El caf¨¦ perfecto s¨ª que existe
Son menos de dos minutos de recogimiento moral, en los que la vida y el mundo vuelven a cuadrar
![eps 2461 columna Peyro](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/OYWW2TNA2FCHRNMNG4DWEOZYYI.jpg?auth=f0a189582212310171a4f7b222874564386ec3c55f9111c9bdefeae3150f8104&width=414)
Vivo en un lugar donde el caf¨¦ es tan bueno que, a veces, al dejar la taza sobre el plato, lo que a uno le sale del coraz¨®n no es irse del bar sino comenzar un aplauso. Informarles a ustedes de que el caf¨¦ en Italia es bueno est¨¢ a la altura, en materia de revelaci¨®n de secretos, de comentarles que Venecia es una maravilla, Florencia el no va m¨¢s y que, si van a Roma, no deben dejar de ver cierta ermita llamada Vaticano. Asumida esta culpa, sin embargo, debo recurrir para justificarme a la mezcla de estupidez y autoridad que da el haber probado el caf¨¦ de las Gal¨¢pagos y del Nepal, de Santa Luc¨ªa y las Canarias y hasta de la azarosa isla de Santa Helena. Al final, he llegado a agradecer que no haya caf¨¦ en Marte. Tambi¨¦n les hablo como converso: durante a?os y a?os he militado en el caf¨¦ de filtro, en el caf¨¦ que parece t¨¦, en los hervidores de complicadas marcas japonesas y b¨¢sculas capaces de clavar el peso de un prot¨®n de uranio. Todo esto, por supuesto, lo he llevado en el mayor secreto, como si en lugar de comprar caf¨¦ me dedicara al menudeo de hero¨ªna: podemos soportar que nos tengan por poeta de la calle, fil¨®sofo de Instagram o especialista en lifestyle, pero parecer uno de esos modernos que gentrifican barrios con su pan de espelta y su Etiop¨ªa Yirgacheffe ya ser¨ªa un destino humano en exceso cruel. A¨²n tomamos ese caf¨¦ de filtro en casa: nos gusta por la delicadeza, por eso que expertos y repipis llaman notas a¨¦reas y florales; incluso por un color que deja ver, al modo dieciochesco, una escena chinesca o pastoril al fondo de la taza. Pero ahora no hay ma?ana en Roma que no me levante con el contento de saber que me espera un caf¨¦ ¡ªun espresso¡ª como el abrazo moment¨¢neo de Dios.
Oh, s¨ª, Italia es el pa¨ªs de los caf¨¦s institucionales, y es bueno haber pasado el suficiente tiempo para distinguir el color de las chaquetillas ¡ªblanco o crema¡ª de los camareros de Florian y Quadri all¨¢ en Venecia. En Roma est¨¢ el Greco, cuyos precios har¨ªan titubear a Rockefeller. De estos caf¨¦s literarios, como se ha escrito, uno sal¨ªa directo a la c¨¢rcel o al Parlamento. Pero el caf¨¦ italiano es el caf¨¦ de oficinista. Aqu¨ª lo llaman ¡°bar¡±, a despecho de que nunca nadie ¡ªItalia es pa¨ªs morigerado¡ª ha tomado all¨ª una copa: tampoco es que una botella de Punch al mandarino tiente mucho. Tiene la barra de metal. Servicio de simpat¨ªas algo ¨¢speras. Cafeteras como el V12 de un Lamborghini. Los profesionales beben el caf¨¦ en la barra, pero quienes vamos por el mundo como turistas de Wichita lo podemos tomar en la terraza: son menos de dos minutos de recogimiento moral, en los que la vida y el mundo vuelven a cuadrar, el buen humor re¨²ne a sus tropas y, con algo de suerte, un gorri¨®n pica las migas de bollo en la otra mesa. Que nadie pida aqu¨ª specialty coffee: Italia sigue siendo un reino en lo que respecta a los tostadores del caf¨¦, gremio opaco y de secretos ancestrales. Eso explica que sea siempre bueno, pero tambi¨¦n que ¡ª?cosas de la irregularidad¡ª solo a veces sea sublime. Por otra parte, llegar a esta armon¨ªa de las esferas ¡ªcremosidad, densidad, olor, temperatura¡ª es de una sofisticaci¨®n tan infinitesimal que un solo paso en falso arrasa con ella: un poco m¨¢s o menos de agua, una molienda demasiado fina o no demasiado gruesa, y adi¨®s.
Nos vigilamos el vino, partimos peras con el tabaco, y una mala tarde con los carbohidratos nos puede sumir en una crisis moral, pero la misericordia de los m¨¦dicos lo ¨²ltimo que nos va a quitar es el caf¨¦. Incluso, como toda felicidad tiene su suced¨¢neo, tambi¨¦n se puede tomar ¡ªpecado capital¡ª descafeinado. Orwell dedic¨® largas p¨¢ginas a imaginar en Inglaterra el pub perfecto: en Italia, el caf¨¦ perfecto, por suerte, no hay que imaginarlo. Peregrino por el pa¨ªs, no he encontrado ninguno mejor que el Bar del Corso en L¡¯Aquila, pero en Roma uno puede ir a Natalizi o Strabbioni, donde ser¨¢ el ¨²nico extranjero del lugar, o bajarse a N¨¢poles a esa c¨¢tedra que es Il Professore. Espa?ol expatriado, uno a veces se pregunta si no nos saldr¨ªa m¨¢s a cuenta tener una recogida de basuras deficiente con tal de generalizar un buen caf¨¦: en tanta crispaci¨®n, en tanta polarizaci¨®n, en tanto malhumor, alguna culpa ha de tener nuestro apego al caf¨¦ incierto. Si queremos que Espa?a deje de dolernos, empecemos por dejar atr¨¢s la acidez de est¨®mago que provoca el torrefacto.
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