Madagascar, una isla como de otro planeta
En el pa¨ªs africano, l¨¦mures y baobabs son los absolutos protagonistas, pero el singular parque nacional de Tsingy de Bemaraha y las playas de Ifaty se suman a los atractivos del viaje
Madagascar?es un mundo aparte. Un lugar que se form¨® hace 165 millones de a?os cuando se desgaj¨® del primitivo supercontinente de Gondwana. Es una gigantesca isla, tan grande como Espa?a, cuya fauna y flora evolucionaron al margen del resto del planeta dando lugar a especies de animales y vegetales que en su mayor parte son end¨¦micas. Dos buenos ejemplos de ello son el l¨¦mur, un g¨¦nero de primates que ¨²nicamente vive aqu¨ª, y el baobab, uno de los ¨¢rboles m¨¢s raros y llamativos que existen. Un territorio frente a la costa sudeste de ?frica que es, en muchos sentidos, un enclave que parece de otro mundo. Destino tur¨ªstico a¨²n minoritario, en este viaje recorremos buena parte de sus atractivos.
Hacia la selva de los l¨¦mures
Desde Antananarivo, la capital, nos ponemos en camino por la ¨²nica v¨ªa que lleva al parque nacional de Andasibe-Mantadia, que, juntamente con la cercana reserva especial de Analamazoatra, alberga seis especies diferentes de l¨¦mures; incluyendo los dos de mayor tama?o que existen: el indri y el sifaca. La visita al parque la realizamos acompa?ados de un gu¨ªa y de un ¡°localizador¡±, que se encargar¨¢ de adentrarse en las profundidades del bosque para facilitar el avistamiento de los codiciados y raros primates.
El gu¨ªa imita h¨¢bilmente los caracter¨ªsticos sonidos que emite el tipo de l¨¦mur que queremos ver. El efecto llamada funciona de inmediato y en un momento llegan varios ejemplares de indri que responden con un concierto de variados y penetrantes gritos ¡ªtienen secuencias y tipos de canto para muy diferentes momentos, como el cortejo, para advertir peligro, peleas¡¡ª. Alguien dijo una vez que este tipo de l¨¦mures, de color blanco y negro, parec¨ªan monos disfrazados de osos panda. Poco despu¨¦s damos tambi¨¦n con una familia de sifacas de diadema; es el tipo de sifaca m¨¢s llamativo y el de mayor tama?o ¡ªllega a medir hasta 105 cent¨ªmetros¡ª, y vive en grupos mixtos de ocho o m¨¢s individuos.
A lo largo del recorrido, el gu¨ªa nos va ilustrando sobre las muy distintas clases de l¨¦mures que existen (m¨¢s de 100); tambi¨¦n de algunas curiosidades sobre ellos, como, por ejemplo, que el m¨¢s peque?o tiene el tama?o de una peque?a ardilla y es nocturno.
De ¨¢rbol en ¨¢rbol
El otro plato fuerte del pa¨ªs son, sin duda, los baobabs. Prodigiosos y mastod¨®nticos ¨¢rboles milenarios, de aire remoto y tot¨¦mico, que seg¨²n quien los mire podr¨¢ pensar que su corteza guarda parecido con la cori¨¢cea piel de un paquidermo o con la p¨¦trea textura de una roca. En la mayor parte de los lugares en los que aparecen estos colosos de la flora, los pueblos o culturas de la zona les atribuyen poderes m¨¢gicos o sagrados. Son ¨¢rboles que despiertan asombro y respeto. Cuando uno observa su primer baobab piensa que es una especie vegetal de un mundo al rev¨¦s, en el que los ¨¢rboles hunden sus troncos en el subsuelo dejando ver sus ra¨ªces en lo m¨¢s alto. De las nueve especies que existen, en Madagascar hay siete. La edad de los ejemplares m¨¢s viejos supera los 1.000 a?os; su altura alcanza los 25 metros, y su anchura no la abarcan 10 personas abrazando su tronco.
Para ver la c¨¦lebre avenida de los Baobabs hay que viajar a Morondava, ciudad costera y con gran actividad pesquera que regalar¨¢ im¨¢genes imborrables de grandes y peque?os veleros de pesca desfilando frente a la playa. La fotog¨¦nica calle es una sencilla pista de tierra flanqueada a izquierda y derecha por medio centenar de imponentes ejemplares. Dependiendo del momento del a?o y del d¨ªa, se ver¨¢n sus troncos de muy distinta coloraci¨®n: desde plata brillante, pasando por gris plomizo, bronce bru?ido, naranja suave, hasta llegar al oro viejo o al negro. Su contraste con el color del cielo oficiar¨¢ el instante m¨¢gico.
