Por la Ciudad Universitaria de Madrid, un universo en miniatura: arquitectura, utop¨ªa y una hamburguesa vegana
Este no es uno de los lugares m¨¢s visitados por los turistas y resulta m¨¢s bien desconocido para los habitantes de la capital. Pero una vez dentro del campus es posible desde pasear entre maizales hasta entrar en la guarida de un alquimista
Es una de las pesadillas m¨¢s comunes entre quienes ya han completado sus estudios: aquella asignatura que tanto cost¨® aprobar. Quiz¨¢ por eso, la Ciudad Universitaria no es uno de los lugares m¨¢s visitados por los turistas que llegan a Madrid y, salvo para quienes usaron sus instalaciones, resulta m¨¢s bien desconocida entre los vecinos de la ciudad. Tampoco ayuda que su acceso a pie no sea del todo c¨®modo: toca bajar una larga cuesta desde Moncloa mientras, a espaldas del caminante, queda el siniestro Arco de la Victoria, con su aspecto severo y ¡ªlo que es peor¡ª sus inscripciones fascistas que nadie, en m¨¢s de 45 a?os, ha retirado.
Pero en esta frontera oeste de la capital, una vez dentro del campus (compartido por tres universidades: Complutense, Polit¨¦cnica y UNED), todo nos parecer¨¢ posible: desde pasear entre maizales hasta colarnos en la guarida de un alquimista. Incluso ¡ªquiz¨¢ esto sea lo m¨¢s ins¨®lito¡ª se puede comprar un abeto por veinte euros y comer aceptablemente por menos de siete.
01 El parque de las balas
La explanada entre el Hospital Cl¨ªnico y el Museo de Am¨¦rica ofrece un acceso todav¨ªa m¨¢s escarpado para quien desee empaparse de historia ¡ªy quiz¨¢ de barro¡ª desde el principio. Dentro de un templete no especialmente esmerado, fr¨ªo como los vientos que llegan sin obst¨¢culos desde el Guadarrama, se encuentra una figura de la Virgen de la Inmaculada que presenta marcas de disparos. Durante la Guerra Civil esta virgen protagoniz¨® varias leyendas, pero aqu¨ª preferimos su papel m¨¢s pop: hasta hace poco acompa?aba a los componentes del grupo Carolina Durante cuando buscaban un lugar apartado donde fumar y beber, as¨ª que le dedicaron una canci¨®n: ¡°En el Parque de las Balas / La virgen tiroteada / Ella era una m¨¢s / Pero nunca saludaba¡±.
Toda la Ciudad Universitaria est¨¢ llena de vestigios de la Guerra Civil pues, entre noviembre de 1936 y marzo de 1939, sus edificios inacabados se convirtieron en acuartelamientos y contra sus muros tuvieron lugar algunas de las batallas m¨¢s sangrientas del conflicto. El frente part¨ªa en dos el propio campus y las tropas de cada bando permanecieron atrincheradas a distancias tan cortas como la que separa la Escuela de Agr¨®nomos (sublevados) de la Facultad de Odontolog¨ªa (gubernamentales): 87 metros. En contraste, hoy la zona est¨¢ repleta de carteles, de parejas recientes, de sangriadas improvisadas y de fotocopias que se vuelan en un descuido.
02 Un mar min¨²sculo
Esa capacidad para albergarlo todo (en el pasado, crueles enfrentamientos; actualmente, animados festivales) forma parte de la naturaleza m¨¢s profunda de la Ciudad Universitaria: quiere ser una miniatura del universo. Proyectada durante los a?os del regeneracionismo (los m¨¢s optimistas de la Modernidad espa?ola), cuando la pretensi¨®n de agrupar todo el saber humano en unas pocas hect¨¢reas no parec¨ªa descabellada, junto a los edificios de las facultades y escuelas t¨¦cnicas se construyeron laboratorios y campos de pruebas para reproducir aquello a lo que se enfrentar¨ªan los egresados durante su actividad profesional. Nos encontramos ante un conjunto en el que se almacenan miles de piezas valiosas para pr¨¢cticamente cualquier disciplina del saber, por ejemplo, un cuadro de Durero, un arado, un cuerno de unicornio o una momia.
Nuestro paseo comienza en la Escuela T¨¦cnica Superior de Ingenieros Navales (1948), en cuya fachada destaca una versi¨®n reducida de la Torre de H¨¦rcules. La primera sorpresa aparece en la pradera lateral, que exhibe uno de los pocos veleros completos que, por motivos evidentes, se pueden ver en Madrid. La segunda es todav¨ªa m¨¢s espectacular: la ETSIN, adem¨¢s de muchas maquetas y aquel barco, esconde un mar min¨²sculo. El Canal de Ensayos Hidrodin¨¢micos, en el que se estudian modelos a escala de buques y plataformas oce¨¢nicas, es una largu¨ªsima piscina capaz de simular marejadas. Ser¨¢ una constante durante todo este recorrido y por eso debemos advertirlo: aunque casi todos los edificios son p¨²blicos y el tr¨¢nsito por las zonas comunes es libre, hay instalaciones como esta a las que solo podremos acceder mediante visita guiada (sus fechas aparecen en la web de la Escuela). Eso s¨ª: el personal universitario suele tolerar la curiosidad y basta llegar en buen momento para que algunas puertas que parec¨ªan infranqueables se abran con ligereza.
