Una aguja en el coraz¨®n
Todas nuestras relaciones est¨¢n impregnadas de humillaciones sutiles y no tan sutiles. | Columna de Rosa Montero.
Hace unas semanas le¨ª una noticia que me dej¨® un regusto amargo. Contaba que la Audiencia Provincial de Ciudad Real hab¨ªa condenado a nueve a?os a X por matar a un hombre. Resulta que el padre de X, de edad avanzada y condici¨®n f¨ªsica precaria, ten¨ªa un compa?ero de trabajo, Z, que llevaba tiempo maltrat¨¢ndolo, burl¨¢ndose de ¨¦l, d¨¢ndole patadas y llam¨¢ndolo despectivamente gitano. Indignado, X telefone¨® a Z para pedirle explicaciones y quedaron de noche en una rotonda. Z apareci¨® con su primo, cosa que me parece m¨¢s bien amenazante, teniendo en cuenta el car¨¢cter bravuc¨®n y abusador de ese mal bicho. Ambos se acercaron al coche de X y ¨¦ste sac¨® un cuchillo y se lo clav¨® al primo de Z, que muri¨® casi en el acto. Lo cual es una barbaridad, sin duda alguna. M¨¢s tarde se entreg¨® a la polic¨ªa y, como es insolvente, sus padres se han hecho cargo de darle una indemnizaci¨®n de 60.000 euros a la viuda y el hijo del fallecido. O sea: ese mismo padre anciano que ha sufrido insultos y patadas vive ahora la amargura de tener un hijo en la c¨¢rcel y de verse obligado a empe?ar las pesta?as para intentar compensar lo incompensable, el asesinato de un hombre. Y todo ese horror y ese dolor lo provoc¨® un tipejo que ha salido de rositas del asunto. A m¨ª me parece una tragedia griega.
S¨¦ bien que el ser humano es contradictorio y calamitoso. Soy capaz de comprender los fallos de los dem¨¢s porque conozco mis propias debilidades, pero hay dos cosas que me resultan imperdonables, y son la crueldad y la voluntad de humillar. Dos maldades m¨¢ximas que suelen ir unidas.
Pero hoy me voy a centrar en la humillaci¨®n, que me parece el sentimiento m¨¢s destructivo que puede experimentar una persona. De hecho es tan t¨®xico y vitri¨®lico que abrasa a su paso, dejando siempre un rastro de cicatrices. La humillaci¨®n enferma, mutila y en ocasiones mata. Al parecer, la mayor¨ªa de los adolescentes que han cometido ataques letales con armas en las escuelas de Estados Unidos han sido ni?os acosados por sus compa?eros; y siempre he pensado que en el 11-S medi¨® cierta dosis de humillaci¨®n. Recordar¨¢n que entre los terroristas de las Torres Gemelas hubo un n¨²mero curiosamente elevado de ingenieros, v¨¢stagos de la oligarqu¨ªa saud¨ª que hab¨ªan estudiado en las mejores universidades del Reino Unido. Pues bien, me es f¨¢cil imaginar a esos chicos, acostumbrados a ser pr¨ªncipes feudales en su tierra, siendo ninguneados de manera hiriente por el esnobismo universitario ingl¨¦s, que es poderoso. Y alimentando en consecuencia un odio enloquecido e insaciable. La feroz ambici¨®n de arrodillar a quien te ha arrodillado.
Con esto no quiero disculpar a los adolescentes asesinos y a¨²n menos a los fan¨¢ticos saud¨ªes, que adem¨¢s es probable que se hubieran pasado a su vez toda la vida humillando a cuantos consideraran inferiores. De hecho, creo que esa es la combinaci¨®n que genera m¨¢s torrentes de rabia: el abusador que es abusado. Deber¨ªan aprender de la lecci¨®n, pero me parece que tienden a enquistarse en su maldad.
As¨ª que no lo digo como causa que exonera, sino para se?alar el terrible destrozo que provoca. El neurocient¨ªfico David Eagleman dice en su libro Inc¨®gnito que el elemento m¨¢s habitual en el origen de las esquizofrenias es el color del pasaporte, porque el emigrante que se siente despreciado puede volverse loco. Y tambi¨¦n dice que el rechazo social produce el mismo impacto en el cerebro que el dolor f¨ªsico. Humillar a alguien es como clavarle una aguja en el coraz¨®n.
Sabiendo como sabemos el tormento que supone que te ninguneen, deber¨ªamos ser mucho m¨¢s activos en la erradicaci¨®n de estas actitudes. Que el hecho de humillar a una persona se convirtiera en un acto asocial y abominable, un tab¨² como el de hacer tus necesidades en p¨²blico. Pero, claro, ?c¨®mo vamos a conseguir algo as¨ª si nuestro mundo est¨¢ construido por medio de una intrincada jerarqu¨ªa de menosprecios? Todas nuestras relaciones est¨¢n impregnadas de humillaciones sutiles y no tan sutiles; de clases primeras y segundas; de ni?os acomodados que pueden comprarse las deportivas de televisi¨®n y de ni?os que se sienten inferiores; de peque?os y calculados desdenes entre ciudadanos. En ese caldo de cultivo medran los abusadores sin que nadie haga caso. Pienso en todo esto y siento asco y miedo.
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