Por las entra?as del sistema ib¨¦rico
Grandiosos acebales, cascadas, lagunas glaciares y pueblos rec¨®nditos invitan a un sereno recorrido que serpentea entre las sierras que conectan Soria, Burgos y La Rioja
Mi amigo Lorenzo Starnini, gran naturalista e ilustrador ornitol¨®gico italiano, siempre dice, cuando le alabo el inagotable patrimonio art¨ªstico de su pa¨ªs, que ¨¦l envidia la variedad de ecosistemas casi v¨ªrgenes del nuestro. Nacido en un pa¨ªs hiperurbanizado (como gran parte de la Europa rica), para ¨¦l Espa?a es la Italia de los naturalistas europeos. Nuestras vastas extensiones sin humanizar, remarca, son tan valiosas e importantes para el mundo como las catedrales y museos italianos. Le sorprende que por aqu¨ª se les preste tan poca atenci¨®n.
Me he acordado a menudo de nuestras charlas en el pueblecito soriano donde he pasado la mayor parte de este a?o extra?¨ªsimo, durante las largas caminatas por las sierras del sistema Ib¨¦rico que han sustituido a viajes m¨¢s ambiciosos. A caballo entre Soria, Burgos y La Rioja quedan pinares, acebales, hayedos, cascadas, lagunas glaciares y pueblos rec¨®nditos que hacen olvidar que realmente uno est¨¢ en pleno centro de un pa¨ªs industrializado de 47 millones de habitantes. Tampoco este oto?o se presta a destinos lejanos, pero las sierras de la Demanda, Urbi¨®n y Cebollera siguen aqu¨ª mismo, a pocas horas de Madrid, Barcelona, Zaragoza o Bilbao, ofreciendo el respiro de un paisaje nobil¨ªsimo y sereno y el contacto con todo lo que el virus no ha tocado y puede ser disfrutado como antes (por algunos al menos, ya que Castilla y Le¨®n y La Rioja mantienen sus cierres perimetrales hasta el 23 y 29 de noviembre, respectivamente). Y resulta ser much¨ªsimo: todo eso en lo que los humanos jugamos poca parte.
Se puede entrar a estos montes por el soriano valle del Raz¨®n, un r¨ªo que ya promete desde el nombre, abrigado por las estribaciones de las sierras de Cebollera y de Carca?a y en la linde con los Cameros riojanos. Si uno llega de las parameras del norte de Soria y ha visitado las ruinas parcas y casi metaf¨ªsicas de Numancia, la impresi¨®n abrupta de cambio en el tono del paisaje es mayor a¨²n. Las asperezas se atemperan de golpe: remontamos un curso de agua l¨ªmpida entre choperas y saucedas, grandes vegas donde pacen reba?os de vacas lemosinas y pirenaicas rubias y casi mitol¨®gicas, dehesas de fresnos y robles centenarios y trasmochados durante siglos hasta parecerse a menor¨¢s gigantes de siete brazos. En las laderas, los pinares de pino albar se entreveran con melojares y las primeras manchas de hayedo que uno se topa por estas monta?as.
La arquitectura popular refuerza la impresi¨®n de haber entrado en un principado alpino secreto o fabulado. Ya no se ve el adobe, la mamposter¨ªa de ladrillo y los vol¨²menes achaparrados de otros pueblos sorianos, sino casonas exentas de esquinas y marcos de sillar, tejados de marcadas dos aguas y muros blancos: recuerdan a las aldeas del oriente asturiano o los caser¨ªos vascos. Son sus hermanas de leche: la famosa mantequilla soriana se produjo por aqu¨ª, en Valdeavellano de Tera, Sotillo o Aldehuela, gracias a su ganader¨ªa lechera. Trajo una prosperidad que luce en sus blasones, en sus iglesias y ermitas de buen porte y en las villas de indianos y veraneantes de entreguerras, que tambi¨¦n recuerdan las del norte (mi favorita es Villa Florita, en Sotillo del Rinc¨®n, de un curioso art d¨¦co egipcio-soriano).
