Meditaci¨®n, zen, yoga, reclusi¨®n en monasterios... crece la huida del ruido
Retiros de meditaci¨®n sin palabras ni gestos, ¡®mindfulness¡¯, zen, yoga, reclusi¨®n en monasterios, alejamiento en lugares aislados¡ Viaje a un fen¨®meno social que crece d¨ªa a d¨ªa, acompa?ado de toda una explosi¨®n editorial.
Algo hay que no encaja en la misteriosa frontera entre el ruido y el silencio. Entre el ruido con o sin sonido de nuestras sociedades y el silencio ¨ªntimo o compartido de quien pretende otra realidad. Este texto no resolver¨¢ el puzle, as¨ª que el lector ¨¢vido de respuestas y al¨¦rgico a las interrogantes ¡ªpura ant¨ªtesis del proceso filos¨®fico¡ª puede dejarlo aqu¨ª, y har¨¢ bien. Se perder¨¢, eso s¨ª, un pu?ado de experiencias de vida que ilustran el ¨²nico tel¨®n de fondo posible: la duda, lo insondable. Otra posibilidad hubiera sido dejar en blanco todas estas p¨¢ginas. Quiz¨¢ ser¨ªa lo suyo, en homenaje al silencio.
Infinidad de creyentes de diferentes religiones o b¨²squedas espirituales y multitud de agn¨®sticos y ateos coinciden hoy en el hartazgo del guirigay ruidoso. Tambi¨¦n en la necesidad de buscar el silencio como medicina de males f¨ªsicos, mentales y espirituales a trav¨¦s de pr¨¢cticas como la meditaci¨®n de ra¨ªz cristiana, budista o hinduista, el zen, el yoga, el mindfulness, el encierro temporal en monasterios, los propios retiros de silencio y hasta el aislamiento voluntario durante a?os en lugares alejados. Aqu¨ª juegan el partido igual los aspirantes a la trascendencia que los paganos irreductibles. De acuerdo, hace m¨¢s de 1.400 a?os que muri¨® Saturio, aquel anacoreta visigodo de familia rica que se retir¨® a la vida contemplativa y silenciosa en una h¨²meda cueva a orillas del Duero en Soria. No parece necesario llegar a tanto: como el bueno de Saturio solo hubo uno, pues menudo era, hasta acab¨® en santo.
La oferta en torno al tema del silencio es hoy asombrosamente amplia, incluido un aut¨¦ntico bum editorial con decenas de t¨ªtulos sobre la materia inundando las librer¨ªas. Y, como no puede ser de otra forma, hay de todo: desde aut¨¦nticos militantes de la ayuda al otro hasta los oportunistas de la ¨²ltima hora, pasando por dudosos profesionales del altruismo y una inacabable tipolog¨ªa. Este es un viaje subjetivo, solo uno entre los cientos posibles. Un viaje en busca de quienes van en su busca. En busca del silencio.
Visitando a los Amigos del Desierto. Un retiro de silencio y meditaci¨®n
Se acaba la tarde de un viernes de marzo cuando llegamos a Sant Honorat, el centro espiritual de los misioneros del Sagrado Coraz¨®n en Randa, al sur de Mallorca, en la monta?a. El destino del viaje es uno de los numerosos retiros de silencio y meditaci¨®n que organiza al a?o la red Amigos del Desierto, fundada en 2014 por el sacerdote y escritor Pablo d¡¯Ors y con presencia en Espa?a, M¨¦xico, Estados Unidos, Argentina e Italia. Cada a?o, m¨¢s de 600 personas acuden a retiros de silencio como este.
El objetivo: poner en valor y afrontar algunas m¨¢ximas. Por ejemplo, dos de las que el insigne pensador, profesor y escritor George Steiner pronunci¨® hace seis a?os en una amplia entrevista con EL PA?S. Una: ¡°No hay que tener miedo al silencio, solo el silencio nos ense?a a hallar en nosotros lo esencial¡±. Dos: ¡°Los j¨®venes ya no tienen tiempo de tener tiempo¡±. O cualquiera de las muchas que el propio D¡¯Ors plasm¨® en su Biograf¨ªa del silencio (editado por Siruela, primero, y por Galaxia Gutenberg, despu¨¦s), librito breve e inmenso y uno de los m¨¢s ins¨®litos superventas editoriales de los ¨²ltimos tiempos (cerca de 300.000 ejemplares vendidos en 41 ediciones): ¡°Pensamos mucho la vida pero la vivimos poco¡±. ¡°Mirar algo no lo cambia, pero nos cambia a nosotros¡±. ¡°Meditar ayuda a no tomarse a s¨ª mismo tan en serio¡±. ¡°Ese oc¨¦ano oscuro y luminoso que es el silencio¡±.
