La Palma: el negro rastro del volc¨¢n
Juan Jos¨¦ Mill¨¢s ha viajado a la isla de La Palma y ha palpado las cicatrices del desastre. La erupci¨®n finaliz¨® el 13 de diciembre tras 85 d¨ªas de furia. Pero el rastro natural, econ¨®mico y, sobre todo, humano del drama permanece vivo bajo el manto negro.
En la antig¨¹edad, cuando reventaba un volc¨¢n, lo calm¨¢bamos a base de sacrificios. Ahora, en lugar de al volc¨¢n, nos calmamos a nosotros mismos a base de pastillas. El volc¨¢n no ha cambiado de estrategia; nosotros, s¨ª. Me percat¨¦ de esto en una farmacia de Los Llanos de Aridane, en la isla canaria de La Palma, al advertir que las dos personas que me preced¨ªan llevaban recetas de Lexatin. Yo hab¨ªa ido a comprar unas tiritas, pero ped¨ª tambi¨¦n un colutorio y un cepillo de dientes que no necesitaba para entablar conversaci¨®n con la farmac¨¦utica.
¡ªDurante la erupci¨®n ¡ªme dijo¡ª se consum¨ªan somn¨ªferos porque no hab¨ªa forma de dormir. Tras ella, ha aumentado la venta de ansiol¨ªticos.
Una prima suya, a?ade enseguida, sali¨® de casa ¡°con lo puesto¡±. Esta expresi¨®n, la de ¡°salir con lo puesto¡±, se escucha a menudo. Da la impresi¨®n, despu¨¦s de hablar con unos y con otros, de que ha ido estableci¨¦ndose un relato est¨¢ndar, consensuado, que oculta, por repetitivo, la magnitud de la tragedia. ¡°Salir con lo puesto¡±, si lo piensas, es terror¨ªfico, sobre todo si no puedes volver a entrar, que es lo que ocurri¨® en numerosas ocasiones.
¡ªEsta calle est¨¢ en el centro de Los Llanos ¡ªcontin¨²a la farmac¨¦utica¡ª y hasta hace poco estaba hasta arriba de cenizas. Ten¨ªamos que salir con gafas de protecci¨®n, mascarillas y paraguas.
¡ª?Paraguas? ¡ªme extra?o.
¡ªS¨ª, para las cenizas. El pelo no duraba nada limpio. La ceniza no ensucia, pero se acumula en el pelo. El plato de la ducha se quedaba negro.
Retengo en la memoria, por surreal, la imagen de las personas con paraguas bajo una lluvia de gotas negras s¨®lidas.
Las tiritas eran porque el zapato me hab¨ªa hecho una rozadura en el pie izquierdo y al d¨ªa siguiente ten¨ªa que caminar por un terreno abrupto. Hab¨ªa quedado con Felipa Guzm¨¢n Reyes, directora adjunta del parque nacional de la Caldera de Taburiente, situada al norte de La Palma, y el lugar donde hace apenas dos millones de a?os comenz¨® a formarse esta isla preadolescente que de vez en cuando da un susto. Los ¨²ltimos de los que se guarda memoria son, sucesivamente, el del volc¨¢n de San Antonio, en 1677; el de San Juan, en 1941; el de Tenegu¨ªa, en 1971, y el de Cumbre Vieja, ayer mismo, en septiembre de 2021.
Se trata, en fin, de una isla en formaci¨®n, una isla que de vez en cuando se abre las carnes por aqu¨ª o por all¨¢ para continuar pari¨¦ndose a s¨ª misma. A los estudiantes palmeros se les ense?a que su tierra tiene forma de coraz¨®n, y es cierto, pero tambi¨¦n, pensamos nosotros, de l¨¢grima invertida, y ahora nos hall¨¢bamos al norte, es decir, en la zona gruesa de la l¨¢grima, el sitio donde la isla emergi¨® de lo hondo del oc¨¦ano, cuyo suelo se encuentra a 4.000 metros de profundidad. En esa parte gruesa de la l¨¢grima hay una gigantesca olla conocida como la Caldera de Taburiente en cuya pared interior se han abierto, a distintas alturas, senderos que te permiten recorrerla. Felipa Guzm¨¢n y yo camin¨¢bamos por uno de esos senderos interiores de la parte alta de la caldera mientras James Rajotte, el fot¨®grafo, buscaba emplazamientos de c¨¢mara para hacer su trabajo.
Aquella depresi¨®n enorme del terreno (daba v¨¦rtigo mirar abajo, aunque tambi¨¦n hacia arriba) era el resultado del desplazamiento del edificio volc¨¢nico original moldeado por el agua. La olla aparece rota por la pared suroeste dando lugar a un formidable barranco, conocido como el de las Angustias, por el que las aguas que no se recogen antes o que sobran llegan al mar a la altura de la localidad de Tazacorte. El barranco es pues, asimismo, producto de la erosi¨®n provocada por el agua en el principio de los tiempos de esta isla de 708 kil¨®metros cuadrados, una altura m¨¢xima de 2.426 metros (el Roque de los Muchachos) y una poblaci¨®n de 83.000 habitantes (unos 117 por kil¨®metro cuadrado). Se trata de una zona poco afectada por la reciente erupci¨®n del Cumbre Vieja, pero imposible de evitar cuando los or¨ªgenes importan. Es bueno, pienso, contemplar el ¨²ltimo estallido a la luz de donde se produjo el primero.
