Esposa y madre a los 14 a?os: el infierno del matrimonio infantil
Viajamos a Mozambique con Unicef para conocer las duras historias de chicas que, empujadas por la pobreza y las tradiciones, se casaron menores de edad. 12 millones de ni?as y adolescentes lo hacen cada a?o en el mundo
Joanita tiene la mirada perdida, una sonrisa a medias, 15 a?os y gestos de ni?a. Habla makua y un poco de portugu¨¦s, pero poco. Su pelo est¨¢ perfectamente recogido en trencitas muy peque?as y peinadas hacia atr¨¢s. Va vestida con una camiseta roja y una capulana de mil colores, la tela tradicional que usan las mozambique?as en las zonas rurales como si fueran faldas. Joanita fue a la escuela, pero solo hasta que apareci¨® ¡°alguien que lleg¨® y dijo que quer¨ªa casarse¡±. El hombre la abord¨® durante varios d¨ªas a la salida del colegio. Insisti¨® en que vivieran juntos. Ella ten¨ªa 14 a?os, y acab¨® aceptando. No sabe explicar bien por qu¨¦ quiso unir su vida a la de un desconocido mucho mayor que ella, pero s¨ª sabe que todo sali¨® mal desde el principio. Lo cuenta despacio y angustiada:
¡ªMe encerr¨® en su casa durante m¨¢s de un mes. No me dejaba salir, ni siquiera para ir a ver a mi familia. Pero yo no sab¨ªa cocinar ni llevar una casa. No entend¨ªa qu¨¦ ten¨ªa que hacer. Me sent¨ªa secuestrada. No me trataba bien. Luego, cuando me qued¨¦ embarazada, un d¨ªa se march¨® y no volvi¨® m¨¢s.
El peque?o Eridmilson, de cuatro meses, cuelga ahora todo el d¨ªa del pecho ani?ado de Joanita, que volvi¨® a casa de su familia pidiendo ayuda porque no pod¨ªa hacerse cargo del beb¨¦. Ni de ella misma.
FOTOGALER?A: Un d¨ªa con Joanita
Casilda, su madre, es abuela con 29 a?os. Y explica aquello a lo que Joanita no es capaz de poner palabras: que uno de los principales motivos por los que las ni?as se casan es la pobreza extrema que las rodea. Quieren intentar salir de ella como sea. Incluso cas¨¢ndose con un hombre mayor y desconocido. Algunas reconocen que cuando empezaron a menstruar se pusieron a ¡°buscar hombres¡± para salir adelante. En otros casos, son las familias las que las obligan, por la misma raz¨®n: para que el marido los ayude a todos econ¨®micamente y para tener una boca menos que alimentar. A veces tambi¨¦n las fuerzan a casarse por haberse quedado embarazadas.
Casilda y Joanita viven en Miserepane, en el distrito de Monapo, en Nampula, en el norte de Mozambique. En su pueblo, el agua no sale del grifo, hay que ir a buscarla al pozo. La comida no se compra en el supermercado, hay que cultivarla y recogerla en el campo. No hay letrina en su casa de adobe y paja, que tuvieron que construir hace poco porque la anterior la arras¨® un cicl¨®n, algo bastante habitual. Y tampoco hay cocina, gas ni electricidad. Para hervir la mandioca seca reci¨¦n molida, comida de base para toda la familia, tienen que hacer un fuego en alguna de las tres habitaciones m¨ªnimas de la vivienda, que da cobijo a siete personas: a ellas dos, al beb¨¦ Eridmilson y a los cuatro hermanos peque?os de Joanita.
Satisfacer las necesidades b¨¢sicas, comer y beber, exige muchas horas y mucho esfuerzo en este punto del mundo. ¡°Ahora, adem¨¢s, como tengo que cuidar al beb¨¦, no puedo ir a la mashamba [el terreno que cultiva, a m¨¢s de una hora de camino a pie] ni a trabajar a la procesadora de anacardos, y no tenemos comida¡±, lamenta Casilda. ¡°Dependemos de lo que nos dan los vecinos. No tenemos ropa. La casa en la que vivimos no est¨¢ bien. Estoy muy cansada de esta tristeza. Sobrevivimos gracias a Dios¡±.
