Paseo por la sequ¨ªa de la mano de J. G. Ballard, so?ador de cat¨¢strofes
Recorrer pasajes sedientos del Montseny con la novela sobre un mundo sin agua del gran visionario brit¨¢nico resulta una experiencia estremecedora
Decid¨ª escribir sobre la sequ¨ªa consciente de que antes de publicar esta cr¨®nica igual se pon¨ªa a llover, por fastidiar. Pero pens¨¦ que si la cr¨®nica serv¨ªa para que lloviera por fin, como las rogativas, bienvenido sea. Adem¨¢s, me dijeron que ya pude llover, ya, que si no lo hace durante sesenta d¨ªas con sus noches ¡ªno se si es un dato cient¨ªfico o una reminiscencia b¨ªblica¡ª no se van a llenar los pantanos y vamos a seguir sin agua. Ha sido sumergirme (quiz¨¢ no es la pa...
Decid¨ª escribir sobre la sequ¨ªa consciente de que antes de publicar esta cr¨®nica igual se pon¨ªa a llover, por fastidiar. Pero pens¨¦ que si la cr¨®nica serv¨ªa para que lloviera por fin, como las rogativas, bienvenido sea. Adem¨¢s, me dijeron que ya pude llover, ya, que si no lo hace durante sesenta d¨ªas con sus noches ¡ªno se si es un dato cient¨ªfico o una reminiscencia b¨ªblica¡ª no se van a llenar los pantanos y vamos a seguir sin agua. Ha sido sumergirme (quiz¨¢ no es la palabra) en la sequ¨ªa y sentirme como si yo mismo me estuviera secando. Posiblemente es un proceso natural y vivir es irse deshidratando, marchitando, perdiendo la humedad y volvi¨¦ndonos enjutos, adustos y agostados, momific¨¢ndonos, en suma. En el fondo, parafraseando a Eugen Levin¨¦, el optimista bolchevique jud¨ªo alem¨¢n que lider¨® la ef¨ªmera Rep¨²blica Sovi¨¦tica de Baviera y fue fusilado por el ej¨¦rcito y el Freikorps en 1919, todos somos momias de permiso.
Con estos animosos pensamientos en la cabeza decid¨ª que mi aproximaci¨®n a la sequ¨ªa deb¨ªa tener un respaldo literario, por aportar algo, ya que los ¨¢ngulos meteorol¨®gico, clim¨¢tico, social, econ¨®mico, territorial o pol¨ªtico de la crisis (e incluso religioso) est¨¢n ya muy bien cubiertos. A?adir¨ªa mi enfoque una visi¨®n existencial de lo que la sequ¨ªa nos est¨¢ haciendo por dentro. A la hora de escoger un libro de acompa?amiento para mi paseo por la sequ¨ªa pens¨¦ en la obviedad de La tierra bald¨ªa, de T. S. Eliot, que, aparte de citar varias veces los jacintos, posee pasajes acongojantemente actuales ¡ªy no s¨®lo lo de que ¡°abril es un mes cruel¡± o, llevando agua a mi molino (perd¨®n de nuevo por la expresi¨®n), ¡°nosotros que est¨¢bamos vivos vamos muriendo/ con un poco de paciencia¡±¡ª sino versos turbadores para leer paseando por la naturaleza marchita, versos de ¡°secas cisternas y fuentes agotadas¡± y de ¡°trueno est¨¦ril sin lluvia¡±. Podr¨ªa haber situado mi sequ¨ªa tambi¨¦n bajo advocaci¨®n de Dune, de Frank Herbert, o Rebeli¨®n en el desierto, de T. E. Lawrence. Pero finalmente me inclin¨¦ por La sequ¨ªa, de J. G. Ballard.
La sequ¨ªa es una de las famosas novelas apocal¨ªpticas de Ballard (Shangai, 1930-Londres, 2009), el hombre que dijo que el futuro muri¨® ya hace unos a?os y que la mejor manera de tratar con el mundo a nuestro alrededor es asumir que es una completa ficci¨®n. Trata de eso, de una sequ¨ªa que se extiende sobre todo el planeta, desertizando el paisaje pero tambi¨¦n provocando cambios inquietantes en la mente de los personajes. Mi novela favorita de Ballard, para el que, desde que vivi¨® de ni?o la conquista japonesa de China (que describi¨® en El imperio del sol), la vida era una zona de desastre, siempre hab¨ªa sido El mundo de cristal, pero leer La sequ¨ªa ahora es una experiencia ¨²nica. El protagonista, Charles Ransom, observa c¨®mo el lago y el r¨ªo junto a los que vive se van desecando y mientras el agua se evapora, dejando a la vista lechos de cieno y peces muertos, lo hacen tambi¨¦n recuerdos y sentimientos. A su alrededor, la civilizaci¨®n y la moralidad se derrumban y sus vecinos desarrollan conductas extra?as, salvajes y hasta psicop¨¢ticas, mientras se produce una masiva migraci¨®n desesperada hacia la costa, donde el mar est¨¢ retrocediendo frente a una playa de sal que se extiende hasta el horizonte. La sequ¨ªa, que provoca una lucha por el agua, tiene en la novela una explicaci¨®n racional (y ecologista avant la lettre: es de 1965), los desechos industriales acumulados en los oc¨¦anos han formado una pel¨ªcula de pol¨ªmeros saturados que impide la evaporaci¨®n y la formaci¨®n de nubes y lluvia. Pero a Ballard, admirador de los surrealistas, le interesa m¨¢s el car¨¢cter on¨ªrico y psicol¨®gico de la cat¨¢strofe, simbolizado por el cuadro que tiene colgado Ransom, Jours de lenteur, de Yves Tanguy, y expresado en un poderos¨ªsimo despliegue de im¨¢genes y met¨¢foras. Entre las estampas inolvidables, el tiovivo medio enterrado en las dunas, los barcos varados y devenidos cementerio de chatarra, como los coches; el siniestro campamento montado en una piscina vac¨ªa, o el joven demente que se ha hecho un tocado con un cisne muerto de sed.