Cada pueblo del valle divisa los dem¨¢s a lo lejos, y los antiguos caminos que los unen est¨¢n limpios y listos para recorrerse, poniendo cuidado en dejar como estaban los cierres para el ganado que uno se encuentre. El equilibrio entre la actividad tradicional y la bienvenida a nuevos visitantes es ejemplar por aqu¨ª. Los lavaderos, fuentes, molinos y capillas del valle est¨¢n restaurados y en uso para seguir ofreciendo agua y cobijo a caminantes.
Se puede pasear mucho en llano por la gran vega de pastos comunes, y luego est¨¢n las dos caminatas cl¨¢sicas de bocadillo y cantimplora. Una es la remontada del curso del Raz¨®n hasta el paraje del Chorr¨®n, una poza fluvial de libro a la orilla de pastos que ahora est¨¢n sembrados de quitameriendas, ¨²ltimas flores del a?o antes de la primera nevada. Los pacen las vacas que ya van baj¨¢ndose a invernar al valle, y sus recias caba?as de piedra se parecen a las de los Picos de Europa. Tambi¨¦n se puede ascender desde Molinos de Raz¨®n hasta la escondida laguna Cebollera, la primera de muchas otras de origen glaciar que hay por estas sierras. La pista ganadera deja atr¨¢s pastizales, pinares, rebollares en los que asoman las frutas rojas de serbales y acebos. M¨¢s adelante, una senda entre jaras y brezales lleva hasta la laguna al pie de faldas que quiz¨¢s tendr¨¢n ya trazas de nieve. Impresiona el silencio de la l¨¢mina de agua bajo las laderas peladas y los canchales, y al bajar de vuelta a la civilizaci¨®n casi parece que uno regresa de las tierras altas escocesas. Ah¨ª seguir¨¢, impert¨¦rrita, solitaria, reflejando el cielo y rizada por el viento, hasta que se hiele con las grandes nevadas del invierno.
El acebal de Garag¨¹eta
La carretera remonta la cabecera del valle para salir a Vinuesa, pero hay que desandarla para encontrarse, casi frente a su embocadura, con otra de esas joyas secretas del patrimonio natural que envidia mi amigo italiano y que tan poco conocemos nosotros mismos. El acebal de Garag¨¹eta es el mayor bosque de acebos de Europa, encaramado en las laderas de la sierra de Montes Claros y a tiro de piedra del pueblo de Ar¨¦valo de la Sierra y su centro de recepci¨®n de visitantes (650 97 93 58; patrimonionatural.org); la primera vez que lo visit¨¦, hace a?os, hab¨ªa que buscarlo y encontrarlo a puro golpe de suerte y preguntando a los vecinos. Quedan otros acebales en la zona, como el de Oncala, pero Garag¨¹eta es el m¨¢s espectacular. Y justo ahora se encuentra en su mejor momento, cuando los ¨¢rboles y arbustos est¨¢n en plena fructificaci¨®n y los acebos hembra se cubren de brillantes racimos de drupas rojas, antes de que la nieve ponga m¨¢s dif¨ªcil la subida.
Es un paisaje fant¨¢stico y casi surreal, a medio camino entre Lewis Carroll y Tim Burton: donde clarea el bosque, los caballos y vacas de los pueblos cercanos han pastado los prados en pendiente hasta convertirlos en alfombras de hierba manicurada brizna a brizna, como si cada noche la recortase un ej¨¦rcito de duendes jardineros armados de corta¨²?as. Tambi¨¦n han ramoneado las hojas pinchudas y satinadas de los abetos como maestros consumados del arte topiario: los ¨¢rboles exentos parecen ases de picas y de corazones, cohetes, huchas o esferas armilares rojas y verdes. Forman sestiles o t¨²neles vegetales donde sestea el ganado a la sombra en verano y laberintos de senderos serpenteantes donde podr¨ªa aparecer el conejo de Alicia o un ej¨¦rcito de naipes jugando al cr¨®quet con flamencos y erizos. M¨¢s adelante, el bosque se cierra y sus hojas afiladas lo vuelven impenetrable, salvo cuando lo atraviesa alg¨²n r¨ªo de piedras de origen glaciar. En esta ¨¦poca todo son rojos: los frutos del acebo, los escaramujos y los espinos albares, las hojas de los arces campestres, los mostajos y maguillos que sobresalen de la espesura. Ojo con lo rojo: aparte de t¨®xicos, los frutos y ramas del acebo est¨¢n protegid¨ªsimos y no puede cogerse ni una rama de adorno prenavide?o. Si la mism¨ªsima Reina de Corazones ordenara que rueden cabezas, estar¨¢ bien merecido.
