Una fosa com¨²n de represaliados bajo un colegio en el centro de Madrid
La escuela Miguel de Unamuno, junto a la vieja prisi¨®n de Yeser¨ªas, fue campo de concentraci¨®n tras la Guerra Civil y escenario de ejecuciones. No se ha permitido excavar
A muy pocos metros de la estaci¨®n de Atocha, en el centro de Madrid, hay una fosa com¨²n bajo el colegio Miguel de Unamuno, utilizado como campo de concentraci¨®n al terminar la guerra civil. Agust¨ªn L¨®pez, uno de los miles de prisioneros republicanos encerrados all¨ª, public¨® sus memorias en 2015 (Pluma de Cristal). Cinco a?os despu¨¦s volvi¨® a aquel lugar, a las mismas instalaciones que hab¨ªan vuelto a su funci¨®n escolar original, para narrar su historia en televisi¨®n. Desde los 19 a?os ten¨ªa grabado el dolor de dormir en el suelo, en aquellas escaleras, sin saber qu¨¦ iba a pasar con ¨¦l y el resto de sus compa?eros. Tras una larga espera, formaron en varios batallones de soldados trabajadores destinados a la limpieza de Madrid, el Alc¨¢zar de Toledo y Sig¨¹enza. Pero a muchos otros no los volvi¨® a ver. A pesar de dar a conocer su historia, de sacar a luz otros casos del campo, conservados en el centro de Documental de la Memoria Hist¨®rica de Salamanca (como el de Laurentino P¨¦rez que terminar¨ªa en el campo de Arcila en ?frica), hasta el momento no se ha permitido excavar en el colegio ni en el terreno adyacente. En esa zona gris, sin delimitar, entre la escuela (antiguo ¡°centro de oficios¡± inaugurado en la Rep¨²blica) y la c¨¢rcel de Yeser¨ªas, que hab¨ªa ampliado su per¨ªmetro, se sucedieron las ejecuciones del final de la guerra, que debieron de coincidir con las del Cementerio del Este y el de Colmenar, hasta que pasaron a realizarse en el interior de las prisiones.
Pudieron ser tres semanas, las mismas que Antonio Bouthelhier, jefe de la segunda secci¨®n del Servicio de Informaci¨®n y Polic¨ªa Militar (SIPM) de Madrid, tard¨® en escribir la palabra ¡°normalidad¡± en los telegramas que enviaba al Cuartel General del General¨ªsimo.
¡°Se acent¨²a la normalidad en la vida de la ciudad, incluso en la periferia. No obstante, hay continuas colas durante d¨ªa y noche en comedores, Auxilio social, insuficientemente abastecidos todav¨ªa. Barrios. Tetu¨¢n, Ventas y Vallecas son lo que se presentan aspecto m¨¢s refractario al triunfo Movimiento Nacional. Evacuados gran n¨²mero de refugiados en Madrid, aglomer¨¢ndose proximidades de las estaciones¡±. El mismo d¨ªa del telegrama, el 18 de abril de 1939, fueron detenidas 225 personas y se ejecutaron dos penas de muerte en el propio campo, seg¨²n la documentaci¨®n del Gobierno Militar de la ciudad.
El Unamuno es uno de esos lugares de la geograf¨ªa madrile?a que esconde sus heridas en el subsuelo. Levantado en medio de un barrio duramente castigado, fue un milagro que su estructura original se mantuviera en pie. La Fundici¨®n, como se conoce todav¨ªa hoy la nave que queda detr¨¢s, entre el colegio y las casas, se utiliz¨® como f¨¢brica de munici¨®n que sufri¨® el primer impacto del denominado ¡°bombardeo log¨ªstico¡±, tantas veces ejecutado despu¨¦s por la aviaci¨®n italiana en Barcelona. La onda expansiva que bajaba de Embajadores a Legazpi era uno de los pocos recuerdos tristes que guardaba Gloria Fuertes de sus tiempos de moza. El hambre, el mayor vestigio de aquel asedio, se escondi¨® para siempre bajo un manto de miedo y de verg¨¹enza.