Entonces, la directora adjunta del parque cuenta:
¡ªEl d¨ªa que explot¨® el Cumbre Vieja era domingo [19 de septiembre] y estaba en casa de mi madre. Hab¨ªa mucha excitaci¨®n porque jam¨¢s hab¨ªamos visto un volc¨¢n en erupci¨®n, cosa que, seg¨²n hab¨ªan anunciado, pasar¨ªa de un momento a otro. Nos pusimos euf¨®ricos. Mi madre, que hab¨ªa vivido la de 1949 y la de 1971, dijo: ¡°Qu¨¦ ignorantes son mis hijos¡±. Cuando explot¨®, cogimos el coche y nos acercamos cuanto pudimos. Por la fisura sal¨ªan pinchos de fuego como los de la corona de la estatua de la Libertad. Est¨¢bamos fascinados. Pero los mayores avisaban: ¡°?Ay, que la lava se va a tragar la finca de fulano, que ha trabajado tanto!¡±. El volc¨¢n tiene esa doble vertiente: algo que parece que viene del m¨¢s all¨¢, aunque viene de lo m¨¢s profundo, viene de dentro, no de fuera. Es una cosa m¨¢gica hasta que ves que baja y baja y baja y va enterrando casas, tierras, proyectos. Pasamos de la magia a la tragedia en nada. Hubo gente que tuvo que salir corriendo, con lo puesto (¡°salir con lo puesto¡±, una vez m¨¢s).
A medida que progresamos por el borde interior del gigantesco cr¨¢ter, el d¨ªa se cubre, de modo que los barrancos, precipicios y arrugas cubiertas de vegetaci¨®n que forman las paredes de la olla se tornan, sin perder su grandeza, tan amenazantes como un paisaje torturado. Solo falta un poeta rom¨¢ntico arroj¨¢ndose al precipicio con la cabellera al viento. Da miedo imaginar la ca¨ªda. En ese instante, Felipa Guzm¨¢n, de 48 a?os, casada, con un hijo, dice:
¡ªMi marido ten¨ªa 6.000 metros cuadrados en la costa y la lava se lo llev¨® todo. Cultiv¨¢bamos aguacates. Ten¨ªamos una piscina y ya estaban hechos los cimientos para construir la casa. La lava se llev¨® de entrada la mitad de la finca y luego la otra mitad. Mi marido estuvo 10 d¨ªas que no era capaz de ubicarse. Antes de la erupci¨®n iba todas las tardes a trabajar en la finca, era su vida, y ahora las tardes¡
Insisto: no sabe uno qu¨¦ provoca m¨¢s v¨¦rtigo, si mirar hacia arriba, donde hay picos que forman una crester¨ªa inmensa, de m¨¢s de 2.000 metros de altura (nosotros estamos a unos 1.000), o hacia abajo, por uno de cuyos surcos me imagino rodando hacia el abismo. He perdido un poco el sentido de la orientaci¨®n, no sabr¨ªa decir d¨®nde est¨¢ el norte, ni siquiera el norte de m¨ª mismo. Me siento como una hormiga diminuta recorriendo el rostro de un viejo dormido, un viejo tan lleno de pliegues y de arrugas que la pobre hormiga ignora si se halla cerca de la boca, del p¨¢rpado o de las cejas del anciano.
Felipa dice:
¡ªMi marido piensa que todav¨ªa podemos recuperarlo, que podr¨ªamos levantar la lava¡
¡ªComo una costra ¡ªa?ado yo¡ª, porque la lava se parece un poco a eso, a la costra de las heridas que nos hac¨ªamos de peque?os en las rodillas, aunque recuerda tambi¨¦n, por su aspecto irregular, a un melanoma, a una de esas verrugas feas feas, que evolucionan mal.
¡ªComo si fuera una costra ¡ªconfirma ella.
La depresi¨®n en la que nos hallamos est¨¢ cubierta de pinos porque el pino es end¨¦mico en esta zona. El pino canario ha evolucionado de tal forma que resiste temperaturas alt¨ªsimas. Se queman la corteza y las hojas, pero por dentro contin¨²a vivo y, aunque parece muerto, enseguida empiezan a salirle brotes. El sotobosque es de una riqueza considerable: hay pampillo, retama, espirradera, tajinaste azul, cabezote, salvia blanca, tomillo, hierba conejera, col de risco, lechuguilla, violeta, bejeque rojo¡ No es que uno conozca todas estas variedades, pero su mera enumeraci¨®n, y aun sin distinguir unas de otras, le alegra el o¨ªdo y le quita dramatismo al paisaje. En cuanto a la fauna, hay mariposas, escarabajos, mosquiteros comunes, abejorros, ara?as, murci¨¦lagos de Madeira, saltamontes, gavilanes, lib¨¦lulas, palomas brav¨ªas, cern¨ªcalos, chinches, lagartos, b¨²hos, reyezuelos¡ Todo un mundo cuyos ojos nos acechan, supongo, desde el musgo, las rocas, las grietas, las cortezas de los ¨¢rboles, los repliegues del terreno. Oigo, de s¨²bito, un sonido lejano y suave, como el de la vibraci¨®n de un instrumento de cuerda. Supongo que se trata de una de las formas en las que se manifiesta el silencio. Esta zona de la isla est¨¢ intacta, aunque recibi¨® algunas cenizas los d¨ªas en los que el viento soplaba en direcci¨®n norte, lo que no era normal, pues suele hacerlo hacia el sur. Aun as¨ª, la responsable del parque dice:
¡ªYo not¨¦ que las cenizas molestaban a algunas plantas. Los animales se mov¨ªan de forma diferente porque las especies de las que se alimentaban ten¨ªan cenizas. Saltaban el barranco y se iban al norte. Mira, en esos riscos anidan halcones, cern¨ªcalos¡
El hecho de llamar ¡°cenizas¡± a las emisiones m¨¢s peque?as del volc¨¢n genera malentendidos. Para la mayor¨ªa de la gente, la ceniza es ese polvo blando, resultante de una combusti¨®n, que se deshace entre los dedos. Pero las ¡°cenizas¡± de volc¨¢n, no importa su tama?o, incluso si es el de un grano de arena, son duras como limaduras de hierro. Pura metralla, en fin. Si te la metes en la boca, sabe a metal.