Mozambique es el quinto pa¨ªs del mundo con la mayor tasa de matrimonio infantil. Casi una de cada dos mujeres de 18 a 24 a?os se cas¨® siendo menor de edad, seg¨²n datos de Unicef, organizaci¨®n con la que viajamos a varias comunidades en las que desarrollan programas para tratar de erradicar estas pr¨¢cticas. En el norte es donde est¨¢n los porcentajes m¨¢s altos: en la provincia de Cabo Delgado y en la de Nampula, donde vive Joanita. Son, precisamente, las m¨¢s pobres. La esperanza de vida en la regi¨®n es de 53 a?os. Apenas se ven personas mayores en los pueblos.
El pa¨ªs es un ejemplo de un mal global. Hoy hay en el mundo 650 millones de mujeres y ni?as que se casaron antes de cumplir los 18 a?os. Son una de cada seis. Y cada a?o, 12 millones m¨¢s lo hacen, seg¨²n las cifras que maneja Unicef. Las mayores tasas se dan en el ?frica subsahariana (entre el 32 y el 40%, seg¨²n las zonas), en el sur de Asia (28%) y en Am¨¦rica Latina (21%).
Hay razones sociales y culturales en el matrimonio infantil, por supuesto, e incluso otras relacionadas con el cambio clim¨¢tico o los efectos de la pandemia, pero la pobreza las atraviesa a todas. Los cuatro pa¨ªses que superan a Mozambique en el porcentaje de este tipo de uniones son N¨ªger, la Rep¨²blica Centroafricana, Chad y Mal¨ª, todos africanos y entre los Estados m¨¢s pobres del mundo.
¡°En los pa¨ªses y comunidades pobres, adem¨¢s, cualquier imprevisto afecta y puede hacer aumentar el n¨²mero de uniones prematuras¡±, explica Nankali Maksud, coordinadora del programa mundial del Fondo de Poblaci¨®n de Naciones Unidas y Unicef para acabar con el matrimonio infantil. ¡°Por ejemplo, los ciclones. Cuando no hay un Estado del bienestar que funcione, si las escuelas y las casas son arrasadas, las familias buscan soluciones. Y una de ellas es casar a las hijas para garantizarse nuevos ingresos. Lo mismo pasa con las crisis humanitarias. Muchas veces se casa a las adolescentes para protegerlas, para que se vayan a otro lugar. Hay que acelerar y abordar este problema desde todos los ¨¢ngulos, porque afecta no solo a las ni?as, sino a toda la sociedad: a la igualdad de g¨¦nero, a los embarazos prematuros, a la mortalidad infantil y durante el parto, a la violencia machista, a la educaci¨®n¡ y provoca que una comunidad tenga menos recursos para salir de la pobreza¡±.
El matrimonio infantil deber¨ªa estar erradicado en 2030, seg¨²n los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados en septiembre de 2015 por la ONU ¡ªla conocida como Agenda 2030¡ª, pero muchos pa¨ªses est¨¢n a¨²n muy lejos de lograrlo y no parece que vayan a hacerlo en los pr¨®ximos siete a?os. Unicef advierte m¨¢s bien de que, al ritmo actual, se tardar¨ªa 300. Michelle Obama, Melinda Gates y Amal Clooney hicieron en diciembre en Malawi y Sud¨¢frica un llamamiento a actuar de forma urgente y sus tres organizaciones se han aliado para trabajar juntas en esta materia.