03 Paradas arquitect¨®nicas
La glorieta del Cardenal Cisneros es un estorbo que puede salvarse por la esquina de la Casa do Brasil (1962), formada por cuatro bloques de hormig¨®n e inspirada por los trabajos de Lucio Costa y Oscar Niemeyer en Brasilia. Volveremos a cruzar y pondremos rumbo al Museo del Traje. Merece la pena contemplar la colecci¨®n y, sobre todo, admirar c¨®mo el patio y el jard¨ªn apenas se pierden de vista una vez dentro. Es una pena: la torre lleva cerrada m¨¢s de una d¨¦cada por deficiencias en sus sistemas antiincendios y es que este edificio es moderno (por su estilo) pero no reciente: fue inaugurado en 1975 como Museo de Arte Contempor¨¢neo.
Si seguimos bajando, a un lado quedar¨¢ la Escuela de Arquitectura y, al otro, los campos de deporte de la Complutense en los que, por cierto, hay un peque?o chiringuito en el que sirven desayunos y bocadillos a buen precio. Al final de la calle, y a la altura de Ciencias de la Actividad F¨ªsica, giraremos a la izquierda. En este momento conviene haberse puesto en contacto con el Colegio Mayor Argentino Nuestra Se?ora de Luj¨¢n (muy estricto en cuanto a visitas al tratarse del hogar de los colegiales) o, si es verano, haber tra¨ªdo ba?ador y chanclas para disfrutar de la Piscina Complutense, un lugar que merece su propia cr¨®nica. Si no es posible acceder a su interior, debemos rodear el Colegio Mayor Argentino (con una fachada enga?osa) para, desde el lateral, vislumbrar su patio, dibujado por terrazas a cinco alturas que acompa?an el desnivel del terreno. ¡°La construcci¨®n en torno a un patio, a un espacio abierto, implica que las funciones que se desarrollan a su alrededor son privadas. Pero no an¨®nimas, las efect¨²an personas que tienen en com¨²n el pertenecer a algo, una ciudad, una escuela, una universidad, un convento¡±, escribieron en 1963 sus arquitectos, Carmen C¨®rdova y Horacio Baliero. Como mu?ecas rusas, los colegios mayores son ciudades dentro de ciudades.
A estas alturas muchos habr¨¢n notado que el recorrido tiene algo de cat¨¢logo arquitect¨®nico. Pocos entornos como este para, saltando de d¨¦cada al cruzar la calle, apreciar c¨®mo a lo largo del siglo XX el poder exterioriz¨® sus principios ¡ªcambiantes como los estilos y corrientes¡ª por medio de la arquitectura. Algo m¨¢s abajo, la Biblioteca Central de la UNED (1993) aparenta no tener nada que ofrecer tras su insulsa envoltura de ladrillo, pero, en este caso, el exterior es lo de menos (otro rasgo de ¨¦poca). Dentro, existen seis plantas con acceso directo a los fondos y unos puestos de estudio (los mejores de la zona) dispuestos alrededor de un gran cilindro vac¨ªo que atraviesa todas las alturas y difunde luz natural. Adem¨¢s, desde la cafeter¨ªa del ¨²ltimo piso se disfruta de una de las mejores vistas del perfil madrile?o: muy cerca, el Puente de los Franceses y la Casa de Campo; al fondo, la Almudena, el Palacio Real y el Viaducto.
04 Entre la Corona de Espinas y Bellas Artes
Ahora toca recorrer la Senda del Rey durante poco m¨¢s de un kil¨®metro por terrenos del CEIGRAM, un centro de investigaci¨®n medioambiental. Atravesaremos espesos maizales que esconden la M30, veremos cosechadoras y aperos y, finalmente, toparemos con la valla del Palacio de la Moncloa (de nuevo, el poder) que marcar¨¢ el camino hacia Bellas Artes y el Instituto de Patrimonio Cultural de Espa?a. Esta instituci¨®n tiene su sede en la Corona de Espinas (1985), quiz¨¢ el edificio m¨¢s espectacular entre los seleccionados. Obra de Fernando Higueras, est¨¢ formado por cuatro alturas y dos anillos, y es el ejemplo m¨¢s emblem¨¢tico del estilo organicista de su autor. Las visitas guiadas se realizan, con reserva, todos los jueves a las doce.
