Placeres de Altafulla
A su legado romano y medieval el pueblo tarraconense a?ade deleites m¨¢s contempor¨¢neos, como playas de bandera azul y arroces con galard¨®n
Nos encontramos en pleno siglo II. Caius Valerius Avitus, duoviro de Tarraco ¡ªcargo p¨²blico romano, similar al del c¨®nsul, en el ¨¢mbito colonial y municipal del Imperio¡ª, otea el horizonte desde su opulenta residencia. Tiene frente a s¨ª un Mediterr¨¢neo brillante y calmo, y desde el p¨®rtico del primer piso reflexiona sobre c¨®mo el mism¨ªsimo emperador, Antonino P¨ªo, lo envi¨® a ese lugar para que fuera garante de la autoridad imperial. Sobre ¨¦l hay certezas y alg¨²n misterio: existen pruebas de que hab¨ªa desempe?ado sus funciones en su natal August¨®briga (en Soria); tambi¨¦n, que su reciente promoci¨®n estuviera relacionada con impedir un intento de conjura imperial por parte de Cornelius Priscianus, senador y gobernador de la Hispania Citerior que pretend¨ªa un levantamiento y establecer un gobierno propio en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica.
Dieciocho siglos despu¨¦s, podemos imaginar una escena semejante al pisar la villa romana de Els Munts, situada en la localidad de Altafulla, a unos 15 kil¨®metros de Tarragona. All¨ª estuvo la lujosa vivienda que disfrut¨® Caius junto a su mujer, Faustina, los cuales se corporeizan por medio de las visitas teatralizadas que organiza el Museo Nacional Arqueol¨®gico tarraconense. Una ocasi¨®n fant¨¢stica para conocer c¨®mo era la vida cotidiana de esa pareja en uno de los lugares que, en el a?o 2000, la Unesco declar¨® patrimonio mundial, dentro del Conjunto Arqueol¨®gico de Tarraco. La villa contaba con jardines, termas y mosaicos, como se empez¨® a descubrir gracias a unas excavaciones iniciadas en 1967, y estaba ubicada junto a la V¨ªa Augusta ¡ªla calzada romana m¨¢s larga de Hispania, que discurr¨ªa desde los Pirineos hasta C¨¢diz¡ª, nombre que sigue recibiendo la calle m¨¢s importante de Altafulla.
En ella se encuentra el mejor alojamiento para instalarse en este pueblo costero, especialmente si se viaja en familia, de ambiente tranquilo, aguas de poca profundidad y un arenal destacado, a?o tras a?o, con la bandera azul, distintivo de calidad playera. Se trata del hotel Altafulla Mar, una preciosa estructura arquitect¨®nica que refleja un gusto exquisito en todos sus espacios, ya sea en las habitaciones ¡ªseg¨²n la reserva, con acceso a una piscina climatizada en el ¨¢tico, con vistas tanto al casco antiguo como al mar¡ª o en sus cuatro restaurantes que proponen muy diferentes ofertas para el hu¨¦sped o el p¨²blico en general; entre ellos, Suko, comandado por un cocinero peruano-japon¨¦s que ofrece lo mejor de ambos pa¨ªses, y Aromatic, una apuesta por la comida flexiteriana, que combina cuidad¨ªsimos platos vegetarianos con otros que proporcionan prote¨ªna animal.
Jordi Ferr¨¦, director del Altafulla Mar, ha confeccionado un proyecto hotelero integral en el que se puede disfrutar de m¨²sica en directo las noches de los viernes y s¨¢bados o exposiciones de pintores en las paredes, y que facilita al visitante animarse a realizar actividades en los bosques o el mar. Es el caso de Club Mar¨ªtim Altafulla, muy cerca de all¨ª, que ofrece cursos de catsy, catamar¨¢n o pat¨ªn a vela, y da la oportunidad de divertirse haciendo kayak o pad?dle surf. Esta forma fabulosa de sentir el paisaje marino puede complementarse con otras iniciativas terrestres, como las siete rutas que sugiere la oficina de turismo local (V¨ªa Augusta, 34; 977 65 14 26), mediante las que es posible conocer el Oliverot, un ¨¢rbol monumental con una edad estimada de m¨¢s de 600 a?os, de camino hacia el pueblo de Torredembarra. Tambi¨¦n el espacio natural de la desembocadura del r¨ªo Gay¨¢, con su fauna y vegetaci¨®n protegidas, en la que destacan gran cantidad de peque?os p¨¢jaros (chorlitejo patinegro, zampull¨ªn, mart¨ªn pescador) que viven en muy diversos h¨¢bitats y las ardillas, numerosas en las copas de los pinares blancos; o contemplar las llamadas barracas de piedra seca, construcciones realizadas de forma tradicional que serv¨ªan de refugio y almacenes agr¨ªcolas.
