La maldici¨®n eterna del pozo Emilio del Valle
Las familias de los seis mineros fallecidos en Le¨®n en un accidente en 2013 siguen reclamando justicia
Emilio del Valle es un nombre maldito en el norte de Le¨®n. El prestigio del fallecido empresario que compr¨® la compa?¨ªa minera Hullera Vasco-Leonesa en 1942 y dio de comer a cientos de familias ha desaparecido. Hasta las placas de las calles que le pusieron en la comarca de La Pola de Gord¨®n han sucumbido al ¨®xido. El abandono se refleja en las piscinas y los campos de f¨²tbol que la entidad construy¨® hace 70 a?os en Ci?era (740 habitantes), en pleno apogeo del carb¨®n, convertidas hoy en un criadero de hierbajos.
Las destartaladas instalaciones del pozo Emilio del Valle son ahora pasto para las vacas y una herida sangrante para decenas de familias desde el 28 de octubre de 2013. Ese d¨ªa murieron seis mineros por una explosi¨®n de gas gris¨². Han pasado ocho a?os sin que los familiares de las v¨ªctimas, que denunciaron negligencias de seguridad, hayan recibido una sentencia que les permita pasar p¨¢gina. O, al menos, intentarlo.
Los afectados no desisten. Las puertas de los juzgados de lo Penal de Le¨®n reun¨ªan el pasado martes a un crisol de vidas congeladas. Las caras evidencian cansancio al confirmarse un nuevo retraso en el proceso. La Fiscal¨ªa pide para los altos cargos de la empresa tres a?os y medio de prisi¨®n e indemnizaciones por seis delitos de homicidio con imprudencia grave y ocho lesiones por imprudencia. Los denunciantes se?alan a la c¨²pula de Hullera Vasco-Leonesa como responsable de la tragedia; la defensa alega que fue imprevisible.
Las v¨ªctimas no se creen este discurso. La mirada de To?i Fern¨¢ndez, madre del fallecido Manuel Moure, se empa?a al hacer memoria: ¡°Dilatan el juicio porque saben que son culpables¡±. Esta mujer enjuta, de 72 a?os, apenas sale de casa desde el suceso: ¡°Mi hijo no muri¨®, a mi hijo lo mataron¡±. Isabel de la Fuente, de 42 a?os y viuda de Roberto ?lvarez, convive con una ¡°herida que nunca se cerrar¨¢¡±. No supera la p¨¦rdida del padre de sus peque?os Luc¨ªa y Marcos: incluso incluy¨® el rostro de su marido en las fotos de la comuni¨®n de la ni?a. Isabel se indigna porque la empresa le ofreci¨® dinero para que retirase la denuncia: ¡°No lo har¨ªa ni por todo el oro del mundo¡±. A Patricia Collazos, de 33 a?os y viuda de Antonio Blanco, tambi¨¦n le plantearon pactar y olvidar, pero ni quiso escuchar la suma. ¡°Este dolor es para siempre, solo pido justicia¡±, zanja.
El gris¨² y el c¨¢ncer han dejado hu¨¦rfana a Nuria P¨¦rez. La hija del vigilante Juan Carlos P¨¦rez a¨²n cursa secundaria porque detuvo los estudios para atender a su madre, enferma, sin ayuda paterna. ¡°Lucho por ellos¡±, proclama emocionada. Estas palabras le llegan a Ricardo Crespo, de 46 a?os y 14 en el tajo, por un aud¨ªfono. Su o¨ªdo se qued¨® en el pozo, donde aquella explosi¨®n lo dej¨® incapacitado y sin seis colegas. La plantilla, explica, sab¨ªa que en el piso siete, a 700 metros de profundidad, hab¨ªa una b¨®veda con gas, pero la falta de control propici¨® el desastre: ¡°Es una verg¨¹enza¡±.
Resulta imposible eludir el drama en Ci?era. El recuerdo de los mineros persiste en esta localidad a media hora de Le¨®n. Manuel Moure, que perdi¨® a su hijo Manuel, ha levantado una cabina minera con cascos, mazas y faroles para honrar a los fallecidos. La construcci¨®n reina en la plaza y sus vecinos riegan regularmente las flores que la adornan. Moure, veterano minero con 35 a?os como vigilante, se siente humillado por la empresa: ¡°Solo les importa el dinero¡±. El jubilado, de 73 a?os. relata, nervioso, que la mina arrastraba problemas como el control del nivel de gas o las frecuentes explosiones, y nadie actuaba. Moure asegura que, desde la crisis del 2008, imperaba el miedo y se aceptaban condiciones precarias con tal de mantener el empleo.
Los trabajadores confirman que algo fallaba. El exminero Rub¨¦n Fern¨¢ndez, de 45 a?os y con 18 en los pozos, apunta que en los ¨²ltimos tiempos la empresa desatendi¨® la seguridad y que no hac¨ªa falta ¡°ser ingeniero para verlo¡±. Fern¨¢ndez se?ala las partes de la instalaci¨®n en desuso y se indigna porque haya vacas paciendo donde fallecieron sus amigos.
En la aldea leonesa de Paradilla de Gord¨®n hay una escultura de una mano que emerge de la tierra con las yemas de los dedos tiznadas de negro, como un minero pidiendo auxilio. En el ¨²nico bar del diminuto pueblo, Jos¨¦ Manuel Gonz¨¢lez, de 56 a?os, habla de su hermano Orlando, v¨ªctima de la explosi¨®n, con una mezcla de templanza y rencor: ¡°No quiero venganza, solo justicia¡±. Gonz¨¢lez ense?a, lac¨®nico, un libro de aforismos escritos para homenajear a los fallecidos. Su t¨ªtulo resume el sentir de los afectados: Po¨¦tica del desamparo.
Los rumores sobre la peligrosidad del yacimiento llegaban tanto a El Valle, el bar fetiche para la plantilla, como a Asturias. La casa de Itziar R¨ªos, de 46 a?os, en Pola de Lena (8.700 habitantes) alberga un sinf¨ªn de fotos de Luis Arias, la ¨²nica v¨ªctima no leonesa. Un amigo minero de su marido vaticin¨® la cat¨¢strofe. Arias le respondi¨®: ¡°Si no soy yo, ser¨¢n otros¡±. R¨ªos afirma que todos eran conscientes del riesgo pero que primaba el miedo a perder el empleo. Ella fue la ¨²nica viuda que acept¨® el dinero de la empresa y a¨²n se arrepiente: ¡°Ojal¨¢ pudiera volver atr¨¢s¡±. La mujer solloza mientras asegura que lo guardar¨¢ para sus dos hijos menores.
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