Cuento del profesor P¨ªrfano 6
?l era alto, pero el Rey m¨¢s. Y rubi¨¢ceo. Y aunque no era bien parecido, daba el pego porque sonre¨ªa a menudo
P¨ªrfano se dio por satisfecho con aquella concesi¨®n, sinti¨® que hab¨ªa hecho capitular al mism¨ªsimo Rey de Espa?a. Adem¨¢s, no ten¨ªa coche, y dado que La Zarzuela distaba unos cuantos kil¨®metros de la capital, se le antoj¨® que presentarse all¨ª en un vulgar taxi supondr¨ªa un desdoro para ¨¦l. Seguro que Montefoscant le habr¨ªa enviado un ch¨®fer, pero tampoco le gustaba la idea de ir de inc¨®gnito y quiz¨¢ sin aviso previo. As¨ª que respondi¨®: ¡°Bien, quedemos en el local de Fleming. No quiero que Su Majestad se me ponga de mal humor¡±. ¡°Su Majestad no est¨¢ jam¨¢s de mal humor con ning¨²n espa?ol. Ellos no deben pagar sus sinsabores, que algunos padece, como todo el mundo¡±.
P¨ªrfano apareci¨® con puntualidad en el restaurante Alexis G, que por entonces estaba de moda y dispon¨ªa de reservados. Es sabido lo que ocurre con ellos: los camareros que sirven, si ven a alguien muy famoso, lo cuentan en seguida al resto del personal, y ¨¦ste a la clientela de confianza. En cuanto vieron que aquella mesa la compon¨ªan el Rey y el c¨¦lebre columnista y dos p¨¢jaros m¨¢s, se corri¨® la voz, y aquello se convirti¨® en un incesante desfile de personas con los m¨¢s variados y peregrinos pretextos. ¡°Hay que ver, Pirfanito¡±. El Rey tutea a todos y se permite familiaridades. ¡°Qu¨¦ popular te has vuelto. Otra vez que estuve aqu¨ª me dejaron m¨¢s en paz, este revuelo ha de ser por ti. Eres m¨¢s conocido que yo¡±. P¨ªrfano, pese a sus exigencias con Montefoscant, estaba cohibido en compa?¨ªa del monarca. ?l era alto, pero el Rey m¨¢s. Y rubi¨¢ceo. Y aunque no era bien parecido, daba el pego porque sonre¨ªa a menudo. ¡°No diga locuras, Se?or. Nadie es m¨¢s conocido que Vos¡±. Montefoscant, all¨ª presente, le hab¨ªa dicho cu¨¢l era el tratamiento, pero P¨ªrfano se hab¨ªa hecho un l¨ªo y alternaba el usted y el Vos. (Mal los dos.) El Rey, tras unas bromas, fue al grano: ¡°Mira, Pirfanillo, mi cara es muy conocida, pero nadie sabe c¨®mo soy, ni lo sabr¨¢ si los ¨²nicos cronistas que dejen testimonio son periodistas viperinas sin imaginaci¨®n. T¨², sin haberme visto, me has imaginado bien. Si me fueras sacando en tu secci¨®n de tarde en tarde, creo que los espa?oles de hoy, y los historiadores de ma?ana, me ver¨ªan con la simpat¨ªa y el sentimiento tr¨¢gico que suscitan los personajes de ficci¨®n. Tragedias ha habido en mi vida, la ¨²ltima en el 81, ya sabes. Mira con qu¨¦ apasionamiento sigue la gente las series de televisi¨®n, Dallas y Dinast¨ªa. Ojo, yo, si puedo, no me pierdo un cap¨ªtulo. Y qu¨¦ guapa es la mala, ?no? Esa ya no cumple los cuarenta, pero¡¡± Se interrumpi¨® ante una mirada censora de su valido, y se revolvi¨® contra ¨¦l. ¡°Oye, Oriolic, si no me vas a dejar hablar con libertad te mandar¨¦ a la cocina a hacerme un huevo frito, vale ya¡±. Se lo dijo amigablemente y con una palmadita afectuosa. Montefoscant, que peinaba un pelo tan platead¨ªsimo como un casco nuevo medieval, deb¨ªa de estar acostumbrado y no se inmut¨®. En eso se abrieron las cortinas protectoras y se colaron dos mujeres llamativas. ¡°Ay, perdone Su Majestad, pero es que lo queremos tant¨ªsimo que hemos dado esquinazo al encargado. No se enfade con ¨¦l. ?Un autografito, por amor de Dios?¡±
P¨ªrfano las cal¨® en el acto. Ten¨ªan toda la pinta de ser fulanas de alto standing, como se dec¨ªa entonces, que se hab¨ªan acercado a almorzar all¨ª donde efectuaban su ojeo y sus rondas desde el anochecer. El Rey no logr¨® reprimir una mirada admirativa y les firm¨® en unos papelitos que tra¨ªan ¨¤ propos. Cuando salieron agradecidas, P¨ªrfano crey¨® oportuno advert¨ªrselo, ya que Montifiori parec¨ªa tan en Babia como ¨¦l, y el otro individuo ¡ª?un guardaespaldas?¡ª miraba a todas partes como un enajenado sin abrir la boca. ¡°Majestad, ojo con esas. Si llega a haber un fot¨®grafo, mal asunto para Vos¡±. ¡°?Y eso por qu¨¦?¡± ¡°Son prostitutas de alto copete, de las de banqueros, pol¨ªticos y as¨ª. Imag¨ªnese que sale en la prensa departiendo con ellas¡±. ¡°?Prostitutas? Anda ya. ?C¨®mo van a serlo esas damas tan bien vestidas? ?Te has fijado en su calzado? Digno de princesas, te lo digo yo¡±. ¡°Es que son de alto rango, os insisto a Vos. ?Sabe lo que se pueden sacar por jornada?¡± ¡°?Cu¨¢nto? A ver¡±. La cifra apuntada por P¨ªrfano lo llev¨® a lanzar un silbido. ¡°?Caracoles, Pirfanico!¡± Era como si hubiese aprendido sus interjecciones en el TBO y el DDT. ¡°Pues m¨¢s nos valdr¨ªa cambiar de oficio, a ti y a m¨ª¡±. Se puso caviloso y a?adi¨®: ¡°O sea que hay espa?oles que ganan al mes m¨¢s que yo¡¡± ¡°De esos hay a patadas, Majestad¡±. ¡°Mecachis¡±. Esta vez el Rey no lo dijo con signos de admiraci¨®n, sino como si se hubiera quedado pasmado ante la obvia realidad.
El almuerzo discurri¨® agradablemente, el monarca creaba comodidad. Fue breve, sin postre, porque Montefoscant lo apremiaba con sus miradas. Se despidieron en el reservado para esquivar a los curiosos si sal¨ªan juntos a la calle. ¡°Pues nada, P¨ªrfano, repetiremos. Pero lo de hoy no lo cuentes. La verdad. T¨² inventa, que eso es siempre m¨¢s lucido y a ti se te da fenomenal¡±.
El profesor P¨ªrfano, orgulloso del encargo, se qued¨® un buen rato a la mesa, ¨¦l s¨ª pidi¨® postre y copa. Lo que no esperaba era que le trajeran la cuenta. ¡°Vaya, un pufo regio¡±, pens¨® al sacar la cartera. ¡°Bueno, todo sea por este pobre que gana menos que las putas de lujo¡±.
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