Con las im¨¢genes de Ballard (al que conoc¨ª y al que entrevist¨¦ una alucinada tarde el 4 de abril de 1995 en un piso de la calle de Enric Granados) en la cabeza, me fui a ver la sequ¨ªa donde mejor podr¨ªa describirla, en el entorno natural que me es m¨¢s cercano, y por tanto donde m¨¢s duele: en Viladrau, en el Montseny, que en primavera tendr¨ªa que estar tan h¨²medo y rebosante de fecundidad. Fui primero a la vieja mas¨ªa de Can Batllic, mi Arcadia y mi Brideshead: rodeada de campos, estos se extend¨ªan como una excrecencia amarillenta y requemada. El umbr¨ªo bosque de casta?os antes de llegar era una desolaci¨®n parda y sedienta con el mantillo fragante de siempre convertido en un sudario reseco de tierra y hojas muertas. En aquel ambiente leproso y sediento no se escuchaba m¨¢s que el ocasional graznido quejumbroso de un arrendajo. Camin¨¦ por los campos con el coraz¨®n encogido mientras una atm¨®sfera pesada y desesperanzada se extend¨ªa hasta donde alcanzaba la vista. La vida parec¨ªa haber abandonado el lugar junto con el agua, la gran higuera desfallec¨ªa como una vieja dama y la charca bajo la encina no era sino polvo al polvo.
M¨¢s tarde, en una segunda estaci¨®n de evaporado Via Crucis, me acerqu¨¦ al r¨ªo, bajo el Mas de la Vila. Tras dejar atr¨¢s algunos aperos abandonados y los restos de una carretilla oxidada que me record¨® los autom¨®viles estrellados de otra novela de Ballard, Crash (en La sequ¨ªa sepultan a los muertos en los coches semienterrados en las dunas), recorr¨ª el trecho de un arroyo donde suelo observar salamandras y que es siempre un maravilloso reino fe¨¦rico de musgo y agua donde nunca descartas encontrarte una dona d¡¯aigua, una ninfa acu¨¢tica estilo Amades y Waterhouse. El contraste era terrible. Apenas descend¨ªa un peque?o caudal miserable, un hilillo, entre helechos mortecinos. Ah¨ª no viv¨ªa ni una bruja rebruja. El agua escasa se concentraba en charcos insalubres y flanqueaban todo el estrecho cauce dos franjas amarronadas de barro sucio. A partir de ese espacio superviviente apenas, lo que hab¨ªa era un territorio de hojas muertas, ramas quebradas, sobre las que avanzabas como si pisaras huesos viejos, y maleza enfermiza que parec¨ªa arrastrarse como un borracho sediento en busca de unas gotas de l¨ªquido. En vez del habitual canto cristalino, el arroyo desprend¨ªa un murmullo angustiado. Sopes¨¦ regresar corriendo a casa y montar guardia con la lanza en torno a la alberca, que tenemos a¨²n llena y junto a la que florece el ciruelo como un desaf¨ªo. Pero continu¨¦ y llegu¨¦ hasta la explanada del Castanyer de les Nou Branques que parec¨ªa una zona terminal ballardiana, con el ic¨®nico casta?o y sus cong¨¦neres extenuados alzando sus brazos al cielo como crucificados sedientos suplicando la esponja con vinagre del centuri¨®n romano (adem¨¢s de Ballard me influ¨ªa, como se ve, la Semana Santa). Los p¨¢jaros hab¨ªan desaparecido. En todas partes la luz y las sombras se arrastraban lentamente.
Tras continuar el camino y cruzarme con dos corzos atra¨ªdos sin duda por la visi¨®n de mi cantimplora, me sent¨¦ emocionalmente agotado en un toc¨®n cerca ya de l¡¯Arimany y extraje de la bolsa mi ajado ejemplar dedicado de La sequ¨ªa (Minotauro, 1979) para buscar un consuelo imposible, pues no hay redenci¨®n en Ballard, en sus ¨²ltimas p¨¢ginas. ¡°Era como si al fin hubiera completado su viaje entrando en el paisaje interior que hab¨ªa llevado en la mente tantos a?os. Un inmenso palio de oscuridad se extend¨ªa sobre la arena como si todo el mundo exterior estuviese dejando de existir¡±. Y acab¨¦: ¡°Fue un poco m¨¢s tarde cuando no se dio cuenta de que hab¨ªa empezado a llover¡±.
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