As¨ª que hasta el hechizante paraje de Sant Honorat se han acercado Tomeu, Ver¨®nica, Alex, Marcello, Nazareth, Juli¨¢n, Jaume y los dem¨¢s. Veinticinco personas de todo pelaje y condici¨®n (el m¨¢s joven, un chico mallorqu¨ªn que viene desde Austria, debe de tener 25 a?os y la de m¨¢s edad es una se?ora encantadora de Palma de 90 a?os) dispuestas a callarse ¡ªa callarnos¡ª durante 40 horas y a mirarse ¡ªa mirarnos¡ª por dentro.
Todo ello al m¨®dico precio de 170 euros, todo incluido: habitaci¨®n individual y espartana con vistas de quitar el hipo, comidas con productos de la huerta que podr¨ªan figurar en la carta de un restaurante vegetariano de alto standing, sesiones de meditaci¨®n, sesiones de gimnasia, charlas y puestas en com¨²n. Y todo bajo la sabia y serena batuta de cuatro monitores o maestros meditadores, Mar¨ªa Pilar, Cristina, Miguel y Rafa: una secretaria de juzgado, un profesor, una directora de colegio y un juez que hacen esto gratis et amore sacando el tiempo de debajo de las piedras y recorriendo Espa?a para formar a nuevos silenciosos.
Doce sesiones de meditaci¨®n de 25 minutos cada una, de rodillas ¡ªcon el culo pegado a una banqueta de madera y haci¨¦ndote cisco los empeines, que quedan aplastados contra el suelo¡ª , o en postura de yoga, o simplemente sentados en una silla. Soy el ¨²nico de los 25 que nunca antes ha meditado. Se nota. De los tres ¡°anclajes¡± necesarios para poder meditar ¡ªlas manos, la respiraci¨®n y recitar un mantra¡ª solo tengo sitio para dos. El mantra se resiste.
Surgen las interrogantes. ?Hay que meditar como se es, o hay que escapar de c¨®mo se es para poder meditar? ?C¨®mo vaciar la cabeza de lo utilitario, el devaneo y la elucubraci¨®n y c¨®mo hacer sitio a lo esencial? Por cierto, ?qu¨¦ es lo esencial? ?C¨®mo se respira bien? ?Cu¨¢l es el objetivo de meditar en silencio? Respuesta de uno de los maestros: ¡°No esperar que nada pase¡ porque ya est¨¢ pasando¡±.
Ni una palabra. Nada de miradas. Gestualidad cero, incluidas las comidas. No estamos aqu¨ª para ser simp¨¢ticos. Movimientos lentos. No estamos aqu¨ª para el espasmo y la prisa. Proscrito el m¨®vil. No estamos aqu¨ª para seguir enganchados al mundanal ruido. Nada de libros. No estamos aqu¨ª para leer. Solo una libreta y un bol¨ªgrafo para anotar pautas de postura y respiraci¨®n, recomendaciones ¡ªespirituales o no¡ª y l¨ªneas de pensamiento sugeridas por los monitores.
Y el silencio. Bueno, es un decir. Nada como un retiro de silencio para comprobar que el silencio total no existe. Pasar¨¢ un avi¨®n. Ladrar¨¢ un perro lejano. El canto de los p¨¢jaros. El estruendo del viento en los cristales. El crujido de la madera del techo. La respiraci¨®n acompasada de tu meditador o meditadora de al lado, con quien a veces acabas sincroniz¨¢ndote. Crepitar¨¢ la le?a en la chimenea. Sonar¨¢ un gong. Fin de la sesi¨®n. Volver¨¢s a casa entusiasta, dubitativo o esc¨¦ptico. El silencio es libre. Tambi¨¦n su impacto en cada cual. El silencio tambi¨¦n es miedo. Te lleva a lo desconocido.
Viaje a la quietud benedictina. Tres d¨ªas en el monasterio de Silos
Murci¨¦lagos revolotean fren¨¦ticos por entre las arcadas del claustro rom¨¢nico. Son las 21.20, acaba de terminar el tiempo de la cena en la abad¨ªa benedictina de Santo Domingo de Silos (Burgos) y tres o cuatro sombras deambulan congeladas alrededor del cipr¨¦s centenario que cantara Gerardo Diego. ¡°Enhiesto surtidor de sombra y sue?o¡±. Enseguida empezar¨¢n las Completas y, con ellas, se cerrar¨¢ el agotador ciclo de oficios religiosos que cada d¨ªa concelebran los 23 monjes de Silos y sus invitados for¨¢neos en la hospeder¨ªa.
