El sentido del sinsentido
Ciertas frases, dichas por ciertas personas, resultan ininteligibles, mientras que, dichas por otras, pueden contener prodigios de lucidez |?Columna de Javier Cercas
En un art¨ªculo publicado en El Confidencial y dedicado al documental Soy Georgina, de Netflix, Alberto Olmos cita una frase de la protagonista sobre su marido, el futbolista Cristiano Ronaldo: ¡°Cristiano es supernormal. Es m¨¢s normal que la gente normal¡±. Perplejo, el escritor comenta: ¡°?Se puede ser m¨¢s normal que el conjunto mayoritario de personas que establece la norma? ?C¨®mo va a ser normal alguien estando en solitario en su normalidad? Es muy fuerte esto¡±. No he visto el documental, ni tengo la m¨¢s m¨ªnima intenci¨®n de verlo, pero Olmos lleva raz¨®n. Lo raro es que casi la misma frase de Georgina la pronunci¨® Salvador Dal¨ª (¡°Yo no soy normal¡±, proclam¨® el padre del m¨¦todo paranoico-cr¨ªtico. ¡°Soy supernormal¡±) y a m¨ª no s¨®lo no me pareci¨® muy fuerte, sino que, como cualquier persona normal, la entend¨ª a la primera.
En realidad, no es raro: ciertas frases, dichas por ciertas personas, resultan ininteligibles, mientras que, dichas por otras, no s¨®lo adquieren un significado transparente, sino que pueden contener prodigios de lucidez, como si se tratara de sinsentidos dotados de sentidos que el sentido com¨²n y corriente ni siquiera es capaz de vislumbrar. ¡°Yo ya era famosa mucho antes de que nadie me conociera¡±, declar¨® en una ocasi¨®n Lady Gaga; la sentencia, en s¨ª misma deliciosa, cobra no obstante todo su esplendor si quien la profiere es la cantante que salt¨® a la fama con dos ¨¢lbumes consecutivos titulados The Fame y The Fame Monster. Por otra parte, es un hecho que existen enunciados cuyo alcance real s¨®lo se advierte con plenitud si es un gallego quien los formula. Aqu¨ª mismo cit¨¦ tiempo atr¨¢s uno de P¨ªo Cabanillas, eximio pontevedr¨¦s que ocup¨® cinco carteras ministeriales distintas en cinco gobiernos del tardofranquismo y la Transici¨®n, y que, al terminar cualquier contienda electoral, preguntaba sin falta: ¡°?Qui¨¦nes hemos ganado?¡±; y yo apuesto que debe de ser pol¨ªtico y gallego el personaje que le dijo al gallego Fernando ?nega (seg¨²n ¨¦ste consign¨® en La Vanguardia): ¡°Aqu¨ª cada uno va a lo suyo, menos yo, que voy a lo m¨ªo¡±. Pero el mejor sinsentido con sentido que he registrado ¨²ltimamente lo acu?¨® ?lex Corretja minutos despu¨¦s de la ¨²ltima y famosa final del Open de Australia, donde Rafa Nadal derrot¨® a Daniil Medv¨¦dev. Comentarista del partido en Eurosport, Corretja se ech¨® a re¨ªr cuando le preguntaron por qu¨¦ se hab¨ªa echado a llorar cuando venci¨® Nadal. ¡°Es que yo he jugado al tenis¡±, se justific¨®. ¡°Y s¨¦ que lo que ha hecho hoy Rafa es imposible¡±. En boca de casi cualquier otro ¡ªempezando por un servidor, que de adolescente hizo sus pinitos en el tenis de competici¨®n¡ª, la frase es un absurdo palmario: ?c¨®mo va a ser imposible algo que todo el mundo acaba de ver en directo por televisi¨®n? Sin embargo, en boca de Corretja ¡ªex n¨²mero dos del tenis mundial¡ª, no s¨®lo es lo m¨¢s inteligente que se ha dicho sobre aquel partido, sino tambi¨¦n lo ¨²nico que permite abarcar en toda su magnitud el estropicio causado aquel d¨ªa por Nadal. Tras la victoria de ¨¦ste, en efecto, fue objeto de pitorreo planetario aquel algoritmo matem¨¢tico que apareci¨® sobreimpreso en las pantallas de televisi¨®n cuando el tenista espa?ol perd¨ªa dos sets a cero y un juego a cero en el tercero, y que le daba un 4% de posibilidades de victoria; ahora bien, teniendo en cuenta las circunstancias del partido ¡ªNadal llevaba m¨¢s de seis meses sin competir, pocas semanas antes no sab¨ªa si podr¨ªa jugar, es 10 a?os mayor que Medv¨¦dev, sin duda el tenista m¨¢s en forma en pista dura del momento, etc¨¦tera, etc¨¦tera¡ª, la realidad es que el porcentaje era muy generoso con el espa?ol. En otras palabras: el que err¨® no fue el algoritmo; fue Nadal.
Todos los bi¨®grafos de Samuel Beckett refieren la an¨¦cdota. El 7 de enero de 1938, al salir de un cine en Par¨ªs, el escritor fue apu?alado por un hombre. D¨ªas m¨¢s tarde, tras una larga convalecencia en el hospital Broussais, Beckett volvi¨® a encontrarse con su agresor y le pregunt¨® por qu¨¦ le hab¨ªa atacado. ¡°No lo s¨¦¡±, contest¨® el otro. Viniendo del hombre que a punto estuvo de matar al genio de la literatura del absurdo, la respuesta tiene todo el sentido del mundo.
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