Y es que Altafulla es un recodo inmejorable para descubrir tradiciones centenarias, como se refleja en su Museo Etnogr¨¢fico (Cam¨ª de l¡¯Ermita, 10), que recoge elementos de la vida rural del municipio: unas 1.000 piezas ¡ªdesde una curiosa noria de sangre hasta las t¨ªpicas azadas¡ª de los dos ¨²ltimos siglos que recuper¨® y restaur¨® un vecino y artesano, Salvador Gatell. Y si seguimos adentr¨¢ndonos en el pasado del pueblo, siempre podremos hacer una visita guiada al barrio Mar¨ªtimo, que evoca c¨®mo durante el siglo XVIII fueron construy¨¦ndose peque?os almacenes donde los pescadores guardaban los ¨²tiles de trabajo y los comerciantes almacenaban los productos destinados a las colonias, y que se fueron transformando en casas de veraneo.
Entre murallas
Tambi¨¦n debe pasearse la Vila Closa, el antiguo n¨²cleo medieval declarado en 1998 bien cultural de inter¨¦s nacional por la Generalitat de Catalu?a. Est¨¢ integrado principalmente por las antiguas murallas ¡ª Altafulla se fund¨® como consecuencia de las campa?as de Ram¨®n Berenguer I en el siglo XI¡ª; la iglesia de Sant Mart¨ª, de inicios del siglo XVIII, y el castillo de Altafulla, original de 1059, un gran edificio de planta poligonal en cuyo centro hay un patio interior donde destaca una galer¨ªa renacentista y que es posible conocer a fondo mediante una visita guiada. Pegado a ¨¦l se halla el lujoso hotel Gran Claustre, Restaurant & Spa, que remodel¨® una parte del casco antiguo al abrir sus puertas hace unos 20 a?os, hasta el punto de que se le otorg¨® el nombre de ¡°hotel monumento¡±, y que cuenta con un restaurante recomendado en la gu¨ªa Michelin: Bruixes de Burriac, del chef Jaume Drudis.
En cualquier paseo, pues, irrumpe lo pret¨¦rito remoto en una localidad que tambi¨¦n es testigo de varios ciclos de m¨²sica cada a?o: de jazz, de artistas emergentes, de canci¨®n de autor o incluso uno internacional, con noches de piano y poes¨ªa; y tambi¨¦n de otro de teatro ¡ªEscena Altafulla¡ª entre Els Munts y el parque Voramar. Adem¨¢s de la Nit de Bruixes, feria de brujas con mercado esot¨¦rico que convierte la Vila Closa en un pueblo encantado, y un viacrucis viviente en Semana Santa. La agenda cultural se abre a diversas jornadas gastron¨®micas, como la fiesta de la Olla ¡ªplato t¨ªpico hecho a base de conejo, pollo y cerdo con patatas y garbanzos, con el a?adido de una especial salsa de romesco¡ª, y muchos otros eventos que hacen de Altafulla un destino de lo m¨¢s atractivo m¨¢s all¨¢ de la temporada alta veraniega.
Pero si el est¨ªo invita a visitar esta joya de la Costa Daurada ¡ªdenominaci¨®n, explica Ferr¨¦, que proviene del color de las rocas al atardecer¡ª, nada mejor que acudir al restaurante Voramar (calle de Pons d¡¯Icart), insuperable para degustar una paella a unos metros de la playa. Un local especializado en la cocina tradicional marinera que regenta la familia Nicol¨¢s: el padre, Xavier, y la madre, Gemma, se encargan de las salas y de los fogones, mientras el comensal puede disfrutar de la maestr¨ªa gastron¨®mica de su hija, la chef Sara Nicol¨¢s, que ha recibido los ¨²ltimos a?os reconocimientos por sus elaboradas tapas y el primer premio Mejores Arroces de Espa?a 2017, el que la impuls¨® a ser conocida en el sector y a que en sus mesas no suela haber sillas libres ni en este periodo pand¨¦mico.
Toni Montesinos es autor de ¡®El fruto de la vida diversa. Art¨ªculos sobre literatura norteamericana¡¯ (Universidad de Valencia).
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