Cr¨®nica de una muerte por WhatsApp
Los problemas imaginarios de la rutina se desnudan ante el inminente fallecimiento de un amigo
¡°?Por qu¨¦ lloras, pap¨¢?¡±.
Mi hija Greta lleg¨® a casa como acostumbra, risue?a y revoltosa junto a su madre y su hermana, Victoria. Ven¨ªa de pasar la tarde en el parque y se encontr¨® con una imagen ins¨®lita para ella, si es que existe algo ins¨®lito en el mundo nuevo de una ni?a de dos a?os y medio: su padre sentado en el suelo, con el gesto deformado de l¨¢grimas, todav¨ªa con el tel¨¦fono en la mano. V¨ªa WhatsApp, el mensaje, es decir, la respuesta a la pregunta de Greta, era pavoroso: ¡°Muchachos, Mart¨ªn est¨¢ internado. Pelea con un virus. Est¨¢ muy complicado, el panorama no es bueno¡±.
Acto seguido, otro aviso. Siempre en el mismo grupo de viejos compa?eros de colegio: Mart¨ªn Blanco ha sido eliminado.
Lo tengo agendado como Mart¨ªn Blanco, porque de esa manera, con nombre y apellido, por simple man¨ªa, tengo organizados a todos mis contactos. En realidad, lo deber¨ªa haber guardado como El Gordo Mort¨ªn. As¨ª le decimos, aunque era flaco. Hab¨ªa sido un poco regordete en la adolescencia cuando todos nos conocimos. A los argentinos nos resulta tan dif¨ªcil desprendernos de los motes del colegio como a m¨ª borrar el legado que han dejado esos pibes en mi coraz¨®n. Acostumbro a desconfiar de la gente (hetero) que no tiene amigos del colegio: ?C¨®mo es posible haber pasado a?os, para muchos los mejores y m¨¢s felices, sin un testigo actual de esa inocencia insegura e impertinente?
Me pregunto, en ocasiones, si hoy los volver¨ªa a elegir. En la mayor¨ªa de los casos, seguramente no. Pero, sin embargo, es casi un vicio en cada regreso a Buenos Aires correr a su encuentro, s¨ªmbolo de la mejor amistad: la desinteresada.
¡°Muchachos, el Gordo sigue igual. Me dijo Pupe [la mujer de Mart¨ªn] que el que quiera ir a saludarlo y darle la mano dos minutos, puede hacerlo¡±. La informaci¨®n, siempre por WhatsApp. Y, como todo grupo de amigos, se organiz¨® sin organizaci¨®n. Estaba el que hac¨ªa de nexo con la pareja y el que lo era con los padres. Los m¨¢s activos y los m¨¢s pasivos. Los positivos y los negativos. Y el m¨¦dico de la pandilla, cuyo silencio resultaba atronador. ¡°Ayer le nombr¨¦ a cada uno de ustedes con nombre y apellido. Le dije que todos pensaban mucho en ¨¦l. Que lo quer¨ªan mucho. Si bien no contesta, estoy seguro de que me escucha¡±.
El Gordo era un gran conversador a pesar de ser un p¨¦simo copiloto (se quedaba dormido). M¨¢s divertido que gracioso, un¨ªa sin ser l¨ªder. Y aunque no era el m¨¢s cari?oso, era al que todos ¨ªbamos corriendo a abrazar. ¡°?Te gusta el Audi? M¨ªralo bien porque no vas a tener uno as¨ª en tu vida¡±, te soltaba. Sin embargo, fue el m¨¢s generoso de los fanfarrones: la mayor¨ªa aprendi¨® a conducir en su primer coche, un Fiat Uno negro, que le prest¨® a todos sin jam¨¢s rechistar. Anfitri¨®n de los viernes sin rumbo, siempre con la ¨²ltima PlayStation disponible y una colecci¨®n tan variada de m¨²sica como de porno, entre sus objetos escondidos te pod¨ªas chocar con un fil¨®sofo alem¨¢n. ¡°Gordo, ?qu¨¦ haces leyendo a Schopenhauer?¡±. Desde la cocina, seguramente despu¨¦s de hacer un gesto burl¨®n, gritaba: ¡°?A qui¨¦n quer¨¦s que lea? ?A Paulo Coelho?¡±.
Y, como si fu¨¦ramos hijos del pensamiento de Schopenhauer, las horas transcurr¨ªan en un pesimismo imposible de digerir. No ayudaban los partes m¨¦dicos. Para mis amigos la angustia era de d¨ªa; para m¨ª, por la diferencia horaria, de noche. Me levantaba sin un porqu¨¦, mientras que con la misma sinraz¨®n cog¨ªa el m¨®vil. Miraba la pantalla y, si no hab¨ªa mensajes del grupo de WhatsApp de mis amigos, pensaba: ¡°Sigue vivo¡±. Y volv¨ªa a dormir. El m¨¢s loco, por eso tambi¨¦n el m¨¢s sensible de la banda, nos sincer¨® a todos: ¡°Tengo miedo de agarrar el tel¨¦fono¡±.
Los problemas imaginarios de la rutina se desnudan ante la inminente muerte de un amigo. ¡°Se nos fue el Mort¨ªn. La pele¨® hasta el final. Ya nos volveremos a ver¡±. Creo que no contest¨¦ nada, quiz¨¢ solo as¨ª justifico a Dios: como la mentira m¨¢s esperanzadora de la verdad m¨¢s intolerable. Hay veces que la muerte parece justa, en ocasiones es irremediable, est¨¢n las fortuitas y las ego¨ªstas. Las m¨¢s pu?eteras son las inexplicables: un pibe de 43 a?os, con un ni?o de tres, ¨²nico hijo de un matrimonio unido y cercano.
En el grupo empezaron a caer fotos de Mart¨ªn y, por supuesto, las an¨¦cdotas. Todas divertidas. ¡°As¨ª es como hay que recodarlo¡±, dijo su m¨¢s amigo, el m¨¢s bueno de todos nosotros. El WhatsApp se qued¨® mudo despu¨¦s del funeral. Me preguntaba qui¨¦n, pero sobre todo c¨®mo se pod¨ªa romper el silencio. Pero entonces alguien sugiri¨® recuperar el f¨²tbol de los martes y todos estuvieron de acuerdo. La pelota tiene eso, a veces es anal¨¦ptica, siempre lugar de encuentro.
Mi hermano me cuestion¨® si me arrepent¨ªa de no haber ido a Buenos Aires. El tiempo me dir¨¢ si fui cobarde o si simplemente entend¨ªa que las despedidas son dulces cuando existe un ma?ana. El resto, solo dolor. Me preocupa, en cambio, mi primer asado en Buenos Aires sin el Gordo Mort¨ªn. ?Ser¨¢ volver a decirle adi¨®s?
¡°Pap¨¢, ?por qu¨¦ lloras? ?Tienes pupa? ?Te duele?¡±
¡°Es que los muertos somos nosotros¡±, pens¨¦. Pero no le contest¨¦.
Y me abraz¨®.
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