Perdig¨®n al que asoma
Aqu¨ª al que saca la cabeza hay que atizarle, como en los juegos de patos de las ferias. Lo llevamos muy metido en la sesera
La otra noche caminaba por Madrid cuando escuch¨¦ una conversaci¨®n a mis espaldas. Parec¨ªan dos parejas que sal¨ªan de cenar (est¨¢bamos en un barrio muy gastron¨®mico) y uno de los hombres comentaba que en unas terrazas cercanas no recog¨ªan las sillas y las mesas cuando cerraban, sino que pon¨ªan a un vigilante. ¡°Hay que ver, tener a un hombre ah¨ª toda la noche como un esclavo, en vez de guardar las mesas. Y son los restaurantes de Jos¨¦ Andr¨¦s. Luego mucho hablar, eso s¨ª. Qu¨¦ verg¨¹enza¡±. Todo esto dicho con un tono tan virtuoso, tan de impecable superioridad moral y de pureza b¨ªblica que chirri¨® en mis o¨ªdos.
No conozco al chef Jos¨¦ Andr¨¦s. Ni siquiera s¨¦ a qu¨¦ restaurantes se refer¨ªa. Pero enseguida pens¨¦ que nos faltaban datos para juzgar a alguien de ese modo; pongamos, por ejemplo, que el vigilante es alguien que vive en la calle (en ese barrio hay varios sin techo), a quien el encargo de echar una ojeada al mobiliario proporciona un ingreso regular y la posibilidad de abandonar la acera. Por otra parte, ese sueldo quiz¨¢ permita recortar media hora de extenuante trabajo en la jornada de los empleados regulares, al no necesitar recoger nada. Tambi¨¦n pens¨¦ que el alma justiciera que hizo el comentario no debe de tener mucho contacto con la gente que las est¨¢ pasando canutas en nuestra sociedad, porque de hecho hay tanta necesidad que ni siquiera tienes que vivir en la calle para que la oportunidad de ganar un sueldo fijo como guardia nocturno suponga un verdadero alivio. Por ¨²ltimo, tambi¨¦n es posible que Jos¨¦ Andr¨¦s no sea due?o de las malditas terrazas (?cu¨¢ntas veces afirmamos pomposa y tajantemente cosas que ignoramos?), e incluso que el famoso chef sea en efecto un tipo abominable. Pero, en serio, ?podemos deducir algo as¨ª a la primera de cambio de un dato tan borroso sin saber qu¨¦ hay debajo? ?Sin pararnos a pensar ni a contrastar? Me estremece porque me reconozco: a veces yo tambi¨¦n he soltado el latigazo de un juicio sin suficiente base. Qu¨¦ f¨¢cilmente nos sale el linchador.
Lo ¨²nico que s¨¦ de Jos¨¦ Andr¨¦s es lo que leo en la prensa. Que cre¨® hace a?os la World Central Kitchen, con la que moviliza a cocineros de todo el mundo para servir comidas a personas en situaci¨®n de necesidad (solo en la pandemia ha repartido 25 millones de men¨²s). Yo dir¨ªa que hay que romperse bastante el espinazo para hacer algo as¨ª. Por todo ello ha sido nominado al Nobel de la Paz y acaban de entregarle el Princesa de Asturias de la Concordia. Y ah¨ª le duele, me parece. Ah¨ª estamos llegando al n¨²cleo de la escandalizada pureza ciudadana. A la negra nuez de nuestra envidia, ese entretenido deporte nacional. Aqu¨ª al que saca la cabeza hay que atizarle, como en los juegos de patos de las antiguas ferias, esa l¨ªnea de figuritas de hojalata que se iban levantando y a las que hab¨ªa que disparar. Lo llevamos muy metido en la sesera: perdig¨®n al que asoma.
Y a¨²n m¨¢s, a¨²n mucho m¨¢s, si lo que se celebra en el personaje es algo positivo, algo relacionado con la bondad. Puede que haya cierta tendencia a ello en otros pa¨ªses, pero en Espa?a lo hemos llevado a extremos patol¨®gicos: de los buenos actos hay que burlarse, hay que dictaminar que son mentira. Para ser moderno y enrollado tienes que sostener que el bien no existe, aunque haya fil¨®sofos como Kant que hablan del imperativo moral con el que nacemos (de la tendencia natural al bien). Pero no. Menudo p¨¢nfilo ese Kant. A m¨ª me vas a enga?ar, nos decimos muy ufanos, sinti¨¦ndonos la bomba de inteligentes.
Si hay alguien que parece buena persona, o lo consideramos un malo disfrazado o un imb¨¦cil. Desconfiamos y abominamos m¨¢s de un Amancio Ortega por sus donaciones millonarias que de un escualo como Mario Conde que ha estado en la c¨¢rcel por sus tropel¨ªas, lo cual es cuando menos curioso. Todo esto viene de muy antiguo: no en vano hemos inventado la picaresca, un g¨¦nero que nos ense?a a pensar siempre mal del otro. Podr¨ªamos suponer que la picaresca naci¨® de la dureza y pobreza de nuestra vida, y s¨ª, eso debi¨® de influir, pero otras sociedades paup¨¦rrimas no crearon algo as¨ª, no se empe?aron tanto en vilipendiar el bien y en ensalzar a los malotes. C¨®mo me aburre este mezquino alarde de listillos, esta manera tan cegata, envidiosa e inculta de ignorar que el bien tambi¨¦n existe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.