C¨¢rcel para el que se case con una menor
Cada vez son m¨¢s los pa¨ªses que proh¨ªben el matrimonio antes de 18 a?os. Y algunos de ellos, como Mozambique, los incluyen en el C¨®digo Penal. Desde julio de 2019, casarse con menores est¨¢ castigado con penas de prisi¨®n de ocho a 12 a?os. Y se puede imponer hasta un a?o de c¨¢rcel a los que organizan o apoyan estas uniones. Tener relaciones sexuales entre un menor y un adulto est¨¢ castigado con prisi¨®n de dos a ocho a?os. Y, si la chica se queda embarazada o contrae una enfermedad de transmisi¨®n sexual, la pena que se impone es de al menos ocho a?os. Los menores tampoco se pueden casar entre ellos, aunque en este caso es algo prohibido, no penado.
La ley es clara, y dura. El Gobierno y las distintas administraciones est¨¢n muy concienciados con el problema. Hay numerosos planes e iniciativas en marcha, charlas, intervenciones sanitarias, socioecon¨®micas, educativas, laborales, policiales, judiciales. Unicef lleva a cabo programas contra el matrimonio infantil en las provincias de Nampula, Zambezia y Sofala, en colaboraci¨®n con ONG locales, y los desarrollar¨¢ este a?o en Cabo Delgado. Pero no es tan f¨¢cil acabar con una pr¨¢ctica que afecta a la mitad de las mujeres ni se puede meter a medio pa¨ªs en la c¨¢rcel. Es una labor, sobre todo, de concienciaci¨®n social y familiar.
Las adolescentes hablan: estos son sus relatos
Las chicas de 13 y 14 en Mozambique son muy ni?as. No est¨¢n especialmente desarrolladas, y la mayor¨ªa son muy bajitas y delgadas. Muchas de ellas parecen mucho m¨¢s peque?as que una adolescente espa?ola de esa edad. No hay hambre en el pa¨ªs, pero s¨ª muchas zonas con malnutrici¨®n cr¨®nica. Algunas de estas adolescentes han sido v¨ªctimas de malos tratos desde muy peque?as, sin entender siquiera lo que les estaba pasando. Mientras sus maridos les reclamaban ser mujeres y comportarse como tales, ellas a¨²n vest¨ªan camisetas con dibujitos de Minions.
¡ªMe llamo Mendina. El hombre con el que me cas¨¦ trabajaba en el puerto, en Nacala, pero sol¨ªa venir a mi pueblo. Me convenci¨® diciendo que podr¨ªa seguir estudiando, que me ayudar¨ªa. Acept¨¦ porque no tenemos buenas condiciones de vida aqu¨ª, somos muy pobres, y yo quer¨ªa ir a la escuela. Luego me qued¨¦ embarazada, y el beb¨¦ muri¨® al poco tiempo. Yo ten¨ªa 14 a?os; ¨¦l, 23. Yo era peque?a y d¨¦bil. No pod¨ªa lavar la ropa ni hacer las tareas de la casa. Me obligaba a hacer un mont¨®n de cosas. Me pegaba. Me insultaba. Era muy violento. Luego me qued¨¦ embarazada otra vez y empez¨® a pegarme m¨¢s y a decirme que ese beb¨¦ no era suyo. Al final se acab¨® marchando y no lo he vuelto a ver. Yo volv¨ª a mi pueblo. Ahora vivo con mi hija Yumina, que tiene un a?o, en la casa de mi hermana y sus cinco hijos.
FOTOGALER?A: ¡°Me cas¨¦ con 14 a?os¡±
Junto a Mendina est¨¢n sus padres, Ricardo y Angelina. Como tantas familias, antes no sab¨ªan que estaba prohibido que las menores se casaran. Ahora s¨ª lo saben. Aun as¨ª, cuando se les pregunta por qu¨¦ favorecieron esa boda, suspiran y se?alan a su alrededor, mostrando la pobreza de sus casas, los techos de paja medio ca¨ªdos que dejan entrar parte del agua cuando llueve, la escasez de casi todo. ¡°Ya ve c¨®mo vivimos¡±, se defiende Ricardo. ¡°Pensamos que nuestra vida mejorar¨ªa con la boda. ?Qu¨¦ ¨ªbamos a hacer?¡±.
