Poros
Frente a pieles etiquetadas y envasadas al vac¨ªo, la filosof¨ªa, la m¨²sica y las lenguas antiguas todav¨ªa respiran

Nuestro ¨®rgano m¨¢s grande, la piel, es un enorme archipi¨¦lago de poros. Somos criaturas agujereadas, aunque nos gusta imaginarnos tersas, firmes y esculturales. Alimentamos esa fantas¨ªa con filtros y cremas, retoques fotogr¨¢ficos o quir¨²rgicos. Como escribe Byung-Chul Han en La salvaci¨®n de lo bello, ¡°lo pulido, liso e impecable es la se?a de identidad de la ¨¦poca actual. Es lo que tienen en com¨²n las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilaci¨®n. Lo pulido encarna la actual sociedad positiva. Sonsaca los ¡®me gusta¡±. Encumbrar las superficies brillantes y bru?idas, sin defectos, significa apostar por una est¨¦tica anestesiada.
Hace m¨¢s de medio siglo, la literatura de ciencia ficci¨®n anticip¨® esta obsesi¨®n por las superficies impecables. Un joven llamado Ray Bradbury, que se ganaba la vida vendiendo peri¨®dicos por la calle, sol¨ªa refugiarse al acabar la jornada en sus adoradas bibliotecas. All¨ª, con una m¨¢quina de escribir alquilada, escribi¨® Fahrenheit 451, un vibrante alegato sobre el valor del arte, ambientado en un mundo totalitario ¡ªesas invivibles sociedades perfectas¡ª donde los libros est¨¢n proscritos y deben ser quemados. En un conmovedor cap¨ªtulo, un profesor de Literatura privado de su puesto se pregunta: ¡°?Por qu¨¦ los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente comodona solo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas¡±. El personaje recuerda que 40 a?os atr¨¢s se qued¨® sin trabajo al cerrar la ¨²ltima universidad de humanidades. Un d¨ªa, sentado en un banco del parque, mientras acaricia un libro de poes¨ªa oculto en su chaqueta, su posesi¨®n clandestina, le escuchamos describir con palabras de cadencia musical el cielo, los ¨¢rboles y la exuberante naturaleza. ¡°No hablo de cosas, se?or. Hablo del significado de las cosas. Me siento aqu¨ª y s¨¦ que estoy vivo¡±. La belleza de la poes¨ªa es porosa, ambigua, imperfecta, peligrosa.
En torno al a?o 400, un poeta de Alejandr¨ªa llamado P¨¢ladas, contempor¨¢neo de la sabia Hipatia, dej¨® constancia de sus penalidades: ¡°Soy profesor de letras. La c¨®lera de Aquiles fue para m¨ª causa de funesta miseria. Me matar¨¢ el hambre fiera. Para que otra vez Paris raptara a Helena, yo me he hecho mendigo¡±. Me gusta imaginar al profesor cesado de Fahrenheit en aquel mismo parque, charlando con Hipatia y el viejo P¨¢ladas, mientras recitan poemas y comparten penurias. Al poco, se unir¨ªa una curiosa pandilla de profesores de la Universidad de Oxford: primero llegar¨ªan envueltos en una nube de humo, pipas en ristre, Tolkien y C. S. Lewis, ambos fil¨®logos empedernidos; despu¨¦s, el matem¨¢tico Lewis Carroll, tal vez acompa?ado de la peque?a Alicia, hija de un especialista en griego cl¨¢sico. La fantas¨ªa de este estrafalario tr¨ªo de enamorados de las lenguas antiguas cre¨® personajes literarios y sagas inolvidables que hoy generan colosales beneficios y un rentable imperio econ¨®mico. A P¨¢ladas le hubiera divertido saber que el amor a Homero, adem¨¢s de mendigos, puede forjar con el tiempo inesperados millonarios. La creatividad es un laberinto de pasadizos sorprendentes.
Cada vez m¨¢s encerrados en nuestras c¨¢psulas herm¨¦ticas, pasamos por alto la belleza imprevista, espont¨¢nea, sin precintar. En 2007, el peri¨®dico The Washington Post llev¨® al metro de Washington al c¨¦lebre violinista Joshua Bell, que interpret¨® obras de Bach con un valios¨ªsimo stradivarius. En plena hora punta, miles de personas pasaron de largo con total indiferencia. Dos d¨ªas antes hab¨ªa llenado un teatro a 100 d¨®lares la butaca, pero esa vez Bell solo recaud¨® 32 d¨®lares y no llam¨® la atenci¨®n de m¨¢s de seis espectadores, la mayor¨ªa ni?os. Como sab¨ªan el maestro de Bradbury y la Alicia de Carroll, la literatura y el arte son madrigueras que comunican nuestra imaginaci¨®n con el mundo. Quienes ense?an humanidades abren cada d¨ªa pasadizos. Sin su labor, nos arriesgamos a perder la valiosa imperfecci¨®n del mundo: lo bello resbalar¨ªa sin empaparnos. Frente a pieles etiquetadas y envasadas al vac¨ªo, la filosof¨ªa, la m¨²sica y las lenguas antiguas todav¨ªa respiran, manteniendo viva la esperanza de ser porosos.
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