Llegamos caminando al mirador de la Cumbrecita, a unos 1.300 metros. Desde aqu¨ª el paisaje es m¨¢s asombroso, si cabe. Se parece, por su belleza atroz, al de una conciencia atormentada, solo que, en vez de estar compuesto por ideas obsesivas, est¨¢ lleno de naturaleza salvaje capaz de sobrevivir en desbarrancaderos, en fisuras, en despe?aderos, y hasta en la mera roca, como la pimpinella, la silene it¨¢lica, el bejeque tabaquero, la carlina falcate, la arabis cauc¨¢sica¡, todos de tallos y hojas en apariencia fr¨¢giles, aunque con una conmovedora capacidad de supervivencia.
Felipa dice que un cent¨ªmetro de suelo procedente del magma original tarda cientos de a?os en devenir cultivable. La lava se tiene que descomponer. Cuanto mayor sea la erosi¨®n producida por la lluvia y el viento, mejor. La lava meteorizada, trabajada por el agua y por el viento y por las bacterias y por los microorganismos en general, se convierte en lo que los profanos llamamos ¡°tierra¡±, y que no es otra cosa que el suelo, el sustrato que a continuaci¨®n colonizan las plantas y despu¨¦s los animales. Ella explica que el ¡°agua de baja conductividad el¨¦ctrica¡±, como la que se da aqu¨ª, es excelente para los cultivos. Retengo este sintagma, el del ¡°agua de baja conductividad el¨¦ctrica¡±, no porque lo entienda, sino porque suena bien. Me gusta.
Y a?ade:
¡ªAntes, la gente hac¨ªa un hoyo en la lava, lo llenaba de tierra y cultivaba porque la lava es muy rica en nutrientes.
El camino se vuelve ahora m¨¢s agresivo, m¨¢s ¨¢spero, de modo que me detengo un instante para comprobar que la tirita del pie contin¨²a en su sitio. Canta un p¨¢jaro (otra de las manifestaciones del silencio) pero no soy capaz de identificarlo. Hay chovas, canarios, vencejos, cuervos, arandillos¡
El espacio resulta opresivo y liberador a la vez, con paredes altas y verticales a un lado y el vac¨ªo al otro.
¡ªSomos tan ef¨ªmeros con relaci¨®n a los tiempos geol¨®gicos¡ ¡ªreflexiona Felipa¡ª. Mi madre ha vivido tres erupciones, la de 1949, la de 1971, y ahora esta. A veces intento recordar lo que hab¨ªa debajo de la lava. Me digo: ¡°Aqu¨ª estaba esta tienda, aqu¨ª la casa de fulano o de mengano¡±. Hago imaginariamente el recorrido que hac¨ªa antes para ir a nuestra finca. Ten¨ªas el paisaje aprendido y ahora¡ Una compa?era me cont¨® que el d¨ªa que lleg¨® la lava a su casa estaba acostada, esper¨¢ndola. Ten¨ªa el volc¨¢n pr¨¢cticamente en casa. El desconcierto es¡ La gente que tiene trabajo sale de trabajar y no sabe ad¨®nde ir ni qu¨¦ hacer. A lo mejor te tienes que acostumbrar a vivir en un piso cuando nunca has vivido en un piso, o en un hotel como siguen muchos evacuados de las zonas donde hay gases. Aqu¨ª se le da mucho valor a la propiedad porque viene de gente que se fue a Cuba y volvi¨® con dinero que invirti¨® en la isla. Mi madre tiene unas propiedades que hered¨® de su padre. Dice que si alg¨²n d¨ªa las vendemos ¨¦l se nos aparecer¨¢ por la noche. El territorio es muy peque?o y la gente est¨¢ muy apegada a ¨¦l.
Y dice:
¡ªEl ruido era espantoso, como si estuvieras en medio de la pista de un aeropuerto. Y, de vez en cuando, una explosi¨®n. Las explosiones¡, el tremor¡
Retengo el t¨¦rmino ¡°tremor¡± como el entom¨®logo que fija en el corcho, despu¨¦s de atravesarla con un alfiler, una mariposa singular. Tremor, qu¨¦ palabra hermosa para designar el temblor que viene del interior de la Tierra o de lo m¨¢s profundo de uno mismo, del magma del que est¨¢ hecho el mundo natural o el subconsciente.
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Hemos abandonado el parque nacional, el lugar donde naci¨® est¨¢ isla jovenc¨ªsima, todav¨ªa sin acabar de nacerse, para bajar en el coche de Felipa Guzm¨¢n hacia el sur al objeto de ver y tocar y pisar, si fuera posible, una de esas coladas que tantas veces vimos en la tele.
Y estamos ahora frente a ella, frente a una verruga porosa, m¨¢s alta que nosotros, frente a esa excrecencia carnosa, de carne dura y negra y afilada y cortante e irregular, frente a la escoria, ideal como refugio para toda clase de reptiles.