Narran su d¨ªa a d¨ªa. C¨®mo se levantan a las tres de la ma?ana para ir a cultivar sus campos, que est¨¢n a unos 10 kil¨®metros. C¨®mo pasan all¨ª todo el d¨ªa hasta las 12 m¨¢s o menos, cuando el sol arrecia y no se puede aguantar el calor. C¨®mo mandan despu¨¦s a las ni?as al r¨ªo, que est¨¢ a unos 40 minutos de distancia caminando, a llenar baldes enormes con agua que recogen de unos charcos que se forman junto a la orilla y que llevan de vuelta al pueblo sobre sus cabezas. En el r¨ªo tambi¨¦n lavan la ropa, y la ponen a secar, y se ba?an. Cuando van a la escuela, muchas veces llegan tarde y las ni?as est¨¢n ya tan cansadas que se quedan dormidas. Ricardo y Angelina subrayan que ahora son conscientes de que Mendina tiene que estudiar y de que no debi¨® haberse casado, pero dicen que, en las condiciones tan dif¨ªciles en las que viven, cada uno hace lo que puede.
A Belita tambi¨¦n le pegaba y la humillaba su marido. Es un patr¨®n: veintea?eros que se casan con cr¨ªas de 14 a?os y luego enfurecen y les dicen que no saben ser buenas esposas. ¡°Un d¨ªa, mi marido lleg¨® a casa y me pregunt¨® qu¨¦ hab¨ªa cocinado¡±, recuerda. ¡°Cuando le dije que nada, me dio una paliza. Yo estaba embarazada¡±. Este hombre tambi¨¦n acab¨® desapareciendo cuando naci¨® el beb¨¦, Albertino. Belita vive ahora con su hermana y sobrevive haciendo galletas y mandioca cocida con salsa de tomate y vendi¨¦ndolo en el pueblo.
FOTOGALER?A: Comida y agua
Cuando hablan de ¡°matrimonio¡±, estas muchachas se refieren casi siempre a uniones informales que no pasan por el Registro Civil. Simplemente, se van a vivir con el hombre que les ha pedido que se casen. Los nacimientos muchas veces tampoco se registran, as¨ª que en estas comunidades la gente no tiene muy clara su edad ni tampoco la edad de sus hijos. Que el registro empiece a operar con eficacia es otro objetivo prioritario para las autoridades, porque probar cualquier cosa sin papeles que lo respalden es muy complicado.
Volver a ser ni?as
Mendina y Belita van una vez a la semana a una terapia de grupo con otras chicas que se han casado siendo menores o que han sido v¨ªctimas de violencia sexual. Las historias que se escuchan son espeluznantes. La m¨¢s peque?a de todas, de apenas 13 a?os, que parecen ocho, relata con la mirada fija, y sin decirlo de forma expl¨ªcita, c¨®mo su t¨ªo la viol¨® una noche. Y Mendina llora inconsolable cuando cuenta la historia de su marido maltratador. Despu¨¦s de cada intervenci¨®n se acercan las unas a las otras, se sonr¨ªen y se abrazan fuerte. ¡°Las amigas son muy importantes¡±, dice Belita. ¡°Cuando hablo con ellas estoy mejor¡±.
