Selfis en la playa interminable de Cox¡¯s Bazar
El arenal, al sureste de Banglad¨¦s, permite pasear frente al mar, sin interrupciones, durante 120 kil¨®metros
Nadie piensa en Banglad¨¦s como destino playero. Con una de las mayores densidades de poblaci¨®n del mundo, evoca im¨¢genes opuestas al disfrute del ocio: cat¨¢strofes naturales relacionadas con el cambio clim¨¢tico, f¨¢bricas textiles que emplean a miles de personas en condiciones de semiesclavitud y crisis humanitarias como la del mill¨®n de ciudadanos rohiny¨¢ que se hacinan en los mayores campos de refugiados del planeta. As¨ª, no es de extra?ar que, seg¨²n la web de periodismo de datos Priceonomics, Banglad¨¦s sea el pa¨ªs con la menor concentraci¨®n de turistas: uno por cada 1.273 ciudadanos.
Sin embargo, una localidad con un nombre que nadie relacionar¨ªa con una ciudad, Cox¡¯s Bazar, guarda un secreto de dimensiones colosales: una de las playas m¨¢s largas del mundo. En su ansia por blandir un r¨¦cord, los lugare?os aseguran con orgullo que sus 120 kil¨®metros no tienen rival en la Tierra si a este arenal se le a?ade la coletilla de ininterrumpido. En cualquier caso, y aunque los turistas extranjeros brillan por su ausencia, se trata del lugar m¨¢s visitado del pa¨ªs asi¨¢tico.
No en vano, esta ciudad tan ca¨®tica y ruidosa como cualquier otra de la antigua Pakist¨¢n Oriental est¨¢ repleta de hoteles que utilizan el reclamo resort aunque est¨¦n escondidos en una callejuela sin asfaltar a un kil¨®metro de la primera l¨ªnea de playa. Y aunque los d¨ªas festivos disparan sus tarifas, a menudo cuelgan el cartel de completo.
Basta con andar un poco para estar solo o ver, si hay suerte, tortugas marinas que acuden aqu¨ª a desovar
Eso s¨ª, aqu¨ª nadie viene a plantar la toalla en la arena para tomar el sol en bikini o en ba?ador, y muy pocos se plantean nadar en las aguas de la bah¨ªa de Bengala. Es m¨¢s, parece que incluso las autoridades se han propuesto espantar a los ba?istas: la rotonda del principal acceso a la playa est¨¢ adornada por una extra?a escultura compuesta por un grupo de fieros tiburones con las fauces manchadas de sangre. L¨®gicamente, los m¨¢s peque?os pasan frente a semejante obra con gesto de terror y luego no quieren o¨ªr hablar de chapotear cerca de esas bestias. Sus padres, por si acaso, tampoco se adentran demasiado en el agua. Solo lo suficiente para hacerse un selfi, a ser posible sujetando ¡ªcon dos dedos¡ª el sol, una impresionante bola roja en su trayecto diario de despedida. En el sur de Asia, la obsesi¨®n por el autorretrato alcanza el grado de patolog¨ªa. As¨ª que los due?os de las motos acu¨¢ticas pasan el d¨ªa tumbados sobre sus m¨¢quinas sin mucha esperanza de captar clientes, porque, adem¨¢s, en su honesta torpeza comercial reconocen que hay tiburones merodeando por los alrededores. ¡°Pero son peque?os y no muerden¡±, apostilla uno tratando de disipar las razonables dudas que acechan a quienes se ven tentados por la experiencia de volar a toda velocidad sobre el agua.
Adem¨¢s, los banglades¨ªes urbanitas no est¨¢n acostumbrados al mar. Con el recato que exige el islam, se acercan a ¨¦l con tanta curiosidad como cautela. Sorprende ver c¨®mo hombres y mujeres ¡ªalgunas ataviadas con el niqab¡ª se internan en el agua completamente vestidos y salen corriendo, despavoridos, acechados por olas de dos palmos. Para recuperarse del susto, nada mejor que mascar un poco del betel ¡ªplanta con efecto estimulante¡ª que ofrecen vendedores ambulantes o degustar una samosa en los chiringuitos que solo sirven alcohol a escondidas.
