?Qu¨¦ es la guerra?
Eso es de verdad la guerra: un lugar donde hay que tener madera de h¨¦roe para oponerse al asesinato
Escribo este art¨ªculo mientras suenan tambores de guerra en Europa. De nuevo. Por vez primera en la historia, la inmensa mayor¨ªa de los europeos no ha vivido una guerra. Eso significa que hemos olvidado lo que es de verdad y que, pese a su desprestigio general, ya estamos preparados para volver a hacerla; eso significa que, ahora m¨¢s que nunca, conviene recordar qu¨¦ es la guerra.
No se me ocurre mejor manera de hacerlo que evocar una carta que en 1938 le escribe una joven fil¨®sofa francesa, Simone Weil, a un viejo escritor franc¨¦s, Georges Bernanos. Weil, anarquista ferviente, acababa de salir de Espa?a, donde se hab¨ªa sumado a la columna Durruti y hab¨ªa sido herida de forma accidental mientras combat¨ªa en el frente de Arag¨®n; tambi¨¦n acababa de leer Los grandes cementerios bajo la luna, el libro donde Bernanos, cat¨®lico y conservador, partidario de los franquistas, abominaba de las atrocidades perpetradas al principio de la guerra por los rebeldes en Mallorca, donde le sorprendi¨® la contienda. Todo el mundo ha le¨ªdo el libro de Bernanos, o deber¨ªa leerlo; la carta de Weil, en cambio, es casi desconocida (de hecho, m¨¢s all¨¢ de unos pocos documentos, apenas queda rastro de los 45 d¨ªas de guerra que esa mujer extraordinaria pas¨® en nuestro pa¨ªs); yo acabo de conocerla gracias a un libro reci¨¦n publicado en Francia por Adrien Bosc: Colonne. En ella, Weil le dice a Bernanos, a quien no conoc¨ªa personalmente, que, pese a que las ideas pol¨ªticas de ambos sean opuestas, tras leer su libro se siente m¨¢s pr¨®xima a ¨¦l que a sus camaradas de las milicias de Arag¨®n; luego afirma que en la Barcelona del verano de 1936 se mataba a sangre fr¨ªa una media de 50 hombres cada noche, y refiere varias an¨¦cdotas, como la de un miliciano que se sorprende de no verla re¨ªr cuando ¨¦l le cuenta que asesin¨® por la espalda a un cura al que acababa de permitirle marcharse. Eso es, si no me enga?o, lo esencial de la guerra para Weil: la actitud de los hombres ante el asesinato. Traduzco: ¡°Jam¨¢s he visto, ni entre los espa?oles ni entre los franceses llegados para luchar (¡) que nadie exprese, ni siquiera en la intimidad, repulsi¨®n, disgusto o desaprobaci¨®n por la sangre in¨²tilmente derramada (¡) Hombres en apariencia valientes (¡), en medio de una comida llena de camarader¨ªa, contaban con una sonrisa fraternal cu¨¢ntos curas o fascistas ¡ªt¨¦rmino este muy amplio¡ª hab¨ªan matado. Por mi parte, he tenido el sentimiento de que, cuando las autoridades han situado una categor¨ªa de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene valor, nada es m¨¢s natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse al castigo ni a la reprobaci¨®n, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a quienes matan. Si por casualidad se experimenta al principio un poco de disgusto, se calla, y pronto se ahoga por miedo a parecer falto de virilidad. Hay ah¨ª un empuje, una embriaguez a la que es imposible resistirse sin una fuerza de esp¨ªritu que no tengo m¨¢s remedio que considerar excepcional, porque no la he visto en ninguna parte¡±. Eso es de verdad la guerra: no solo un lugar donde se mata y se muere, sino sobre todo un lugar donde hay que tener madera de h¨¦roe para oponerse al asesinato.
¡°Una atm¨®sfera as¨ª¡±, concluye Weil, ¡°borra de inmediato el fin mismo de la lucha¡±. Es posible que Bernanos estuviese de acuerdo, y es posible que, por esa raz¨®n, ambos acabasen pensando que no hay guerra justa. Yo no estoy seguro. Como cualquiera medianamente cuerdo, no estoy a favor de ninguna guerra, pero creo que, una vez desencadenadas, hay guerras que no queda m¨¢s remedio que pelear; tambi¨¦n creo que la Guerra Civil fue una de ellas. No soy equidistante: como George Orwell, que luch¨® por la Rep¨²blica sin dejar de denunciar los desmanes perpetrados por los republicanos, creo que la Rep¨²blica ten¨ªa raz¨®n. En cuanto a Bernanos, no sabemos si contest¨® la carta de Weil, pero s¨ª que la llev¨® consigo el resto de sus d¨ªas: a su muerte, su familia la encontr¨® en su cartera. El viejo escritor sab¨ªa que las palabras de aquella desconocida encerraban algo que conven¨ªa no olvidar.
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