No muy lejos, en el matadero municipal, serpenteaba la cola de gente que buscaba despojos de animales sacrificados o cualquier otra cosa que llevarse a la boca. Para no caer, para no morir. Entre los escombros creci¨® un pol¨ªgono, cercado de alambres y espinos, que llegaba hasta el arroyo Abro?igal, el l¨ªmite del v¨¦rtice de tiro fijado desde el cerro Garabitas por la artiller¨ªa franquista. Desde su posici¨®n en plena Casa de Campo, el visor adivinaba la hora en que aquellas miniaturas desfilar¨ªan delante de su terrible caleidoscopio, pero nunca le ordenaron derribar la c¨¢rcel ni la estaci¨®n. Ambas quedaron intactas, siniestro preludio de la paz que estaba por llegar. Inaugurada en 1920 como asilo, Yeser¨ªas fue habilitada como c¨¢rcel nada m¨¢s terminar la guerra. Mantuvo su apariencia de correccional y de ¡°redenci¨®n de almas¡±, como figuraba en las cartillas que los talleres de imprenta tiraban all¨ª, en la ribera del Manzanares, el nuevo hogar para las familias de los presos.
Los ¨²ltimos d¨ªas de marzo de 1939 fueron especialmente fr¨ªos. Los rayos de sol apenas calentaban una poblaci¨®n que gastaba sus 500 calor¨ªas diarias entre las colas para comer, en la reventa o en desmochar los pocos ¨¢rboles que quedaban del Retiro para calentarse. El primer pan blanco lleg¨® con el restablecimiento de la luz, el agua y el correo, que llevaba estrangulado m¨¢s de dos a?os. Tras el toque de queda y los puestos de control para pasar de distrito, vinieron las detenciones.
El Unamuno, como Campamento o Chamart¨ªn, se llenaron con presentados y detenidos gubernativos. El Ej¨¦rcito del Centro se rindi¨® con cerca de 300.000 efectivos, que ten¨ªan que ser clasificados; como recordaba Agust¨ªn en sus memorias, ¡°era cosa de poco, de tomar la filiaci¨®n y despu¨¦s se podr¨ªan ir a casa, aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre¡±. En todos los pueblos de Espa?a, grandes o peque?os, con o sin guerra, se repiti¨® la misma escena. A pesar del gigantesco colapso, del drama sinsentido, todo sigui¨® como estaba trazado. Los maquinistas frenaban en seco al enfilar la recta de Atocha para que, guardias y prisioneros, supieran que llegaban a su destino. Nada m¨¢s bajar del tren eran escoltados por soldados j¨®venes que no hab¨ªan estado en el frente; andando o en camiones, que prefer¨ªan porque disimulaban mejor los nervios, los distribu¨ªan entre algunos de los m¨¢s de treinta edificios que hicieron las veces de encierro hasta que se inaugur¨® la c¨¢rcel de Carabanchel, en 1944, ¡°con todas las ventajas modernas¡±. Yeser¨ªas, que un a?o antes pas¨® a ser c¨¢rcel de mujeres con las reclusas de Ventas, es el ¨²nico de todos estos edificios que hoy queda en pie. ?nico testigo de un tiempo, de una ¨¦poca, en la que Madrid superaba el 20 por ciento de toda la poblaci¨®n penitenciaria del pa¨ªs.
Y, aunque pueda parecer que sucedi¨® en la prehistoria, como los mamuts que habitaron en la pradera de San Isidro, lo cierto es que hasta que el desarrollismo y la M-30 la partieron en dos, aquella zona sigui¨® siendo un entrante en el Madrid de la guerra civil. Debi¨® de ser por entonces cuando su imagen qued¨® grabada en el puente de Toledo, frontera durante treinta meses que terminar¨ªa fijando lo que quedaba dentro y fuera de la historia nacional. Sin m¨¢s rastro documental, solo queda, pues, excavar, como el yacimiento de los mamuts, la fosa bajo el colegio.
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