Por 40 euros, el hu¨¦sped (en Silos solo hombres) tiene derecho a pensi¨®n completa e ilimitadas dosis de paz¡ siempre que la busque. El hermano Mois¨¦s, el hospedero, tan solo pide cuatro cosas: quedarse un m¨ªnimo de tres noches y un m¨¢ximo de siete, no utilizar la abad¨ªa como un mero hotel desde el que hacer turismo, no meter ruido y estar en silencio salvo en situaciones imprescindibles, y ser puntual en las comidas y ¡ªsi se acude¡ª en los actos religiosos. No siempre se cumple el reglamento, especialmente en los puntos 2 y 3. ¡°Hoy no comemos aqu¨ª, nos vamos de turismo y a comer un corderito a Covarrubias¡± o ¡°Vamos al pueblo a echar un caf¨¦ y lo que venga¡± son frases que pod¨ªan escucharse durante la estancia reciente que sirvi¨® de base a esta historia. Pero son excepciones.
Las habitaciones ¡ªy en concreto esta 202, de nombre Santa Virila¡ª son espacios perfectos para la pr¨¢ctica del silencio. Tambi¨¦n el claustro, los pasillos, la huerta y la iglesia, donde solo el canto gregoriano de los monjes, puro suspiro acompasado de 1.500 a?os de antig¨¹edad, irrumpe como banda sonora. Una banda sonora, recu¨¦rdese, que en 1993 coron¨® las listas de ¨¦xitos discogr¨¢ficos con m¨¢s de 160.000 discos vendidos. Escucharlo en directo en las vigilias (seis de la ma?ana), sentado en el propio coro cuando te invita a hacerlo uno de los monjes (como ha ocurrido hoy), es un raro privilegio.
Hasta aqu¨ª vienen estudiantes en plenas oposiciones, ejecutivos de empresa en busca de limpieza mental (¡°vengo al menos una vez al a?o y paso una semana, y me largo con las pilas cargadas hasta arriba¡±, asegura uno de ellos, que prefiere no decir su nombre), aficionados al rom¨¢nico, simples curiosos y cat¨®licos practicantes que encuentran aqu¨ª un contexto perfecto. ¡°Aqu¨ª el silencio impresiona cuando pasas la primera noche¡, es algo que se oye¡±, explica Toni, de Villena (Alicante), en esta su segunda estancia en Silos y despu¨¦s de cuatro caminos de Santiago en soledad y silencio absolutos. Apenas una hora despu¨¦s, durante el oficio de sexta, un autob¨²s entero del Imserso irrumpir¨¢ en la iglesia de la abad¨ªa entre murmullos, primero, y conversaciones en voz alta, despu¨¦s. La ingrata sensaci¨®n en ese momento es que, en lugar de en un templo de silencio, estamos en un Corte Ingl¨¦s del ¡°turismo espiritual¡±. ¡°El Imserso es que es temible¡±, lamentar¨¢ en el comedor el hermano Mois¨¦s.
Siete a?os en soledad. Arturo, el ermita?o de Santa B¨¢rbara
Arturo Rigol, barcelon¨¦s de 63 a?os, lleva siete viviendo solo aqu¨ª arriba, en una de las monta?as que rodean Alca?iz (Teruel). Es el ermita?o de Santa B¨¢rbara y vive en silencio, exceptuando las contadas escapadas que hace al pueblo a por provisiones o al m¨¦dico. Tras dar no pocos tumbos, hace siete a?os se enter¨® a trav¨¦s de un amigo de que se hab¨ªa muerto el anterior ermita?o y de que buscaban otro. ¡°Y vine enseguida y me cogieron¡±, explica mientras rodeamos la ermita en un d¨ªa gris plomo que amenaza aguacero y ha tra¨ªdo un cierzo que taladra los huesos.
