Peque?a antolog¨ªa de grandes fracasos
Un hombre se plant¨® junto a nuestra mesa. No se present¨®. No nos salud¨®. ¡°El derecho a decidir existe¡±, me espet¨®, furioso
Tras infligirles dos semanas atr¨¢s una peque?a antolog¨ªa de mis grandes ¨¦xitos, paso a compensarles con una peque?a antolog¨ªa de mis grandes fracasos, particular sobre el cual podr¨ªa escribir enciclopedias. Los fracasos elegidos tratan s¨®lo sobre un asunto de inter¨¦s p¨²blico, y no son ni mucho menos los m¨¢s rotundos; son apenas algunos que se pueden contar.
Primer fracaso. Antes del proc¨¦s, el d¨ªa de la festividad de Sant Jordi, cuando Barcelona se llena de escritores firmando ejemplares de sus libros a los lectores, yo redactaba un 60% de las dedicatorias de los m¨ªos en catal¨¢n y un 40% en castellano; ahora, un 5% o 10% en catal¨¢n y el resto en castellano. Pi¨¦nsenlo bien: esa discrepancia explica algunas cosas.
Segundo fracaso. Lyon. Principios de abril. Estoy firm¨¢ndole ejemplares de mis libros en franc¨¦s a una se?ora. ¡°Visit¨¦ su ciudad hace poco¡±, me dice. ¡°Ah, ?s¨ª?¡±, pregunto. ¡°Es usted de Gerona, ?verdad?¡±, pregunta a su vez. Levanto la vista, la miro, contesto que s¨ª. La se?ora a?ade: ¡°Pues es m¨¢s dif¨ªcil encontrar sus libros en su ciudad que en cualquier ciudad francesa¡±.
El tercer fracaso requiere m¨¢s explicaciones. En primavera conoc¨ª a Josep Mart¨ª Blanch, periodista y, entre febrero de 2011 y enero de 2016, secretario de comunicaci¨®n del Gobierno de Artur Mas. ¡°Yo estaba en la sala de m¨¢quinas donde se organiz¨® el proc¨¦s¡±, fue su presentaci¨®n. ¡°Ah¡±, respond¨ª. ¡°?T¨² fuiste uno de los que sac¨® el genio de la botella?¡±. Se rio, asinti¨®; con ¨¦l estaba la novelista Olga Merino. Conversamos. Tras hablar un rato sobre el proc¨¦s, Mart¨ª Blanch dijo: ¡°Tendr¨¢s que aprender a perdonar¡±. Me qued¨¦ perplejo. ¡°A m¨ª nadie me ha pedido disculpas¡±, contest¨¦. As¨ª fue como, no hace mucho, quedamos a comer en el Bilbao, un restaurante barcelon¨¦s de toda la vida; al almuerzo se sum¨® mi mujer. Inevitablemente, mientras com¨ªamos nos preguntamos qu¨¦ hab¨ªa ocurrido en Catalu?a, dije que padecimos un hurac¨¢n de mentiras y que, en medio de un hurac¨¢n de mentiras, quien dice la verdad se convierte en el enemigo del pueblo, cont¨¦ c¨®mo me hab¨ªa convertido en el enemigo del pueblo. Fue al principio del proc¨¦s, cuando constat¨¦ en un art¨ªculo un hecho palmario, y es que el llamado ¡°derecho a decidir¡± ¡ªla llave que abri¨® las puertas del proc¨¦s¡ª no existe en ning¨²n ordenamiento jur¨ªdico del mundo, ni puede existir, porque decidir es un verbo transitivo: simplemente, no podemos decidir lo que nos da la gana. ¡°Otra cosa es el derecho de autodeterminaci¨®n¡±, a?ad¨ª. ¡°Que s¨ª existe, pero no en democracia: solo en situaciones coloniales, de guerra o violaci¨®n masiva de derechos humanos¡±. En fin: evidencias que he repetido mil veces y nadie escucha¡ Poco despu¨¦s ocurri¨®.
Un hombre se plant¨® junto a nuestra mesa. No se present¨®. No nos salud¨®. No recuerdo su aspecto f¨ªsico, salvo el brillo inconfundible de sus ojos, que preferir¨ªa no recordar. ¡°El derecho a decidir existe¡±, me espet¨®, furioso. Mi reacci¨®n me sorprendi¨®: le alargu¨¦ una mano, que ¨¦l no tuvo m¨¢s remedio que estrechar; antes de que yo pudiera invitarle a sentarse con nosotros, a?adi¨®: ¡°Usted es poco democr¨¢tico¡±. Y sali¨® disparado. Mientras intent¨¢bamos digerir el incidente, pens¨¦: ¡°Esto es lo que ha ocurrido en Catalu?a: que, v¨ªctimas de un envenenamiento masivo, han brotado personas con mentalidad de amo de rancho (o de plantaci¨®n) que, imbuidas del sadismo de su propia virtud, se sienten autorizadas a escuchar las conversaciones de sus peones, a violar su privacidad y a interrumpirlos sin el m¨¢s m¨ªnimo escr¨²pulo ni la m¨¢s m¨ªnima consideraci¨®n, sin concederles siquiera el derecho de r¨¦plica, para re?irlos por decir en voz alta lo que deber¨ªan callar¡±. Hablando por todos, Olga se?al¨® el hueco descomunal que hab¨ªa dejado el intruso y sentenci¨®: ¡°Esto es lo que ha ocurrido en Catalu?a¡±. Fue entonces cuando Mart¨ª Blanch me dijo: ¡°En la responsabilidad que yo pueda tener, y en lo que te pueda servir, te pido disculpas por lo que ha pasado¡±. De nuevo me dej¨® at¨®nito. ¡°No me sirve¡±, le contest¨¦. ¡°Me sirve much¨ªsimo: es la primera vez que alguien me pide disculpas¡±.
Y as¨ª fue como mi tercer gran fracaso se convirti¨® en mi primer gran ¨¦xito.
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