La terapia de grupo la lleva una psic¨®loga, Celeste Fabiao Chinsipo, una mujer dulce y amorosa que est¨¢ en contacto constante con las chicas y que insiste en la importancia de que vuelvan a ser ni?as. ¡°La realidad es que algunas de ellas no lo han sido nunca, tampoco antes de casarse¡±, explica. ¡°No han tenido acceso ni a l¨¢pices de colores. Aqu¨ª colorean, saltan, y se las ve felices haciendo todas estas cosas a pesar de tener ya 15 o 16 a?os. Han vivido cosas muy fuertes. Alguna se ha intentado suicidar. Son muchos los traumas que han pasado. Ahora est¨¢n amamantando y cuidando todo el d¨ªa a sus hijos sin estar psicol¨®gicamente preparadas para ello. Y en muchos momentos, adem¨¢s, creen que es culpa suya lo que les ha pasado. Yo les proh¨ªbo decir nada malo de ellas mismas. Tienen que aprender a quitarse ese sentimiento y a volver a construir sus sue?os. Pero no es f¨¢cil¡±.
FOTOGALER?A: Capoeira y l¨¢pices de colores
La escuela es una obsesi¨®n para todas ellas. Es lo ¨²nico que desean. Lo repiten una y otra vez en cada conversaci¨®n, en cada entrevista. Que solo quieren que les faciliten los cuadernos, los l¨¢pices, el uniforme y los zapatos que obligatoriamente tienen que vestir en el colegio para poder estudiar. La mayor¨ªa se van a incorporar el nuevo curso escolar, que empieza en febrero.
Algunos colegios est¨¢n perfectamente construidos y cuidados. Otros no. El de Joanita, por ejemplo, tiene muchas paredes destruidas por los ciclones, de forma que ni la separaci¨®n entre aulas es tal. Pero a ella le da igual. Sabe que solo estudiando le podr¨¢ ir mejor en la vida. Casarse otra vez y volver a vivir con un hombre se ha convertido en la peor de sus pesadillas.
Todas coinciden en las mismas profesiones cuando se les pregunta sobre el futuro, sobre sus sue?os: doctora, enfermera, profesora. Explican que quieren ayudar y cuidar a los dem¨¢s. ¡°Y trabajar es la ¨²nica forma de salir de esta pobreza¡±, dice Asica Cadir Ali, de 17 a?os. Adem¨¢s, son las tres profesiones en las que s¨ª ven a mujeres ejerciendo. No les parece un sue?o del todo imposible.
Son muy conscientes del machismo, aunque no lo llamen as¨ª. Saben que las condiciones de vida de ni?os y ni?as, de hombres y mujeres, son muy distintas. Y saben bien que la pobreza de la regi¨®n no tiene el mismo impacto en el futuro de los varones: nadie espera de ellos que se casen, sino solo que vayan a la escuela para poder encontrar un trabajo y prosperar. ¡°Los hombres hay muchas cosas que no hacen¡±, dice una de ellas. ¡°Las ni?as y las mujeres vamos a por agua y ellos la desperdician. Nosotras cocinamos, lavamos, cuidamos a los ni?os, y adem¨¢s tambi¨¦n vamos a la mashamba con los hombres a cultivar la tierra. Tienen muchos privilegios desde que son ni?os¡±.
La tasa de alfabetizaci¨®n habla por s¨ª sola de la desigualdad. La brecha de g¨¦nero es brutal. En Mozambique, el 28% de los hombres no sabe leer ni escribir, pero en el caso de las mujeres la cifra se dispara hasta el 51% seg¨²n los datos del Instituto Nacional de Estad¨ªstica mozambique?o de 2019 y 2020.
Adem¨¢s de la terapia de grupo, y de terapias individuales en las comunidades para las chicas que viven m¨¢s lejos, como Joanita, el gran momento de la semana son las clases de capoeira en un pabell¨®n en Monapo. Una veintena de chicos y chicas van dando volteretas, brincando, movi¨¦ndose bonito en parejas. Se dan palmas. Tocan el pandeiro y el berimbau. ¡°Es un juego de confianza con el otro¡±, explica Joana Vasconcelos, la profesora y fundadora de la ONG Capoeira para um futuro, que trabaja con Unicef, a la que las chicas adoran. ¡°Se trata de confiar en que el otro est¨¢ ah¨ª. De perder el miedo. De curar las heridas¡±. Es, desde luego, el momento en el que m¨¢s se las ve sonre¨ªr. Fuera, un grafiti muestra a una ni?a llorando en su boda y a hombres lavando platos o cuidando a un beb¨¦.
