La palabra algoritmo
Las herramientas que permitieron la supremac¨ªa californiana son la herencia de un moro uzbeko que hemos olvidado

Somos, parece, esclavos del algoritmo, v¨ªctimas del algoritmo, sujetos sometidos y sumisos a la potencia del algoritmo. Eso nos dicen, y no digo que no; digo que me impresiona la forma en que una palabra que hace pocos a?os ignor¨¢bamos pas¨® a tener este lugar tremendo.
La palabra algoritmo podr¨ªa ser luminosa: tiene algo, tiene ritmo, nada la destinaba a su papel. Y en cambio es oscura: no sabemos bien qu¨¦ significa, no sabemos de d¨®nde viene, solo sabemos que su poder se impone. Intent¨¦ saberlo: entender algo es ¡ªa veces, solo a veces¡ªla mejor forma de enfrentar su amenaza.
Al fin y al cabo un algoritmo solo es ¡°el conjunto ordenado de operaciones sistem¨¢ticas que permite hallar la soluci¨®n de un problema¡±. Toda la cuesti¨®n est¨¢ en qu¨¦ tipo de problemas se le someten y qu¨¦ habilidad tiene para resolverlos. Un algoritmo com¨²n y muy primario ser¨ªa lo que hacemos cada ma?ana cuando encendemos el ordenador y le damos las tres o cuatro ¨®rdenes que lo ponen a trabajar. O, incluso, la secuencia de acciones que cada quien repite para lavarse los dientes: agarrar el cepillo, ponerle la pasta, empezar por los dientes de la izquierda arriba, seguir por la izquierda abajo y as¨ª hasta el buche y la escupida. El punto es que las m¨¢quinas actuales pueden ejecutar algoritmos muy complejos destinados a promover y controlar muchas de nuestras conductas.
El algoritmo por excelencia es el de Google, ultrasecreto, que consigue imponer su orden al mundo: decide qu¨¦ importa m¨¢s y qu¨¦ menos, qu¨¦ se debe mostrar y qu¨¦ esconder, seg¨²n un conjunto de operaciones que se mantienen en las sombras. Y es tan decisivo para tantos que ¡°el algoritmo¡± los favorezca que muchas empresas tienen especialistas dedicados a producir anuncios, noticias, relatos que intentan adaptarse a ¨¦l, con la esperanza de que los destaque y puedan vender m¨¢s. Ese proceso, que se repite en cada interacci¨®n digital, justifica la sensaci¨®n de control, de manejo que el algoritmo produce.
Y, sin embargo, nada en el origen de la palabra supon¨ªa tales fines. Hacia el a?o 800, cuando los caballeros godos peleaban para conservar sus monta?as y Europa era b¨¢sicamente analfabeta, Bagdad era la capital m¨¢s floreciente. All¨ª vivi¨®, entonces, un estudioso llegado de esa regi¨®n de Asia Central que ahora es Uzbekist¨¢n: se llamaba Abu Abdallah Muhammad ibn M¨±s¨¡ al-Ju¨¡rizm¨© y se interesaba por las matem¨¢ticas. En Bagdad tuvo acceso a las mejores bibliotecas, las que compilaban el saber grecorromano, indio, persa, chino, gracias a una nueva maravilla t¨¦cnica: el papel. All¨ª, entonces, sabios muy diversos consiguieron los mayores avances en medicina, qu¨ªmica, ingenier¨ªa, f¨ªsica, metalurgia, ¨®ptica, astronom¨ªa.
Al-Ju¨¡rizm¨© fue, dicen, el primero en usar los n¨²meros indios ¡ªque despu¨¦s llamar¨ªamos ar¨¢bigos¡ª para sus c¨¢lculos. Y fue, tambi¨¦n, el que sent¨® las bases del ¨¢lgebra, las ecuaciones, la posibilidad de establecer mecanismos generales que sirvieran para cualquier c¨¢lcu?lo. De hecho su primer libro, Kitab al-jabr wa al-muqabalah ¡ªCompendio de c¨¢lculo por reintegraci¨®n y comparaci¨®n¡ª tiene en su t¨ªtulo el principio de esa disciplina: con el tiempo la palabra al-jabr se transform¨®, en lat¨ªn, en ¨¢lgebra.
Pero su mejor nominaci¨®n es otra, involuntaria. Tres siglos despu¨¦s, cuando Europa empez¨® a enterarse de esas cosas, alguien tradujo uno de sus libros al lat¨ªn y lo titul¨® Algoritmi de numero Indorum: ¡°Algoritmi¡± era la traducci¨®n caprichosa de su nombre, al-Ju¨¡rizm¨©, y desde entonces los europeos llamaron ¡°algoristas¡± a esos pioneros que empezaron a usar los nueve d¨ªgitos y el cero, esas cifras que tan nuestras nos parecen.
Y de ah¨ª la palabra algoritmo: la transcripci¨®n del nombre de un inmigrante de Asia Central que pudo trabajar en la capital de su ¨¦poca, un centro isl¨¢mico que desparram¨® artes y ciencias por su mundo. El algoritmo, tan s¨ªmbolo del poder occidental capitalista excluyente de estos d¨ªas, resulta de todo lo contrario: de una sociedad donde tantas cosas se mezclaban, donde el saber no se usaba para hacer fortuna, donde el origen y las creencias no exclu¨ªan.
O sea: que las herramientas que permitieron la supremac¨ªa californiana son la herencia de un moro uzbeko que hemos sabido, por supuesto, olvidar. O, dicho en moderno: cancelarlo, ponerlo en su lugar, ponernos en el suyo.
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