05 En la Facultad de Farmacia (y alquimia)
Despu¨¦s de admirar la obra de Higueras, rodearemos la Facultad de Bellas Artes o merodearemos un rato por su interior: un laberinto con talleres llenos de manos de escayola, horror vacui en las paredes y una solvente librer¨ªa de segunda mano con referencias sobre est¨¦tica, cine o historia del arte. El camino hasta la Facultad de Farmacia (parte del proyecto original de 1927) nos lleva a la zona central del campus y, dentro del enorme edificio, enseguida encontraremos el Museo de la Farmacia Hispana. Para disfrutarlo, tendremos que haber reservado una visita guiada; las hay todos los d¨ªas lectivos y duran hora y media. Adem¨¢s de una colecci¨®n de instrumentos cient¨ªficos, almireces, morteros y piezas de cer¨¢mica y porcelana, este museo expone cinco boticas hist¨®ricas, rescatadas y reubicadas, y recreaciones de una botica ¨¢rabe, un laboratorio alquimista y una botica de hospital del siglo XVII. Cada una de estas estancias es una c¨¢mara del tiempo que invita a reflexionar sobre lo reciente que es esa pr¨¢ctica a la que llamamos ciencia. Atenci¨®n, spoiler: seg¨²n explica Alejandra G¨®mez, la conservadora, el cuerno de unicornio procede, en realidad, de un narval capturado en el ?rtico. Resulta casi igual de ex¨®tico.
06 Una hamburguesa en Filosof¨ªa
Basta con seguir la avenida Complutense para dar con la Facultad de Filosof¨ªa (1943). Frente a su fachada, un busto de Omar Jayam, el poeta persa del siglo X cuyos versos invitan a embriagarse con m¨¢s insistencia que esas comedias de universitarios estadounidenses cuyo lema es YOLO (¡°solo se vive una vez¡±). Esta facultad, construida durante la II Rep¨²blica, es uno de los mejores ejemplos del estilo racionalista madrile?o, cuyas caracter¨ªsticas se aprecian con claridad en el porche de granito y hormig¨®n que aprovecha la i¨ªa. Hablamos de una de las m¨¢s animadas (tal vez por influencia del poeta) y de la primera que sirvi¨® hamburguesas veganas, muy sabrosas. La lista de ilustres que han pasado por aqu¨ª es infinita: de Ortega a Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, y todav¨ªa en algunas puertas se leen nombres de habituales de las librer¨ªas y el debate p¨²blico. El despacho 19, por ejemplo, lo comparten los profesores Carlos Fern¨¢ndez Liria y Jos¨¦ Luis Pardo.
07 Escuela de Montes
Superada la tentaci¨®n de asistir como oyente a una clase de Metaf¨ªsica (una materia compleja pero quiz¨¢ menos ¨¢spera que Hormig¨®n, en la cercana Escuela de Caminos), nos dirigiremos hacia la Escuela de Montes (1948). En Montes lo ponen f¨¢cil: en Navidad podremos comprar un abeto natural, pero durante todo el a?o es posible recorrer el Arboreto (una muestra con m¨¢s de 400 especies arb¨®reas de todo el mundo) por sendas detalladas en varios carteles. Es lo m¨¢s parecido a un bosque que se puede encontrar a esta distancia del centro y, como indica su gu¨ªa (disponible online): ¡°Hay que mirar en todas las direcciones¡± pues es posible avistar abejarucos, autillos y otras aves.
08 Cerro de los Locos
Dejaremos Ciudad Universitaria como hab¨ªamos entrado: por un camino m¨¢s bien oculto y con desnivel cuyo comienzo debemos buscar en la esquina donde coinciden la Facultad de F¨ªsicas y la de Qu¨ªmicas. Este sendero nos conducir¨¢, bordeando la AEMET, hasta el Cerro de los Locos, un mont¨ªculo llamado as¨ª porque a principios del XX los pioneros de la gimnasia practicaban en ¨¦l sus ejercicios, muy extravagantes a ojos de quienes se los encontraban all¨ª arriba. El propio cerro no tiene mucho que apreciar (la torre el¨¦ctrica que marca la cota m¨¢s alta es un simple bloque que sirvi¨® de front¨®n), pero desde ¨¦l se divisan los lugares que acabamos de visitar, el Monte del Pardo y un espectacular atardecer sobre la Sierra, que parece mucho m¨¢s cerca que la ciudad (y eso que a buen paso llegar¨ªamos a Sol en menos de una hora).
Algo tiene este paseo ¡ªadem¨¢s de bastantes kil¨®metros¡ª que siempre se termina con ¨¢nimo melanc¨®lico. Puede haber sido la contemplaci¨®n de esos l¨ªmites de Madrid por los que asoma el horizonte, pueden haber sido todas las se?ales de un pasado terrible que hemos encontrado o puede que, frente a alguna facultad o escuela, nos haya removido el recuerdo de una vocaci¨®n incumplida. En cualquier caso, conviene reincorporarse poco a poco, por el antiguo barrio de Metropolitano. Son las calles en las que muri¨® Durruti y vivi¨® Vicente Aleixandre que, en su Oda a los ni?os de Madrid muertos por la metralla, escribi¨®: ¡°Por la ciudad un r¨ªo de dolor grita y convoca¡±. Afortunadamente, los ¨²nicos gritos que se escuchan hoy son los que celebran un aprobado definitivo o expresan el dolor reversible de un suspenso.
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