Suzete Nhangomele es la administradora del distrito de Monapo, una especie de alcaldesa. Es una mujer en¨¦rgica que asegura que erradicar el matrimonio infantil es una prioridad absoluta para ella. ¡°Estoy muy preocupada por esto, y por la violencia sexual. Hay muchas ni?as violadas. Algunas, por su padre o alg¨²n familiar. Otras dependen de se?ores mayores que se han casado con ellas. Hay que ense?arles a tomar conciencia de s¨ª mismas. Y hay pr¨¢cticas culturales que son muy da?inas, como los ritos de iniciaci¨®n¡±.
Unos ritos misteriosos y medio secretos
Estas palabras, ritos de iniciaci¨®n, se oyen una y otra vez cuando se habla del matrimonio infantil. Muchas veces se dicen en voz muy baja. Casi en susurros a pesar de ser algo por lo que pasan pr¨¢cticamente todas las ni?as. Pero nadie, ni las chicas ni las matronas ni los padres, quieren explicar bien en qu¨¦ consisten. En principio, es sencillo: cuando las ni?as empiezan a menstruar, los padres las llevan con matronas que les explican c¨®mo lavarse, en qu¨¦ consiste la regla, y les dan consejos de higiene b¨¢sica. Esto ser¨ªa la primera fase del rito. Despu¨¦s, hay una segunda en la que se les habla del ¡°respeto a la comunidad y a la familia¡± y se les instruye sobre c¨®mo deben comportarse ahora que ya son ¡°mujeres¡±. Y en la tercera, la m¨¢s controvertida, les ense?an c¨®mo ser buenas esposas. Supuestamente, las tres fases se deber¨ªan hacer por separado, en distintos momentos de la adolescencia. Pero muchas veces se hacen todas a la vez, en un fin de semana, despu¨¦s de que la chavala haya tenido su primera regla. Es decir, a los 11, 12 o 13 a?os.
Despu¨¦s de muchas preguntas, y tras dos horas de conversaci¨®n y un mill¨®n de dudas, un grupo de cuatro chicas aceptan dar m¨¢s detalles sobre c¨®mo fueron sus ritos de iniciaci¨®n, los cuatro bastante parecidos.
¡ªNos llevaron a una casa en un bosque todo el fin de semana. All¨ª pasaron cosas raras. Ritos simulando que hab¨ªamos matado a nuestras madres y que las resucit¨¢bamos. Luego, las matronas nos empezaron a hablar de asuntos m¨¢s pr¨¢cticos. C¨®mo ten¨ªamos que lavarnos cuando nos viniera la regla o c¨®mo deb¨ªamos a partir de ahora cuidar a la familia y comportarnos con todo el mundo. Ten¨ªamos 12 o 13 a?os y acab¨¢bamos de empezar a menstruar.
Ersane, Esmeralda, Erjulta y Gelsea son adolescentes y viven en Rapale, tambi¨¦n en la provincia de Nampula. Las cuatro se casaron poco tiempo despu¨¦s de hacer el rito de iniciaci¨®n, siendo menores. Las cuatro tuvieron hijos. Las cuatro se separaron. Y las cuatro luchan ahora por volver a la escuela.
¡ªAll¨ª nos hablaron tambi¨¦n de nuestros futuros maridos. Nos dijeron que debemos respetarlos, que no podemos interrumpirlos, que les tenemos que hablar de manera dulce, que hay que prepararles el agua para ba?arse y hacerles la comida, que nosotras nos tenemos que lavar bien antes de ir a la cama y dormir sin ropa por si ellos tienen ganas de sexo. Y que, despu¨¦s del sexo, debemos limpiar al hombre con una tela, ir a por agua para lavarle las manos, darle un masaje en las piernas y abrazarlo hasta que se duerma. Nos dec¨ªan tambi¨¦n que cuando estemos menstruando les ense?emos una habichuela roja para que ellos lo sepan. Y que no pongamos sal a la comida esos d¨ªas para que no nos duela la tripa.