Lugar com¨²n que viene a la cabeza: paisaje lunar.
Estremece pensar que aqu¨ª debajo hab¨ªa casas, cocinas, sartenes, televisores, juegos de cama, armarios empotrados, juguetes de los ni?os en el pasillo, l¨¢pices de colores, ¨¢lbumes de fotograf¨ªa, cepillos de dientes, libros, aparatos de radio, secadores de pelo.
Hay un paisano a la puerta de una casa pegada al muro de la escombrera, una casa a la que la lava ha pasado rozando. Cuando ve que me acerco con el cuaderno de notas y el bol¨ªgrafo, hace con la mano un gesto de negaci¨®n, acompa?ado de una expresi¨®n de hast¨ªo.
¡ªNo doy entrevistas ¡ªdice.
¡ªSe libr¨® usted por poco ¡ªdigo yo.
¡ªPor poco ¡ªconcede educadamente.
Y como sigo all¨ª, fingiendo tomar notas, a?ade:
¡ªAh¨ª, solo a unos metros, hab¨ªa casas. Algunas se han salvado, pero se han quedado aisladas. No hay forma de llegar.
¡ª ?Y usted c¨®mo se llama? ¡ªpregunto.
¡ªNo se lo digo ¡ªcontesta.
Subimos a lo alto de la costra de lava, a lo alto del tumor cut¨¢neo que le ha salido al paisaje, a lo alto de la verruga fea fea. El suelo es muy cortante.
Felipa advierte refiri¨¦ndose a las cenizas:
¡ªLimpias, dejas el suelo limpio, bueno, pues ya est¨¢. Pero llega el viento otra vez, llega la lluvia y a empezar de nuevo.
Desde all¨ª, descendemos a una zona de plataneras donde las calles aparecen flanqueadas por las paredes alt¨ªsimas de las telas que cubren las plantaciones. Es como un barrio raro, un barrio vegetal que la lava ha respetado, aunque las cenizas han ensuciado los invernaderos. Me asomo por uno de los agujeros de estos muros de lienzo y observo que el suelo est¨¢ tambi¨¦n negro debido a la abundancia de toda esa metralla mineral. Los pl¨¢tanos, con sus extra?as formas, parecen animales prehist¨®ricos atrapados en un mundo oscuro: el mundo que debi¨® de quedar tras el impacto del meteorito gigante que acab¨® con los dinosaurios.
Ascendemos a pie por la monta?a de La Laguna, desde la que se ve perfectamente el cr¨¢ter del volc¨¢n, con forma de herradura, con forma de agujero, de boca, de orificio, de ojal.
Dice Felipa que la monta?a sobre la que se erige esa boca humeante no exist¨ªa, no estaba all¨ª.
¡ª?Qu¨¦ hab¨ªa entonces? ¡ªpregunto.
¡ªLa vertiente que iba hacia el valle. Era un valle.
La extra?eza con la que habla es la de quien no reconociera su propio rostro en el espejo.
¡ªAl principio ¡ªa?ade¡ª, solo bajaba una lengua de fuego, luego se fueron multiplicando. La monta?a de la derecha es la de Todoque, que desapareci¨® bajo la lava.
Desde este lugar se aprecia, en efecto, la gran mancha negra que desde la base del volc¨¢n desciende en direcci¨®n al mar.
¡ªHubo gente ¡ªdice¡ª que se llev¨® hasta las puertas de las casas. Los que tuvieron tiempo, claro. Yo intento recordar c¨®mo era la carretera que conduc¨ªa a Puerto Naos. No quiero olvidarme.
El observatorio es adictivo porque desde ¨¦l se aprecia la magnitud de la tragedia con la claridad con la que podr¨ªamos observarla en un mapa de tres dimensiones. Parece simult¨¢neamente una representaci¨®n de la realidad y la realidad representada. Dos d¨ªas despu¨¦s regresar¨ªamos el fot¨®grafo y yo, reclamados por esta visi¨®n estupefaciente, acompa?ados por Miguel ?ngel Morcuende, de 67 a?os, director t¨¦cnico del Plan Especial de Protecci¨®n Civil y Atenci¨®n de Emergencias por riesgo volc¨¢nico. Habla de meses agotadores, de jornadas de 16 horas con el nivel de adrenalina alto, alto, para poder aguantar. Dice que ten¨ªan un plan de protecci¨®n que funcion¨®, pero que luego hab¨ªa que ir tomando decisiones de acuerdo con los movimientos del volc¨¢n, que eran imprevisibles.
¡ªEs la primera vez ¡ªa?ade¡ª que en Europa irrumpe un volc¨¢n en una conurbaci¨®n. El Etna est¨¢ vivo, pero no tiene viviendas alrededor. Pero es que aqu¨ª no hab¨ªa volc¨¢n, no exist¨ªa esta mole ¡ªdice se?alando la monta?a humeante.
Morcuende coordinaba a m¨¢s de 700 personas que formaban un equipo multidisciplinar en el que hab¨ªa desde guardias civiles a m¨¦dicos, pasando por expertos en incendios forestales, voluntarios, ge¨®logos, f¨ªsicos, Cruz Roja, efectivos de la UME, infraestructuras del Cabildo, bomberos de las distintas islas adem¨¢s de los de La Palma y voluntarios que vinieron de la Pen¨ªnsula.
¡ªYo me mov¨ªa ¡ªapunta¡ª entre el puesto de mando avanzado y las reuniones con el Comit¨¦ Cient¨ªfico y con el Comit¨¦ de Direcci¨®n, que era el que tomaba las decisiones.
