Qui¨¦n quiere amigos teniendo ¡®podcast¡¯
Tras la pandemia, el consumo de audio a demanda se ha convertido en un b¨¢lsamo emocional que llena los huecos antes dedicados a la vida social. Hoy no hay nada m¨¢s terror¨ªfico que media hora de silencio forzoso.
En casa de la ilustradora y ceramista Rachel Sender y de su pareja, Phil, hay dos tareas urgentes a las ocho de la tarde. Una es recoger la cocina, y la otra, acostar al hijo de ambos, Max, de tres a?os. Antes, Rachel y Phil se peleaban por la segunda, que era la buena, pero desde hace unas semanas, meses quiz¨¢, ella le dice muchas noches a su pareja: ¡°Ve t¨² a leer el cuento al ni?o, que ya limpio yo¡±. No es que de pronto le encante llenar el lavavajillas y limpiar la encimera, es que mientras lo hace puede ponerse un podcast, seguramente uno m¨¢s narrativo, de los que cuesta seguir cuando trabaja, o quiz¨¢ algo de humor, algo que le ayude a enterrar el d¨ªa. ¡°De alguna manera me hace sentir mala madre preferir la cocina, pero es mi momento¡±, relata.
Todos los indicadores m¨¦tricos, desde el estudio de consumo de audio que hizo la consultora Prodigioso Volc¨¢n hasta los informes elaborados por Spotify y la asociaci¨®n de marketing y publicidad en internet IAB Spain, coinciden en se?alar que en el a?o pand¨¦mico se dispar¨® el consumo y la producci¨®n de audio a demanda. Ya casi la mitad de la poblaci¨®n espa?ola escucha podcasts y el 24% de ellos empezaron a hacerlo cuando se activ¨® el confinamiento, seg¨²n uno de estos informes.
Lo que no pueden medir los estudios con facilidad es la dependencia emocional que muchos de esos oyentes han desarrollado con sus podcasts de cabecera: hasta qu¨¦ punto el audio grabado ha servido como sustituto de las conversaciones con amigos, c¨®mo han rellenado el hueco que antes dedic¨¢bamos al ocio y cu¨¢nto nos han servido como muleta emocional. Se sabe que se ha sucumbido a una adicci¨®n al audio cuando, a medio camino del viaje al supermercado, uno se da cuenta de que se ha dejado los auriculares o que los inal¨¢mbricos se han quedado sin bater¨ªa, y la perspectiva de 25 minutos de embolsar fruta y hacer cola en g¨¦lido silencio nos genera estupor. En las casas superpobladas, con varios miembros teletrabajando y obligados a pasar el d¨ªa juntos, el gesto de ponerse los auriculares es lo m¨¢s parecido a decir: no me hables, estoy a lo m¨ªo.
¡°Hay algunos amigos a los que llevo meses sin ver. Al principio de todo esto nos llam¨¢bamos mucho, pero lo vas dejando¡±, cuenta Sender, que es de Barcelona, pero vive en R¨®terdam (Pa¨ªses Bajos), donde a¨²n est¨¢ vigente un confinamiento bastante estricto, con tiendas cerradas y toque de queda a las nueve de la noche. ¡°Solo puedes invitar a un amigo a casa; nosotros tenemos a cuatro o cinco que vienen de uno en uno. As¨ª que s¨ª, ponerme un podcast que me haga re¨ªr se ha convertido un poco en el equivalente a salir a tomarme una ca?a, aunque suene un poco triste¡±.
Mireia Lite, editora en Penguin Random House, es una de tantas personas que en el a?o pand¨¦mico huyeron de la ciudad. Ella y su pareja se han ido de Barcelona y se han refugiado en Torroella de Montgr¨ª, un pueblo de la Costa Brava que en invierno, dice, ¡°es justito¡±, as¨ª que pas¨® de ir cinco d¨ªas a la semana a una oficina y tener una activa vida social a estar semanas encerrada con su novio¡ y los narradores de sus podcasts preferidos. ¡°Entran en tu intimidad, se meten en la cocina de tu casa. Durante este a?o se han convertido en un compa?ero m¨¢s. Al estar tan solos, era como a?adir gente a nuestra rutina¡±, admite. Lite siempre hab¨ªa sido muy radioyente, ¡°de tener la radio puesta todo el d¨ªa¡±, pero al inicio de la pandemia se dio cuenta de que estar tan informada le generaba ansiedad, y se dise?¨® una dieta de podcasts en funci¨®n de la tarea y el momento del d¨ªa. Est¨¢n los que escuchan en pareja, los que escucha sola mientras trabaja ¡ªDeforme Semanal, Estirando el Chicle y La Ruina, por ejemplo¡ª y los premium, los de pasear al perro, el momento estrella del d¨ªa. Para eso se reserva series con trama que requieren atenci¨®n, como OLAFO, la docuserie sobre el vuelo de Avianca que se estrell¨® en 1983; el podcast sobre el caso Cifuentes o XRey, la premiada producci¨®n sobre Juan Carlos I. Cuando los termina, le invade la misma sensaci¨®n de orfandad que cuando acaba un libro especialmente absorbente. De hecho, lo que le ocurre ahora es que cuando lee novelas piensa todo el rato: esto tiene un podcast. Y pr¨¢cticamente puede escuchar el audio en su cabeza.
Como todo lo que genera placer y enganche, ya hay quien est¨¢ alertando contra esto. Michael Grabowski, especialista en neurociencia del Manhattan College, avisa de que la mente necesita tiempo para filtrar y sintetizar la informaci¨®n, y que eso solo se logra en silencio. Por supuesto, la adicci¨®n a los podcasts ya ha sido objeto de varios podcasts. En un episodio de Freakonomics, un profesor de la Universidad de Berkeley explic¨® un experimento en el que hab¨ªan dividido a pacientes que se somet¨ªan a una resonancia magn¨¦tica en dos grupos. A unos los dejaban solos con su silencio y a otros les pon¨ªan un programa de The Moth, que cuenta todo tipo de historias personales. Vieron que el cerebro de los segundos trabajaba mucho m¨¢s de lo que hab¨ªan previsto los neur¨®logos: captar informaci¨®n en audio y montarse toda una experiencia cognitiva y sensorial a trav¨¦s de la palabra es una labor importante para el cerebro. Lo estimula, s¨ª, pero tambi¨¦n lo agota. Informaci¨®n que probablemente podemos archivar en ¡°cosas de las que preocuparse cuando pase todo esto¡±.
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