La primera piedra
Aprender a perdonarnos nuestros errores nos permite crecer. Perdonar los de los dem¨¢s nos obliga a cultivar la empat¨ªa
Hace un par de semanas publiqu¨¦ un art¨ªculo sobre el caso sangrante de Alexi McCammond, esa joven y brillante periodista norteamericana que, tras ser nombrada directora del Teen Vogue, se vio obligada a dimitir cuando la sometieron a un linchamiento por unos pocos tuits que hab¨ªa publicado a los 17 a?os, unas frases machistas y racistas pero tont¨ªsimas, adolescentes y leves, por las que, adem¨¢s, ya hab¨ªa pedido perd¨®n a?os atr¨¢s. Pues bien, colgu¨¦ el texto en mi p¨¢gina de Facebook, y en el hilo de comentarios hubo dos muy interesantes. Luis Javier G¨®mez V¨¦lez escribi¨®: ¡°?Y d¨®nde queda el derecho a rectificar cuando nos hemos equivocado?¡±. En efecto, me dije, ese es un gran tema: el derecho que todos tenemos a equivocarnos. Y lo archiv¨¦ mentalmente para escribir sobre ello. Pero, nada m¨¢s haber decidido esto, me top¨¦ con el segundo comentario. Era de Maribel Mata G¨®mez y dec¨ªa as¨ª: ¡°Me ha recordado otro art¨ªculo tuyo, creo que de 2003, sobre el derecho a equivocarnos¡±.
A veces me asalta el acongojado temor de haberlo dicho todo ya lo menos veinte veces, despu¨¦s de tantos a?os publicando art¨ªculos.
Pero no, no cuentas lo mismo. Porque el camino de la vida es siempre distinto. Porque profundizas tu conocimiento y vas cambiando de mirada e incluso de opini¨®n. ?Porque vas aprendiendo de tus errores! No recuerdo ese art¨ªculo ni lo que pude escribir entonces, pero s¨¦ que siempre me han desconcertado esas personas que alardean con ostentoso ¨¦nfasis (s¨®lo les falta aporrearse el pecho como King Kong) de no haber mudado jam¨¢s sus ideas; de seguir pensando exactamente lo mismo que pensaban de adolescentes. Pues vaya desperdicio de trayecto, me digo. Tantos a?os vividos para no ganar ni una pizca de madurez.
Hoy estoy convencida de que tenemos no s¨®lo el derecho a equivocarnos, sino, de alguna manera, incluso el deber. Me refiero a que somos seres pensantes, o eso se supone; y a que, por consiguiente, debemos intentar pensar el mundo por nosotros mismos, fuera de los dogmas y los prejuicios de grupo, tan acogedores y protectores, pero tambi¨¦n tan embrutecedores. Y, cuando piensas por tu cuenta, es inevitable equivocarse algunas veces. En realidad, es as¨ª como avanza el conocimiento. Los cient¨ªficos conocen bien la importancia esencial del error en el aprendizaje de las cosas; en ¨²ltima instancia, sabemos lo que hoy sabemos del mundo, desde lo m¨¢s grande a lo m¨¢s peque?o, desde las brutales explosiones estelares de las supernovas hasta los quarks, esas part¨ªculas cu¨¢nticas diminut¨¦rrimas, gracias al m¨¦todo emp¨ªrico, esto es, avanzando por un camino de aciertos y de fallos. Por eso, y contra lo que mucha gente suele creer, si una investigaci¨®n cient¨ªfica termina demostrando que la hip¨®tesis que estaban estudiando es err¨®nea, ese resultado no supone un fracaso. Porque descubrir nuestras equivocaciones es un hallazgo que nos hace m¨¢s sabios.
Vivimos tiempos tremendamente intolerantes, y el manejo inexperto de las redes (alg¨²n d¨ªa aprenderemos a controlarlas) est¨¢ fomentando una virulencia inquisitorial en el coraz¨®n de los m¨¢s mostrencos. Esa ferocidad cerril que rechaza el reconocimiento del error y ensalza una pureza inhumana y dogm¨¢tica no s¨®lo nos va a impedir madurar como personas, sino tambi¨¦n como sociedad. En este sentido, los pa¨ªses protestantes siempre han sido m¨¢s inclementes que los cat¨®licos. Cuando viv¨ª en Estados Unidos admir¨¦ muchas cosas de su cultura (la meritocracia, por ejemplo), pero me espant¨® su af¨¢n vengativo: all¨ª quien yerra est¨¢ perdido para siempre. En el catolicismo, en cambio, disponemos de ese invento esencial de la confesi¨®n y la absoluci¨®n, lo cual, seas creyente o no, ha terminado originando una cultura que reconoce la falibilidad humana. Esto tiene su parte negativa (por ejemplo: quiz¨¢ una manga m¨¢s ancha con las corruptelas), pero tambi¨¦n aporta magnanimidad. Aprender a perdonarnos nuestros errores nos permite enmendarlos y crecer. Aprender a perdonar los errores de los dem¨¢s nos obliga a ponernos en su lugar y a cultivar la empat¨ªa. Ya lo dec¨ªa la Biblia: quien est¨¦ libre de culpa que tire la primera piedra. El ¨²nico ser humano incapaz de equivocarse es el que est¨¢ muerto.
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