¡ªPero el tratamiento de la emergencia ha sido un ¨¦xito ¡ªafirmo yo.
¡ªEn mi opini¨®n, s¨ª ¡ªconcede¡ª, dentro del desastre, claro.
¡ª?Cambiar¨ªa algo si tuviera la oportunidad de volver al principio? ¡ªpregunto.
¡ªEso no se lo voy a decir ¡ªresponde¡ª. Pero claro que tenemos que cambiar cosas del Plan Especial, tenemos que afinarlo.
Y bien, ah¨ª estamos de nuevo, en lo alto de la monta?a de La Laguna, con la de Todoque a nuestra derecha. Hoy toca lluvia. Llueve y llueve y ah¨ª seguimos bajo el chaparr¨®n, fascinados por el cr¨¢ter en forma de herradura que no deja de expulsar humo.
¡ªEl edificio volc¨¢nico ¡ªdice Morcuende¡ª era inestable. Colapsaba y se reconstru¨ªa constantemente, lo que daba lugar a que se abrieran nuevas fisuras porque la lava buscaba el punto m¨¢s d¨¦bil de la corteza. Eso daba lugar a la aparici¨®n de varias coladas que luego se movieron todas hacia la falda del volc¨¢n reci¨¦n creado, formando esa gigantesca mancha negra que despu¨¦s se dividir¨ªa en brazos.
Da la impresi¨®n, en efecto, de que el volc¨¢n reci¨¦n surgido ha vomitado una baba negra como el ala de un cuervo. El brazo norte de la baba arras¨® la mitad del n¨²cleo de La Laguna. La colada sur lleg¨® al faro de La Bombilla, arrasando a su paso el n¨²cleo de Todoque y afectando a unas 1.400 personas. Apreciamos tambi¨¦n un cuerpo central. Entre esos tres brazos bajo los que han quedado sepultadas casas y cultivos y costumbres, se distinguen aqu¨ª y all¨¢ conjuntos de viviendas o invernaderos respetados por la colada, aunque completamente inaccesibles. Hablamos de las coladas norte, central y sur por entendernos, por simplificar, pues tampoco era raro que una colada se montara sobre otra. Hay, en fin, coladas sobre coladas en un desorden dif¨ªcil de entender.
Cerca de donde nos hallamos contemplando de forma simult¨¢nea el mapa de la realidad y la realidad misma, se encuentra detenido un coche en cuyo interior vemos a una pareja con la mirada perdida en el paisaje (o en el antipaisaje), quiz¨¢ intentando ubicar el sitio exacto en el que ten¨ªan su casa. Las escobillas del limpiaparabrisas van de un lado a otro dejando entrever de forma intermitente sus rostros serios, como los que en los tanatorios contemplan el cad¨¢ver al otro lado del cristal.
¡ªLos n¨²cleos de La Bombilla y Puerto Naos ¡ªexplica Morcuende se?al¨¢ndolos¡ª contin¨²an desalojados por los gases. Hay acumulaci¨®n de di¨®xido de carbono y, en menor proporci¨®n, de mon¨®xido. El di¨®xido pesa m¨¢s que el aire, de modo que desplaza al ox¨ªgeno y la atm¨®sfera deja de ser respirable, te tienes que ir.
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La calima, que los peninsulares confundimos con la niebla, es una especie de bruma formada por arena, polvo, cenizas y sales en suspensi¨®n. Se da con frecuencia en las Canarias durante el invierno debido a los vientos procedentes del S¨¢hara. Reduce m¨¢s o menos la visibilidad, seg¨²n sea el grado de concentraci¨®n de las part¨ªculas, y es mala para la salud f¨ªsica, porque dificulta realmente la respiraci¨®n, y para la salud mental, pues te obliga a imaginar que no respiras bien.
Hoy, que ha amanecido con calima, hemos quedado a las tres de la tarde con Carmen L¨®pez y un grupo de t¨¦cnicos del Instituto Geogr¨¢fico Nacional (IGN) al objeto de acercarnos a la parte alta de Cabeza de Vaca, un paraje privilegiado para la observaci¨®n del volc¨¢n. Carmen es la directora del Observatorio Geof¨ªsico Central del IGN. Nos ha citado en el llamado Refugio de El Pilar, donde dejamos los coches, para subirnos en los 4¡Á4 del instituto, pues el espesor de las cenizas no permite llegar de otro modo.
Rodamos sobre un suelo completamente negro y blando, frente a un paisaje de monta?a tambi¨¦n negro sobre el que se recortan, difuminadas por la calima, las siluetas de los negros ¨¢rboles. Tanta negrura, sumada a la escasa visibilidad, proporciona a los barrancos que se abren a nuestros ojos el aspecto de uno de los c¨ªrculos del infierno.
Explica Carmen L¨®pez:
¡ªEl volc¨¢n se encuentra en fase poseruptiva, lo que no significa que el proceso magm¨¢tico haya terminado. Las islas volc¨¢nicas tienen tres fases: juventud, madurez y desmantelamiento. En la juventud puede m¨¢s el aporte de materiales que la erosi¨®n, y en la final la erosi¨®n prevalece sobre el aporte. Tenemos una red de vigilancia para identificar los fen¨®menos precursores, hacer el pron¨®stico de la evoluci¨®n y determinar los escenarios de los distintos peligros con antelaci¨®n a que se produzcan, comunic¨¢ndolos a Protecci¨®n Civil para que respondan con las medidas de mitigaci¨®n apropiadas.