En esta coyuntura, es comprensible que los socorristas se duerman en las torretas que salpican la arena en los trechos de playa m¨¢s concurridos. M¨¢s negocio hacen los fot¨®grafos que recorren el lugar ofreciendo sus servicios profesionales: una imagen mucho mejor que las tomadas con el m¨®vil, e impresa al momento en una m¨¢quina convenientemente ubicada en una tumbona, cuesta apenas 200 takas (poco m¨¢s de dos euros).
Frente a sus objetivos desfilan familias de vacaciones, ni?os que no saben si re¨ªr o llorar sobre el poni, parejas avergonzadas que dudan de la idoneidad de retratarse cogidos de la mano y aprendices de influencer en posturas inveros¨ªmiles, que repiten una y otra vez hasta que quedan satisfechos con la toma. Todos ellos componen el fascinante mosaico de la naciente clase media del pa¨ªs, esa para la que Cox¡¯s Bazar contin¨²a construyendo infinidad de resorts cada vez m¨¢s alejados de su playa.
Dos planes y un consejo
- Un parque. En Cox's Bazar es posible cambiar el mar por la jungla con una visita al parque nacional de Himchari, a espaldas del arenal. Aqu¨ª habitan todav¨ªa algunos elefantes asi¨¢ticos salvajes y es hogar de numerosas especies de aves.
- Un pueblo. Ramu, a 15 kil¨®metros de la ciudad, permite romper con la monoton¨ªa de las mezquitas visitando pagodas y monasterios budistas, t¨ªpicos de la vecina Myanmar. Un lugar curioso, pues la mayor¨ªa de su poblaci¨®n es budista y se dedica a la artesan¨ªa. M¨¢s propia tambi¨¦n de la antigua Birmania es la efigie dorada del buda reclinado de 30 metros de largo en un peque?o templo a las afueras de Ramu.
- C¨®mo llegar. Cox's Bazar queda a desmano. Primero hay que volar a Daca, capital de Banglad¨¦s. Luego, lo m¨¢s recomendable es hacer lo propio hasta esta localidad situada a casi 400 kil¨®metros. Los 45 minutos que el avi¨®n tarda en cubrir la ruta se convierten en 12 interminables horas de autob¨²s. Una alternativa m¨¢s c¨®moda es tomar el tren hasta Chittagong (el Turna Express viaja de noche) y hacer el ¨²ltimo trayecto, unos 150 kil¨®metros, por carretera.
A pesar de que las aglomeraciones en el tramo de arena frente a la ciudad pueden asemejarse a las de unos grandes almacenes el primer d¨ªa de rebajas, y que muchos veh¨ªculos utilizan la playa en este punto como carretera alternativa a la que est¨¢ en perenne construcci¨®n, basta alejarse unos kil¨®metros para encontrarse completamente solo. O, si hay suerte, para estar acompa?ado de las tortugas marinas que vienen a desovar a este litoral.
M¨¢s f¨¢cil es, sin duda, disfrutar del espect¨¢culo que ofrecen los pescadores locales cuando regresan de faenar a bordo de sus thongas, peque?os barcos tradicionales con forma de luna creciente cuyo atraque en la playa es una operaci¨®n digna de ser apreciada. Todo comienza cuando el barco se perfila contra el horizonte. Los pescadores que esperan en la playa arrastran hacia el agua dos ejes con generosas ruedas de caucho mientras el buque se acerca hasta donde rompen las olas. ¡°Es importante evitar que encalle, hay que ser preciso¡±, explica Ahmed sobre la operaci¨®n en la que el barco pasa de flotar a rodar. Ya sobre neum¨¢ticos, los tripulantes saltan al agua y empujan la embarcaci¨®n hasta la playa, donde esperan varias docenas m¨¢s de personas en perfecta alineaci¨®n. Contra el sol que desaparece bajo el horizonte, la descarga de la pesca adquiere una belleza que hace a?icos por un momento el tr¨¢gico imaginario colectivo occidental que persigue a Banglad¨¦s.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.