La industria de la maledicencia
Ante sus lectores se aparecen desaseados, feos, encabronados, quejosos, viperinos, acomplejados o envidiosos
Este es un pa¨ªs tan dado a la maledicencia que ha creado una potente industria en torno a ella, y as¨ª ha contaminado todo. Todos esos programas y revistas de cotilleos son el alimento diario de una considerable parte de la poblaci¨®n. Ah¨ª no hay curiosidad por las vidas ajenas (algo menos que m¨¢s comprensible, pero bueno), sino voluntad de hacer da?o y de ultrajar, despellejamiento nada encubierto. Ese ¨¢nimo se ha trasladado a la pol¨ªtica y a demasiados ¨¢mbitos, y las redes sociales no han hecho sino multiplicarlo por millares. En estas hay poco m¨¢s que invectivas, burlas, comentarios malsanos, malignidad hacia cualquiera, sea un particular o muy famoso. Nadie se libra, pero quien se convierte en figura p¨²blica est¨¢ acostumbrado a ser zaherido (tambi¨¦n a recibir algunos halagos). Lo mejor que puede hacer es no prestar atenci¨®n, o algo m¨¢s dif¨ªcil, no enterarse. S¨ª, esto ¨²ltimo es casi imposible, porque si alguien dice o escribe de uno algo desagradable, los periodistas lo repetir¨¢n y destacar¨¢n. Si un escritor publica sus diarios, o sus memorias, o su correspondencia, lo ¨²nico en lo que se fijar¨¢ la ¡°prensa canallesca¡± (as¨ª llamaba el franquismo a toda) ser¨¢ en si habla mal de tal colega o editor o cr¨ªtico, si ¡°ajusta cuentas¡±, si echa pestes. El esfuerzo del autor por explicarse o relatar su vida quedar¨¢ anulado por el regodeo que sentir¨¢n plumillas y lectores chismosos al descubrir c¨®mo pone a Fulano o Mengano a caer de un burro. Es lo que se ha subrayado recientemente con obras de Caballero Bonald, Mars¨¦ y Jaime Salinas (sus cartas privadas): se ha se?alado sobre todo con qui¨¦nes se met¨ªan o de qui¨¦nes se mofaban, lo ¨²nico de valor, seg¨²n parece. Precisamente por eso no se me ha ocurrido asomarme a tales obras, que a lo mejor poseen virtudes. No solo por ahorrarme alguna posible anotaci¨®n agria respecto a m¨ª por parte de personas a las que he profesado simpat¨ªa; tambi¨¦n porque no me apetec¨ªan comentarios de esa ¨ªndole sobre terceros, as¨ª pudieran parecerme merecidos.
Todos los hacemos y los hemos hecho en privado: en cartas, en una cena, por tel¨¦fono, en SMS, en tuits y mails quienes los empleen. Pero, cuando los leo en otros, el efecto que me producen es muy negativo para sus autores. Es como si me los mostraran en sus peores facetas: la del desd¨¦n, la del resentimiento, la del cabreo, la del engreimiento, la de la displicencia o la mala uva. Todos, insisto, albergamos estas facetas, e incluso pueden resultar divertidas y ser celebradas por nuestras amistades¡ de nuevo en privado. En cambio, cuando se publican, en el silencio fr¨ªo de la letra impresa, resultan antip¨¢ticas y rencorosas y mezquinas, y para m¨ª no es grato comprobar cu¨¢les eran las opiniones ¡°sin pelos en la lengua¡± de un colega sobre los dem¨¢s; sobre m¨ª, todav¨ªa menos. Quienes dan a la luz este material en vida se hacen un flaco favor, desde mi punto de vista. Se ganan el desafecto de sus ¡°damnificados¡±, en ocasiones p¨®stumamente; y ante sus lectores y admiradores se aparecen desaseados, feos, encabronados, quejosos, viperinos, acomplejados o envidiosos, seg¨²n el caso. A quienes los herederos les publican estos desahogos contra su voluntad, mala suerte y descendientes peseteros, a los que no les importa ensuciar la imagen de quien les da beneficios.
?Y c¨®mo va a importarles, si la industria de la maledicencia jalea y aplaude la aparici¨®n de cualquier texto malintencionado, calific¨¢ndolo a menudo de ¡°honesto¡± o de ¡°valiente¡±? Admirando mucho a los dos, no quise leer el Borges de Bioy Casares. Sin duda tendr¨¢ inter¨¦s y brillanteces, pero me niego a asistir a los chismorreos de un par de hombres inteligentes que se reun¨ªan a cenar casi todas las noches, quiz¨¢ sin saber uno de ellos que el otro anotaba luego en casa el contenido de sus charlas informales. Tambi¨¦n las personas as¨ª quieren descansar a ratos de su inteligencia, pero nadie tiene por qu¨¦ contemplarlos en sus remansos de abandono y malicia.
Lo peor, empero, no son las apreciaciones negativas de cada cual, sino el af¨¢n de las amistades en hac¨¦rselas saber a uno. Si yo prefiero ignorarlas; si no voy a buscarme en los ¨ªndices onom¨¢sticos ni loco, ?por qu¨¦ hay siempre tantos empe?ados en que me entere? Hay quienes se ofenden por uno y as¨ª te lo sueltan: ¡°Estoy indignado con lo que de ti ha dicho Clemenza¡±; ¡°Es intolerable la andanada que te ha lanzado Elvira Pi?ones¡±, etc¨¦tera. O bien quienes te consideran un ingenuo y ans¨ªan desenga?arte: ¡°T¨² te portas muy bien con Faltriquera, pero no sabes lo que dice de ti a tus espaldas¡±. Lo cierto es que a menudo lo adivino, o no me extra?a (bueno, a veces est¨¢ uno en verdadera Babia, y el desenga?o es oportuno), y trato de hacer caso omiso, hasta que la amistad de turno me lo imposibilita. As¨ª lo obligan a uno a enfadarse, con Faltriquera, con Pi?ones, con Clemenza y con los mensajeros caritativos. En el mundo literario como en los dem¨¢s: de todos nosotros hay quien habla mal, o nos detesta, da igual si somos cient¨ªficos, pol¨ªticos, tenderos, empresarios, zapateros o m¨¦dicos. Un pa¨ªs que adora la maledicencia y su propagaci¨®n, no es raro que acabe con frecuencia como el rosario de la aurora. Mi granito de arena para evitarlo: hace mucho que a nadie le voy con el cuento de lo negativo, y en cambio corro a contarles a todos los elogios que me llegan de ellos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.