¡ª?Y cu¨¢ndo comenz¨® esto? ¡ªpregunto.
¡ªLos precursores tempranos, en este caso, fueron enjambres s¨ªsmicos de baja magnitud que vienen registr¨¢ndose desde 2017. Todav¨ªa habr¨¢ sismicidad residual y emisiones de gases durante la tendencia al reequilibrio y al enfriamiento. Precede a la erupci¨®n, un proceso que puede comenzar meses o a?os antes durante el que se acumula magma presurizado en el lugar donde se producir¨¢ la erupci¨®n. Ahora estamos en el momento de estabilizaci¨®n que puede durar a?os. Durante ese tiempo puede haber sismos. Queda una actividad remanente.
Debajo de las cenizas sobre las que discurrimos hab¨ªa antes del desastre una pista forestal.
¡ªAqu¨ª ca¨ªa fuego ¡ªdice Carmen L¨®pez¡ª. Los cuervos estaban muertos de hambre. Mira el volc¨¢n ¡ªa?ade se?alando su boca¡ª, los colores amarillentos son por el azufre; los blancos, por el carbonato; los rojizos, por el hierro.
Bajamos de los coches, que no pueden avanzar m¨¢s, y caminamos dificultosamente sobre las cenizas hasta situarnos a unos 400 metros de la boca y a su misma altura. Pese a la calima, reconocemos perfectamente los labios del cr¨¢ter, adornados por los amarillos, los blancos y los rojizos de los que hablaba Carmen. De entre esos labios sale una columna de humo permanente, como si un gigante fumara en su interior.
La impresi¨®n general es la de encontrarnos en otro mundo para el que no hallamos analog¨ªas eficaces. El conjunto remite m¨¢s al universo de los sue?os que al de la vigilia. Estamos todos despiertos, muy despiertos, pero en el interior de un sue?o muy profundo.
Escucho decir a Carmen L¨®pez:
¡ªPrimero el suelo empieza a fisurar y luego se eleva.
El suelo de cenizas no es completamente uniforme, pues aparecen aqu¨ª y all¨¢, rompiendo esa uniformidad, rocas del tama?o de un bal¨®n, incluso m¨¢s grandes, denominadas ¡°bombas¡±. Y es que los piroplastos emitidos por el volc¨¢n se subdividen, seg¨²n su tama?o y morfolog¨ªa, en cenizas, lapilli, bombas y escoria. En este paisaje, adem¨¢s de las cenizas y el lapilli, abundan las bombas, que sal¨ªan despedidas con una fuerza tal que se llegaron a encontrar a un kil¨®metro de distancia.
De vez en cuando, en medio de la densidad de la calima, se abre un agujero por el que penetra el sol. Sin embargo, nuestras sombras no se reflejan en el suelo porque el suelo es negro, igual que la sombra. Esa ausencia me trae a la memoria aquella novela en la que un hombre vende su sombra al diablo convencido de hacer un gran negocio. Pronto descubrir¨¢ con horror que se puede vivir sin otras cosas, pero no sin sombra. El propio Peter Pan, que la pierde al comienzo del relato, ha de cos¨¦rsela a los pies para no extraviar algo tan preciado, al tiempo que simb¨®lico.
Pues all¨ª nos hall¨¢bamos un grupo de seis o siete personas expuestas a los peligros morales de no arrastrar o de no ser arrastrados por la sombra.
¡ªHay unos nueve puntos de emisi¨®n funcionando de forma intermitente ¡ªdice Carmen L¨®pez¡ª, pues esto ha sido una emisi¨®n fisural, no como la del Teide. La morfolog¨ªa del edificio volc¨¢nico cambiaba constantemente: sumaba y restaba. Finalmente ha sumado m¨¢s.
El sol cae como un disco de plata en medio de la calima y arrecia el fr¨ªo debido a la altura a la que nos encontramos y a una brisa que ha empezado a soplar desde alguna de las partes del sue?o. James, el fot¨®grafo, se aleja siguiendo el dibujo de lo que en su d¨ªa debi¨® de ser un angosto camino forestal y su figura parece la de un fantasma en medio de la bruma. Yo permanezco junto a Carmen, que me describe con paciencia infinita las distintas capas de las que est¨¢ compuesta la Tierra. Nosotros, usted, lector, y yo, nos hallamos sobre la corteza, que es la parte m¨¢s exterior y r¨ªgida y cuyo espesor var¨ªa seg¨²n nos refiramos a zonas monta?osas o al fondo del mar. En todo caso, es fina comparada con el manto o magma, que es la capa que viene a continuaci¨®n y que es semis¨®lida debido a las altas temperaturas de all¨¢ abajo. Ocurre en esta capa lo que en una olla de agua puesta a hervir: que el agua caliente del fondo sube y la de la superficie baja, provocando corrientes convectivas que mueven las placas litosf¨¦ricas, que, como ya hemos dicho, son r¨ªgidas.
Esta imagen del magma actuando sobre la corteza y provocando fen¨®menos volc¨¢nicos capaces de crear islas como esta en la que nos hallamos me obsesiona, porque me recuerda al subconsciente buscando, a trav¨¦s de manifestaciones como el sue?o y el lapsus, fisuras por las que llegar al mundo consciente.
