El M¨¦xico de Octavio Paz, de Mixcoac a la Casa Alvarado
Una ruta por Ciudad de M¨¦xico que visita los escenarios vinculados al poeta, como el barrio que le vio crecer o el hogar en el que pas¨® sus ¨²ltimos d¨ªas
Rodeada de volcanes, la enorme Ciudad de M¨¦xico siempre est¨¢ en erupci¨®n de seres humanos que entran y salen de sus desva¨ªdos l¨ªmites, casas que trepan por los desmontes, rodean el aeropuerto, devoran las barrancas y pueblan lo que antes eran desiertos. En un pueblo devorado hoy por la urbe, Mixcoac, pas¨® su infancia a partir de 1914 el premio Nobel de Literatura Octavio Paz. En otro, Coyoac¨¢n, muri¨® en 1998. Entre una fecha y otra, entre uno y otro lugar, podemos celebrar su vida en los lugares que habit¨® y relacionados con su obra. Como ha escrito su bi¨®grafo y mejor estudioso, Guillermo Sheridan, ¡°su di¨¢logo m¨¢s frecuente e intenso fue con la mutante Ciudad de M¨¦xico¡±.
Naci¨® Paz en la calle de Venecia, 14, en la colonia Ju¨¢rez, frente a la casa del poeta Amado Nervo. Con solo un mes, su madre se traslad¨® con ¨¦l a Mixcoac, a la casa de su abuelo Ireneo, pr¨®cer ilustrado que no solo le ofreci¨® techo y jard¨ªn, tambi¨¦n una biblioteca. Buscaban protecci¨®n cuando el padre del peque?o Octavio march¨® al sur, donde Zapata, en aquellos a?os de revoluci¨®n. Ese inmueble tiene solo una planta y se halla en la tranquila plaza de Valent¨ªn G¨®mez Far¨ªas, en el barrio de San Juan (hoy pertenece a las monjas dominicas). Octavio Paz evoca la casona en Pasado en claro (1975). En otro poema escribe: ¡°Mixcoac fue mi pueblo: tres s¨ªlabas nocturnas¡±.
Un poco m¨¢s al norte, en San Pedro de los Pinos, ya junto al Anillo Perif¨¦rico, se ha abierto al p¨²blico hace poco un yacimiento mexica (con sustrato teotihuacano) en el que se incluyen los restos de una pir¨¢mide que Paz descubri¨® de ni?o con sus primos. Poco despu¨¦s comenzaron los estudios arqueol¨®gicos. Desde su casa, Paz avistaba la iglesia de San Juan Evangelista, del siglo XVI o XVII, que tiene trazas de haber visto pasar por su puerta al hijo de alg¨²n soldado de Cort¨¦s. Fue en 1521, hace exactamente 500 a?os, cuando Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca, cay¨® en manos de los espa?oles.
Gu¨ªa
En el barrio hab¨ªa una parada de tranv¨ªa que el futuro escritor tomaba para llegar, terminada la secundaria, a su centro de estudios en el coraz¨®n de la Ciudad de M¨¦xico: el imponente Colegio de San Ildefonso, de mediados del siglo XVII, con sus barandales y rojiza piedra de tezontle. Precisamente, asomados a una galer¨ªa del gran patio, Paz y sus compa?eros platicaban de literatura, y Barandal fue justamente el t¨ªtulo elegido para la primera revista que fund¨®. All¨ª, en su antigua Escuela Nacional Preparatoria, es donde despu¨¦s de las oportunas obras de adecuaci¨®n reposar¨¢n las cenizas del poeta y de su esposa, seg¨²n se ha anunciado. La pandemia y el lento proceso testamentario lo han retrasado todo, pero, a pesar de las demoras y los vaivenes en el lento camino, el valioso archivo del Nobel quedar¨¢ disponible para los investigadores, en principio, en este mismo lugar.
Muy cerca est¨¢ la catedral, y m¨¢s pr¨®ximas a¨²n, las ruinas del Templo Mayor, visitable y espeluznante por los apilamientos de cr¨¢neos que componen una peculiar y cruel mamposter¨ªa. Tambi¨¦n el museo que guarda la memoria de los aztecas, a la que no hay a?o que no se sume alg¨²n hallazgo importante. Desde los ventanales y la azotea de la vieja librer¨ªa Porr¨²a la vista abarca todo el recinto. Hay aqu¨ª restaurante, pero acaso sea m¨¢s recomendable ir para aliviar el hambre a un lugar al que concurren los citadinos: la Casa de Tlaxcala, que conserva recuerdos de la estancia en ella del escritor Jos¨¦ Mart¨ª y alberga el sencillo restaurante San Francisco, con sus comidas populares y muy asequibles (calle de San Ildefonso, 40). Observar en su salsa a los mexicanos puede ser el ilustrativo pr¨®logo o ep¨ªlogo de la lectura del libro de Paz sobre el alma de su pa¨ªs, El laberinto de la soledad.
Primeras ediciones
A unas cuadras al sur del Z¨®calo se ubica la Universidad del Claustro de Sor Juana, el antiguo convento de San Jer¨®nimo donde profes¨® y agot¨® sus a?os la protagonista de la gran obra de erudici¨®n que es Sor Juana In¨¦s de la Cruz o las trampas de la fe. All¨ª, los patios, las leyendas de las monjas fantasmales, los huesos ap¨®crifos o verdaderos de la santa, testigos de tantas conferencias, muchas de escritoras como la que fue amiga de Paz, Elena Poniatowska. En la esquina se halla la antigua librer¨ªa Madero, donde hay primeras ediciones de obras de Paz.
Nos dirigimos luego a la calle Guadalquivir esquina con el paseo de la Reforma, junto al ?ngel de la Independencia. Aqu¨ª, animando empresas intelectuales y escribiendo, tuvo el ensayista su departamento de dos plantas con un patio, gatos, obras de arte y su biblioteca, que ardi¨® en parte convirtiendo en cenizas ejemplares heredados de su abuelo Ireneo, entre ellos primeras ediciones de Gald¨®s. Paz y su esposa, Marie Jos¨¦, tuvieron que dejar la vivienda y trasladarse al hotel Camino Real, en Polanco, junto al bosque de Chapultepec que rodea al castillo hom¨®nimo con sus murales de O¡¯Gorman y Siqueiros (y el recuerdo de Maximiliano y Carlota), el Museo Tamayo de Arte Contempor¨¢neo y, sobre todo, el fabuloso Museo Nacional de Antropolog¨ªa, donde se conserva una gran piedra circular que se ha relacionado con la Piedra de sol del poemario paciano.
Paz pas¨® sus ¨²ltimos d¨ªas a una hora de denso tr¨¢fico rumbo al sur, en Coyoac¨¢n: la Casa Alvarado de la recoleta calle de Francisco Sosa. Hoy es la Fonoteca Nacional y tiene un bello jard¨ªn donde reponer fuerzas. Los fresnos y las buganvillas, la calma en medio de la metr¨®polis, las bancas de hierro, ?no son los mismos que los de aquella plaza de Mixcoac?
Antonio Rivero Taravillo novel¨® la vida de Octavio Paz en ¡®Los huesos olvidados¡¯ (Espuela de Plata, 2014).
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