. Mayer a?adi¨® esta leyenda: Una historia cultural. Es un tributo a mi tierra, a su alma, a la que quise llegar visitando desiertos, bosques y casas. Un canto de amor, eso es, apasionado y, como canario que es, lleno tambi¨¦n de melancol¨ªa o maguas.
Juan Cruz es autor de ¡®Viaje a las islas Canarias. Una historia cultural¡¯ (Aguilar).
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