Amherst, el mundo de Emily Dickinson
Un peque?o pueblo de Massachusetts es todo lo que necesit¨® la poeta para inspirarse. Su casa-museo inicia un recorrido por el Valle de los Pioneros
Igual que un cirujano se calza su traje quir¨²rgico y un astronauta su escafandra, Emily Dickinson (1830-1886) se pon¨ªa cada d¨ªa el mismo vestido blanco. Durante 25 a?os fue su uniforme de poeta, la m¨¢s grande de las letras norteamericanas, aun cuando pr¨¢cticamente en vida nadie entendi¨® uno solo de sus versos, que tampoco quiso publicar. Junto a ese atuendo de po¨¦tica animaci¨®n, conservado en su habitaci¨®n de la casa familiar en Amherst (Massachusetts), el peque?o pueblo donde naci¨® y muri¨®, otros objetos y piezas de mobiliario campean por las estancias con el mismo aire espectral: la cama, un ba¨²l cubierto con una manta de viaje, un escritorio de cerezo, un lavamanos de porcelana y una estufa de hierro estilo salamandra, invento de Benjamin Franklin. Entre esas paredes, Dickinson escribi¨® cerca de 2.000 cartas a familiares y amigos, y 1.800 poemas. Fue su forma de precipitarse al mundo que no necesit¨® recorrer.
De ni?a, hab¨ªa pedido a su familia que la libraran de ¡°lo que llaman hogares¡±, pero cuando se hizo adulta descubri¨® que el precio de su salvaci¨®n era el confinamiento en la casa paterna. ¡°Un d¨ªa me aventur¨¦ m¨¢s all¨¢ del umbral de la puerta y solo vi ¨¢ngeles¡±, anot¨®. Tem¨ªa al ¡°mediod¨ªa abrasador¡±, sin embargo cuando iba perdiendo visi¨®n por una misteriosa dolencia ocular anhel¨® la luz de todas las maneras. Nadie pod¨ªa entrar en su estancia, ni siquiera el paciente polvo, pero en los d¨ªas luminosos las franjas de luz pintaban de nuevo la pared y la agigantaban, entonces era un continente atravesado por un meteorito. En ocasiones invitaba a su casa a alg¨²n conocido, pero desist¨ªa de verle, limit¨¢ndose a musitar cualquier evasiva tras la puerta. Despu¨¦s, para hacerse perdonar hablaba con los p¨¢jaros. Apoyada en la ventana de su habitaci¨®n, segu¨ªa su vuelo entre los ¨¢rboles frutales de su querido huerto, que cultivaba con la misma intensidad que escrib¨ªa versos.
Pegado al jard¨ªn, un sendero conduce a The Evergreens, la casa de su cu?ada, Susan Huntington Gilbert, su amante por m¨¢s de 40 a?os y la mayor lectora en vida de sus poemas y cartas. La poeta tambi¨¦n reparti¨® su afecto ¡ªtorrencial muchas veces, solemne algunas¡ª con sus padres y sus hermanos, Austin y Lavinia (que tampoco sali¨® de su pueblo, y qui¨¦n sabe qu¨¦ talento escond¨ªa). M¨¢s all¨¢ de la obsesiva defensa de su entorno m¨¢s cercano, Emily Dickinson fue fiel a otras patrias, que no eran tierras sino hombres, pues cre¨ªa que la existencia compartida ya era en s¨ª misma un viaje: el reverendo Wadsworth, el se?or Higginson (un cr¨ªtico literario a quien enviaba sus poemas para saber si respiraban) y sus dos primas de Boston, a unos 150 kil¨®metros de distancia de Amherst, adonde viaj¨® en un par de ocasiones para visitarlas y de paso cuidarse la vista.
El (no) color blanco es la clave de toda la historia metaf¨®rica ¡ª?metaf¨ªsica!¡ª de Dickinson, un s¨ªmbolo definitivo del enigma y la renuncia que apunta al vestido guardado en el armario dentro de un pl¨¢stico. Los paisajes y ciudades que no quiso conocer est¨¢n contenidos en ese ¡°transporte¡± que aparece recurrentemente en sus versos, de sintaxis cortantes y elipsis extremas.
Vida pl¨¢cida en Nueva Inglaterra
Su casa-museo, The Homestead, a la vista desde la avenida principal de Amherst, es una mansi¨®n se?orial enmarcada por encinas y magnolios, propiedad del Amherst College, uno de los centros universitarios m¨¢s prestigiosos de Estados Unidos, en la regi¨®n del Pioneer Valley (Valle de los Pioneros) que atraviesa el ind¨®mito r¨ªo Connecticut. Para Dickinson, no hab¨ªa interlocuci¨®n m¨¢s all¨¢ de estos confines y as¨ª quiso expresarlo con el gran conmutador de su poes¨ªa: ¡°This is my letter to the World?/ That never wrote to me¡± (Esta es mi carta al mundo,?/ que nunca me escribi¨®). Solo public¨® un libro en vida, un delicado ejemplar de 60 p¨¢ginas cosido por ella misma con hilo blanco que contiene decenas de espec¨ªmenes bot¨¢nicos. Hoje¨¢ndolo ¡ªse conserva en la Houghton Library de Harvard¡ª, una cree reconocer sus versos traducidos a un lenguaje vegetal, no de otra forma sol¨ªa hilvanarlos, con un guion en lugar de un punto, era su manera de encajar el tramo de pensamiento que rebotaba de pared a pared en su cuarto. ¡°There is Triumph in the Room¡±, escribi¨® ambiciosamente.
En este ordenado valle de Nueva Inglaterra, sus habitantes, de rostros amplios y casi felices, hablan de la eximia poeta de Amherst con el mismo entusiasmo con el que recomiendan el jarabe de arce y las cervezas artesanas de enclaves concretos. Aqu¨ª la existencia transcurre ben¨¦vola, a veces sorprendida, en los caf¨¦s de la contracultural Northampton, ciudad a unos 12 kil¨®metros de Amherst donde se encuentra el Smith College Museum of Art, que conserva una de las mejores colecciones de pintura americana; en South Hadley y su prestigioso Mount Holyoke College, en cuyo seminario femenino estudi¨® Emily Dickinson (all¨ª se neg¨® a convertirse al cristianismo); en la hist¨®rica localidad de Deerfield, ¡°la comunidad mejor documentada de Estados Unidos¡±, donde sus pobladores vivieron sus vidas hace m¨¢s de 200 a?os, con su famosa Escuela Bement, cuyo lema es ¡°compasi¨®n, integridad, resiliencia, respeto¡±, y sus casas hist¨®ricas, todas visitables.
En este mapa de fugacidad y eternidad permanecen los testigos de entonces: zorros rojos, castores, osos y ciervos que en las horas del alba sorprenden al viajero entre los secaderos de tabaco, los cementerios sin vallar y los manantiales cercanos a los molinos de agua. En el id¨ªlico pueblo de Montague est¨¢ el molino de piedra mejor conservado, justo a los pies de una librer¨ªa de cuento de hadas, The Book Mill. Mark Beaubien, su propietario, afirma tener 40.000 vol¨²menes y una cascada. Y su reclamo no puede ser m¨¢s dickinsoniano: ¡°Libros que no necesita en el lugar que no puede encontrar¡±.
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