El acebal y el valle del Raz¨®n custodian por ambos lados la carretera que se interna en la sierra de Cebollera y entra en La Rioja por la Tierra de Cameros: otra comarca agreste de much¨ªsima personalidad reconocida como reserva de la biosfera por la Unesco. De Villoslada de Cameros, con sus casonas serranas imponentes, sale el camino que bordea el r¨ªo Iregua y asciende a los hayedos y cascadas de Puente Ra.
Bast¨® que los inmensos reba?os de merinas de la Mesta dejaran de pastar estos montes para que se recuperasen sus hayedos verdaderamente soberbios, a la altura de los de Irati en Navarra o Ponga en Asturias. En oto?o e invierno la cascada del Salt¨ªn y otras escalonadas, de agua tan abundante como g¨¦lida, son de una belleza salvaje. Hay que hacer un esfuerzo (figurado y literal) para dejarlas de lado y ascender hasta los prados y majadas donde est¨¢ la imponente f¨¢brica de la ermita porticada y la casa del santero de la Virgen de Lomos de Orios, antiqu¨ªsimo centro espiritual de los Cameros y a la que peregrinan no una sino dos romer¨ªas anuales. Se dice que es una virgen muy milagrera que ha echado un cable a los pastores por estas soledades desde hace siglos: en el dintel de entrada a la ermita, un lagarto picassiano tallado en cuernos de vaca recuerda el milagro por el que, con su intercesi¨®n, salv¨® a uno de ellos del ataque de una lagartija gigantesca y hambrienta.
Tiene, como buena ermita, su ermita?o: Roberto Pajares, El P¨¢jaro, que no es tan fiero le¨®n como a veces se pinta (¨¦l mismo es pintor) y a m¨ª me ense?¨® el chozo de pastores que reconstruy¨® piedra a piedra en una de las majadas; la silueta tallada en la piedra por una de las artistas a las que invit¨® a trabajar en el paraje, y la colecci¨®n de exvotos populares barrocos que conserva el templo (como el del joven lugare?o pose¨ªdo que acab¨® vomitando, tras muchos rezos, un sapo gordo que ro¨ªa sus entra?as).
Villoslada es una buena base para conocer bien la Tierra de Cameros, con otros hayedos soberbios como el de Monte Real, cerca de Ajamil; antiguos eremitorios como la cueva de Santo Domingo de Silos, cerca de Laguna de Cameros, o la interesant¨ªsima ermita prerrom¨¢nica de San Esteban de Viguera, con frescos de la Edad Media y al abrigo de una inmensa cueva que permite ahorrarse las tejas a sus vol¨²menes enlucidos y curiosamente modernos.
El pueblo m¨¢s bonito
Desde Villoslada se remonta el r¨ªo Mayor hasta dejar atr¨¢s Montenegro de Cameros, ¨²nico enclave soriano de la comarca, y entrar por su puerto al estrecho y precioso valle del r¨ªo Urbi¨®n. Viniegra de Abajo, que en 2016 fue elegido el pueblo m¨¢s bonito de Espa?a en un concurso popular, ejerce aqu¨ª de capital oficiosa de la comarca de las Siete?Villas. Bien est¨¢ el t¨ªtulo si llama la atenci¨®n sobre este pueblo notable, pr¨®spero y bien cuidado: sus grandes casonas indianas no desmerecer¨ªan en bulevares parisienses de la belle ¨¦poque, junto a las escuelas y lavaderos pagados por los vecinos que emigraron a principios de siglo, sobre todo a Argentina. En la Venta de Goyo (ventadegoyo.es), aparte de comer excelente caza y setas de temporada, hay fotos antiguas de grandes almacenes y palacios porte?os fundados por hijos de estas tierras. Es curioso y revelador ver as¨ª conectada la gran metr¨®polis de Buenos Aires con estos parajes por medio del cord¨®n umbilical de los paisanos emigrados.
