Dualistas y duelistas
Verdad o mentira, ¨¦xito o fracaso, conmigo o contra m¨ª. Casi siempre la divisi¨®n es falaz; y los matices, m¨¢s reveladores
Si los discursos p¨²blicos pudieran medirse como el viento, se dir¨ªa que estamos en plena temporada de tornados. Los mensajes pol¨ªticos rugen huracanados para aturdir al oponente y exacerbar las diferencias. Al debatir, los l¨ªderes se disparan su disparidad de criterios: las palabras reci¨¦n pronunciadas flotan como rev¨®lveres humeantes. Qui¨¦n dir¨ªa que hace unos a?os parec¨ªamos pl¨¢cidamente abocados al aburrido fin de la historia y de la histeria. En poco tiempo, el h¨¢bitat verbal se ha vuelto m¨¢s disyuntivo ¡ªy cada vez menos distendido?¡ª, mientras los truenos ahogan cualquier posibilidad de escucha.
Dramatizar, claro, es entretenido y fotog¨¦nico. Ortega y Gasset dijo que hablar equivale a exagerar; cuando batallamos por tener raz¨®n, nos obligamos a exacerbar nuestras ideas, dislocarlas y esquematizarlas. En la era de la ira, somos hiperb¨®licos y lo disfrutamos. El problema se agrava cuando entenderse empieza a desprestigiar. Los partidos adversarios pueden alcanzar acuerdos, pero procurando que nadie les pille in fraganti. Y ah¨ª entran en contradicci¨®n con los engranajes esenciales de la democracia, que consiste en negociar con quien no piensa como t¨², en un toma y daca posibilista.
El historiador Tuc¨ªdides, testigo del apogeo y la derrota de la democracia ateniense, escribi¨® que las sociedades se est¨¢n descomponiendo ¡ªsin saberlo¡ª cuando ridiculizan la moderaci¨®n como disfraz de la cobard¨ªa. Para Arist¨®teles, la sabidur¨ªa consist¨ªa en buscar un t¨¦rmino equilibrado entre la inacci¨®n y la sobreactuaci¨®n. Advert¨ªa que sostener esa postura es duro, porque te fustigan desde dos frentes y est¨¢s en el centro de un fuego cruzado. Los extremos siempre atacan al medio, arroj¨¢ndolo al flanco opuesto. Por eso, el fil¨®sofo suger¨ªa detenerse a reflexionar y contrarrestar nuestros sesgos: ¡°Hay que tomar en consideraci¨®n las cosas a las que nos inclinamos m¨¢s y tirar de nosotros mismos en sentido contrario como hacen los que quieren enderezar vigas¡±. Es una tarea ardua pero extremadamente saludable.
Incluso si dos concepciones del mundo son el d¨ªa y la noche, pueden tener m¨¢s en com¨²n de lo que imaginamos. El adjetivo castellano ¡°blanco¡±, como el franc¨¦s y catal¨¢n ¡°blanc¡± y el portugu¨¦s o gallego ¡°branco¡±, comparten, por asombroso que parezca, ra¨ªz con el ingl¨¦s ¡°black¡±, es decir, negro. Todas estas palabras descienden de un t¨¦rmino que significaba ¡°sin color¡±. En el norte, los colores se desvanecen en la oscuridad o bajo cielos grises: por eso, signific¨® oscuridad. En el sur, el brillo del sol cegador anula los matices, y de ah¨ª claridad. Hasta las ramas m¨¢s alejadas tienen ra¨ªces compartidas.
Azuzados por esl¨®ganes dualistas, obviamos las coincidencias y proximidades. El profeta persa Mani, fundador del manique¨ªsmo, afirm¨® que el mundo afronta una lucha constante entre el bien y la maldad. Por tanto, quien me lleva la contraria no lo hace por razones v¨¢lidas sino inmorales; no es alguien que piensa diferente, sino el embajador del mal, y es l¨®gico odiarlo. Como escribi¨® la poeta polaca Wislawa Szymborska, desde la atalaya de una historia convulsa: ¡°Ved cu¨¢n activo est¨¢ y qu¨¦ bien se conserva el odio. Con qu¨¦ ligereza salva obst¨¢culos y qu¨¦ f¨¢cil le resulta saltar sobre su presa. ?Desde cu¨¢ndo la fraternidad arrastra multitudes? ?Ha llegado alguna vez la compasi¨®n primera a la meta? ?A cu¨¢ntos voluntarios seduce la duda? El odio s¨ª seduce, ?y c¨®mo!, es perro viejo¡±.
La vida sale con frecuencia de los ra¨ªles previsibles, y, frente a su complejidad e incertidumbres, nos alivian esas afirmaciones sin matices. Los discursos maniqueos apuntalan certezas, al reducir la realidad a dos categor¨ªas, una de las cuales promete cobijarnos: verdad o mentira, civilizaci¨®n o barbarie, ¨¦xito o fracaso, conmigo o contra m¨ª. San Agust¨ªn, maniqueo durante casi una d¨¦cada, reconoc¨ªa en sus Confesiones el atractivo de esta mirada simplificadora: la lucha eterna de dos principios, uno bueno, simbolizado por la luz, y otro malvado, simbolizado por las tinieblas. Casi siempre, la divisi¨®n es falaz; y los matices, m¨¢s reveladores. No dejemos que nos manipulen con el legado de Mani. El blanco y el black son hermanos, y color¨ªn colorado.
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