¡°Yo no soy creyente, y me considero libertario. ?No anarquista, ?eh?, que si no estar¨ªa poniendo bombas!¡±. Arturo escap¨® de una vida digamos azarosa y acab¨® en Santa B¨¢rbara, donde arregla la ermita, cuida la hierba y ayuda en todo lo que puede cuando sube la romer¨ªa de San Salvador, en junio, o la de Santa B¨¢rbara, en diciembre, y tambi¨¦n cuando se re¨²nen aqu¨ª los quintos de Alca?iz. El resto del tiempo est¨¢ aqu¨ª arriba, con la ¨²nica compa?¨ªa de su propio yo y de sus perros Popo y Zen, en medio del monte, rodeado de zorros, tejones y liebres. Arturo es un ermita?o. Y, si nos atenemos a la definici¨®n de la RAE, tambi¨¦n un anacoreta: ¡°Persona que vive en lugar solitario, entregada enteramente a la contemplaci¨®n y a la penitencia¡±.
¡ªY en medio de tanto silencio, ?a qu¨¦ se dedica?
¡ªA la contemplaci¨®n.
¡ª?Y qu¨¦ se dice usted? ?Habla mucho consigo mismo?
¡ªMuchoooo¡, pero ya estaba acostumbrado porque hab¨ªa practicado meditaci¨®n zen hace a?os.
¡ª?El silencio ayuda?
¡ªEl silencio claro que ayuda, te ayuda a encontrarte a ti mismo. Yo aqu¨ª solo discuto conmigo. Y claro, siempre tengo raz¨®n, ?ja, ja, ja, ja! Pero oye, a veces tambi¨¦n es complicado, no siempre es f¨¢cil. Por ejemplo, despu¨¦s de la pandemia y del confinamiento me cost¨® mucho volver a estar solo¡
Arturo vivi¨® 10 a?os en Venezuela y all¨ª trabaj¨®, se cas¨® y tuvo a su hija, Joana, de 33 a?os, que es dise?adora, vive en nueva York y a la que no ve desde hace 15. La ver¨¢ ahora, con motivo de la Barcelona Fashion Week, en la que ella participa. Tambi¨¦n tiene dos nietos, a los que no conoce. Supuestamente los conocer¨¢ en diciembre. ¡°Me tiemblan las piernas solo de pensarlo¡±. Su mujer muri¨® de una pulmon¨ªa cuando ten¨ªa 37 a?os. Arturo y la ni?a se la encontraron muerta en la cama.
El anacoreta de Santa B¨¢rbara da un abrazo. Luego vuelve. Al silencio.
Vuelta a Alca?iz por un camino de cabras, coche hasta Zaragoza y AVE Zaragoza-Madrid. Qu¨¦ curioso. En el ¡°coche en silencio¡± que oferta Renfe, el jaleo es ol¨ªmpico. Tres veintea?eros comentan euf¨®ricos el fin de semana que han pasado en Barcelona. El se?or de al lado habla durante unos 20 minutos de no se sabe qu¨¦ demonios de venta de materiales. Cuando se le regala una mirada de abierta perplejidad, responde con otra de amenazante interrogaci¨®n. Estar¨ªa genial aplicarles, si existiera, la ¡°m¨¢quina romperruidos¡± que se invent¨® el escritor Jos¨¦ ?ngel Gonz¨¢lez Sainz en su libro La vida peque?a. El arte de la fuga.
Nadie protesta en el tren. Coche en silencio. Definitivamente, este pa¨ªs no tiene remedio. Pero sigamos el viaje.
La periodista hiperactiva que hizo ¡®clac¡¯. Una conversaci¨®n con Mar Cabra
El 28 de junio de 2020, la periodista Mar Cabra, que gan¨® un Premio Pulitzer gracias a su labor de coordinaci¨®n en la investigaci¨®n y publicaci¨®n de los llamados Papeles de Panam¨¢ en el seno del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigaci¨®n (ICIJ), escribi¨® un art¨ªculo en EL PA?S. Su t¨ªtulo: Cuando la mente cae esclava de la tecnolog¨ªa. En ¨¦l relat¨® su particular v¨ªa crucis como consecuencia de lo que llama sin tapujos ¡°mi adicci¨®n a la tecnolog¨ªa¡±. Era el proleg¨®meno de la nueva vida de Mar Cabra, que decidi¨®, si no apagar el interruptor, s¨ª modularlo hasta el punto de cambiar de vida. Dej¨® Madrid y se fue a vivir a Aguadulce (Almer¨ªa). Del ruido al silencio. De la tormenta perfecta a la meditaci¨®n.