Aunque no existe oficialmente una ruta de baobabs,?s¨ª que es posible disfrutar de algo parecido siguiendo la pista que une Morondava con el r¨ªo Tsiribihina. M¨¢s de 100 kil¨®metros a lo largo de los cuales, adem¨¢s de la conocida avenida, se podr¨¢n ver muy excepcionales baobabs. Por ejemplo, un descomunal tr¨ªo unido por un mismo tronco, o un majestuoso esp¨¦cimen aislado en medio del terreno que recuerda a uno de esos viejos elefantes solitarios vagando por la inmensidad africana. Siguiendo con el cat¨¢logo de la ruta, poco m¨¢s all¨¢ se ve uno cuyo tronco se desdobla y se retuerce dando la sensaci¨®n de abrazarse a s¨ª mismo. Avanzando en el camino, llegaremos a un peque?o poblado asentado al lado de un colosal ejemplar, de gran copa ramificada, que adem¨¢s es uno de los m¨¢s sagrados de la isla. No lejos de este m¨¢gico ¨¢rbol penetraremos en un bosque repleto de estos gigantes vegetales, y es que todav¨ªa resulta m¨¢s inusual encontrarlos formando peque?as selvas.
El imponente bosque de piedra
La ¨²nica forma de llegar al parque nacional de Tsingy de Bemaraha, declarado patrimonio mundial en 1990, y sus singulares formaciones rocosas es atravesar el r¨ªo Tsiribihina y sus aguas color azafr¨¢n, producto de la gran cantidad de sedimentos arcillosos que arrastran. Embarcamos los veh¨ªculos en una precaria balsa y cruzamos a Belo sur Tsiribihina. Hasta Tsingy de Bemaraha todav¨ªa quedar¨¢n casi cuatro horas de coche.
Iniciamos la visita primero por el interior de un denso bosque en el que es posible ver camaleones, multitud de aves y, por supuesto, l¨¦mures (aqu¨ª habitan 11 tipos). Despu¨¦s aparecen ya las formaciones geol¨®gicas de Tsingy, de origen k¨¢rstico, que se yerguen altivas con sus grises e hirientes agujas apuntando al cielo. El recorrido transcurre en un constante subir y bajar, a trav¨¦s de un agresivo y bello paisaje repleto de afiladas murallas p¨¦treas. Atravesamos t¨²neles y cruzamos alguna pasarela colgante para salvar una profunda garganta. El esfuerzo se ve compensado al alcanzar un par de miradores situados en las partes m¨¢s altas del lugar. Desde ellos se disfruta de una magn¨ªfica vista cenital de este bosque de piedra.
Mares de ensue?o¡ y m¨¢s baobabs
De Morondava a Belo sur Mer hay que emplear 13 agotadoras horas de Toyota, pero el camino merece realmente la pena. Al paso desfilan peque?os poblados de chozas construidas a base de ca?as, hojas de palmera y corteza de baobab. En esta parte de Madagascar las comunidades parecen vivir igual que hace siglos. El camino sigue regalando sorprendentes encuentros con los monumentos vegetales de esta extra?a isla. Vemos baobabs de todo tipo; algunos con sus enormes vol¨²menes y raras protuberancias parecen gigantescos y deformes tub¨¦rculos puestos al sol; otros, con sus extra?as y grotescas formas org¨¢nicas, sugieren imposibles seres de otros mundos. Cruzamos viejas lagunas salinosas; extensos territorios de soleados bosques de extra?as especies vegetales; ¨¢reas pedregosas; lechos secos de r¨ªos que dejaron de serlo hace miles de a?os; terrenos arcillosos, arenosos, de roca viva¡ Llevamos ya m¨¢s de 10 horas de?coche superando inc¨®modas trialeras y tramos en los que el veh¨ªculo parece un caballo desbocado. Antes de emprender las ¨²ltimas horas del viaje, es el momento de cruzar el Mangoky, el mayor r¨ªo de Madagascar, con unos 564 kil¨®metros de largo. Y, por fin, Belo sur Mer: un id¨ªlico lugar en el que todo parece estar impregnado de una m¨¢gica y armoniosa quietud. Frente a nosotros se despliegan un par de brazos de mar color verde esmeralda entre dos deslumbrantes lenguas de arena blanqu¨ªsima.
La siguiente y ¨²ltima etapa lleva hasta Ifaty. En el camino se ven de nuevo multitud de baobabs ¡ªel oeste es la zona con la mayor densidad de ejemplares, de toda clase y tama?os, incluyendo el m¨¢s antiguo y grande del pa¨ªs¡ª. Y se descubren adem¨¢s llamativos bosques de una de las especies de baobabs m¨¢s particulares, la de forma de botella. Tambi¨¦n se tiene ocasi¨®n de contemplar los rar¨ªsimos ejemplares ¡ªparece ser que solo existen tres en toda la isla¡ª cuya corteza presenta un mosaico uniforme de curiosas manchas amarronadas que le dan un enigm¨¢tico aire de ¨¢rbol tatuado. Hacia el mediod¨ªa, el infernal traqueteo de la pista de tierra concluye; la polvareda se disipa y, de repente, aparece una playa de blanqu¨ªsimas arenas y deslumbrantes aguas turquesas. Ifaty es el lugar para la relajaci¨®n y el esn¨®rquel junto al arrecife que en esta parte del pa¨ªs se extiende a lo largo de casi 300 kil¨®metros de costa. Y Le Jardin de Giancarlo, una buena pista gastron¨®mica en este singular universo lleno de atractivos y con multitud de lugares para sorprenderse.
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