Tambi¨¦n estaba conectada con el mar, seg¨²n la leyenda, la laguna de Urbi¨®n, la m¨¢s agreste, alejada y misteriosa de todas las que ocupan la base de muchos de los circos glaciares de estas sierras: un ecosistema de alta monta?a intacto en el coraz¨®n de la Europa mediterr¨¢nea, clasificado como zona Ramsar de especial inter¨¦s para las aves, que le gustar¨ªa a mi amigo ornit¨®logo. La senda que sube hasta ella arranca cerca de Viniegra, bordeando un torrente, entre prader¨ªas, majadas, ruinas de caba?as y la ermita bien cuidada de San Mill¨¢n. Requiere esfuerzo y largas horas de marcha. Pero una vez all¨ª, bajo los picos desnudos de Urbi¨®n no cuesta creer en las leyendas que hablan de su profundidad insondable, de la aparici¨®n en su superficie de restos de barcos naufragados en mares lejanos o de monstruos abisales que dejaban mondos los huesos de las reses muertas que los pastores m¨¢s atrevidos sumerg¨ªan atados de una soga.
Desde Viniegra se pueden seguir explorando las bonitas Siete Villas y llegar hasta el solitario monasterio de Valvanera (monasteriodevalvanera.es) para hacer noche en su agradable hospeder¨ªa y disfrutar de las vistas del valle cubierto de hayas en plena oto?ada. Al caer la noche, uno se siente viajero de los de antes por estas soledades: el lugar se queda solo, cantan los monjes sus v¨ªsperas, ta?en las campa?as y sube la neblina del arroyo a los pies en cuanto deja de soplar el viento.
Tambi¨¦n se puede emprender la carretera intrincada que lleva a Burgos y al pueblecito de Neila, ya en plena sierra de la Demanda. Es la mejor base para recorrer el parque natural de las Lagunas Glaciares de Neila. Son siete: Negra (no confundir con la de Vinuesa, m¨¢s conocida y visitada), Larga, Corta, Brava, de los Patos, de las Pardillas y de la Cascada. Una buena ruta es la que desciende hasta la laguna de la Cascada, la m¨¢s espectacular: llega a helarse en invierno, y es f¨¢cil ver corzos, jabal¨ªes y venados. Esconde tambi¨¦n la cueva de Los Potros, donde se refugiaban las milicias del temible Cura Merino durante la guerra de la Independencia. El propio Napole¨®n lo odiaba tanto que lleg¨® a exclamar: ¡°?Prefiero la cabeza de ese cura que tomar cuatro ciudades espa?olas!¡±.
M¨¢s rec¨®ndito a¨²n es el barranco de Las Calderas, donde el r¨ªo Palazuelo, la nieve y el viento han formado en la roca pozas muy hermosas pero g¨¦lidas para el ba?o incluso en pleno verano. Es delicioso el sendero que sube a los pastos de alta monta?a de Las Nilsas, entre ejemplares imponentes de tejos milenarios, otro ¨¢rbol relicto. Deja a un lado la cascada del Chorl¨®n y asciende hasta las majadas de altura, rodeadas de cumbres que rozan los 2.000 metros. De nuevo uno respira hondo y se cree en los Alpes o los Pirineos, muy lejos y muy cerca de ese mundanal ruido que por aqu¨ª nunca llega a muchos decibelios.
Javier Montes es autor de ¡®Luz del Fuego¡¯ (Anagrama).
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