La palabra sete
Durante siglos los hombres no pudieron decirse te quiero: era riesgoso, era anatema, los empujaba al borde del barranco...
No, no existe, no la busquen. A lo sumo podr¨ªamos suponer que es siete en gallego o portugu¨¦s, o sed en italiano o una ciudad francesa en el Mediterr¨¢neo con un cementerio sobre el mar donde Georges Brassens consigui¨®, tras mucho pedir, que lo enterraran. Pero en castellano no es una palabra.
Raro que no lo sea: un idioma no puede permitirse desde?ar sonidos tan simples y precisos. La combinatoria de los fonemas no es infinita, y dejar de lado una que solo usa tres letras muy usadas, de f¨¢cil comprensi¨®n, dif¨ªcil confusi¨®n, parece un despilfarro. Pero bueno, se dir¨ªa que en alg¨²n momento nuestros ancestros m¨¢s letrados decidieron sentirse ub¨¦rrimos y, con un gesto rimbombante de su mano derecha, dijeron pardiez, mandemos la triste sete a hacer piruetas.
As¨ª que la palabra sete no es una palabra. Pero eso no significa que no signifique nada. Sete es, en estos tiempos de supuesta libertad y permisividad gen¨¦rica, la marca del pudor.
Durante siglos los hombres no pudieron quererse. Los que lo hac¨ªan por atracci¨®n sensual o sexual deb¨ªan disimularlo, so pena de ser encarcelados o quemados o, por lo muy menos, condenados a desprecio y escarnio. Y los que se quer¨ªan sin sexualidad ¡ªlos parientes, amigos, compa?eros¡ª tem¨ªan que esa querencia los hiciera menos hombres y trataban de disimularla. Hay quien supone que una de las grandes razones del alcoholismo de ciertas tribus europeas es precisamente esa: ofrecerle a los hombres un momento de incontinencia tolerada para que puedan brindarse los cari?os que en general no pueden.
En cualquier caso, los hombres no pod¨ªan decirse un te quiero regular: era riesgoso, era anatema, los empujaba al borde del barranco. As¨ª que no lo dec¨ªan: se cuidaban. Ahora, cuando la condena no ser¨ªa tan brutal, algo queda de aquellos siglos de prevenciones y pudores: sete.
Seguro que lo han o¨ªdo tanto como yo: un hombre que le quiere decir a otro que le tiene cari?o, mucho afecto ¡ªque lo quiere¡ª y que, para que nadie se confunda, le dice ¡°se te quiere¡±. Los hombres, si no tienen una relaci¨®n sexualizada, se quieren en impersonal. O sea: hay un querer ¡ªel verbo se expresa¡ª pero no hay un sujeto que lo asuma, no hay un hombre que quiere a otro hombre sino una acci¨®n sin actor, un hombre que es querido por un ente abstracto.
Lo mismo pasa ¡ªmenos¡ª con emociones adyacentes tipo se te extra?a o se te admira: cualquier declaraci¨®n que incluya un exceso de persona se lima con el impersonal ¡ªy sale una frase lavadita, que casi dice lo que querr¨ªa decir pero sin implicarse en el acto de decirlo. Una frase que informa como informan los carteles de la carretera: una comunicaci¨®n emocional que trata de esconder las emociones ¡ªporque teme mostrar demasiadas.
Aunque sete es, al fin y al cabo, la traducci¨®n oral de los dos golpecitos. Los dos golpecitos son un recurso que tantas culturas ¡ªtodas las nuestras¡ª utilizan para hacer el sete. Los dos golpecitos deben darse en la parte alta de la espalda, la mano abierta, desprovista de fuerza pero firme, en el momento del beso o el abrazo masculinos, y significan no te equivoques, no vayas a creer, somos muy hombres. Los dos golpecitos son el otro refugio del macho amenazado, de los viejos temores en medio del cambio arrollador. Y sete es su forma verbal: ¡°se¡± es un golpecito, ¡°te¡± viene a ser el otro. Se-te.
(A menudo, por si acaso, la declaraci¨®n viene con otra rebaja funcional: ¡°mucho¡±. Hay palabras as¨ª: son m¨¢s cuando son menos. Y este es el caso m¨¢s claro: ¡°te quiero mucho¡± es tanto menos que ¡°te quiero¡±. Incluso ¡°se te quiere mucho¡± diluye un poco m¨¢s que ¡°se te quiere¡±. Hay algo en el absoluto que el adverbio evita: el terror del infinito, del abismo sin fondo, de ese barullo que podr¨ªamos llamar amor.)
As¨ª que nada, vamos a mantener las formas. Sete mucho, macho ¡ªy los dos golpecitos. Los hombres, hay que decirlo, somos tan huevones.
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