Hoy, con la perspectiva del paso del tiempo y del radical cambio de usos y costumbres en su vida, Mar Cabra recuerda as¨ª lo ocurrido: ¡°De repente mi cuerpo me empez¨® a enviar se?ales, perd¨ª un ovario, empec¨¦ con problemas de tiroides¡, y en mitad de unas vacaciones de verano me dije: ¡®Esto no puede seguir as¨ª, tengo que parar esta rueda¡¯. Yo ya hab¨ªa empezado a hacer meditaci¨®n y hab¨ªa iniciado un camino m¨¢s hacia el silencio. Empec¨¦ a irme todos los meses de retiro de silencio y meditaci¨®n. Era como cuando sales del agua y tus pulmones hacen ¡®?aaaahhh!¡¯. Pero cuando publicamos los papeles todo volvi¨® a ser una locura. Estaba todo el d¨ªa en televisi¨®n, daba charlas, viajaba sin parar¡, estaba otra vez metida en una inercia peligrosa. Entonces, un d¨ªa me permit¨ª una hora de silencio mientras me ba?aba y ah¨ª s¨ª, ya sent¨ª que ten¨ªa que parar¡±.
Si bien mantiene una importante actividad profesional, puede decirse que Mar Cabra cambi¨® de vida. ¡°S¨ª, me quit¨¦ de en medio y empec¨¦ un camino de redescubrimiento en el que el silencio y la meditaci¨®n fueron claves. Si no hubiera parado, habr¨ªa tenido consecuencias mucho peores para mi salud. Creo que no estamos siendo conscientes del da?o que este ritmo y este ruido est¨¢n provocando en nuestra salud mental y f¨ªsica¡±.
Salud, bienestar, meditaci¨®n y compasi¨®n. Natalia Mart¨ªn Cantero y la ¡°industria del ruido¡±
Periodista especializada en temas de salud, psicolog¨ªa y bienestar, Natalia Mart¨ªn Cantero se dedica desde hace m¨¢s de 20 a?os a recibir e impartir clases y sesiones de yoga y meditaci¨®n, y es instructora de entrenamiento y cultivo de la compasi¨®n para la Universidad de Stanford (EE UU), disciplina que a¨²na ense?anzas de mindfulness, estudios cient¨ªficos y disciplinas de compasi¨®n y autocompasi¨®n. Desde hace a?os acude con regularidad a Plum Village, el centro budista del monje Thich Nhat Hanh (el maestro zen vietnamita fallecido en enero y considerado por muchos como el monje budista m¨¢s influyente despu¨¦s del Dal¨¢i Lama), en el suroeste franc¨¦s, a cuya comunidad pertenece.
¡°El silencio¡±, reflexiona, ¡°es la piedra angular de cualquier tradici¨®n contemplativa. El ¡®noble silencio¡¯ se refiere tanto a la forma f¨ªsica del no hablar como al silencio interior¡ y a la escucha, que son dos caras de la misma moneda¡±.
Sus fuertes convicciones incluyen un escepticismo militante y una acerada cr¨ªtica a lo que considera ¡°un gran oportunismo actual en torno a las cuestiones del mindfulness y la meditaci¨®n¡±. ?Hay una industria del silencio? ¡°M¨¢s bien lo que yo creo que hay es una industria del ruido¡±, aclara, ¡°y para contrarrestar esto hay personas que ofrecen constantemente f¨®rmulas y m¨¢s f¨®rmulas y venden muy bien lo suyo, pero yo creo que el silencio no tiene nada que ver con eso¡±. De hecho, con la pandemia han surgido, seg¨²n su opini¨®n, ¡°muchos oportunistas y muchos cantama?anas que se aprovechan de c¨®mo est¨¢ la gente, y se ha creado, es cierto, una industria de la contemplaci¨®n y una competencia feroz por el p¨²blico¡±. Natalia Mart¨ªn Cantero lo tiene as¨ª de claro: ¡°Aqu¨ª todo est¨¢ a la venta¡, y el silencio tambi¨¦n¡±.
Una de las v¨ªas de escape en busca del silencio que hoy causan verdadero furor en la oferta de ciertos establecimientos hoteleros de lujo son los denominados ¡°ba?os de bosque¡±. Parece un invento reciente y sin embargo¡ ¡°Yo viv¨ª en San Francisco y me fui de all¨ª en 2008. Y por aquel entonces ya hab¨ªa hoteles, escuelas y centros que ofrec¨ªan a la gente irse al campo a ver crecer el trigo, y pagabas tu buen dinerito por ello¡±, recuerda Natalia Mart¨ªn Cantero.
