Las voces ahogadas de los chicos de Pikine
Cuatro familias de las decenas de j¨®venes fallecidos en el cayuco senegal¨¦s incendiado que se dirig¨ªa a Canarias lamentan la falta de empleo y oportunidades
Hace apenas unos d¨ªas, Oumar Sow acarreaba sacos en el mercado que luego su cu?ado Moussa Diop transportaba con su carreta. Elhadji Sarr solo ten¨ªa 31 a?os, pero su negocio de compraventa de bubus, el traje tradicional senegal¨¦s, le permit¨ªa ir tirando hasta que lleg¨® el coronavirus y las cosas se pusieron feas. Ablaye Hanne, de 38, pidi¨® una moratoria la semana pasada para pagar las facturas de la luz y Becaye Diack, de 21, se acababa de casar y su mujer estaba embarazada. Todos eran vecinos de Pikine, un barrio de la ciudad senegalesa de Saint Louis. Todos fallecieron, junto a decenas de j¨®venes, en el cayuco que se dirig¨ªa a Canarias el pasado viernes y se incendi¨® tras la explosi¨®n de un motor.
Por las estrechas calles de arena del interior de Pikine circula este lunes un aire pesado y caliente que transporta el mon¨®tono murmullo de un rezo en voz baja, una letan¨ªa de suspiros que sale de la casa de Elhadji Sarr, el comerciante de ropa. Son sus amigos, su familia, que le lloran. ¡°No inform¨® a nadie¡±, asegura Samba Diop, su hermano de madre, ¡°llevaba meses dici¨¦ndome que la cosa no iba bien, que su negocio se hund¨ªa. Le dije que era por el coronavirus, que ten¨ªa que aguantar. Pero no quiso esperar m¨¢s y se fue, nos cogi¨® a todos por sorpresa¡±. Bar?a o Barsaj, Barcelona o la muerte, el viejo lema de los migrantes que se populariz¨® en la primera crisis de los cayucos en 2006, vuelve a estar m¨¢s de moda que nunca.
A pocos metros, en la casa de Oumar Sow, de 33 a?os, prefieren esperar para hacer el funeral. Mbaye Mor, un amigo que sobrevivi¨® al accidente, les confirm¨® el s¨¢bado por tel¨¦fono desde Dakar que su hijo no estaba entre los supervivientes, que lo vio hundirse en el mar. A¨²n as¨ª se aferran a un hilito de esperanza. Es lo ¨²nico que les queda. ¡°Se fue porque sent¨ªa l¨¢stima por m¨ª¡±, asegura Demba Sow, su padre, con la voz quebrada y un nudo en la garganta, sentado junto a hermanas, primos y otros hijos en la acera, como esperando que alguien se deje caer por all¨ª para contarles una noticia diferente. Alegre, para variar.
¡°?l nos manten¨ªa, nos daba de comer, pagaba las recetas del m¨¦dico, las facturas, solo pido a Dios que se lo haya llevado al Para¨ªso y a nosotros que nos ayude porque no s¨¦ c¨®mo vamos a salir adelante¡±, a?ade el viejo Sow, pescador jubilado. Oumar deja viuda y dos hijos, el ¨²ltimo tan peque?o que ni siquiera est¨¢ bautizado. Su hermano Moustapha se acerca y cuenta que llevaba semanas dici¨¦ndolo, que se iba a ir, que no pod¨ªa soportar ver a su padre malviviendo en una casa que ni siquiera era suya. En cada ocasi¨®n, Demba Sow, de 68 a?os, lo frenaba en seco. ¡°Los cayucos no son barcos, conozco el mar, no es seguro. Los cargan con un mont¨®n de gente para ganar m¨¢s dinero¡±, asegura. Al final parti¨® con su cu?ado Moussa Diop, de 27 a?os. Ambos tragados por el mar.
Los estragos del Coronavirus
A¨²n se desconoce la cifra exacta de j¨®venes que fallecieron en este accidente, que tuvo lugar el viernes por la ma?ana a la altura de Mbour, al sur de Dakar. Pero por los testimonios de los supervivientes, que hablan de hasta 200 personas a bordo, se sabe que fueron decenas. El periodista deportivo local Adama Sall conoce a muchos de los 20 j¨®venes fallecidos solo en Saint Louis porque la mayor¨ªa jugaba en la navetane, una liguilla entre barrios que causa furor en Senegal. ¡°Becaye Diack, por ejemplo, era el lateral izquierdo del ASC Nim-gui. Hoy est¨¢ muerto y eso que se acababa de casar, su mujer est¨¢ embarazada de su primer hijo. La competici¨®n est¨¢ parada por el coronavirus y eso tampoco ayuda a mantenerlos aqu¨ª¡±, revela.