Las chicas empiezan a re¨ªrse inc¨®modas y dicen que adem¨¢s les ense?aron otras cosas. Cosas que no les gustaron. E insin¨²an que las matronas les dieron detalles m¨¢s o menos precisos de c¨®mo se debe satisfacer a un hombre sexualmente. Sin embargo, durante todo ese fin de semana no hubo una palabra sobre m¨¦todos anticonceptivos, sobre c¨®mo evitar embarazos no deseados. La informaci¨®n sexual es escasa en un pa¨ªs en el que el 36% de las mujeres de 15 a 19 a?os han estado embarazadas y tres de cada 10 tienen al menos un hijo.
¡°La educaci¨®n sexual es un gran desaf¨ªo para todos¡±, explica Sabine Michiels, especialista en desarrollo adolescente en la oficina de Unicef en Maputo, la capital. ¡°Hay una plataforma online para que los ni?os y j¨®venes de 10 a 24 a?os puedan plantear sus dudas y se est¨¢ trabajando para llegar a ellos a trav¨¦s de las redes sociales. A las comunidades con poco acceso a Internet van brigadas m¨®viles para dar charlas. Pero queda a¨²n mucho por hacer, y los ritos de iniciaci¨®n contin¨²an perpetuando las desigualdades, promoviendo la idea de que las mujeres tienen que ser sumisas y prepar¨¢ndolas para un debut sexual muy temprano. Por eso es importante trabajar con las matronas para que estas ceremonias incluyan informaci¨®n sobre salud sexual y el deber de respetar la ley que proh¨ªbe el matrimonio antes de los 18 a?os¡±.
Los trabajos para erradicar el matrimonio infantil pasan por llegar a todos los ¨¢mbitos: matronas, profesores, sanitarios, l¨ªderes comunitarios, l¨ªderes religiosos¡ ¡°Es fundamental contar con su ayuda para cambiar pr¨¢cticas tan arraigadas¡±, dice Suzete Nhangomele, la administradora de Monapo. ¡°Lo que dice el l¨ªder religioso en la iglesia o en la mezquita, por ejemplo, es casi como una ley¡±.
Una forma de hacerlo son los di¨¢logos comunitarios. En Topolane, Amidu Amissie, el l¨ªder del pueblo, se dirige a una treintena de vecinos reunidos en asamblea: ¡°Tenemos que dejar crecer y estudiar a nuestras hijas¡±, dice. ¡°Adem¨¢s, casarlas para conseguir dinero no funciona. Luego llegan de vuelta a casa, con sus beb¨¦s, y hay m¨¢s bocas que alimentar, m¨¢s pobreza. Las ni?as que se embarazan tienen anemia, problemas obst¨¦tricos, a veces mueren en el parto, los maridos las abandonan¡ No podemos permitir que las traten as¨ª. Debemos velar por su futuro¡±.
¡°Nos apasionamos¡±
Los matrimonios de las cuatro chicas de Rapale son algo distintos a los de Joanita, Mendina o Belita. Ellas no aceptaron casarse con un desconocido ni las oblig¨® su familia a irse con un se?or mucho mayor que ellas. Las cuatro se enamoraron de chicos en torno a los 18 a?os y decidieron vivir con ellos. ¡°Nos apasionamos¡±, dice Gelsea en portugu¨¦s, idioma oficial en Mozambique por su pasado colonial que no todos hablan ni escriben a pesar de que es la lengua que se usa en las escuelas. ¡°Vivimos juntos un a?o. Yo estaba bien. Lavaba los platos, cocinaba, barr¨ªa, lavaba la ropa, iba a cultivar a la mashamba. Pero quer¨ªa volver a la escuela. Y mi marido se fue sin decir nada antes de que naciera mi beb¨¦¡±.
