El barro se convierte por fin en rabia
Hasta ayer, la ciudad de Valencia parec¨ªa vivir ajena a la tragedia que viven miles de vecinos a solo unos kil¨®metros
No hace mucho, un psiquiatra muy prestigioso visit¨® a un viejo amigo que acababa de salir de la c¨¢rcel por una condena que consideraba a todas luces injusta. Comieron, charlaron de cosas sin importancia y, al final, el doctor le pregunt¨® qu¨¦ tal se sent¨ªa. Cuando el amigo le dijo que segu¨ªa enfadado, rabioso, el psiquiatra le respondi¨®: ¡°Muy bien, es lo que toca. Si dentro de unos meses sigues as¨ª, ya veremos qu¨¦ hacemos, pero ahora lo normal es que te sientas rabioso¡±.
Hasta que, ayer por la tarde, decenas de miles de personas se echaron a las calles de Valencia para pedir la dimisi¨®n del presidente Carlos Maz¨®n, la ciudad viv¨ªa una situaci¨®n muy dif¨ªcil de entender. A tan solo seis o siete kil¨®metros de distancia, miles de vecinos segu¨ªan achicando el barro que se llev¨® por delante sus casas ¡ªsin tiempo siquiera de llorar a sus muertos, sin aliento para buscar a sus desaparecidos¡ªy, sin embargo, aqu¨ª la vida segu¨ªa inmutable, pendiente si acaso de la pantalla del televisor o el m¨®vil, que convert¨ªan la tragedia tan cercana en algo casi virtual, algo que no manchaba ni ol¨ªa. Por eso, quienes por la ma?ana cruzaban los puentes que resistieron la inundaci¨®n ¡ªvoluntarios, polic¨ªas, militares, periodistas¡ª no entend¨ªan que al volver a la ciudad con las botas de agua manchadas de fango la vida siguiera como si nada.
Por eso, Claudia, que tiene 22 a?os y ha estudiado Bellas Artes, cogi¨® ayer un cart¨®n y un rotulador negro de trazo grueso y busc¨® una frase que, certera como un disparo, resumiera la sensaci¨®n que embarga a las v¨ªctimas de la inundaci¨®n. Y escribi¨®: ¡°Nos hab¨¦is dejado sin presente, sin futuro y sin pasado¡±.
Dice Claudia que la frase no es suya: ¡°Es del grupo valenciano La Ra¨ªz, pero viene al pelo. He conocido estos d¨ªas a mucha gente que ha perdido su casa, que ya no tiene fuerzas ni tiempo ni dinero para rehacer sus vidas y que, por si fuera poco, no tiene ni el consuelo de la memoria, porque la inundaci¨®n se llev¨® sus recuerdos. ?Qu¨¦ les queda?¡±. La rabia, por fin. La constataci¨®n en la calle, todos juntos, el uno m¨¢s uno que se convierte en multitud, de que los vecinos del otro lado del barranco no est¨¢n solos, que aunque los puentes se hayan ca¨ªdo y el metro se haya roto y los coches ya solo sean un amasijo de hierro, ca?as y fango, aqu¨ª est¨¢n ellos, los j¨®venes y los no tan j¨®venes, dispuestos a mancharse las botas de barro y a gritarle a Carlos Maz¨®n, el m¨¢ximo representante del Estado en Valencia, lo que su jefe de la calle G¨¦nova no es capaz de hacerle comprender. Que tal vez solo le quede un gesto capaz de amortiguar algo su gran irresponsabilidad. Porque, como dice Hermini P¨¦rez, un veterano trabajador de obras p¨²blicas que ha llegado de El Puig y que marcha unos metros m¨¢s atr¨¢s de Claudia, el presidente valenciano es ya un hombre sin honor que solo busca defenderse a s¨ª mismo: ¡°Que se produzca la inundaci¨®n puede ser inevitable, que muera gente es intolerable¡±.
Hace unos d¨ªas, Ignacio y Jes¨²s David, vecinos de la zona m¨¢s golpeada de Paiporta, contaron que la tarde noche de la inundaci¨®n, cuando ninguna autoridad hab¨ªa avisado de lo que se ven¨ªa encima, escucharon gritos de ancianos que murieron encerrados en sus pisos bajos. Por ellos, y por tantos otros, Valencia expres¨® ayer su rabia y su compromiso, su basta ya. La Ra¨ªz, ese grupo de m¨²sica que le gusta a Claudia, tiene una canci¨®n que dice: ¡°Vuelve, que incendiaremos el mundo otra vez. Nos volveremos a ver cuando salgamos del t¨²nel. Tumbando alguna pared para poder ver las nubes¡±. Rabia, lucha y esperanza. Quienes los hemos visto luchar contra el barro estos d¨ªas ya sabemos que no son una generaci¨®n de cristal, sino m¨¢s bien de acero.
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