A una de las calles adoquinadas de Pikine se asoma un peque?o taller de costura. Su joven propietario, Samba Fall, se sienta en la puerta con la mirada desencajada. Lleg¨® hasta Mbour, el punto de partida del cayuco siniestrado, y dio media vuelta cuando vio que no cab¨ªa ni un alfiler. ¡°Apenas duermo, no paro de pensar en lo sucedido¡±, asegura, ¡°no sirvo para robar ni para pedir limosna, pero cada vez tengo menos trabajo. Ya no puedo pagar el alquiler, ni la electricidad. Mis padres hicieron todo por m¨ª y yo no puedo hacer nada por ellos. Tengo amigos a los que compraba hasta los cigarrillos y se fueron a Europa y ahora se construyen casas bonitas y conducen coches. Y yo aqu¨ª, con el agua al cuello¡±, se lamenta. Eso s¨ª, ¨¦l, de cayucos, no quiere o¨ªr ni hablar. Por ahora.
Sin embargo, la migraci¨®n est¨¢ en todas las conversaciones, en todos los sue?os que flotan por Pikine estos d¨ªas. El joven ebanista Khadim Diouf dice, con toda convicci¨®n, que es el momento de irse. ¡°El coronavirus ha arrasado en Europa, necesitan mano de obra para reemplazar a tantos muertos. Tambi¨¦n Estados Unidos y Canad¨¢ van a necesitar emigrantes africanos, porque all¨ª se han quedado sin gente¡±, asegura rotundo. Sus amigos asienten con la cabeza. El rumor circula por los grupos de WhatsApp, el verdadero y ¨²nico medio de informaci¨®n de estos j¨®venes que han perdido la esperanza en sus autoridades. Igual que circula desde principios de octubre el v¨ªdeo de sus amigos a bordo de una barca de salvamento mar¨ªtimo en Canarias, celebrando por haber llegado sanos y salvos. ¡°Este v¨ªdeo es lo que empuj¨® a todos a irse. Se comunican con ellos y les dicen que est¨¢n bien en Espa?a¡±, asegura Diack, trabajador social del barrio.
Para entrar en la casa de Ablaye Hanne, el t¨¦cnico que instalaba antenas par¨¢bolicas, hay que sortear a un pu?ado de mujeres sentadas en el suelo que rezan y se dan golpes en la cara y la cabeza en se?al de duelo. Al fondo est¨¢ el sal¨®n, un cuarto iluminado apenas con una magra bombilla, donde la madre, Coumba Fall, se cubre el rostro con un velo para que no la vean llorar. ¡°El jueves pasado Ablaye comi¨® con nosotros. Recuerdo que me sorprendi¨® que apenas se ech¨® dos bocados de arroz al est¨®mago. Esa misma noche llam¨® a su hermano para decirle que estaba en Mbour y que estaba a bordo de un cayuco hacia Europa. Yo lo entiendo: era un padre de familia, ten¨ªa dos hijos, y no llegaba a pagar ni las facturas¡±, asegura su padre adoptivo, Moussa Mbaye.
Pero Ablaye Hanne no lleg¨® muy lejos. Ni Becaye ni Oumar ni Elhadji ni Moussa. Otros lo siguen intentando. La salida de cayucos desde Senegal hacia Canarias se ha reactivado con intensidad desde hace al menos un mes, como estuvo en 2006. Las autoridades senegalesas consiguen abortar algunas expediciones, pero la mayor¨ªa se les escapan. Zarpan de puntos alejados de miradas indiscretas en la oscuridad de la noche y ponen su destino en manos del su dios o del azar. ¡°Tras repatriarnos nos prometieron todo, centros de formaci¨®n y empleo, una lluvia de millones. Pero no vimos nada¡±, asegura Moustapha Diouf, presidente de la Asociaci¨®n de Inmigrantes Expulsados de Thiaroye, ¡°ahora la gente volver¨¢ a intentarlo. Tienen poco que perder".
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