Cuenca o c¨®mo gastar unos buenos zapatos
Un paseo desde su bella catedral g¨®tica hasta el parador y la plaza de Mangana, en lo alto, que invita a descubrir el imaginario abstracto del Grupo de Cuenca
Qu¨¦ menos que dejarse las suelas en Cuenca. Y hay zapateros de muchos tipos, el que no te da cita hasta dentro de un mes, y tambi¨¦n el artesano que se apiada de ti mientras esperas descalza. ?Hay alguna ciudad espa?ola que d¨¦ m¨¢s?
Me cost¨® diez siglos llegar. Aterric¨¦ primero en la estaci¨®n del AVE desde Madrid, y desde all¨ª me llevaron en coche hasta la ciudad antigua. Aquel veh¨ªculo se intern¨® primero por las calles de la ciudad nueva, y luego vi que daba una curva y pon¨ªa primera: ascend¨ªamos a la Edad Media. Lo que pens¨¦ mientras sub¨ªamos aquella monta?a forrada de palacios es que mis zapatos no resistir¨ªan volver a bajar. Atravesamos un arco renacentista, y aquel arco dio paso a la plaza de la catedral. Un arco, una plaza y una catedral tan blancos que parec¨ªan pensados para premiar al que llega. All¨ª me bajo del coche y tiro de la maleta unos 100 metros hasta la Posada de San Jos¨¦, un edificio construido en el siglo XVII por el abuelo de Juan Bautista Mart¨ªnez del Mazo, disc¨ªpulo y yerno de Vel¨¢zquez, el pintor del rey. Me llevan hasta mi cuarto, una habitaci¨®n conventual con las paredes encaladas que parece la de una monja con derecho a vistas. Tan solo lo que se ve por esa ventana da la medida de lo que es Cuenca, una ciudad encaramada entre dos impresionantes precipicios. El que a m¨ª me toca en suerte, la hoz del r¨ªo Hu¨¦car, debieron de contemplarlo muchos otros antes, y all¨ª sigue esplendoroso. Hay cosas que no se gastan. Cierro la ventana para ver lo que dice el interior de la habitaci¨®n, y enfrente de la cama, sobre la piedra de la pared, leo una inscripci¨®n tambi¨¦n muy moderna y en castellano antiguo: ¡°Aqu¨ª habit¨® un buen sirviente de su se?or¡±. Esa debo de ser yo.
La Posada de San Jos¨¦ fue durante mucho tiempo residencia para los ni?os del coro de la catedral (todav¨ªa P¨ªo Baroja habla de sus cantos en La nave de los locos, 1925), pas¨® luego, en 1953, a manos de Fidel Garc¨ªa Berlanga (el hermano del cineasta) y desde esa ¨¦poca se convierte en el alojamiento preferido de artistas, escritores e intelectuales, hasta que en 1983 la reforman, respetando su estructura, los actuales due?os, que adem¨¢s regentan entre sus paredes uno de los mejores restaurantes de Cuenca.
Despu¨¦s de comprobar que aqu¨ª se come bien, me armo de valor y me preparo para volver sobre mis pasos, all¨¢ en lo bajo. Tendr¨¦ que volver a subir, lo s¨¦, pero en eso consiste la vida entera: subir y bajar. En la ciudad nueva, en la calle de Carreter¨ªa, me meto en la Confiter¨ªa Ruiz, que me parece congelada en el tiempo, tal vez en los a?os setenta. Los camareros, envueltos en sus uniformes, sirven estupendos pasteles conquenses, y miro a mi alrededor y compruebo que la clientela es tambi¨¦n de esa ¨¦poca. Abuelos, nietos, tertulianas y novios que a¨²n saben lo que es un buen caf¨¦. Pero ahora me toca volver a subir, y por suerte se hace de noche, lo cual facilita la ascensi¨®n. No ver lo que te queda siempre da alientos. Llego a un punto donde se oye un rumor a la derecha que me indica que all¨ª el r¨ªo se remansa, y cobra fuerzas. Me tomo un aperitivo con los amigos poetas con los que he quedado, y me dispongo a superar el ¨²ltimo tramo de la calle de Alfonso VIII, y llego de nuevo a la blancura de la catedral y a la Posada de San Jos¨¦, con la lengua fuera.
Un ejercicio de fe
El segundo d¨ªa tengo que apurarlo para ver el Museo de Arte Abstracto, creado por Fernando Z¨®bel en 1966 con Gustavo Torner y el Grupo de Cuenca: Manuel Millares, Sempere, Antonio Saura, Mart¨ªn Chirino, Luis Feito¡ La impresionante colecci¨®n (con obras de T¨¤pies, Canogar, Momp¨®, Lucio Mu?oz, Oteiza, Saura, Pablo Serrano¡) se alberga en las famosas Casas Colgadas, toda una met¨¢fora de lo que debi¨® de ser hacer arte abstracto en Espa?a en la d¨¦cada de 1960, un verdadero ejercicio de fe asentado sobre la roca y con el cuerpo colgando. De all¨ª sigo ruta hasta el cercano puente de San Pablo, que cruzo y me lleva al parador nacional ubicado en el antiguo convento de dominicos, en cuya iglesia se encuentra el Espacio Torner, que alberga 40 obras fundamentales del gran pintor conquense.
La fiesta para los ojos es ya total cuando salgo de este lugar casi zen y, cruzando el puente de vuelta, me encamino a la plaza de Mangana. All¨ª arriba, en lo alto de Cuenca, est¨¢n los restos de la alcazaba, fortaleza ¨¢rabe que los musulmanes levantaron en el 784 y que dio origen y nombre a la ciudad. Hay familias y ni?os pululando por lo que queda de la muralla. Subirse y contemplar la vista me hace pensar que todo ese grupo de artistas se reun¨ªan aqu¨ª por algo. Es aqu¨ª donde se da una de las batallas m¨¢s importantes de la reconquista de la vida cultural de Espa?a, tras la posguerra. Y a¨²n me queda el convento de las carmelitas descalzas, sede del Centro de Arte Contempor¨¢neo Antonio P¨¦rez, que alberga m¨¢s de 4.000 obras de importancia capital entre las que se encuentra una de las mayores muestras del pintor Manuel Millares. Y si no fuera bastante con esto, la ciudad tambi¨¦n acoge la Fundaci¨®n Antonio Saura, que todav¨ªa no he visitado.
Todo Cuenca es un festival de arte al que cualquiera puede acceder pertrechado tan solo de un buen par de zapatos para triscar piedra arriba y abajo. Y me ofrece una de las mejores cocinas que he probado, la impronta ¨¢rabe, jud¨ªa y cristiana de la ciudad, y una de las catedrales m¨¢s bellas y raras del g¨®tico espa?ol. En medio, lo mejor del arte espa?ol aupado en el m¨¢s desenfrenado de los cerros, entre los r¨ªos J¨²car y Hu¨¦car.
Luisa Castro es escritora y directora del Instituto Cervantes de Burdeos.
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