Un b¨²nker en la playa
Ante pieles m¨¢s rojas que morenas, uno se delata 'voyeur', buscando tambi¨¦n en otros cuerpos estragos del confinamiento
Diez horas y 17 minutos despu¨¦s de la llegada del solsticio de verano fui a la playa y desconfin¨¦, junto a los primigenios, otros 2,4 kilos sobrevenidos con el corral de la pandemia. Primera escapada del piso desde el 13 de marzo. Mi manera de huir, por decirlo a la audeniana, de este bajo, deshonesto periodo v¨ªrico. No fui a Stonehenge porque ni est¨¢n los tiempos para coger un avi¨®n ni soy un neodruida. Pero, en realidad, tampoco me gusta la playa. La culpa, de la Barceloneta de finales de los 60, cuando en las aguas marinas de la ya ciudad de ferias y congresos que deb¨ªa tomar por prescripci¨®n m¨¦dica se mec¨ªan heces y ratas muertas que parec¨ªan pollos de tan rollizas. S¨¦ que hace a?os que ya no es as¨ª, pero uno jur¨® fidelidad a sus traumas infantiles.
Puse para el desembarco, pues, cierta distancia psicol¨®gica, Maresme arriba. No eran los casi cinco mil barcos de la Operaci¨®n Overlord, pero la fluida armada automovil¨ªstica por la C-32 no desmerec¨ªa. La tropa, ya en el paseo mar¨ªtimo, tambi¨¦n bien pertrechada, de uniforme, aunque con algo extra?o que uno no descubr¨ªa hasta m¨¢s tarde, como que la vida iba en serio: chancletas, calz¨®n corto, camiseta sin mangas, sombrilla enfundada o bolso playero, gafas de sol, gorra¡ y mascarilla. A un lado, los mastodontes hoteles de tautol¨®gicos nombres (Top Palace, Arenabuena¡) con su cl¨®nica est¨¦tica masiva reforzada por las cortinas echadas. Al otro, los pasos bajo la v¨ªa del tren hacia la costa, vallados y con carteles deste?idos. Dos muescas del tiempo: ¡°Siguiendo instrucciones del real decreto 463/2020 del 14 de marzo, se proh¨ªbe el paso de viandantes¡±. M¨¢s a la izquierda, abajo: ¡°Peligro por mal estado del paseo¡±. La Covid-19 y el Gloria, dos temporales devastadores.
Deb¨ªa ser Normand¨ªa o as¨ª lo promet¨ªa la actividad en la tienda de los cisnes rosados encantados como flotadores, pero aquello parec¨ªa Gal¨ªpoli: aqu¨ª una superexcavadora varada; all¨ª un mont¨ªculo de piedras gigantes; m¨¢s arriba, maderas acumuladas en forma de aspa; un pino en el suelo con sus ra¨ªces al aire; otro, apuntalado; un tobog¨¢n infantil cruzado por una cinta roja y blanca, al borde del precipicio de lo que fuera el paseo y del que solo quedan pastillas de cemento con sus p¨²as f¨¦rreas al descubierto¡ Por megafon¨ªa, una voz pastosa recitando en tres idiomas que se mantenga la distancia de seguridad de dos metros. Pero no hay nadie para escucharlo: una pareja de jubilados y, al menos a trescientos metros, un matrimonio con su hijo peque?o. El desierto, porque apenas quedan ah¨ª cinco metros de arena entre el romper de las olas y las grandes piedras alineadas que hacen de dique de contenci¨®n del futuro nuevo paseo. O sea, aquello de The Refrescos: Vaya, vaya, aqu¨ª no hay playa.
Nuevos, hay unos carteles de colores con unos n¨²meros que, al parecer, dividen los tramos de costa. ¡°Covid-19¡±, reza en peque?ito al pie. No ha cambiado, sin embargo, el estado del agua, a la que el confinamiento no ha acabado de sanar: resisten las aceitosas burbujitas flotando entre islitas de papillita verde. Como uno no es ajeno al estrenado aceler¨®n ya en quinta marcha del turbocapitalismo, se descubre subiendo el ritmo con los pies en el agua, superando el gran ca?¨®n de un desag¨¹e descomunal ahora m¨¢s a la intemperie¡ Hay prisa por saber y por salir de la playa apocal¨ªptica a lo planeta de los simios, prolongaci¨®n de alg¨²n mal sue?o recurrente de piso confinado.
Desde el solitario fort¨ªn esperamos a unos enemigos eternamente agazapados, invisibles, tal que un virus
Superado un espig¨®n natural, y camuflada por el viento que lleva el ruido en direcci¨®n opuesta, aflora sin aviso la vieja nueva normalidad: ah¨ª estamos todos; hay arena. Por fin la brisa recupera su genuino aroma de bronceador, los jugadores de palas bloquean la orilla, la primera l¨ªnea se densifica¡ ¡°M¨¢s cerca del agua, ?no?¡±, recrimina la joven nuera a la suegra, en una reacci¨®n sociol¨®gica dom¨¦stica que dir¨ªa mucho de c¨®mo va la pandemia¡ Las pieles parecen m¨¢s rojas que morenas y uno se descubre voyeur malsano, buscando tambi¨¦n en cuerpos ajenos estragos del confinamiento, sea en barrigas, muslos o panderos, en la que sin duda es una solidaridad ego¨ªsta respondida con alguna mirada inquisitiva.
Salvo excepciones, es f¨¢cil delimitar visualmente los grupos porque mantienen cierta distancia; lo hacen, de manera inconsciente, hasta los vigilantes de la playa, que clavan sus boyas rojas en la arena en generoso semic¨ªrculo, una empalizada robinsoniana. Curioso: la pseudodistancia social entre toallas salta por los aires en las mesas de los chiringuitos, pegaditas y concurridas ya a la hora del vermut.
Uno no busca nada, ven¨ªa a relajarse, pero un l¨¢nguido abatimiento, el vivir un cuadro que parece irreal a la espera del verdadero, quiz¨¢ el de antes, le empuja a seguir chapoteando con los pies. Si no fuera por una ligera quemaz¨®n en los hombros, no se sabr¨ªa del tiempo y la distancia. Pero esta es ya la Playa de las Dunas, en Santa Susanna. Cuando tambi¨¦n era otro tiempo convulso y se llamaba Montagut de Mar, se construy¨® ah¨ª un b¨²nker, uno de los cuarenta que salpicaban el litoral del Maresme para repeler los ataques fascistas desde Mallorca. Este, hormig¨®n armado sobre piedra, dos bocas de fuego cara al mar por las que se ven bolsas de basura y latas, ¨®xido de sus costillas filtr¨¢ndose por el gris exterior, fue construido el 6 de octubre de 1938 por brigadistas internacionales. Fortificaban una esperanza perdida. Solo 22 d¨ªas despu¨¦s, marchaban forzados de Espa?a entre l¨¢grimas y flores tras desfilar en Barcelona por la Avenida 14 de abril, hoy Diagonal.
En los a?os 40, el Ej¨¦rcito espa?ol mantuvo el solitario b¨²nker por temor a una invasi¨®n aliada que, claro, nunca lleg¨®. Algo parecido a los buzzatianos t¨¢rtaros que el joven subteniente Drogo espera en la fortaleza Bastiani, esos enemigos en la ¨²ltima frontera, eternamente agazapados, invisibles. Tal que un virus. Ah¨ª, en un ceremonial sin mucho sentido, seguimos hoy, m¨¢s que nunca, esperando.
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