Estoy pensando en ello en medio de aquel paisaje fantasmag¨®rico cuando tropiezo con Enrique Alonso, una de las personas que nos han acompa?ado, ingeniero en geodesia. Me vuelve a explicar, a petici¨®n propia, lo que me acaba de exponer Carmen L¨®pez. No es que no me f¨ªe, sino que quiero escucharlo otra vez, como el que vuelve obsesivamente al lugar del crimen. Mientras habla de las corrientes convectivas del magma, pongo cara de no entender, que es una cara que me sale de forma natural en las situaciones que requieren un poco de talento porque soy un poco duro de mollera.
¡ªDentro del manto ¡ªdice¡ª hay diferentes temperaturas, lo que provoca la aparici¨®n de corrientes convectivas. El manto m¨¢s profundo sube y, si hay mucha presi¨®n, rompe las zonas m¨¢s d¨¦biles de la corteza y sale. Y eso que sale es lo que llamamos magma, que puede ser m¨¢s denso o menos denso en funci¨®n de la cantidad de s¨ªlice que arrastre. Aqu¨ª, unos d¨ªas sal¨ªa m¨¢s denso y otros menos denso.
¡ªYa ¡ªdigo porque creo haberlo entendido, pero debo de seguir involuntariamente con la expresi¨®n contraria, por lo que Enrique Alonso contin¨²a:
¡ªLa corteza terrestre est¨¢ compuesta por placas tect¨®nicas que flotan y se deslizan sobre el manto, de manera que chocan, se tocan, se rozan. Nosotros, ahora, estamos sobre la placa tect¨®nica africana. La Pen¨ªnsula se halla sobre la euroasi¨¢tica.
¡ªYa ¡ªrepito sin cambiar mi expresi¨®n de idiota, que a veces da buenos resultados.
¡ªImag¨ªnate ¡ªcontin¨²a ¨¦l armado de paciencia did¨¢ctica¡ª un taz¨®n de natillas.
¡ªLo tengo ¡ªdigo.
¡ªSi pones una galleta encima, la galleta flota y se desplaza.
¡ªDe acuerdo ¡ªapunto.
¡ªSi el taz¨®n de natillas fuera muy grande y hubiera muchas galletas, todas se desplazar¨ªan y chocar¨ªan entre s¨ª, se rozar¨ªan. Pues esa es un poco la relaci¨®n entre la corteza terrestre y el magma.
La cara de idiota, en los momentos adecuados, consigue estos hallazgos anal¨®gicos, cr¨¦anme. Debo a esta cara todo lo que s¨¦ porque la gente cree, con raz¨®n, que ha de repetirme las cosas siete veces.
Asombra pensar que hubo una ¨¦poca en la que la Tierra no ten¨ªa corteza, pues era puro gas, como hay una ¨¦poca del embri¨®n humano en la que a¨²n no ha aparecido la piel o en la que no se han formado sus diferentes capas, mostr¨¢ndose como un papel de fumar en el que se transparentan los capilares y los vasos. Quiere uno imaginar que hubo semejanzas entre la formaci¨®n de la Tierra y la del cuerpo humano.
Enrique Alonso es uno m¨¢s del equipo de Vigilancia Volc¨¢nica formado por 43 personas entre las que hay f¨ªsicos, matem¨¢ticos, qu¨ªmicos, ingenieros de Telecomunicaciones, ingenieros electr¨®nicos y expertos en geodesia, entre otros. Significa que tienen al volc¨¢n vigilad¨ªsimo y desde cualquier punto de vista posible. La unidad se cre¨® en 2007 y a los cuatro a?os, en 2011, sobrevino la erupci¨®n de El Hierro.
Tres o cuatro integrantes de ese equipo multidisciplinar con el que hemos llegado a este punto se alejan ahora en direcci¨®n al volc¨¢n ataviados con mascarillas, gafas y trajes especiales de protecci¨®n, pues van a llegar al borde mismo del cr¨¢ter para tomar nota de sus emisiones. Sus cuerpos se van desvaneciendo entre la calima como las materias solubles desaparecen en el agua. La brisa trae olor a ¨¢cido sulf¨²rico y a clorh¨ªdrico, que es el olor caracter¨ªstico de los huevos podridos.
Es, pues, la hora de volver.
?
Valentina Fontecha es la directora del hotel Benahoare, situado en Los Llanos de Aridane, donde nos hospedamos. Perdi¨® la casa a los tres d¨ªas de la erupci¨®n.
¡ªEl volc¨¢n ¡ªdice¡ª surgi¨® pr¨¢cticamente de mi jard¨ªn, pues viv¨ªamos a 500 metros. No tuvieron que avisarnos. Salimos corriendo al ver el panorama. Nunca hab¨ªamos estado en una situaci¨®n semejante, no sab¨ªamos qu¨¦ hacer. No ¨¦ramos conscientes de vivir en una zona volc¨¢nica. Llev¨¢bamos varios d¨ªas de terremotos. No se pod¨ªa estar. Yo tengo perros y estaban inquietos. Avisaban. Le dije a mi marido: ¡°Recogemos la autocaravana y nos vamos¡±. No nos dio tiempo a recoger m¨¢s. Era domingo. Mucha gente que hab¨ªa salido a pasear ya no pudo volver. Todo lo que llevaban consigo era el bolso. A los 10 minutos de salir, volvimos la cabeza y vimos la explosi¨®n. Dijo mi marido: ¡°Menos mal que te hemos hecho caso¡±. Durante los dos primeros d¨ªas, la lava rode¨® la casa. Al tercero se la comi¨®.
Igual que ver un desastre a c¨¢mara lenta, pienso.
¡ªMenos mal que ten¨ªamos contratado un seguro ¡ªa?ade¡ª. La gente que no lo ten¨ªa est¨¢ m¨¢s desamparada. Llev¨¢bamos 15 a?os all¨ª¡ Mis gallinas, mis frutales.
