La palabra creaci¨®n
Nos toca crear un mundo donde no haya Creaci¨®n: donde no haya discursos intocables, donde no haya hogueras
Son curiosas: significan tal y menos tal, aquello y su contrario. Un d¨ªa, cuando sea mayor, voy a salir a llenar un zurr¨®n de esas palabras que expresan dos sentidos bien opuestos. Pero por ahora me voy a conformar con la palabra creaci¨®n, que lo hace muy bien: puede ser la acci¨®n de inventar algo, puede ser la de negarse a cualquier invenci¨®n.
Si somos optimistas magn¨ªficos modernos, al toparnos con la palabra creaci¨®n pensamos en una mente poderosa, un instinto muy libre, que hacen algo que antes no exist¨ªa: la vacuna, las vacaciones pagadas, una bomba de hidr¨®geno, el soneto. La palabra empez¨®, como tantas, en el lat¨ªn, donde creare significaba engendrar, producir, nombrar, y as¨ª se fue difundiendo en nuestras lenguas cooficiales.
Pero resulta que, antes del nacimiento de esas lenguas, unos creadores incre¨ªbles hab¨ªan creado una religi¨®n que, en esos d¨ªas, se apropiaba de todo lo que le serv¨ªa. De ah¨ª que ¡°crear¡±, durante tanto tiempo, se usara sobre todo para contar que un dizque dios hab¨ªa creado ¡ª¡±sacado de la nada¡±¡ª con sus meras palabras el Cielo y la Tierra y a todos nosotros.
El verbo y sus derivados se volvieron santo y se?a de aquella religi¨®n. Su t¨®tem fue ¡°el Creador¡±, su mito fundamental ¡°la Creaci¨®n¡±, esa semana de charlitas en que ?l hizo todo lo que es: crear y creer se confundieron mucho. Y, como alardeaban de exactos y veraces, aquellos fan¨¢ticos se dieron a la noble tarea de precisar la historia: as¨ª informaron que la Tierra y los cielos hab¨ªan sido creados el domingo 23 de octubre de 4004 antes de Jesucristo, hace 6.027 a?os. De casualidad no celebramos Nochevieja en unos d¨ªas. (Aunque el gran Isaac Newton no estaba de acuerdo: seg¨²n sus c¨¢lculos, hab¨ªa sido en el 3988 antes de Cristo: la pol¨¦mica fue casi despiadada).
Ahora parece un chiste, y no lo fue: hasta hace menos de dos siglos, todos los europeos y buena parte de los americanos estaban absolutamente convencidos de que esa era su historia. Convencidos de la forma m¨¢s total: esa en la que no es necesario reafirmar la convicci¨®n porque nadie imagina siquiera que haya dudas. La cosa era as¨ª, el mundo hab¨ªa empezado cuando ese dios lo hab¨ªa creado, esa era su edad y todo fue desde el principio tal cual es. Los partidarios de la inmovilidad necesitaban una historia inm¨®vil.
Se precisaron muchos creadores ¡ªmucha gente dispuesta a pensar diferente¡ª para empezar a socavar esa verdad absoluta. Hacia 1830 alg¨²n ge¨®logo ingl¨¦s dijo que las capas de ciertas rocas mostraban una historia de millones de a?os; alg¨²n naturalista empez¨® a encontrar f¨®siles de animales tan distintos, que aquel dios no hab¨ªa hecho. Propusieron la duda y fue masacre: los repudiaron, los condenaron, les echaron demonios; poco a poco empezaron a demostrar que sus ideas ten¨ªan todo el sentido.
Aunque todav¨ªa hay muchos que siguen sin creerlo. Usted y yo aceptamos ¡ªporque ahora creemos en la ciencia¡ª que este mundo tiene m¨¢s de 4.000 millones de a?os y fue producto de una serie de explosiones y fue cambiando hasta que, hace un mill¨®n o as¨ª, empezaron a aparecer nuestros ancestros. Pero uno de cada tres estadounidenses sigue creyendo aquella historia de la Creaci¨®n 4004 llave en mano, y no sabemos cu¨¢ntos en cu¨¢ntos otros sitios. Esa es la utilidad de la creencia: que te permite ignorar las evidencias, pensar lo que quieras o lo que te digan que deber¨ªas querer.
Y, sobre todo, que se impone: vale la pena recordar los 2.000 a?os en que mujeres y hombres estuvieron tan convencidos de esa historia tan falsa. No solo para deplorar una vez m¨¢s aquella instituci¨®n que nos mantuvo en la ignorancia m¨¢s supina: m¨¢s que nada, para dudar de lo que no dudamos.
?Cu¨¢nto de lo que ¡°sabemos¡± con la misma certeza con que nuestros choznos sab¨ªan que el Creador los hab¨ªa creado ¡ªo que se mor¨ªan por un desequilibrio de sus cuatro humores o que la Tierra era realmente plana¡ª es tan endeble como aquello? ?Cu¨¢nta m¨¢s evidencia de la falsificaci¨®n necesitamos para dudar de casi todo? ?Qu¨¦ otras ideas que nos parecen indudables deber¨ªamos poner ya mismo en duda?
Nos toca crear un mundo donde no haya Creaci¨®n: donde no haya discursos intocables, donde no haya, por supuesto, hogueras o repudios para los que los tocan, donde no haya avivados que se aprovechan de esos dogmas para juntar poder, lascivia y sonrisitas.
Nos toca, al fin y al cabo, mal que nos pese, armar un mundo donde la palabra creaci¨®n tenga un solo sentido.
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