Querida Natalia
Siempre estuviste imbuida de un afecto profundo por todos los perdedores de todas las batallas de un siglo amante de supuestas virtudes ideol¨®gicas
Qu¨¦ pronto te viste atrapada por las tormentas y hecatombes de la historia. De ese tiempo o yugo del infortunio que apenas dejaba respirar y obligaba a tomar aire, y muchas veces r¨¢pidas y torpes salidas de escape, a tantas de las protagonistas de tus relatos y novelas. Trampas del destino que las convert¨ªa, nada m¨¢s crecer, o nada m¨¢s atarse a un marido y una familia que acababan de formar, en extranjeras del mundo que les hab¨ªa tocado vivir. En obras bell¨ªsimas como L¨¦xico familiar, Todos nuestros ayeres, Querido Miguel, o bien en la primera, en El camino que va a la ciudad, que tuviste que firmar, a causa de las leyes que imperaban en aquel entonces contra los jud¨ªos, como Alessandra Tornimparte en vez de con tu nombre aut¨¦ntico, Natalia Ginzburg, supiste atraparlas, como cris¨¢lidas indefensas, con sus amores contrariados, con su soledad, con sus fracasos y con el devastador poder de las emociones, arropadas por la sencilla y enga?osa melancol¨ªa de lo cotidiano. Una melancol¨ªa que combinaba en tu caso, como muy pocos escritores ser¨ªan capaces de condensar en un solo movimiento, la estremecedora fragilidad de las cosas con una tremenda dureza que golpeaba siempre de forma inadvertida. Desde muy pronto en la vida, una monstruosa falta de piedad no respetaba edades ni precarios refugios que se hubieran construido. Decenas de familias, como misteriosos insectos ca¨ªdos en la gota del tiempo que todo arrastra y todo atrapa a su paso, quedar¨ªan magistralmente congeladas en tus obras, ¡°agarradas desesperadamente a su hoja¡±, eternamente indescifrables e intraducibles a los ojos ajenos, con sus propios c¨®digos.
Desde muy joven tuviste que plantarle cara al horror de la historia que en aquellos d¨ªas no dejaba descansar a nadie: la Italia del fascismo y de la guerra, el activismo clandestino, el destierro a tierras del sur, la persecuci¨®n de los jud¨ªos y, finalmente, la m¨¢s dura de las pruebas del destino, que no fue otra que el asesinato de tu querido marido, Leone, torturado hasta la muerte en las siniestras c¨¢rceles de la Gestapo de Regina Coeli, en Roma, en 1944. Un firme compromiso pol¨ªtico ya nunca te abandonar¨ªa. Obstinada en defender cualquier forma de marginalidad, siempre fiel a tus peque?os-grandes temas, a tu amor por las dimensiones m¨ªnimas, por los microcosmos muchas veces invisibles, siempre estuviste imbuida de un l¨²cido sentido del humor y de una auto?iron¨ªa que se posaba con suave desencanto, y un afecto profundo por todos los perdedores de todas las batallas de un siglo amante de supuestas virtudes ideol¨®gicas, pero indiferente con los dramas de ¡°los infelices y los d¨¦biles¡±. ?Y qui¨¦n m¨¢s d¨¦bil que tu adorado amigo Cesare Pavese, al que supiste captar de forma inolvidable tras su muerte en una pieza exquisita y delicada que me ha acompa?ado siempre, desde el primer momento en que la le¨ª en Las peque?as virtudes? Pero no hubo nada que hacer y tuvisteis que dejarlo marchar, como dec¨ªas: ¡°No hubo manera de ense?arle nada, de ense?arle a vivir de un modo m¨¢s elemental y respirable¡±.
El ¨²ltimo libro de Mercedes Monmany es Sin tiempo para el adi¨®s. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX (Galaxia Gutenberg).
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