Basta ya
Idolatramos la belleza hasta la locura. Es una enfermedad social, un disparate que no hace m¨¢s que crecer y crecer
Yo fui una de esas ni?as que crecieron sinti¨¦ndose feas. Incluso muy feas. Recuerdo que, con catorce o quince a?os, si iba por los pasillos del metro y alguien me piropeaba por la espalda (una costumbre habitual en esa ¨¦poca y en general muy desagradable, porque a veces eran ?o?er¨ªas y lindezas, pero a menudo llegaban a la m¨¢s brutal agresi¨®n pornogr¨¢fica), si alguien me piropeaba con amabilidad, repito, y apretaba el paso pa...
Yo fui una de esas ni?as que crecieron sinti¨¦ndose feas. Incluso muy feas. Recuerdo que, con catorce o quince a?os, si iba por los pasillos del metro y alguien me piropeaba por la espalda (una costumbre habitual en esa ¨¦poca y en general muy desagradable, porque a veces eran ?o?er¨ªas y lindezas, pero a menudo llegaban a la m¨¢s brutal agresi¨®n pornogr¨¢fica), si alguien me piropeaba con amabilidad, repito, y apretaba el paso para verme la cara, yo volv¨ªa el rostro hacia la pared para que no se decepcionara al verme tan horrorosa. Ese baj¨ªsimo concepto de mi f¨ªsico era sin duda una patolog¨ªa que, por desgracia, me temo que padecen y hemos padecido muchas mujeres. La empresa cosm¨¦tica Dove lleva veinte a?os haciendo unos interesantes estudios sobre la percepci¨®n de la belleza. En el primero, de 2004, s¨®lo un 2% de mujeres se consideraron guapas, lo que quiere decir que el 98% restante se deb¨ªan de creer fe¨²chas, fe¨ªsimas o espantosas, dependiendo del catastr¨®fico nivel de autoestima que arrastraran. M¨¢s tarde las que se sent¨ªan bonitas subieron al 4%, lo cual sigue siendo una cifra demoledora.
Por fortuna yo mejor¨¦ con el tiempo mi autopercepci¨®n, aunque creo que la inmensa mayor¨ªa de las mujeres (menos ese bendito 4%) detestamos tontamente al menos alguna parte de nuestra anatom¨ªa. Lo prueba que, en el estudio de 2007, el 67% de las participantes dijeran que evitaban practicar determinadas actividades para que no se vieran sus defectos, como, por ejemplo, ir a la playa o a la piscina, o bien salir a comprarse ropa, e incluso, en algunos casos, participar en eventos sociales. Es decir, se odiaban y se escond¨ªan. Y para acabar de espeluznarnos, en 2024 hicieron el mayor estudio hasta la fecha, con 33.000 encuestados de veinte pa¨ªses, y entre otras lindezas descubrieron que dos de cada cinco mujeres estaban dispuestas a dar un a?o de su vida o m¨¢s a cambio de alcanzar su belleza ideal y su peso adecuado. Por todos los santos, ?un a?o de vida! (o m¨¢s). No hay coste mayor. Cu¨¢nta desesperaci¨®n y cu¨¢nto dolor se adivinan ah¨ª detr¨¢s.
Sin duda en el aprecio universal de guapos y guapas hay algo gen¨¦tico. Resulta que los rostros y cuerpos m¨¢s sim¨¦tricos son los que nos parecen m¨¢s bellos, y la simetr¨ªa ser¨ªa un indicativo de salud y de buena capacidad reproductiva, as¨ª que la atracci¨®n podr¨ªa ser un inconsciente mandato evolutivo. Pero somos criaturas sofisticadas, maldita sea; no somos pavos reales ciegamente entregados al embeleso de las plumas m¨¢s brillantes ?O tal vez s¨ª? Desde luego resulta desolador ver lo mucho que influye la belleza para el ascenso social y para la credibilidad de las personas. Con qu¨¦ facilidad le atribuimos dotes personales, simpat¨ªa, bondad e inteligencia a un rostro bonito. Si yo te pongo ahora aqu¨ª la foto del estadounidense Jeffrey Dahmer (1960-1994), seguro que te parece un chico de lo m¨¢s delicado, interesante, sensible. Pero el caso es que fue el llamado carnicero de Milwaukee, que viol¨®, asesin¨®, desmembr¨® (y, en algunos casos, se comi¨®) a diecisiete hombres y adolescentes. Ayayay. No todos los guapos son lo que parecen.
As¨ª que hay algo innato, pero m¨¢s all¨¢ de esa tendencia el mundo actual ha construido un verdadero monstruo que nos est¨¢ devorando. Idolatramos la belleza hasta la locura. Es una enfermedad social, un disparate que, por mucho que lo denunciemos, no hace m¨¢s que crecer y crecer. Y las nuevas tecnolog¨ªas lo est¨¢n empeorando. Psic¨®logos y psiquiatras infantiles alertan de una nueva patolog¨ªa entre ni?os y adolescentes: a fuerza de usar filtros digitales que los embellecen en las pantallas, est¨¢n dejando de reconocerse en la realidad. Como los vampiros, terminaremos cubriendo con lienzos negros los espejos.
La feroz tiran¨ªa de la belleza afecta tambi¨¦n a los varones, desde luego (por ejemplo, los hombres cada vez se hacen m¨¢s operaciones est¨¦ticas) pero no cabe duda de que las mujeres ganamos en esta tortura por goleada. La presi¨®n social nos tiene machacadas. Todos y todas arrastramos un prejuicio edadista y gord¨®fobo hincado en alg¨²n rinc¨®n del cerebelo; v¨¦ase el demencial guirigay en torno a Lalachus, o esas redes que insultan a actrices famosas de sesenta a?os por el mero hecho de aparentar su edad. Basta ya. Todo ello me parece una fuente de dolor e inestabilidad mental incalculable. Un problema muy grave que habr¨¢ que empezar a tomarse en serio, a estudiar a fondo y a combatir.