Intercambio de vidas: t¨² al piso proletario, yo a la casa con embarcadero
Es f¨¢cil acomodarse a una luminosa casa de tres plantas. Comer en su vajilla, dormir entre sus s¨¢banas, ducharse en su ba?o. Pero como Cenicienta, a los 15 d¨ªas se acaba el hechizo de HomeExchange
No hac¨ªa falta entrar para entender que ese intercambio no hab¨ªa sido justo. Ya en el zagu¨¢n, descansaban un acogedor banco, rodeado de una peque?a higuera. Al abrir la puerta, se disip¨® cualquier duda. La casa se divid¨ªa en tres pisos, salpicados de flores y luz. En la planta baja, una habitaci¨®n, un ba?o y un garaje repleto de bicicletas (m¨¢s de seis), tablas de paddle surf y multitud de utensilios de bricolaje. En la primera, un sal¨®n comedor (sin televisi¨®n, sobra decirlo), con una isla y una cocina, con cafetera profesional de bar. Y en el ¨²ltimo piso, tres habitaciones m¨¢s y el ba?o.
Pero el plato fuerte se escond¨ªa en la parte trasera: un jard¨ªn selv¨¢tico, con tres alturas, con una mesa para desayunar, comer o cenar, que descend¨ªa hasta pr¨¢cticamente sumergirse en el canal. El riego autom¨¢tico se compart¨ªa con los vecinos, que, como todos, ten¨ªan tambi¨¦n un peque?o embarcadero. ¡°Por supuesto, la gente se ba?a¡±, confirm¨® la joven que recibi¨® a los inquilinos y les dio las llaves. De fondo, el griter¨ªo y el estruendo del chapuz¨®n de varios chiquillos daban fe de ello. Todo, regado de luz y alegr¨ªa.
Ten¨ªa que ser un sue?o. Una casa a la que aspira cualquier ciudadano de clase media (esa clasificaci¨®n a la que todo el mundo cree pertenecer, pero que en realidad ya no existe), en ?msterdam. Pero no en cualquier sitio, en IJburg, un barrio construido a principios de los dos mil, sobre una de las islas de la ciudad. Calles anchas, casas grandes, parques, tranv¨ªa y un porr¨®n de bicicletas arriba y abajo conducidas por sus sonrientes propietarios, entre teslas el¨¦ctricos y motos despistadas. Helader¨ªas, bares de caf¨¦ gourmet y tiendas para ni?os y adultos a 100 euros el par de zapatillas.
La felicidad era pr¨¢cticamente total, salvo por esos peque?os momentos en los que se pensaba en la experiencia de los amables anfitriones que hab¨ªan intercambiado su casa de clase media perfecta en ?msterdam por un piso proletario en las afueras de Barcelona. Un cuarto, interior, en una mole de cemento de 10 plantas, con tres viviendas por rellano y dos escaleras. Y en agosto, con aire acondicionado apenas en el comedor. Una familia de cinco, que viv¨ªa entre plantas, riegos autom¨¢ticos y un embarcadero, encerrada en un bloque de pisos del desarrollismo franquista, en una ciudad donde las cucarachas forman parte del paisaje.
El pack de bienvenida tampoco ayud¨® a mejorar la sensaci¨®n de desigualdad. Sobre la mesa de la cocina holandesa esperaba un surtido variado de dulces holandeses: wafels, galletas, bizcochos¡ Y una postal de unos se?ores en bici donde, adem¨¢s de una buena estancia en una casa que se animaba a disfrutar como si ¡°fuese propia¡±, se invitaba a abrir la nevera. All¨ª esperaba la segunda parte de su delicioso recibimiento: quesos, salsas y dem¨¢s¡
La punzada en el coraz¨®n ante semejantes agasajos fue lacerante. Por mucho que se intentase, era imposible no pensar en esa afable familia en Barcelona, cruzando el recibidor atestado de chaquetas de invierno en pleno verano, caminando a tientas hasta el sal¨®n, y all¨ª, encima de la mesa, descubriendo la reluciente y solitaria botella de licor caf¨¦. Un obsequio de unos anteriores hu¨¦spedes reutilizado como regalo para los nuevos inquilinos. Con una nota, eso s¨ª, garabateada a ¨²ltima hora, en una hoja mal arrancada de una libreta. Si se esforzaban mucho, podr¨ªan adivinar un escueto ¡°?feliz estancia!¡±.
Pero tampoco hab¨ªa que perder demasiado el tiempo pensando en esas cosas. La experiencia HomeExchange permit¨ªa durante 15 d¨ªas vivir la vida de otros. Sentirse el cocinero y la psic¨®loga holandeses, padres de tres adolescentes, que viven c¨®modamente en una casa de tres plantas a las afueras de ?msterdam. Adem¨¢s, hab¨ªan dejado sobre la mesa las llaves de uno de sus dos coches. ¡°?Cogedlo!¡±, animaban en el grupo que crearon (ellos) para cualquier inconveniente que pudiese darse durante las vacaciones. A cambio, solo ped¨ªan una cosa: regar las plantas.
En dos semanas da tiempo a hacer propia una casa ajena. Acostumbrarse a comer en su vajilla, dormir entre sus s¨¢banas y ducharse en su ba?o. Como si coger la tabla de paddle surf un mi¨¦rcoles por la tarde fuese lo habitual. Como si desplazarse en bicicleta con preferencia de paso fuese lo l¨®gico. Como si saludar al vecino, desde el jard¨ªn, sacando la cabeza entre la peque?a valla de madera estuviese a la orden del d¨ªa. Como si la calma, la luz y la claridad en una vivienda amplia y c¨®moda marcase la rutina diaria.
En el lado barcelon¨¦s, quiz¨¢ costase un poco m¨¢s. En lugar de paddle surf en el canal, se podr¨ªa bajar a la playa, cargando los enseres bajo un sol achicharrante durante casi dos kil¨®metros. Y una vez conquistada una peque?a porci¨®n de arena, disfrutar¨ªan del agua turbia delante, y la ronda del litoral detr¨¢s. En bicicleta, deber¨ªan habituarse al mal humor de los conductores de coches, molestos por la invasi¨®n de gente a pedales en una ciudad donde mandan los tubos de escape. A los vecinos, como mucho se les podr¨ªa saludar en el ascensor. De desayunar en el balc¨®n, no pod¨ªa descartarse que se autoinvitase alguna cucaracha voladora de las que pueblan la ciudad (en unos barrios m¨¢s que en otros).
Pero como Cenicienta, a los 15 d¨ªas se acababa el hechizo de HomeExchange. La casa con embarcadero vuelve a ser el piso abigarrado; la bicicleta; el Seat de gasolina; los wafles, el licor caf¨¦. Y al rev¨¦s, para bien de los holandeses, a quien nadie dir¨ªa que hubiese molestado su viaje por el proletariado catal¨¢n. ¡°Hemos estado muy bien en Barcelona. Pasar el tiempo en una ciudad tan vibrante y poder caminar hasta la playa ha sido fant¨¢stico¡±, escribieron en su rese?a. Alabaron las bondades de la portera, la multitud de tiendas abiertas hasta las tantas, y los alrededores de la ciudad. A cambio, recibieron una escueta respuesta: ¡°Estuvimos de maravilla¡±.
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