Enjulta tambi¨¦n se cas¨® porque le gust¨® un chico. Pero, como ocurre de forma cada vez m¨¢s habitual, el l¨ªder de la comunidad los oblig¨® a separarse informando a toda la familia de que esa uni¨®n era ilegal y de que estaba castigada en el C¨®digo Penal. Lo mismo le pas¨® a Ersane. Se enamor¨®, se fue a vivir con el chaval, se qued¨® embarazada, el l¨ªder del pueblo les dijo que estaba prohibido y regres¨® a la casa de su t¨ªa Rosalina con su hijo Venicio, un precioso y enorme beb¨¦ que tiene ahora cuatro meses. Basta acompa?arla una ma?ana a 38 grados a recoger pl¨¢tanos, mangos, alubias y mijo a la mashamba familiar, a una hora de distancia y con Venicio a la espalda y un cubo gigante sobre la cabeza, para entender la dureza de su vida, que acepta resignada pero con la ilusi¨®n de lograr, alg¨²n d¨ªa, ser enfermera.
La evoluci¨®n de los datos sobre matrimonios infantiles en el mundo es esperanzadora, aunque lenta. Poco a poco van disminuyendo mientras crece la concienciaci¨®n de que es una discriminaci¨®n de g¨¦nero que hay que hacer desaparecer. En algunas zonas, el ¨¦xito es apabullante. En el sur de Asia, por ejemplo, la tasa de uniones prematuras ha descendido en los ¨²ltimos a?os del 50% al 30% gracias a la inversi¨®n en educaci¨®n y a un abordaje m¨²ltiple por parte de los gobiernos. ¡°Hay algunos programas exitosos en estos pa¨ªses que dan dinero directamente a las familias pobres con ni?as para asegurarse de que van a estudiar hasta la secundaria, por ejemplo¡±, explica Nankali Maksud. ¡°En otros lugares del mundo se va avanzando tambi¨¦n, pero m¨¢s despacio. Y se trata de una violaci¨®n grave de derechos humanos b¨¢sicos¡±.
Algunas de estas chicas tienen a veces las caras m¨¢s tristes del mundo. Como Joanita, que no habla con nadie de lo que le pas¨®. ¡°No quiero problemas. Por eso no hablo. Nunca hablo. Me parece que todo el mundo se r¨ªe de m¨ª¡±. Es una sensaci¨®n compartida. Aunque casarse siendo menor de edad es a¨²n una pr¨¢ctica habitual en Mozambique, todas creen que est¨¢ mal visto. Y m¨¢s cuando han tenido que volver a casa con un beb¨¦ y sin padre. Son adolescentes con la autoestima rota.
Por eso, las psic¨®logas, las t¨¦cnicas de las ONG y la profesora de capoeira tienen una ¨²nica obsesi¨®n: que recuperen sus sue?os, que no dejen de creer que sus vidas pueden cambiar. La traductora que nos acompa?a, Amelina Nhachunge, una mujer resuelta y llena de fuerza, tras una de las sesiones del grupo de autoayuda en la que han llorado, se han dicho cosas bonitas a s¨ª mismas y se han abrazado, les cont¨® su historia:
¡ªYo no vengo de un barrio rico de Maputo. Mi familia es muy pobre tambi¨¦n, como las vuestras, y, esforz¨¢ndome mucho, he conseguido ser traductora, ganar un sueldo digno, viajar. As¨ª que vosotras lo pod¨¦is lograr igual que yo. Estudiar, trabajar y tener una buena vida es posible. Adelante.
De repente, todas fijan su atenci¨®n en ella. Sonr¨ªen. Le hacen preguntas. Y piensan que quiz¨¢, a pesar de todo, puede haber esperanza.