¡ª?Qu¨¦ hiciste con las gallinas?
¡ªLas solt¨¦. Saqu¨¦ los papeles, las escrituras. No tengo hijos, no soy muy materialista. Tambi¨¦n ten¨ªa perros enterrados a los que hab¨ªamos querido mucho.
Atiende una llamada del tel¨¦fono. Luego contin¨²a:
¡ªYo nunca he llamado al volc¨¢n cabr¨®n¡
Vuelve a atender otra llamada. Cuelga.
¡ªAqu¨ª empezaron a cancelar todas las reservas porque este es un hotel al que vienen muchos senderistas alemanes y austriacos. Pasamos de alojar a los senderistas a llenar el hotel de periodistas. Desde la habitaci¨®n que ocupas t¨², la 26, se ve¨ªa la erupci¨®n. As¨ª que desde el punto de vista del trabajo nosotros segu¨ªamos igual, trabajando, aunque hab¨ªa camareros o camareras que hab¨ªan perdido su casa.
¡ª?D¨®nde vives ahora?
¡ªEn la autocaravana en la que me escap¨¦. Tuve esa suerte. Nos movemos de un lado a otro en funci¨®n del clima y del movimiento de las cenizas. Hemos cobrado ya del consorcio de seguros, pero comprar algo ahora es bastante complicado, ha subido todo mucho. Lo peor es la gente cuya casa ha quedado en pie, pero no tienen acceso a ella y no les pagan porque la casa est¨¢ intacta. Hay gente que tiene media vivienda inundada por la lava y media que no. Los peritos dicen: ¡°Ya veremos¡±. Aqu¨ª, lo que m¨¢s falta hace ahora son notarios y psic¨®logos.
?En ese orden?, me pregunto.
?
Mar¨ªa del Mar Falc¨®n es recepcionista en el Museo Arqueol¨®gico de Los Llanos. Dice que ella, de forma personal, no est¨¢ afectada, pero luego, parad¨®jicamente, a?ade que se encuentra agotada f¨ªsica y mentalmente.
¡ªLas cenizas, los ruidos, los gases, tener que dejar a los ni?os en casa¡ ¡ªenumera lentamente¡ª. El humo de ahora es por la desgasificaci¨®n, pero Cumbre Vieja es una cordillera de volcanes con actividad. A ver qu¨¦ dicen los vulcan¨®logos. La zona de la costa es la que est¨¢ m¨¢s vigilada, por los gases. El volc¨¢n de Cumbre Vieja era como un ni?o ruin que por el d¨ªa estaba tranquilo y por la noche dec¨ªa aqu¨ª estoy yo. No se pod¨ªa dormir de los temblores, del ruido¡, temblaban las cristaleras, las ventanas, las vitrinas de las casas. En la zona sur se notaba m¨¢s, claro.
?
Hay zonas que, sin sufrir el peso de la lava, han quedado enterradas en las cenizas. Tal ocurre en Las Manchas, perteneciente a los municipios de El Paso y de Los Llanos de Aridane, por donde el fot¨®grafo y yo deambulamos (¨¦l en busca de una imagen fotogr¨¢fica, yo en busca de una imagen ret¨®rica), sin saber si debajo de nuestros zapatos hay tierra o casas. El volc¨¢n humea, quiz¨¢ vapor de agua, quiz¨¢ los gases de la digesti¨®n. Sobre el suelo negro, a unos metros, se aprecia un agujero al que nos acercamos para descubrir a trav¨¦s de ¨¦l, sorpresivamente, una cocina en la que todo est¨¢ en su sitio, aunque ennegrecido: vemos la pila, los cacharros de loza, los estantes con las botellas de aceite y de vinagre, los botes de cristal con el arroz, las jud¨ªas, las especias, el aparador con los platos y los vasos¡ El resto de la casa ha quedado cubierto por las cenizas; el tejado, excepto en esta parte, debe de haber resistido. Nos alejamos con cuidado por miedo a que se abra otro agujero y acabemos en el sal¨®n de la vivienda o en uno de los dormitorios.
Hay personas sobre los tejados que han quedado a la vista revisando las estructuras de los edificios, a veces en compa?¨ªa de los peritos de las casas de seguros.
Mires donde mires, todo es ruina y desolaci¨®n de color negro.
Aparece en la ventana de una de las casas una mujer limpiando las cenizas del alf¨¦izar con un aspirador. Tras apagar el aparato, me cuenta que la noche anterior a la explosi¨®n hab¨ªa luna llena.
¡ªDije a mis hijos: ¡°Hoy revienta el volc¨¢n, pero ojal¨¢ que lo haga de d¨ªa¡±. Las ventanas llevaban cuatro d¨ªas temblando. La casa qued¨® cubierta hasta aqu¨ª, hasta el segundo piso. Tuvimos que entrar por la ventana.
¡ª?A qu¨¦ huele hoy? ¡ªle pregunto.
¡ªA azufre ¡ªresponde¡ª, pero mejor que huela, o eso dicen. Nosotros ¡ªa?ade mirando al infinito¡ª no heredamos nada. Todo lo hicimos trabajando y ahora ya ve¡
Miro alrededor y todo est¨¢ negro, todo oscuro. James, el fot¨®grafo, me proporciona la imagen ret¨®rica tras de la que iba desde que pis¨¦ la isla:
¡ªEste paisaje es como el negativo de la fotograf¨ªa de una estaci¨®n de nieve. ¡ª
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