Un ba?o dulce y salado en la laguna de Santo Andr¨¦
Al sur de la portuguesa Comporta se esconde una reserva natural ¨²nica cuyas aguas mansas del interior reposan a pocos metros de las fieras olas del Atl¨¢ntico
Entre Comporta y el Algarve hay un discreto lugar que lo re¨²ne todo, en invierno y en verano, en el mar y en el cielo, en agua salada y agua dulce: la laguna de Santo Andr¨¦. No es un sitio chic, aunque a su restaurante m¨¢s t¨ªpico un gastr¨®nomo le pusiera hace d¨¦cadas el nombre Chez Daniel. As¨ª sigue, y es el lugar donde se comen las mejores anguilas de la laguna. A este enclave modesto y escondido, lleg¨® hace unos a?os ¡ªhuyendo del ajetreo de Comporta¡ª el dise?ador Christian Louboutin, que ve marisquear a garzas y gaviotas desde su casa.
La laguna de Santo Andr¨¦ se extiende a pocos metros de la playa. Una gran duna separa las aguas y los ba?istas tienden a colocarse en medio. No es poco aliciente, en el t¨®rrido verano, sumergirse en el feroz y helado Atl¨¢ntico para desalarse y retozar despu¨¦s en las templadas y tranquilas aguas de la laguna.
Una vez al a?o, la mano del hombre junta las dos aguas. Sucede al inicio de la primavera, cuando las mareas est¨¢n m¨¢s vivas. Anta?o, desde el siglo XVII al menos, eran pastores y bueyes los que retiraban la arena; ahora es una excavadora la que abre el canal para que el agua lagunar huya al oc¨¦ano. No es un capricho tur¨ªstico, sino una labor para regenerar la laguna, su vida vegetal y animal, pues permite anualmente la entrada de alevines del mar a la laguna. La uni¨®n de las olas congrega todos los a?os a cientos de personas y a algunos surfistas, pues lo que empieza siendo un hilillo de agua se convierte horas despu¨¦s en un torrente y acaba en grandes y ¨²nicas olas dulces para capricho de los ocasionales deportistas. El fen¨®meno, que comienza artificialmente, acaba semanas despu¨¦s, de forma natural. El propio mar va amontonando arena hasta que vuelve a cortar la conexi¨®n con la laguna.
Las olas de esta playa, larga y salvaje, son bruscas, imposibles para los ba?istas, m¨¢s all¨¢ del chapuz¨®n en la misma orilla, y tambi¨¦n para los surfistas. Para ellos, lo m¨¢s aconsejable es bajarse unos kil¨®metros, hasta las playas de Sines. Al ba?ista sin pretensiones, el espect¨¢culo del mar rompiente y el remojo de las piernas ya le supone suficiente satisfacci¨®n, incluso para un selfi r¨¢pido.
Si a un lado reina el rugir de las olas, con solo bajar la duna se escuchan los pajarillos ¡ªen oto?o y primavera¡ª y a los ni?os ¡ªen verano¡ª jugueteando tranquilamente en la laguna de m¨¢s de 200 hect¨¢reas, con sus ecosistemas acu¨¢ticos. Sus aguas mansas, sus islotes en medio acogen una rica avifauna, que se puede apreciar desde el centro de interpretaci¨®n.
El lugar vivi¨® una gran tragedia hace m¨¢s de medio siglo, el 9 de enero de 1963, cuando una ola gigantesca cay¨® sobre las casitas de pescadores, matando a 17 personas. Desde entonces se dej¨® de faenar en la laguna y ahora es todo avistamiento de pajarillos, paseos placenteros en canoa y relajadas excursiones. La laguna de Santo Andr¨¦ re¨²ne alicientes para cada estaci¨®n, ahora toca toalla y ba?o, de agua fr¨ªa y de agua caliente.
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