No tengo la blanca
Cada vez que algo de escaso tama?o se me cae, jam¨¢s permanece en su sitio, sino que rueda o rebota o se desliza y esconde.
Quiero suponer que son cosas que nos ocurren a todos, pero ignoro si los dem¨¢s tienen la sensaci¨®n de que son los ¨²nicos a los que les ocurren, como yo. Por fortuna son nimiedades, y cabe que nos limitemos a registrar mentalmente ¡ªo a notar¡ª los contratiempos o contrariedades, por llamarlos de manera aproximativa. Empezar¨¦ a relatar mi locura por lo dom¨¦stico:
Cada vez que algo de escaso tama?o se me cae ¡ªun mechero, una pluma, una pastilla, un cigarrillo, una oliva, un anacardo¡ª, jam¨¢s permanece en su sitio, es decir, en el que ha ca¨ªdo, sino que rueda o rebota o se desliza y esconde en los lugares m¨¢s rec¨®nditos o lejanos. En ocasiones ni siquiera oigo su ruido contra el suelo, as¨ª que no s¨¦ ni por d¨®nde buscarlo. Cada objeto acaba en rincones inveros¨ªmiles, y encontrarlos me lleva un buen rato, me obliga a arrastrarme o a meter un largo y curvado abrecartas de marfil (antiguo, ya s¨¦ que hoy est¨¢n prohibidos) por debajo de las mesas bajas y del sof¨¢. A menudo no encuentro lo perdido, o bien doy con ello al cabo de d¨ªas y por azar: hace poco se me cay¨® una p¨ªldora roja y min¨²scula a la que le tocaba hacer ruido al caer. Nada o¨ª, y s¨®lo fue fechas m¨¢s tarde, al meter la mano en el bolsillo del albornoz, cuando la descubr¨ª. Me result¨® incomprensible que, de todos los lugares posibles de la cocina, se hubiera introducido en ese espacio con estrech¨ªsima abertura. Conozco la inercia y desconozco otras leyes f¨ªsicas, pero no me explico que nada, nunca, caiga donde deber¨ªa caer. Tiendo a pensar que hay una conspiraci¨®n de los objetos contra m¨ª.
Lo mismo me sucede en la calle. Si doblo una esquina, en el momento de hacerlo viene alguien que la dobla en sentido contrario, cuando, antes y despu¨¦s de hacerlo yo, veo el campo totalmente libre y despejado. Si paseara por zonas con mucho gent¨ªo ser¨ªa normal el encontronazo. Pero procuro hacerlo por barrios y zonas poco transitados, y sin embargo siempre hay un transe¨²nte con el que coincido en tiempo y esquina, como si ¨¦l o yo posey¨¦ramos un radar que nos aboca al tropiezo. Lo mismo si decido cruzar una angosta calle del Madrid de los Austrias, muy vac¨ªa: all¨ª donde se me antoja hacerlo, se abre un portal del que sale alguien con muletas que cruza exactamente a la misma altura, y adem¨¢s, en ese instante, aparece por la m¨ªnima calzada uno de los escas¨ªsimos veh¨ªculos que por all¨ª se aventuran, creando un triple conflicto menor. Lo de los portales me tiene negro (y que no se queje, por favor, nadie negro, porque esa antigua expresi¨®n en nada alude a las razas, sino al color): avanzo por una calle desierta, pero justo cuando paso delante de un portal, ¨¦ste se abre ¡ªjusto este, no el anterior ni el posterior¡ª y el inquilino que asoma me obliga a descender a la calzada, por la que entonces pasa de nuevo un solitario autom¨®vil o patinete aberrante que me pitan indignados y cuyas conductoras me miran con prepotencia y desprecio: ¡°Bah, un puto peat¨®n¡±.
Si busco un hueco entre coches y motos estacionados, justo en ese instante tiene la misma idea una madre con cochecito de gemelos, o un anciano con andador o tacat¨¢, o una se?ora con tres perros y largu¨ªsimas correas flexibles para cada uno de ellos; en suma, gente que ocupa mucho espacio y a la que por fuerza se le debe ceder el paso.
Si voy a un sitio con prisa, indefectiblemente encuentro ante m¨ª personas muy anchas ¡ªhay centenares ahora, m¨¢s que gordas¡ª que tapan la calle entera y me impiden avanzar; o bien un grupo de ochenta turistas que van a paso de procesi¨®n y se detienen cada dos por tres, no hay manera de adelantarlos porque no dejan resquicio alguno; o bien, sencillamente, uno de esos matrimonios que no s¨®lo bracean aspaventosamente al andar, sino que son incapaces de hacerlo en l¨ªnea recta: cuando uno va a aprovechar un hueco por su izquierda, oscilan hacia ese lado, y cuando pretende colarse por su derecha, hacia all¨¢ se tambalean cerrando el desfiladero a cal y canto. Les aseguro que as¨ª he recorrido 500 metros intentando in¨²tiles sorpassi, por recurrir a la palabra italiana, hoy tan extendida en pol¨ªtica.
Huelga a?adir que, cuando me dispongo a entrar en una tienda, no importa de qu¨¦ sea ¡ªde ropa, una farmacia, un estanco, una librer¨ªa, unos ultramarinos¡ª, alguien es un poco m¨¢s r¨¢pido, penetra y se aposenta all¨ª durante 20 minutos por lo menos. Como hay que aguardar a distancia, y muchos due?os han sacado tajada de la epidemia para reducir los dependientes al m¨ªnimo, ya s¨®lo suele haber uno o una, que quedan monopolizados por quien se me adelant¨®, y uno se asa o se pela de fr¨ªo en la acera.
D¨ªganme, por favor, que alguno de ustedes tiene sensaciones parecidas, o no me quedar¨¢ m¨¢s remedio que creer que tengo la negra. Y que en esta otra expresi¨®n, se lo ruego, tampoco se vea racismo ¡ªni sexismo¡ª, porque no los hay. Es tambi¨¦n muy antigua y los hablantes espa?oles la emplean para referirse a la mala suerte. F¨ªjense en que, para aludir a la buena, nadie ha dicho ni escrito jam¨¢s ¡°tengo la blanca¡±.
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