Cuando el ¡®Silencio¡¯ sube a escena. Juan Mayorga y Blanca Portillo: sin palabras
Todas las personas que han participado en este reportaje coinciden en lamentar que nunca conceptos como el silencio, la escucha o la atenci¨®n ¡ª?de este ¨²ltimo, la escritora y pensadora Simone Weil hizo una verdadera profesi¨®n de fe¡ª han estado tan arrinconados¡, casi mal vistos. Consecuencia en la vida pr¨¢ctica: alguien callado es, antes que prudente o educado, alguien sospechoso. O soso. O cobarde. Frente a eso se sit¨²a el 90% de la clase tertuliana y nos situamos, en general, ampl¨ªsimas parcelas de los medios de comunicaci¨®n. ¡°Hay una cultura de la invasi¨®n, un horror vacui que hace que el tiempo de silencio, de espera y de escucha sean tiempos perdidos¡, es una cultura del narcisismo y de la exhibici¨®n¡±, explica el dramaturgo Juan Mayorga, que ciment¨® en el silencio su discurso de ingreso en la RAE y, a partir de ah¨ª, escribi¨® el mon¨®logo Silencio, que interpreta Blanca Portillo y que triunfa por toda Espa?a tras haberlo hecho en el Teatro Espa?ol de Madrid.
Si se piensa en el silencio, es obligatorio pensar en lo no dicho, y en este punto Mayorga alude a Walter Benjamin y su teor¨ªa de la traducci¨®n y de lo no traducible (La tarea del traductor). ¡°?l viene a decir que lo importante en una traducci¨®n es precisamente lo intraducible en la lengua de partida, que desaf¨ªa a la lengua de llegada a extenderse y a ahondarse. Eso a lo que atiende fundamentalmente es a lo que no comprendemos del otro y, por tanto, requiere una actitud especialmente hospitalaria, y la actitud hospitalaria por antonomasia es la de la escucha, pero claro, eso requiere un esfuerzo¡±.
Una met¨¢fora eficaz ¡ªy no precisamente confortable para el espectador¡ª del valor apisonador que puede encerrar el silencio son esos cuatro minutos y medio que Blanca Portillo interpreta asombrosamente en la obra de Juan Mayorga, y que aluden a una composici¨®n (?no-composici¨®n?) del m¨²sico John Cage titulada 4¡ä 33¡å. Una actriz callada en el escenario durante 4¡ä 33¡å. As¨ª describe Portillo este reto: ¡°Se trata de compartir 4 minutos y 33 segundos de silencio con el p¨²blico de un teatro, cosa que no suele ocurrir normalmente. Eso se convierte en una comuni¨®n. Y claro, hay gente que se siente inc¨®moda. En una funci¨®n, un se?or grit¨®: ¡®????Cu¨¢nto queda?!!!¡±.
Claramente hay en esa escena un ingrediente de provocaci¨®n, tambi¨¦n de aviso a navegantes: ¡°Tiene mucho de provocaci¨®n, claro que s¨ª, es poner la atenci¨®n sobre nuestra falta de silencio. Pero a partir de esa escena de cuatro minutos y medio, te puedo asegurar que los siguientes silencios que se producen en el teatro son infinitamente m¨¢s profundos que los que se han producido anteriormente. El p¨²blico entra en otro estado¡±. Palabra de Blanca Portillo, que confiesa al final de la conversaci¨®n: ¡°Estoy deseando hacer un retiro de silencio¡±.
El cine. Una banda sonora callada
El crecimiento de la seducci¨®n del silencio en nuestros d¨ªas es exponencial¡, pero la cosa viene de lejos. Miles y miles de creyentes, ateos, agn¨®sticos y mediopensionistas cayeron rendidos en 2005 ante la belleza inquietante de una pel¨ªcula como El gran silencio. El director alem¨¢n Philip Gr?ning la rod¨® en el monasterio cartujo de la Grande Chartreuse, en los Alpes franceses. Pudo hacerlo 16 a?os despu¨¦s de haber pedido permiso a los monjes, que le respondieron: ¡°Es demasiado pronto, ya le llamaremos¡±. El documental, de casi tres horas, permaneci¨® durante meses en un cine de Madrid y gan¨® el Premio del Cine Europeo al Mejor Documental. La pel¨ªcula tiene, por incre¨ªble que parezca, una banda sonora editada en disco: pisadas en la nieve, el murmullo de una lumbre, el trabajo en la celda, las risas del monje en el tiempo de recreo. La banda sonora del silencio.