Trump y nosotros
La derrota de Donand Trump es un buen motivo para tratar de saber qu¨¦ tiene que ver con nosotros, en qu¨¦ nos influy¨® y si algo nos quedar¨¢ de su legado
Ahora que se va y dicen que no acabar¨¢ de irse, es un buen momento para tratar de saber qu¨¦ ten¨ªa que ver con nosotros, en que nos influy¨®, y si nos dejar¨¢ algo de su legado. Cuando comenz¨® el proceso independentista, hace ocho a?os, y Donald Trump a¨²n no hab¨ªa anunciado ni siquiera su candidatura a las primarias republicanas, pocas posibilidades de analog¨ªa pod¨ªa haber. Si acaso, una muy gen¨¦rica, dada la segura adscripci¨®n del magnate neoyorquino al populismo, en caso de que se hicieran realidad los rumores de sus aspiraciones presidenciales.
A pesar del negacionismo de un procesismo inicialmente enamorado de la pureza democr¨¢tica del derecho a decidir, aquel movimiento que impuls¨® Artur Mas ya era populismo en estado puro y encajaba en todas y cada una de las caracter¨ªsticas de los populismos de derechas y de izquierdas mucho antes de que se diera por declarado su ascenso primero ideol¨®gico y luego electoral. Mas lo expres¨® de forma probablemente irreflexiva en el cartel electoral con el que se present¨® a las elecciones en 2012, bajo el lema ¡°La voluntad de un pueblo¡± y con una imagen evocativa del Mois¨¦s encarnado por Charlton Heston en la pel¨ªcula Los diez mandamientos.
Bien que se arrepinti¨® y excus¨®, especialmente en un art¨ªculo titulado ¡®Nuestro soberanismo no es populista¡¯ publicado cuatro a?os despu¨¦s: excusatio non petita, accusatio manifiesta, dice el dicho latino. Las pruebas materiales del populismo nacionalista son poco discutibles: rechazo de las ¨¦lites, mitificaci¨®n del pueblo, antipluralismo, antipol¨ªtica, polarizaci¨®n, explicaciones conspiranoicas, interpretaciones hist¨®ricas deterministas y, sobre todo, exaltaci¨®n de la democracia directa.
Hay fen¨®menos hist¨®ricos por tanto que son dif¨ªciles de percibir en su comienzo, pero van aclarando sus perfiles con el tiempo. Ahora ya sabemos que el Brexit, los nacionalpopulismos de Hungr¨ªa y Polonia, la moment¨¢nea ascensi¨®n de Salvini y de Alternative f¨¹r Deustchland, las victorias de Jair Bolsonaro y Donald Trump y tambi¨¦n muchos elementos y actores del proc¨¦s, pertenecen al mismo universo ideol¨®gico tal como han reconocido incluso conspicuos intelectuales del independentismo.
Trumpismo y procesismo eran como un huevo y una casta?a al principio, pero ahora se parecen cada vez m¨¢s, incluso en aspectos muy concretos que rebasan la conceptualizaci¨®n populista, como es el caso de la pol¨ªtica internacional desplegada por Donald Trump. Lo m¨¢s destacado es el del unilateralismo practicado y exhibido por la Casa Blanca de Trump y convertido en dogma del independentismo, mantenido incluso como reserva de ¨²ltimo recurso incluso cuando no se practica. Tambi¨¦n en alguna medida, el aislacionismo, el excepcionalismo y el supremacismo, expresados en la retirada trumpista de las instituciones internacionales, el proteccionismo comercial, el rechazo de la inmigraci¨®n, o la idea de replegarse de los compromisos globales, aunque en nuestro caso sea de aplicaci¨®n exclusiva hacia Espa?a y no al conjunto de las instituciones europeas e internacionales.
Pero el cap¨ªtulo m¨¢s sugestivo de la diplomacia trumpista es el que expresa en un libro ya antiguo que lleva por t¨ªtulo El arte de la negociaci¨®n, inspirado en las t¨¦cnicas de persuasi¨®n m¨¢s o menos coactivas de los negocios inmobiliarios a los que se dedic¨® por herencia familiar. La negociaci¨®n trumpista, inspirada en su actividad como promotor es meramente transaccional: da lugar a acuerdos concretos en los que se intercambian activos, terrenos, edificios y dinero y que se acaban y se olvidan una vez cerrados. Trump quiere ser el vencedor siempre, y por ello aconseja contar con palancas que permitan imponer sus condiciones y su voluntad a la otra parte, el adversario.
No se trata por tanto de pactos entre socios que generan relaciones de confianza y v¨ªnculos de lealtad hasta construir instituciones. Es un mundo sin aliados ni amigos, tan solo clientes y socios de negocios concretos. Los pactos se respetan cuando no hay otro remedio, es decir, cuando el castigo por no hacerlo es m¨¢s costoso que las ventajas de la ruptura. Los ej¨¦rcitos de leguleyos, dispuestos a plantear costosos litigios que conducen a la rendici¨®n por cansancio, hacen una parte del trabajo. La amenaza directa e incluso la coacci¨®n violenta hacen el resto. No corresponden a la tradici¨®n secular del pactismo, tan arraigada en tierras fuertemente romanizadas como Catalu?a, sino a la omert¨¤ defensiva entre mafiosos organizados bajo la ley de la venganza, tan habitual en las ciudades estadounidenses de fuertes comunidades inmigrantes, que tanto juego han dado a la literatura negra y al cine.
Cuanto m¨¢s sabemos de la intrahistoria pol¨ªtica catalana de los ¨²ltimos 40 a?os, m¨¢s nos alejamos de la teor¨ªa sobre la persistencia del pactismo de origen medieval en nuestra sociedad, tan bien formulada por Jaume Vicens Vives en Noticia de Catalu?a, como ¡°una responsabilidad absoluta del gobernante hacia el gobernado, de la aceptaci¨®n por un lado y la otra de las normas del juego social, econ¨®mico y pol¨ªtico com¨²nmente establecidas¡±, y m¨¢s nos acercamos al transaccionalismo trumpista, equivalente al peix al cove (el p¨¢jaro en mano) pujolista, que hace extender la sospecha sobre un poder corrupto y desleal, en el fondo descomprometido con el destino de la democracia espa?ola, que se consolid¨® poco despu¨¦s del advenimiento del autogobierno catal¨¢n hasta convertirse en un hecho normal, aceptado y celebrado incluso por una parte muy considerable de la poblaci¨®n.
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